La cuestión nacional en el siglo XX

Por Manuel Ugarte

La cuestión nacional cambia de carácter cuando la constitución del imperialismo a fines del siglo XIX abre la época del saqueo general de pueblos y continentes enteros. En el siglo XX la cuestión nacional se vincula íntimamente a la cuestión colonial y a la lucha contra el imperialismo mundial. En los tiempos de Marx y Engels la cuestión nacional aparecía como la forma rezagada de la formación de los Estados nacionales en aquellos países que por diversas razones aún no habían logrado su cohesión estatal: Alemania, Italia, Polonia, Irlanda, los checos, finlandeses, servios, armenios y otras nacionalidades europeas.

Los esclavos y semiesclavos de Asia, Africa y América Latina no entraban en las consideraciones teóricas de los socialistas de la II Internacional pertenecientes a las "naciones civilizadas". La cuestión nacional se reducía a la cuestión nacional de los aludidos europeos de segunda clase. La II Internacional se había formado como resultado del crecimiento del capitalismo europeo en su hora de supremo esplendor; los europeos, como los antiguos griegos, gozaban de las ventajas de la cultura occidental gracias a la explotación inicua de las colonias. Retenían para sí las libertades democráticas que las naciones europeas rehusaban a sus esclavos. Un proletariado privilegiado se había formado en tales circunstancias, pero el socialismo de este proletariado sólo abrazaba el campo de la civilización. Tal es el carácter del reformismo de la II Internacional, (actual Internacional Socialista) que no sólo se manifestaba por las tesis de Bernstein con respecto a la utopía de una revolución catastrófica, sino que tendía a repetir, en condiciones radicalmente diferentes, los juicios primeros de Marx y Engels sobre el futuro del mundo semicolonial y colonial: éste sería arrastrado hacia el socialismo por el proletariado triunfante de una Europa socialista.

Sin embargo, este socialismo obeso de la II Internacional de la "belle époque", proyectaba la revolución hacia un futuro distante. Predicaba la filosofía del reposo y las maravillas de la evolución constante. Los fundamentos materiales de esa doctrina eran elocuentes, pues desde la paz de Sedán en 1870 hasta el conflicto de 1914, el capitalismo había emprendido una asombrosa carrera: la prosperidad general, el lujo, la cultura y la paz permitieron corromper a vastos círculos de obreros en Europa y sentar las bases de una ideología conformista que parecía justificar los juicios de Bernstein

Era previsible que la cuestión colonial y nacional de los países atrasados careciera de importancia para la socialdemocracia envuelta en esa atmósfera de incesante bienestar.
Un debate en el Congreso de Stuttgart
A este respecto bastará señalar un significativo episodio del Congreso Internacional Socialista realizado en Stuttgart en 1907, al que Lenín consideró: "el mejor congreso internacional que se haya celebrado jamás" ..

Se habían reunido en Stuttgart 884 delegados de 25 naciones. Estaban presentes dos épocas: los grandes dirigentes de la socialdemocracia europea, Augusto Bebel, Clara Zetkin, Kautsky, Rosa Luxemburgo y los jefes revolucionarios de ese Imperio multinacional situado entre Europa y Asia, entre la revolución socialista y la revolución nacional: Lenín, Trotsky, Martov, Plejanov. Las resoluciones sobre el militarismo, el imperialismo y las perspectivas de la guerra fueron perfectas. Sólo un "hecho sorprendente y lamentable" veía Lenín en el brillante Congreso de la Internacional: la discusión sobre la cuestión colonial.

En la Comisión que estudió el asunto la mayoría adoptó un proyecto de resolución en el que se leía lo siguiente:
"El Congreso no rechaza por principio en toda ocasión una política colonial, que bajo un régimen socialista, puede ejercer una influencia civilizadora".
Lenín calificó de "monstruosa" la frase. El dirigente socialista alemán Eduard David había sostenido esa tesis. Afirmaba que "no se puede combatir algo con nada. Contra la política colonial capitalista, los socialistas deben proponer un programa positivo de protección de los derechos de los indígenas".
El expositor de la posición colonialista en el Congreso Socialista fue el holandés Van Kol (en aquella época todavía la pequeña y civilizada Holanda gozaba los frutos de tres siglos de explotación de millones de indonesios semi-esclavos)
El socialista Van Kol fue de una lógica rigurosa: afirmó que:
"el anticolonialismo de los congresos no había servido para nada y que los socialdemócratas debían reconocer la existencia indiscutible de los imperios coloniales... y presentar propuestas concretas para mejorar el tratamiento de los indígenas, el desarrollo de los recursos naturales y el aprovechamiento de estos recursos en beneficio de toda la raza humana. Preguntó a los contrarios al colonialismo si estaban realmente preparados, teniendo en cuenta la situación real, para prescindir de los recursos de las colonias, aunque sus pueblos los necesitasen mucho. Recordó que Bebel había dicho que nada era malo en el desarrollo colonial como tal y se refirió a los éxitos de los holandeses al conseguir mejoras en las condiciones de los indígenas".
Estos confortables socialistas europeos de 1907 no se apiadaban de los indígenas hasta el extremo de poner en peligro sus chalets con techo de pizarra, su buen licor de Guinea, sus chimeneas humeantes y sus gabanes peludos. Van Kol, con esa insinuante pregunta, persuadió a numerosos delegados de que, relamente "no podrían prescindir de los recursos naturales necesitados por sus pueblos".

Naturalmente Van Kol tenía sus propias ideas sobre la mejor manera de conquistar una colonia:
"Todas las fuerzas socialistas deben impedir la consumación de estos regímenes salvajes de conquista y procurar que si se hace colonización, se haga para dignificar hombres y no para atrofiar y envilecer los pueblos".
Excelente consejo. También el holandés se permitió agregar que en "circunstancias determinadas, la política colonial puede ser obra de civilización", aunque discretamente se reservó el describir tales afortunadas circunstancias para el socialismo. Concluyó su exposición señalando el porvenir:
"Hay muy pocos socialistas que se atreverían a afirmar que en el régimen socialista no serán necesarias las colonias, ¿Qué se hará de la superpoblación de Europa"? ..
El delegado alemán Eduard David no estuvo por debajo del holandés. Recordó al Congreso que "en un manifiesto electoral, el grupo socialista parlamentario ha declarado que los pueblos de civilización superior tienen el derecho y el deber de dar educación a los pueblos atrasados".
Desde el otro punto de vista este "socialista" añadió:
"La Europa tiene necesidad de colonias. No tiene, a pesar de todo, bastantes. Sin colonias seríamos asimilables, desde el punto de vista económico, a la China" .. Resultó espectacular el resultado de la votación, pues a pesar de tales opiniones el Congreso rechazó la moción colonialista por sólo 128 votos contra 108. La victoria, aunque por un margen estrecho, fue lograda por los votos de los países más atrasados, mientras que la moción colonialista, como cabía esperar, contó con el apoyo de los grandes partidos socialistas de Europa. Los rusos votaron, naturalmente, en contra.
El único partido de América del Sur representado en el Congreso de Stuttgart fue el Partido Socialista de la Argentina. De ahí que su voto fuera más representativo aún, pues dio su apoyo a la moción anticolonialista. ¿El partido del Dr. Juan B. Justo, notorio partidario de las expediciones civilizadoras al Africa y de la supremacía de la raza blanca? Esto sería realmente inexplicable si no fuese por el hecho de que el Dr. Justo y sus amigos no viajaron a Alemania aquel año. Dicho partido debió ser representado por su delegado permanente en la Oficina Socialista Internacional, Manuel Ugarte. Ugarte dio su voto, junto a Lenín, los polacos, los búlgaros, los servios, los españoles y otros, contra el descarado colonialismo de los partidos europeos. ¡Como para que resulte inexplicable el entierro histórico de Ugarte! Los suizos, cuyo socialismo se impartía en las escuelas de hotelería, expresaron su infinita moderación absteniéndose.
Educado en una actitud reverencial hacia la socialdemocracia alemana, Lenín advirtió estupefacto al cínico oportunismo de los grandes jefes de ese país. Al comentar los resultados del Congreso de Stuttgart escribía poco después:
"En este caso ha hecho acto de presencia un rasgo negativo del movimiento obrero europeo, rasgo que puede ocasionar no pocos daños a la causa del proletariado... el vasto poder colonial ha llevado en parte al proletariado europeo a una situación por la que no es su trabajo el que mantiene a toda la sociedad, sino el trabajo de los indígenas casi totalmente sojuzgados de las colonias. La burguesía inglesa, por ejemplo, obtiene más ingresos de los centenares de millones de habitantes de la India y de otras colonias suyas que de los obreros ingleses. Tales condiciones crean en ciertos países una base material, una base económica para contaminar de chovinismo colonial al proletariado de esos países".
Los mismos colonialistas de la II Internacional que proponían justificar desde el ángulo "socialista" la política colonial de sus Imperios fueron los más resueltos partidarios de la primera guerra imperialista.
Este tipo de debates disgustaba al fundador del socialismo cipayo en la Argentina. El Dr. Justo daría su juicio sobre el Congreso de Stuttgart años después en los siguientes términos:
"Las declaraciones socialistas internacionales sobre las colonias, salvo algunas frases sobre la suerte de los nativos, se han limitado a negaciones insinceras y estériles. No mencionan siquiera la libertad de comercio, que hubiera sido la mejor garantía para los nativos y reducido la cuestión colonial a lo que debía ser..." ..
El librecambismo como garantía para los indígenas esclavizados: he ahí al "maestro" del socialismo argentino en toda su sabiduría.
No hemos mencionado el nombre de Manuel Ugarte como delegado al Congreso Socialista de Stuttgart por azar. Mientras que el ruso Lenín se sorprendía ante el colonialismo de los delegados europeos, Ugarte no tenía motivos para mayores sorpresas. Los conocía muy bien, por sus frecuentes visitas a Europa y de primera mano estaba informado sobre los librecambistas argentinos. En todos sus libros estableció Ugarte una diferencia radical entre los países llamados civilizados, o sea las grandes potencias imperialistas y los países débiles, conocidos como coloniales o semi-coloniales. Esta misma distinción esencial había sido marcada por Lenín, mucho antes que los dirigentes rusos establecieran después de su muerte un antagonismo nuevo: el Estado socialista y el mundo capitalista.
Posteriormente, los chinos de la época de Mao-Tse-Tung coincidieron en clasificar los grandes dilemas de nuestra época en el enfrentamiento entre los países del Tercer Mundo y las potencias imperialistas, más bien que la lucha entre el Este y el Oeste.
Considerados los movimientos nacionales desde el punto de vista puramente económico (peligrosa reducción que es preciso manejar con prudencia), el contenido de los movimientos nacionales puede ser resumido de este modo:
"En todo el mundo, la época del triunfo definitivo del capitalismo sobre el feudalismo estuvo ligada a movimientos nacionales. La base económica de estos movimientos estriba en que, para la victoria completa de la producción mercantil, es necesario que territorios con población de un solo idioma adquieran cohesión estatal, quedando eliminados cuantos obstáculos se opongan al desarrollo de ese idioma y a su consolidación en la literatura. El idioma es el medio esencial de comunicación entre los hombres: la unidad del idioma y su libre desarrollo es una de las condiciones más importantes de una circulación mercantil realmente libre y amplia, que responda al capitalismo moderno; de una agrupación libre y amplia de la población en todas las diversas clases. Es por último, la condición de una estrecha ligazón del mercado con todo propietario, grande o pequeño, con todo vendedor y comprador" ..
Naciones oprimidas y naciones opresoras
Hemos dicho ya que en el siglo XIX la cuestión nacional se planteaba en los países rezagados de Europa -Alemania, Italia, Polonia, etc.-. Los movimientos nacionales en el siglo XX en cambio no se manifiestan en Europa sino fuera de ella, esto es, en los países coloniales y semicoloniales, donde aparecen no en virtud del desarrollo las fuerzas productivas internas sino por la crisis mundial del imperialismo que los oprime. En tales condiciones, los movimientos nacionales de los países atrasados ya no libran su lucha contra el feudalismo interno sino contra el imperialismo exterior, al que debilita en sus propios cimientos.
Para desmentir a aquéllos que confiaban en una progresiva "pacificación" y "ablandamiento" del imperialismo a causa de la prosperidad adquirida después de 1945, sus rasgos agresivos y expansivos no han hecho más que aumentar. Las intervenciones norteamericanas en Cuba, Santo Domingo, Grenada y Nicaragua, la agresión militar inglesa en las Malvinas, del mismo modo que la intrusión yanqui en Corea y en Vietnam, para no olvidar el conflicto del Canal de Suez en 1956, demuestran categóricamente el carácter agresivo del imperialismo moderno.
Transformada la Unión Soviética en gran potencia de la era misilística, sus postulados de "internacionalismo proletario" no han podido ocultar la invasión militar a Hungría, Checoslovaquia y Afganistán, así como la presión militar y política sobre Polonia. Los conflictos fronterizos entre la URSS y China, que mantienen sobre las armas a centenares de miles de hombres, lo mismo que el estado de guerra casi permanente entre Vietnam y Camboya, constituyen la demostración más acabada que la conquista del poder y la creación de un Estado considerado a sí mismo como socialista, fundado en la propiedad estatal de los medios de producción, no ponen punto final a las aspiraciones nacionalistas y territoriales de cada una de dichas naciones.
Si la URSS ha llegado a ser un país imperialista, como afirman los chinos, es un tema que dejaremos para su tratamiento por los politicólogos o "marxólogos", si es que hay profesiones semejantes. De la historia contemporánea en todo caso, se desprende que mientras rusos y norteamericanos procuran un "equilibrio" que preserve su respectivo poder y áreas de influencia, para los pueblos del Tercer Mundo y de América Latina el objetivo supremo no es el equilibrio sino la ruptura del equilibrio. En ello radica su propia salvación.
Que dicha lucha está lejos de ser simple, racional y transparente, lo demuestra la serie de movimientos nacionales que irrumpen en el Tercer Mundo bajo los ropajes más diversos y muy lejos de la tipología política concebida por los europeos.
En nombre del Islam, bajo la conducción del Ayatollah Komeini, del "socialismo árabe" con el Coronel Kadhafi o del Ejército peruano con el General Velazco Alvarado, las viejas nociones sobre el carácter "revolucionario" de los movimientos nacionales y sociales han perdido todo valor. El propio concepto occidental de lo "progresivo" o "reaccionario", o de la "izquierda" o la "derecha" de idéntico origen exige su empleo con escrupuloso cuidado. 
Sobre las fuerzas reales en presencia y sus máscaras ideológicas León Trotsky ha escrito lo siguiente:
"El imperialismo sólo puede existir porque hay naciones atrasadas en nuestro planeta, países coloniales y semi-coloniales. La lucha de estos pueblos oprimidos por la unidad y la independencia nacional tiene un doble carácter progresivo, pues, por un lado, prepara condiciones favorables de desarrollo para su propio uso, y por otro, asesta rudos golpes al imperialismo. De donde se deduce, en parte, que en una guerra entre la república democrática imperialista civilizada y la monarquía bárbara y atrasada de un país colonial, los socialistas deben estar enteramente del lado del país oprimido, a pesar de ser monárquico, y en contra del país opresor, por muy "democrático" que sea.
Espontáneamente viene a la memoria la guerra de Malvinas. Fue un conflicto sostenido entre un gobierno militar de una dictadura en la Argentina semi-colonial contra un país imperialista gobernado democráticamente, como el Reino Unido. Sin embargo, como resultó notorio para toda América Latina, menos para gran parte de la "inteligencia" argentina, las "formas" políticas velaban el desnivel histórico-social de ambos países. Y del mismo modo que en el interior de una nación las fuerzas revolucionarias, nacionalistas o socialistas, apoyan siempre las aspiraciones de justicia de las mayorías obreras y populares contra las minorías oligárquicas, en escala internacional es su deber apoyar al país injustamente relegado contra las potencias que ejercen la injusticia a escala planetaria, cualesquiera sean transitoriamente los regímenes políticos de ambos países.
Por los textos reproducidos puede observarse que los teóricos y políticos rusos, habían comprendido los problemas de Oriente de un modo penetrante. Sus sucesores en la Unión Soviética poco han ahondado en la materia. Sus intereses de gran potencia les sugiere una conducta básicamente dirigida a presentar tal condición. Así como el librecambismo es una doctrina imperialista para la exportación, para la Unión Soviética el artículo de exportación es el "socialismo internacionalista" pero el nacionalismo gran ruso su metro de oro.
Que la democracia formal no es el elemento para valorar los movimientos nacionales sino que para juzgarlos se impone estudiar las consecuencias prácticas derivadas de su lucha contra el imperialismo; y de que el mundo moderno presencia la oposición mundial entre países opresores y países oprimidos, tales son las tesis principales del debate en el socialismo europeo y asiático del período mencionado. Se comprende que la Internacional Socialista y los socialdemócratas de hoy rehusen aceptar tesis semejantes que ya habían rechazado sus antecesores de la II Internacional. Eso significaría condenarse a sí mismos y a la propia Europa "socialista" donde asientan su poder.
Consecuencias en América Latina del desconocimiento de sus problemas por los teóricos marxistas-leninistas
En los 40 volúmenes de sus Obras Completas, Lenín sólo alude tres veces a la América del Sur, seis veces a la Argentina, cuatro al Brasil, cuatro a México y en una sola oportunidad se refiere a Chile. Se trata, por lo demás, de alusiones incidentales, muchas veces incluídas en una mención estadística. A los restantes Estados de América Latina no los menciona jamás. En un artículo escrito en 1916, dice: "No vamos a "sostener" la comedia de la república en algún principado de Mónaco o bien las aventuras "republicanas" de los "generales" en los pequeños países de la América del Sur o en alguna isla del Océano Pacífico, pero de esto no se deduce que sea permitido olvidar la consigna de la república para los movimientos democráticos y socialistas".
En las discusiones de los primeros Congresos de la Internacional Comunista, América Latina fue omitida por completo. El Presidente de la Internacional, Gregori Zinoviev, en el V Congreso de 1924 dijo en su discurso: "Poco o nada sabemos de la América Latina".

El delegado por México era un escritor norteamericano, Bertram Wolfe, quien protestó por esa ignorancia. Zinoviev contestó: "Es que no se nos informa" ..
Antes de radicarse en México, donde formuló juicios notables sobre la revolución latinoamericana, León Trotsky tampoco tenía conocimientos serios sobre América Latina. En su Historia de la Revolución Rusa escribía: "Las revoluciones crónicas de las repúblicas sudamericanas nada tienen de común con la revolución permanente; en cierto sentido, constituyen su antítesis".
¡En América Latina había tenido lugar la revolución mejicana! Sandino combatía con las armas en la mano contra las tropas yanquis, la Columna Prestes marchaba a través de todo el Brasil, el movimiento nacional yrigoyenista llevaba al poder a la pequeña burguesía nacionalista, pero los notables teóricos y jefes de la Revolución Rusa "carecían de información".
La impenetrabilidad de la teoría marxista en América Latina no sólo derivaba de la indiferencia hacia ésta de las grandes figuras euro-asiáticas del socialismo. La propia doctrina se oponía a "americanizarse". Pues lo que conocemos como "doctrina marxista" nunca fue concebida como tal por Marx, quien solamente se consagró a pensar y escribir sobre multitud de las más variadas cuestiones sin remontarse jamás a sistema alguno. La inmediata posteridad tomó a su cargo formular una especie de "codificación" de sus ideas pero enseguida la familia se dividió en múltiples y antagónicos herederos. Lo esencial del pensamiento marxista, no obstante, que permanece inmutable en sus diversos intérpretes, salvo en la "práctica" de Lenín y de Mao, es su universalidad y su internacionalismo. De este modo entró la "doctrina marxista" en América Latina, que sufría de universalidad y de internacionalismo hasta el martirio, pues había sido despedazada en su integridad nacional e incorporada al mercado mundial del imperialismo. A fin de que esa "doctrina marxista", fuese útil, había que destruírla y reutilizarla en sus elementos vivientes para volver reconocible a la realidad latinoamericana. Es lo que habían hecho Lenín en Rusia y Mao en China. Pero constituía una tarea excesiva para los hombros frágiles de los partidos comunistas latinoamericanos, que rendían culto ritual a los rusos y a los chinos y repetían como loros barranqueros a ambos, sin entender a ninguno de los dos y mucho menos a la América Criolla.
Excepción hecha de Haya de la Torre y de José Carlos Mariátegui, ninguno de los partidos comunistas latinoamericanos pudo brindar una generalización teórica y creaciones originales a las grandes experiencias revolucionaria latinoamericanas.
La prensa imperialista europea había sometido a su burla despiadada las "crónicas revoluciones sudamericanas", producto directo de la "balcanización" impuesta y usufructuada por esas mismas potencias. La información de los revolucionarios de Europa debía nutrirse, a falta de otras más responsables, de esas fuentes contaminadas.
Pues los problemas de la revolución latinoamericana, en definitiva, debían ser estudiados y resueltos por los propios latinoamericanos. Al fin y al cabo, eso mismo había ocurrido en todas las revoluciones.
Si cada revolución es "peculiar" y "excepcional", en los países semicoloniales se cruzan diversos niveles técnicos y edades históricas de sorprendente antagonismo; esta combinación de atraso y progreso, de industria y barbarie produce fenómenos sociales y políticos determinantes de la acción política y de sus grandes fines. Aún dentro de la América Latina balcanizada dichos niveles revelan diferencias muy acusadas que exigen múltiples métodos políticos de acción revolucionaria.
Las Repúblicas Quechua y Aymara
Cuando el proceso conservador de la Unión Soviética afectó el funcionamiento de la Internacional Comunista, se manifestaron en América Latina los cambios producidos en la dirección latinoamericana del comunismo. Si Lenín y Zinoviev confesaban que nada sabían de América Latina, Stalin pretendía saberlo todo. La situación empeoró, como era de esperar.
Se inició la edad "stalinista". De las vaguedades y abstracciones de los inexpertos comunistas latinoamericanos magnetizados por los primeros años de la Revolución rusa, se pasó a la aplicación de fórmulas resecas extraídas de Moscú y aplicadas implacablemente a la realidad de América Latina. De este modo, el stalinismo del Perú pudo proclamar en 1931, la teoría de separar a ese país en dos Repúblicas, una quechua y otra aymará.

El Partido Comunista de la Argentina, al registrar la presencia de miles de chacareros italianos en Santa Fe, que todavía hablaban piamontés y de chacareros judíos en las colonias de Entre Ríos, declaraba que dichas "minorías nacionales" estaban oprimidas por la "nacionalidad argentina dominante" y afirmaban el derecho de los colonos italianos y judíos a "la autodeterminación nacional", y a la creación de Estados autónomos. En Bolivia uno de los últimos fragmentos separados del virreinato del Río de la Plata, y que simbolizaba el fracaso del Libertador para unificar América Latina, debía aparecer todavía otra teoría de la balcanización llevada esta vez al delirio mismo.
Un teórico del stalinismo boliviano, Jorge Obando, realizó un examen de la estructura "nacional" de Bolivia y descubrió que esta República, compuesta por las viejas provincias altoperuanas del virreynato del Río de la Plata, que la oligarquía porteña lanzó a una autonomía suicida y a la que Chile en la guerra del Pacífico arrebató su salida al mar, además del territorio de Antofagasta, sería un "Estado Multinacional", opresor de decenas de nacionalidades.
La "Nacionalidad boliviana dominante", oprimiría a 34 nacionalidades, tribus y esquirlas etnográficas "subyugados" por aquélla. Dice el señor Obando:"Si Bolivia es un Estado multinacional, ¿Qué naciones, nacionalidades, tribus y grupos etnográficos entran en su composición? Nosotros consideramos que Bolivia está constituída por: una nación: bolivianos; cinco nacionalidades principales: aymarás, quechuas, chiquitos, moxos, chiriguanos; ocho nacionalidades pequeñas: chapacuras, itonamas, canichanas, movimas, cayuvavas, pacaguaras, iténez, guarayos; varias tribus y grupos etnográficos: chipayas, urus, yuracarés, mocetenes, tacanas, maropas, apolistas, tobas, mataguayos, abipones, lenguas, samucos, saravecas, otuques, curuminacas, covarecas, curavés, tapiis, curucanecas, paiconecas y sirionós" ..
El General Belgrano, apoyado por el General San Martín, proponía en 1816 el establecimiento de una monarquía incaica para la América en emancipación. La tesis monárquica perseguía el objetivo de contar para la revolución con las grandes masas del extingido imperio incaico y de facilitar un grado tal de centralización política que volviera imposible la dispersión de los nuevos Estados.
Si hubiera triunfado esta tesis, quizás el quechua con el español habrían sido las lenguas dominantes de la América criolla, unida e independiente, quizás con una tercera, la que hablaban los mexicas. Grandes naciones, como Canadá, son bilingües, y Estados prósperos como Suiza son cuatrilingües, para no hablar de la Unión Soviética, donde se hablan y se escriben decenas de lenguas.
En ese caso, no habría sido imposible un marquesado incaico para el señor Obando y la posibilidad de que Stalin no hubiera entrado jamás en la vida del Marqués. Pero no pudo ser.
Aquejado de grave rusificación, Obando ha degradado la cuestión nacional latinoamericana a la condición de pura etnografía. Esta reivindicación abstracta de los derechos indígenas -de que no goza Bolivia en su conjunto- tiende a erigir a las diversas etnias en factores independientes del destino de Bolivia y de América Latina.
La tradicional resistencia de los aymarás y quechuas a emplear la lengua castellana no es solo psicológica (por tratarse de la lengua de los antiguos dominadores) sino que ante todo reconoce una causa social, económica y cultural. La segregación del campesino indígena de la economía moderna, la subsistencia del régimen del "pongueaje", su reclusión en la economía natural, su secular separación de la ciudad monetaria y del mundo mercantil eran las causas que fijaban a las lenguas tradicionales al segregado y explotado campesino quechua o aymará.
Ya Mariátegui había identificado indio con campesino y había situado el problema en su verdadero terreno al transferir la cuestión racial a la cuestión agraria. Bastó el triunfo de la revolución nacionalista de 1953 y la resolución elemental de la cuestión mediante la distribución de la tierra entre los campesinos para ampliar la influencia lingüística española en Bolivia. La necesidad de comerciar los excedentes en las ciudades y el descubrimiento conmovedor de su libertad personal, así como de su inédito poder de compra, impulsó a centenares de miles de campesinos propietarios a aprender el castellano. Las escuelas en las zonas rurales prepararon desde entonces a las nuevas generaciones en el empleo de la lengua nacional de América Latina, junto al portugués.
En el caso que nos ocupa, sólo al imperialismo disgregador, cuyas predilecciones "indigenistas" son bien conocidas, así como su sutil campaña anticatólica y antihispánica, puede beneficiar la tendencia a multiplicar los grupos nacionales o lingüísticos o, mejor aún, los nuevos Estados, en una América Criolla fragmentada desde la muerte de Bolívar y cuya última República de Panamá, en 1903, resultó una invención del imperialismo yanqui para construir el Canal de Panamá contra la oposición del Senado de Colombia, país del que Panamá era su provincia norteña.
Bien es cierto que el enunciado de Mariátegui era algo simple y que el título de propiedad de su predio no trasformaba de un día para el otro a los melancólicos y humillados hijos de Atahualpa en "farmers" del Medio Oeste norteamericano. Pesaba sobre ellos un doloroso fardo de siglos y la mirada hostil de una cultura diferente.
Después de la acción del imperialismo disgregador, correspondería al stalinismo rusificante realizar un esfuerzo regresivo de la clase a la raza, de la Nación latinoamericana al Estado Boliviano y del Estado Boliviano al Estado Multinacional (o pluri-tribal). Esta grotesca y a la vez trágica teoría, precisamente por su pueril exageración, permite inundar de luz el debate y apreciar sus verdaderas proporciones.
El Insularismo stalinista
Una teoría fragmentadora de índole indigenista como la propuesta por el autor citado sólo tiende a debilitar el vínculo idiomático esencial para la formación del mercado y la Nación latinoamericana. Si al imperialismo le bastaba con las 20 repúblicas, al stalinismo ya no le parecían suficientes; las repúblicas indígenas operarían maravillas. Esta versión burlesca de la cuestión nacional en Perú, Bolivia y Argentina era la manifestación no sólo del servilismo político de la era de Stalin, sino la degradación sin paralelos del pensamiento marxista en América Latina.

Como Stalin había escrito un libro sobre la cuestión nacional (en Rusia) en el que describía las diversas nacionalidades que la Unión Soviética había heredado del zarismo y se exponían las tesis de Lenín sobre el derecho a separarse de dichas nacionalidades oprimidas, los stalinistas latinoamericanos, ni cortos ni perezosos, aplicaron con indudable energía ese mismo criterio, formulado en un Imperio multinacional opresor de múltiples nacionalidades, a las condiciones de una gran nación semicolonial fragmentada en veinte Estados .. Pretendieron multiplicar la balcanización mediante la creación de nuevos Estados, por más fantásticos que fueran .
Otros "teóricos", como Rodney Arismendi, del Partido Comunista del Uruguay, pasaban de la etnografía a la geografía y consideraban a la revolución latinoamericana no como el fruto de una necesidad histórico-social, sino como un hecho geográfico: la revolución latinoamericana es "una revolución continental" y su "unidad esencial está determinada, en primer término, por el hecho de quién es el principal enemigo: el imperialismo norteamericano".
En otras palabras, sólo por el imperialismo yanqui existe la revolución latinoamericana. Esto es rigurosamente falso. Su "unidad esencial" ya existía en tiempo de Bolívar, cuando la nación latinoamericana luchaba por su existencia en la época de la hegemonía inglesa. La "unidad esencial" de la revolución latinoamericana no procede de un enemigo exterior, por principal que sea, sino de la íntima exigencia de 600 millones de latinoamericanos para emerger de la miseria y la humillación. Para el stalinismo extranjerizante toda acción histórica debe obedecer siempre al "factor externo". En este juicio, vemos al diligente comisionista sirviendo a la diplomacia soviética.
Pero al mismo tiempo, dicho stalinista no ha leído a Stalin sino en los "misales" de la época, pues no encuentra en América Latina el menor rasgo "nacional". Por el contrario, se refiere pluralmente a "los procesos nacionales" de sus Estados, exactamente igual que los imperialistas. Como lógico corolario, el confortable diputado del Uruguay se pronuncia "contra las utopías pequeño burguesas que parlotean acerca de una unidad o confederación latinoamericana en el marco de las actuales estructuras" pero Arismendi no se pronuncia a favor de esa unidad ni siquiera en el futuro socialista .. ¡Muy curioso el insularismo stalinista! Las grandes potencias no podrían objetarlo.
Obando, el ya mencionado stalinista tribal, coincide con el orondo burócrata uruguayo de este modo:"Existe, por ejemplo, la teoría que sustenta que no hay diferencias nacionales entre los pueblos de América Latina, que todos constituyen una sola nación... precisa ser denunciada como la variante latinoamericana con que el imperialismo yanqui tiende a extirpar el patriotismo de nuestros pueblos. Es una variante del consmopolitismo que tiende a negar la existencia de las naciones, las nacionalidades y tribus de América Latina... Esta teoría es un emparedado de nacionalismo, cosmopolitismo, trotskysmo y franquismo muy a gusto de Washington".
Para quien ha descubierto que Bolivia no es un Estado sino en realidad 34 naciones, la evidencia de que América Latina es una Nación debe resultarle una horrible pesadilla. La idea de que al imperialismo debe seducirle la unidad de los pueblos latinoamericanos, con el multuplicado poder económico y político que ese hecho supone, es una idea, entre cochabambina y siberiana, cuya paternidad exclusiva debe reclamar el Sr. Obando.
Para comprender el triste destino del marxismo en América Latina y el Tercer Mundo, fuera de las curiosidades etnográficas de Obando que acabamos de describir, convendría recordar que la dictadura del General Batista contó con la colaboración de los comunistas cubanos durante la segunda guerra mundial, en las personas de los intelectuales stalinistas Juan Marinello y Carlos Rafael Rodríguez, Ministros del dictador. Rodríguez es el actual Vice Presidente de Cuba. En la Argentina, Vittorio Codovilla, Jefe del Partido Comunista, con el apoyo activo del Embajador norteamericano Spruillie Braden, contribuyó a forjar la Unión Democrática que enfrentó al Coronel Perón en las elecciones de 1946. Ese mismo año, los stalinistas de Bolivia, bajo la protección de la Embajada norteamericana en La Paz y las felicitaciones de Pablo Neruda, intervenían en el derrocamiento del gobierno revolucionario del Mayor Gualberto Villarroel, organizador de los mineros y de los indios, ahorcado por la "turba democrática" en un farol de la Plaza Murillo, frente a la Casa de Gobierno. En 1944, en un acto realizado en Managua para apoyar al dictador Somoza se fundaba el Partido comunista de Nicaragua. En toda América Latina, los partidos comunistas predicaban la ruptura de relaciones con Alemania y la participación militar en la guerra mundial junto a las "democracias".
En la India, por la misma época, el dirigente comunista inglés Palme Dutt, "experto en asuntos hindúes", calificaba a Gandhi "genio pacifista del mal de la política india". Al mismo tiempo que Gandhi, Nehru y los dirigentes nacionalistas eran encarcelados por los ingleses en 1942 o pasaban a la clandestinidad, los militantes comunistas eran entrenados como fuerza voluntaria por la oficialidad británica para actuar en la segunda guerra mundial. El Secretario del Partido Comunista de la India denunciaba las huelgas obreras. Al día siguiente de la independencia, en 1947, los comunistas dirigieron una revuelta campesina armada contra el gobierno hindú, que acababa de conquistar la independencia nacional. En 1948 el Nizam de Haiderabad levantó la prohibición que pesaba sobre el Partido Comunista para utilizarlo contra el Congreso Nacionalista. Lo mismo ocurrió en Indonesia, donde los comunistas fueron manipulados por los colonialistas holandeses para debilitar el movimiento nacionalista. La lista de las aberraciones "antinacionalistas", de los comunistas y de sus alianzas con el imperialismo, antes y después de la segunda guerra mundial, sería interminable. Preferimos limitarnos a los ejemplos ya citados.
Vindicación de Bolívar
Lo que no podía entender este género de teóricos que fundaba sus especulaciones sobre los textos de la Academia de Ciencias de la U.R.S.S., es que si en la Rusia zarista, "cárcel de pueblos", la esencia de la política nacional del proletariado era el "derecho a separarse", en América Latina la médula de la posición marxista en la cuestión nacional consiste en el "derecho a unirse".

Para existir como naciones normales, los pueblos atados al yugo autocrático debían separarse de ese yugo que les impedía el desarrollo económico y cultural; para obtener los mismos fines, por el contrario, los pueblos de América Latina deben federarse. El enemigo de los pueblos alógenos de la Rusia zarista era la autocracia, que ejercía su poder reuniéndolos en su puño; el enemigo fundamental de los pueblos latinoamericanos es el imperialismo, que mantiene su control económico directo y su dominio político indirecto fundado en la separación de las partes constituyentes de la nación latinoamericana. Si la creación de una industria pesada en la Argentina resultó muy difícil, sea por los límites del mercado, por las dificultades de la comercialización en las condiciones del mercado mundial competitivo, o por la escasez de capitales, conviene imaginar qué tipo de industria pesada podría construirse aisladamente en Cuba, en Honduras, en El Salvador o en el Ecuador, para dar sólo algunos pocos ejemplos, y de qué manera, a menos que Ecuador sea condenado eternamente a plantar bananas, podrían los Estados latinoamericanos por sí mismos escapar al flagelo del monocultivo como no fuera por una unidad económica y una planificación nacional de todos sus recursos.
Ni desde el punto de vista del capitalismo, ni desde la perspectiva del socialismo puede concebirse un desarrollo aislado de las fuerzas productivas en cada uno de los 20 Estados.
Uno de los fenómenos habituales del "izquierdismo cipayo" de América Latina, consiste en su manifiesta perplejidad ante la unidad latinoamericana: ¿Se trataría de federar a los Estados después de hacer la revolución en cada uno de ellos o antes? ¿La lucha por la unidad de América Latina supone la postergación de la lucha por la revolución en cada uno de los Estados balcanizados?. Basta plantearse estos insensatos interrogantes para comprender cómo responderlos.
El triunfo revolucionario en la Isla de Cuba (¡en una isla!) implicó inmediatamente la necesidad de romper la soledad insular del pueblo cubano. Todas las esperanzas de los cubanos se depositaron en un rápido triunfo revolucionario en Venezuela. Es completamente natural que esta espontánea actitud se fundara en la evidencia: si la revolución triunfaba en Venezuela o en Centroamérica, se impondría una planificación conjunta de sus economías con la de Cuba, quizás una moneda común, una política aduanera semejante, probablemente una federación política a corto plazo. Este acercamiento no tendría un carácter supranacional, como el Mercado Común Europeo, constituído por antiguas naciones de lengua e historia diferentes, sino esencialmente nacional, integrado por partes separadas de un mismo pueblo y que solamente unidas pueden alcanzar rápidamente las diversas etapas del crecimeinto económico. La lucha se entabla, como es natural, en los cauces inmediatos creados por la balcanización; pero esa lucha debe tener una meta: la unidad, federación o confederación de los pueblos de habla hispano-portuguesa. Esto no excluye el Estado de Haití, cuyo francés es menos importante que su "créole", hablado por el pueblo y que vincula a los haitianos a la patria común, para no referirnos a los derechos históricos que corresponden a Haití gracias al papel desempeñado por Alexandre Pétion en la independencia de América.
De otro modo, la lucha por la creación de 20 Estados "socialistas" de América Latina supondría la inauguración de la "miseria marxista" o el establecimiento de algún "tutor" (Brasil o Argentina) rodeado de una nube de pequeños Estados enclenques.
Pero esta unión no será el fruto de los razonadores estériles de la diplomacia, de los técnicos híbridos que semejan "cuchillos sin hoja", ni de las conferencias incesantes de la CEPAL, que sólo ha logrado el autodesarrollo de los bien remunerados desarrollistas, sino el resultado de la revolución triunfante. La unidad de América Latina llega demasiado tarde a la historia del mundo como para que sea el coronamiento del desenvolvimiento automático de las fuerzas productivas de su anémico capitalismo.
La categórica necesidad de esa unión se abre paso aún a través de los gobiernos más reaccionarios: la Cuenca del Plata, las grandes represas que intercomunican al Brasil, Uruguay, Paraguay y la Argentina, el Pacto Andino, la crónicamente postergada canalización del Bermejo, la conexión de las Cuencas del Orinoco, el Amazonas y el Plata, el Mercado Común Latinoamericano y la moneda común, no podrán ser detenidas por fuerza alguna. La coincidencia y la unidad política de los Estados permitirán el pleno despliegue de los grandes proyectos que permitan a la América Criolla desenvolver el formidable emporio físico que descubrió Alejandro de Humboldt. Pero esa unidad política pasa por el meridiano de la revolución nacional latinoamericana.