El nuevo totalitarismo: Estados Unidos y la guerra neocortical

Por Marcos Roitman Rosenmann
para La Jornada (México)
publicado el 27 de mayo de 2019

Desde la antigüedad hasta nuestros días la fiebre imperial por dominar el mundo ha sido una obsesión. Sin embargo, los deseos totalitarios han terminado en desastre. Baste recordar el Tercer Reich. Alemania y su pueblo, imbuidos de un sentimiento de superioridad étnico-racial, construyeron un ideario para la dominación mundial. Su trágico final no ha sido lección suficiente. Tampoco el lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki. En esta carrera imperialista, Estados Unidos toma el relevo de las naciones autoproclamadas defensoras del orden mundial, su contrapartida: la extinción de la especie. Con una sed ávida de ganancia, explotación y violencia, su prepotencia no encuentra límites. Si se cumplen los pronósticos, Estados Unidos no saldrá victorioso, su ambición nos conducirá al colapso. Lo peor, su incapacidad para dar marcha atrás. El pueblo estadunidense y su establishment se consideran parte de una misión redentora a la cual no pueden renunciar. La divina providencia les señala como la nación elegida para dominar el mundo.

Para hacer posible el sueño de la dominación perfecta, se busca el control de las emociones, los sentimientos y los deseos, sin necesidad de recurrir a la invasión militar de los territorios conquistados. Estados Unidos se ha convertido en la primera potencia capaz de forjar un totalitarismo, bajo el sentimiento de vivir en libertad, anulando la conciencia y la voluntad de los individuos. El uso de la violencia es relativizado, aunque sin renunciar a ella, se busca un acatamiento de las órdenes de manera disciplinada, rápida y acrítica. Es la llamada guerra de la no letalidad. Las armas no letales se encuentran en las tecnologías de la información. Una guerra donde se trata de descifrar cómo piensan los seres humanos y cuáles serían sus respuestas ante determinados estímulos, situaciones de estrés o estados de guerra. Parafraseando a Sun Tzu, el saber hacer la guerra para Estados Unidos buscaría: someter al enemigo sin librar batalla alguna.

Los estados con vocación de dominación totalitaria se han erigido portadores de progreso, imponiendo costumbres, lengua, religión y bandera. En el siglo XXI, las tecno-ciencias se han puesto al servicio de los intereses del totalitarismo estadunidense. La cibernética, la informática, las neurociencias, la matemática aplicada, se unen para configurar la estrategia de dominación sistémica. Estados Unidos crea mecanismos de sumisión que van más allá de la tierra conquistada y dominada. Sentirse y sa-berse sojuzgado conlleva resistencia. Pocos se dejan avasallar. Los gobiernos cipayos presentan límites. Cuando la soberanía y el derecho de autodeterminación son pisoteados, emerge un nacionalismo liberador que arrastra consigo toda forma de dominación extranjera. El sentimiento antinazi y rechazo a la dominación alemana fue motivo para que pueblos enteros emprendieran la tarea de expulsar a los ejércitos invasores. Franceses, holandeses, belgas, soviéticos, yugoslavos, británicos, republicanos españoles, entre otros, más allá de sus convicciones políticas, se unieron en la gran batalla antinazi y antifascista. El sueño de Hitler se transformó en su peor pesadilla cuando el mundo entero se opuso a sus delirantes planes de dominación. Pero el Tercer Reich sólo contaba con armas convencionales como única forma de lograr su objetivo. Potencia de fuego. Su desarrollo estaba constreñido a lograr el máximo de destrucción. Los misiles V-1 y V-2 llegaron tarde y fueron insuficientes. Los campos de concentración, las cámaras de gas, las matanzas selectivas, eran un hándicap. Para cumplir las órdenes los soldados alemanes eran drogados, actuaban bajo la acción de estupefacientes. Así, era poco probable cumplir el sueño nazi de un imperio alemán de mil años. Tampoco ayudaba mucho la forma de dominación. Humillar a las poblaciones conquistadas, y vivir bajo la bota del ejército alemán no era una salida en el medio plazo.

Por el contrario, en la guerra neocortical, Estados Unidos emplea mecanismos y dispositivos más eficientes. Busca romper lo único que puede generar resistencia activa, la mente del enemigo, aliados y subordinados. Se trata de paralizar, regular, anular la voluntad y la capacidad de comprensión. Trasformar los humanos en autómatas sin capacidad de pensar y actuar al margen de las órdenes dadas. Obediencia y sumisión. Así se expresa Richard Szafranski, coronel de USAF: para hacer operativa esta guerra neocortical Estados Unidos debe restructurar a escala mundial sus aparatos de colecta y diseminación de información, colocar en red las diversas agencias de inteligencia y sus capacidades de análisis. Se trata de modelar el comportamiento del enemigo, sin afectar a los organismos, pero destruyendo la capacidad y voluntad de liderazgo. El control de las redes por los gigantes estadunidenses está en consonancia con la guerra neocortical. De lo contrario ¿Cómo entender la petición de Juan Guaidó y cipayos venezolanos de una intervención militar estadunidenses en su territorio? ¿Cómo explicar la sumisión de Europa Occidental a los delirios de Trump para dominar el mundo sin resistir? ¿Las nuevas sanciones contra Cuba? El mundo occidental se mueve al ritmo que marca el imperialismo estadunidense, convencido de vivir en libertad. El nuevo totalitarismo se impone. Es necesario resistir.