Los pródromos de la revolución alemana (1917-1918) y Richard Müller

Charles-André Udry
Publicado el 7 de septiembre de 2017
Inauguración del Congreso de los Consejos Obreros y de los Soldados en noviembre de 1918, con discurso introductorio de Richard Müller (1880-1943)
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A mediados del año 1916, Richard Müller, dirigente sindical de los metalúrgicos de Berlín, sostenía –en una coyuntura sociopolítica cuyos principales problemas se habían manifestado con motivo de la conferencia de militantes sindicalistas de empresa en abril de 1915– una posición que él mismo resumía sí: “No queremos y no podemos discutir de lo que sucede en el exterior [la guerra, la política militar del poder, las medidas represivas]”, sino que había que dar prioridad a lo que ocurría en el interior de las empresas. De este modo, Müller reflejaba la división “clásica” entre la “acción económica”, reservada a los sindicatos, y la “acción política”, que correspondía a la socialdemocracia.

De todos modos, Müller –una figura emblemática de aquellas “personas de confianza” (Obleute) sindicales en las empresas– se pronunció en contra de la supresión del derecho de huelga y a favor de una oposición a la Unión Sagrada: la célebre Burgfrieden (paz interior) que impuso, a partir del 2 de agosto de 1914, el lema de que “ya no hay partidos, solo hay alemanes”, consigna compartida por la gran mayoría de los diputados socialdemócratas en el Reichstag. Aquella posición de 1915 y 1916, ampliamente difundida en un breve opúsculo, solamente abordaba la cuestión de la guerra desde el punto de vista de sus repercusiones económicas (salarios, organización del trabajo en el marco de la producción para la guerra). Müller pensaba, como muchos otros militantes combativos, que la guerra sería corta.

Richard Müller gozaba de gran prestigio entre los trabajadores del metal de Berlín, lo cual reflejaba, desde comienzos de 1916, la oposición efectiva, por parte de sectores muy amplios, a la Burgfrieden, a la supresión del derecho de huelga y a los métodos de producción de tipo taylorista (asociados a la producción para la guerra). En el congreso de marzo de 1916 del sindicato del metal (DMV, Deutscher Metallarbeiter-Verband) de la región de Berlín, le propusieron asumir la dirección en sustitución de Adolf Cohen. Esto era fruto de su actividad militante y de sus intervenciones, que estaban en sintonía con un sentimiento análogo entre los metalúrgicos. Pese a ello, Müller rechazó la oferta, no solo porque pensara que este cargo (y teniendo en cuenta sus posiciones) lo convertiría en un objetivo más fácil para la represión estatal y militar, sino también porque mantenía cierta confianza, incluso en aquel momento, en los dirigentes de los aparatos sindicales. En 1919, en uno de sus artículos, señala que entonces (en 1916) pensaba que estos aparatos seguirían desempeñando un “papel favorable en la defensa del proletariado”. Más tarde reconocería que fue un error permitir la reelección de Cohen. En efecto, este último no obtuvo más que un tercio de los votos, mientras que dos tercios de los delegados se abstuvieron.

En relación con este cambio de orientación política podemos remitirnos a su libro publicado en 1924: Vom Kaiserreich zur Republik: ein Beitrag zur Geschichte der revolutionären Arbeiterbewegung während des Weltkrieges (Del imperio a la república: contribución a la historia del movimiento obrero revolucionario durante la guerra mundial). En efecto, aquel error hizo que hubiera que estructurar la oposición muy al margen del DMV, mientras que en marzo de 1916 habría sido posible hacerse con la dirección del sindicato sobre una base sólida, lo que podría haber cambiado la situación sindical y política en 1917-1918.

También hay que recordar que desde 1905 el movimiento obrero alemán venía debatiendo la cuestión de la huelga de masas activa, a raíz de la revolución rusa de 1905. El escrito de Rosa Luxemburg “Huelga de masas, partido y sindicatos” es su expresión más clara. En aquel entonces, ni siquiera Eduard Bernstein se oponía, sino que la concebía como “medio de defensa” frente a “un ataque brutal”.

Fue en un contexto en que se materializó toda la rudeza de los efectos socioeconómicos de la guerra cuando, a partir de junio de 1916, y después en abril de 1917 y enero de 1918, estallaron huelgas combativas. Resulta útil destacar su novedad con respecto a temas que no repiten los del pasado, al menos en los aspectos principales. Ya no se trata de huelgas para obtener el sufragio universal, como en 1906 en Bélgica, sino de huelgas que acaban planteando la cuestión del poder político y del lugar que ocupan los consejos obreros (Räte) en este proceso. Esto es lo que se desprende del escrito de Müller que reproducimos a continuación: “La segunda huelga política de masas”. El autor analizó este proceso en su obra Eine Geschichte der Novemberrevolution (Una historia de la Revolución de Noviembre), publicada en 1924/1925. El texto reproducido forma parte del capítulo 14 de este escrito. No tener en cuenta que estos acontecimientos y su elaboración, su sincronicidad con lo que estaba ocurriendo en Rusia y la reflexión que suscitaban entre los militantes obreros alemanes, y la idea de hablar de “nuestra revolución rusa”, reflejan un ligero estrabismo político e histórico.

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Alemania

La segunda huelga política de masas

Richard Müller

En enero de 1917, en algunas ciudades hubo que reducir la ración de patatas de diez a tres libras. (…) La irritación en las fábricas era enorme. Lo que no logró el hambre lo favorecieron los patronos con sus medidas brutales en materia salarial y del proceso de trabajo, sobre todo después de que la nueva ley sobre el servicio laboral auxiliar les dejaba las manos libres y les otorgaba protección. [En junio de 1916 había tenido lugar una primera huelga política en protesta por la detención de Karl Liebknecht el 1º de mayo de 1916 raíz de un inflamado discurso contra la guerra. Una huelga cuyo tema era la reivindicación de la paz. Red.]

El 15 de febrero, (…) el gobierno tuvo que anunciar a través de la prensa la reducción de la ración de pan en un 25 % a partir del 16 de abril. (…) Las masas obreras estaban tan enardecidas que bastaba una pequeña chispa para desencadenar una acción. En los barrios obreros de Berlín ya habían sido saqueadas algunas panaderías y carnicerías.

A esta situación económica se sumaron acontecimientos políticos que tuvieron graves repercusiones para las masas obreras. El Reichstag había aprobado la guerra submarina. (…) Los trabajadores querían la paz. A su juicio, este tipo de guerra no haría sino incrementar el número de enemigos de Alemania y prolongar la contienda.

Las noticias de Rusia también se seguían con mucha atención. Cuando en marzo llegaron las primeras informaciones sobre combates callejeros en Petrogrado y poco después se anunció la revolución y la caída del zar, los obreros abrigaron nuevas esperanzas. En círculos muy amplios se tomó conciencia de que esta era también la única salida para la clase obrera.

La dirección berlinesa de los delegados de fábrica revolucionarios observaba muy de cerca el movimiento dentro de las fábricas. Las bases urgían y conminaban a la dirección a que diera la señal para la huelga. Sin embargo, la dirección era consciente de que un lucha en aquellas condiciones no podía limitarse a una huelga de protesta de 24 horas, de que la lucha también movilizaría plenamente a las fuerzas hostiles y de que no iba a concluir con una victoria, sino que no podía ser más que una etapa hacia nuevos y violentos combates. (…)

En esta lucha también hacía falta neutralizar la oposición de los dirigentes sindicales. Aunque estos habían perdido en buena medida la capacidad de influir en las masas y los cuadros sindicales, los decenios de experiencia práctica en la lucha de masas sindical les habían enseñado a manejar también las situaciones críticas. (…)

Los dirigentes sindicales se percataron de que ya no era posible frenar el movimiento. Había que abrir un válvula de escape a la presión acumulda. Convocaron conferencias y asambleas en las que los trabajadores pudieran manifiestar su descontento. Antaño esto a menudo les había bastado, pero ahora y no era suficiente. Tampoco desconocían la actividad de los delegados revolucionarios en las fábricas y no tuvieron más remedio que hacer de tripas corazón.

La dirección de los delegados revolucionarios había comprendido perfectamente las intenciones de los dirigentes sindicales. Si se pretendía que el movimiento tuviera repercusiones políticas y se trataba de desbaratar el juego de la dirección sindical, había que retar, antes de la huelga, a los dirigentes sindicales a un debate público, a fin de que las masas vieran claramente cuál debía ser el objetivo de la huelga.

Una ocasión propicia fue la asamblea general de los metalúrgicos de Berlín, que estaba convocada para el 15 de abril. En ella estaban representadas todas las empresas. Pese a que en el orden del día figuraban otras cuestiones, no hubo dificultades para cambiarlo. Se trataba de analizar la situación económica dentro de su contexto político, de formular determinadas reivindicaciones políticas y de decidir la huelga. Una huelga política masiva, proclamada por la instancia suprema del principal sindicato local, tenía que adquirir por fuerza una dimensión colosal e influir de modo muy importante no solo en el gobierno y la burguesía, sino también en el conjunto del movimiento obrero.

Dos días antes de la asamblea general, Richard Müller fue detenido y trasladado a un campamento militar en Jüterborg. Los dirigentes sindicales sabían que Müller dirigía el movimiento y temían su influencia. Ahora que estaba neutralizado, Adolf Cohen, el apoderado de la oficina administrativa, pudo circunscribir toda la movilización al terreno exclusivamente económico. No logró impedir que se convocara la huelga, porque esta la habían decidido previamente los delegados revolucionarios, pero carecía de contenido político, y esto fue lo más grave. Los huelguistas no eran conscientes del trasfondo político de su acción y no formularon reivindicaciones políticas. Aceptaron las propuestas de Cohen, en particular la elección de una comisión encargada de negociar con las autoridades la mejora del suministro de alimentos para los trabajadores.

Cuando la asamblea general se enteró de la detención de Richard Müller, exigió su puesta en libertad y quiso mantener la huelga hasta que se cumpliera esta reivindicación. Cohen trató en vano de quitar hierro a esta exigencia, pero consiguió evitar el peligro utilizando todos los medios de su larga experiencia para que al final de la asamblea se votara una resolución por la que la asamblea general se desentendía de la dirección de la huelga y traspasaba sus poderes de decisión a una conferencia de delegados propuesta por Cohen. Adolf Cohen había ganado la partida.

La huelga adquirió proporciones inusitadas. Según el sindicato metalúrgico, afectó a 300 empresas y el número de huelguistas registrados superó los 200 000. La experiencia dice que una parte de los huelguistas no se registran, por lo que no es exagerado cifrar el total en 300 000 huelguistas. Hubo manifestaciones en las calles y la policía se retrajo, de modo que no se produjeron incidentes serios.

En la tarde del primer día de huelga, la comisión informó de las negociaciones con el comisionado del gobierno para el avituallamiento de la población. El comisionado había afirmado que el avituallamiento estaba garantizado y que en las semanas siguientes habría mucha más carne, pan y patatas. También estaba de acuerdo con que la conferencia de delegados nombrara una comisión permanente encargada de asistir al alcalde de Berlín, y él mismo se había declarado dispuesto a prestarle oído y mantenerla al corriente de los acontecimientos.

La conferencia de delegados se mostró al principio muy indignada por los escasos resultados de la negociación, pero Cohen consiguió presentarlos bajo una luz tan positiva que al final estuvo de acuerdo. Tal como reclamó Cohen, había que poner fin a la huelga, pero la asamblea general había exigido la liberación de Richard Müller. La conferencia de delegados no podía ignorar esta reivindicación, y pese a todos los esfuerzos de Cohen, decidió mantener la huelga.

Al día siguiente, la comisión rindió cuentas de la negociación con el alto mando del ejército. Le habían informado de que se revisaría la llamada a filas de Müller y de que “si desde el punto de vista del interés del reemplazo del ejército resultara posible declarar su exención del servicio militar”, esta podía aceptarse previa reclamación de una fábrica integrada en la industria de guerra. El mando había añadido que si se ponía fin de inmediato a la huelga, no llamarían a filas a nadie con motivo de la huelga.

En su informe, la comisión presentó el resultado de la negociación con el mando militar con tintes mucho más favorables que lo que era en realidad. A pesar de ello, en la conferencia de delegados hubo una fuerte oposición, que exigió que se mantuviera la huelga. En las fábricas, el informe sobre las promesas relativas al avituallamiento de la población había provocado gran indignación. Además, los dirigentes del USPD (Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania) y de la Liga Espartaco habían difundido en toda una serie de empresas la plataforma de reivindicaciones políticas de los obreros de Leipzig (véase más abajo). A pesar de todo, Cohen logró que la conferencia votara por un exigua mayoría la suspensión de la huelga.

En la mayoría de las empresas se reanudó el trabajo al día siguiente. En varias grandes fábricas, como las de la Deutsche Waffen-und-Munitionsfabrik (Fábrica Alemana de Armas y Municiones), se mantuvo la huelga con ánimo de imponer las reivindicaciones políticas de los obreros de Leipzig. En ellas, el movimiento adquirió tintes revolucionarios, englobando a unos 50 000 trabajadores. En las empresas que habían aceptado la decisión de la conferencia de delegados, el número de huelguistas descontentos con la suspensión de la huelga también era considerable. Si el movimiento se detuvo a mitad de camino, solo fue porque Adolf Cohen había logrado que la asamblea general desistiera de la dirección de la huelga y había conseguido neturalizarla. La furia de los trabajadores se volvió por tanto también contra los dirigentes sindicales, como se puso de manifiesto con fuerza en reuniones y panfletos (véase más abjo). Algunos días después, las empresas que seguían en huelga tuvieron que reanudar el trabajo. Las fábricas de la Deutsche Waffen-und-Munitionsfabrik fueron sometidas a control militar. (…)

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Las reivindicaciones de los huelguistas de Leipzig habían adoptado un tono claramente más político. Richard Müller las cita:

1- Abastecimiento suficiente de la población de víveres a buen precio y de carbón.

2- Declaración del gobierno que afirme su disposición inmediata a firmar la paz sin anexiones abiertas o encubiertas.

3- Levantamieno del estado de sitio y supresión de la censura.

4- Anulació inmediata de todas las limitaciones a los derechos de colición, asociación y reunión.

5- Abolición inmediata de la vergonzosa ley de trabajo forzado.

6- Liberación inmediata de los detenidos y condenados por delitos políticos. Suspensión de todos los procesos penales por motivos políticos.

7.- Plena libertad civil, sufragio universal, igual, secreto y directo para la elección a todas las instituciones públicas a escala nacional regional y local.»

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Richard Müller cita el siguiente panfleto:

¡Nos han traicionado!

Camaradas,

Los dirigentes sindicales han practicado juego sucio con nosotros. Desde el principio, los Cohen y Siering han maniobrado, en connivencia tácita con el gobierno, para hacerse con las riendas de nuestro movimiento y llevarlo a la vía muerta. El camarada Müller, cuya influencia temían los maniobreros, fue denunciado a la autoridad militar para que lo neutralizara mediante su incorporación a filas. Esto ha permitido acabar con nuestro potente movimiento huelguístico. ¿Qué nos han reportado esas negociaciones, que no han sido más que una comedia preparada de antemano? Vanas promesas de avituallamiento, y en vez de la puesta en libertad del camarada Müller, la promesa igual de vana de examinar su caso. Cuando empezó a notarse nuestra fuerza, ellos la han quebrado. ¡Malditos sean los traidores! ¡Camaradas, aprendamos de esta lección! No permitamos que vuelvan a imponernos unos dirigentes que se mofan de nuestros intereses. Necesitamos camaradas que nos defiendan sin miedo. Entonces sí que seremos capaces de imponer nuestras reivindicaciones, como han hecho nuestros hermanos obreros de Brunswick, Kiel y otros lugares.

Mantengamos con firmeza nuestras reivindicaciones.

Queremos pan, libertad, paz.

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Mensaje del 23 de febrero de 1917 del jefe de policía de Berlín al alto mando y al ministerio de la Guerra sobre las huelgas en ls fábricas de armamento de Berlín

El jefe de policía de Berlín

Al comandante en jefe de la región militar,

Al ministerio de la Guerra,

Berlín, 23 de febrero de 1917

Adjunto remito un informe de mis servicios exteriores sobre los motivos de los paros cada vez más numerosos que se registran últimamente en las empresas que producen para el ejército, así como la opinión experta al respecto del consejero Schmidt. Si bien este último atribuye el descontento existente entre los trabajadores a las condiciones de vida actuales, datos recientes hacen pensar que esto no explica totalmente dichos paros. Parece que hay cuestiones políticas que han desempeñado un papel no despreciable en este movimiento. Los obreros del área metropolitana de Berlín se sitúan políticamente en la esfera de la socialdemocracia radical. En buena parte están adheridos al grupo Espartaco, cuyo guía ideológico es Karl Liebknecht. Este grupo se esfuerza por poner fin a la guerra provocando disturbios en el interior, y sobre todo impulsando la huelga general. Su influencia es particularmente notable entre los obreros metalúrgicos, por lo que cabe pensar que los movimientos actuales también son fruto de esta labor subversiva. Habida cuenta de los buenos resultados de la llamada a filas de los obreros díscolos antes de la promulgación de la ley sobre el servicio patriótico de ayuda mutua, me pregunto si no convendría, con vistas a acabar con estos movimientos sumamente lesivos para el bien público, recurrir ahora a ese mismo procedimiento.

Von Oppen

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Sección VII servicios exteriores

5º departamento

Berlín, 19 de febrero de 1917

Subversión en las fábricas de municiones del área metropolitana de Berlín

Durante la guerra, debido a la intensa labor subversiva de ciertos elementos sin conciencia, el estado de ánimo de los obreros metalúrgicos organizados sindicalmente en las fábricas de municiones del área metropolitana de Berlín ha experimentado una radicalización peligrosa. Dados los numerosos paros registrados últimamente y el hecho de que en casi todas las grandes empresas el personal, mayoritariamente radical, se ha propuesto reducir cada vez más el tiempo de trabajo, existe el peligro de que en el futuro las fábricas de municiones locales no puedan asegurar los suministros de material de guerra indispensable en cantidad suficiente y dentro de los plazos requeridos. Después de mantener contactos confidenciales con diferentes obreros sindicalistas de las fábricas de armamento y contactos oficiales con varios directores de grandes empresas locales, el abajo firmante ha podido comprobar lo siguiente:

En estos momentos, casi todos los responsables del sindicato alemán del metal (delegados del personal y delegados de taller), que cuentan con la confianza de la totalidad de las plantillas de las fábricas, son partidarios políticos de la oposición y, en gran parte, son miembros del grupo llamado Espartaco, cuya consigna es poner fin a la guerra paralizando las fábricas. Durante el año pasado, por iniciativa de estos sindicalistas, hubo un gran número de asambleas de fábrica en el área metropolitana de Berlín en las que se formularon las reivindicaciones a cual más desvergonzadas, y una parte de esas reivindicaciones se consiguieron mediante huelgas.

Esta actividad ha hecho que los salarios aumenten hasta el inifnito. Los obreros cualificados, ajustadores, torneros, vaciadores, maquinistas, etc. ya ganan un salario diario de 15 a 22 marcos por una jornada de trabajo de nueve horas en promedio. A pesar de ello, las reivindicaciones no cesan. Así, en la fábrica Berliner Maschinenbau-Aktiengesellschaft (antigua L. Schwarzkopf), sita en Scheringstrasse 13-28, unos 700 ajustadores y torneros avanzan una nueva reivindicación salarial. Exigen un aumento del salario por hora de hasta 30 peniques, cuando ya cobran 18 a 22 marcos al día por nueve horas de trabajo. Puesto que la empresa ha rechazado esta reivindicación insensata, los 700 obreros están en huelga desde el sábado, día 10 de este mes, de manera que la fabricación de torpedos en esta fábrica importante está paralizada desde la fecha citada. En esta misma empresa, el 3 de este mes, y por iniciativa de los elementos radicales, unos 2 900 obreros se declararon en huelga, según ellos debido a las dificultades de aprovisionamiento, con manifestación encaminada a llamar la atención de las instancias del Estado, de manera que la producción de torpedos se redujo en tres unidades.

Esta misma agitación radical ha creado una situación similar en las fábricas de la Deutsche Waffen-und-Munitionsfabrik en Charlottenburg y Wittmann. También se llevan a cabo acciones de este tipo en otras grandes fábricas de material de guerra. El ajustador Max Janick, residente en Pankstrasse 44, es miembro desde hace quince años del sindicato del metal y está afiliado desde hace tiempo al Partido Socialdemócrata. En una asamblea de fábrica se ha atrevido a oponerse públicamente, mediante una resolución redactada por él mismo, a los manejos de los elementos radicales, por lo que ha sido objeto de represalias por parte de estos últimos. Adjunto, para su información, una copia de su escrito de justificación dirigido a la dirección berlinesa del sindicato del metal.

Ante la fuerza de que hacen gala estos sindicalistas radicales, incluso los dirigentes sindicales berlineses, Cohen y Siering, se sienten impotentes y han de someterse a ese poder, pues su mandato emana de esos cuadros sindicales y por tanto se juegan su reelección. De manera que el secretario adjunto, Siering, actúa ahora totalmente en la línea de esos militantes radicales, y en las diferentes asambleas de fábrica se pronuncia asimismo por la reducción del tiempo de trabajo y el aumento salarial, ganándose así la simpatía de los elementos radicales. No cabe duda de que la industria de guerra se ve mermada por estas actividades desconsideradas y de que el orden no volverá a las fábricas de armamentos hasta que se consiga impedir que los elementos radicales actúen a sus anchas, lo que tal vez se logre de entrada mediante la incoporación de los cabecillas al ejército. Con la colaboración de las direcciones de empresa y con ayuda de confidentes, será posible poner fin, poco a poco, a tanta agitación.

Una última observación: cuando en la época de las manifestaciones a favor de Liebknecht hubo una campaña incesante de panfletos llenos de odio, los agitadores fueron en parte llamados a filas y en parte detenidos; llevamos a cabo una acción preventiva en las fábricas y esas medidas tuvieron un efecto de electrochoque entre los obreros, de manera que después hubo un largo periodo de calma en las empresas. Sin embargo, cuando se suspendieron dichas medidas y nuestra acción cayó en el olvido, la labor de zapa se reanudó hasta alcanzar ahora un peligroso punto culminante.

Meier, brigada criminal

[Reproducido de Dokumente und Materialen zur Geschichte der deutschen Arbeiterbewegung, Band 1, pp. 554-557.]

Fuente: Viento Sur