Franklin D. Roosevelt: el presidente de la crisis

 Por Mario Rapoport*
para Diario BAE 

El 4 de marzo de 1933,  asumió la presidencia de los Estados Unidos, Franklin Delano Roosevelt. Lo hacía en un escenario muy desfavorable. En primer lugar, enfrentaba una profunda crisis económica en su país que ya se había transformado en depresión. En segundo término, la situación geopolítica del mundo, con la presencia del nazismo y el fascismo, se hacía sumamente peligrosa e iba a culminar con la brutal pérdida de recursos humanos y naturales de la Segunda Guerra Mundial. Fue Roosevelt quien condujo a la potencia del norte en esos oscuros momentos de crisis y de guerra, pese a lo cual es considerado un presidente “maldito”, repudiado sobre todo por la derecha norteamericana, que lo considera un “traidor a su clase”. ¿Qué hizo de bien o de mal para tener tal calificativo?

Proveniente de una familia de la aristocracia neoyorkina, Roosevelt era pariente de otro presidente, Theodore Roosevelt, el de la política del “gran garrote” en América latina, y su mujer, Eleonor, sobrina de Theodore. Con sus antecedentes de riqueza, contactos y parentescos inició tempranamente una carrera política y todo parecía conducirlo fácilmente al éxito. Pero a una edad ya adulta su salud le jugó una mala pasada: tuvo un fuerte ataque de poliomielitis y seguramente hoy no hubiera podido ser elegido en el cargo al que llegó. Sin embargo, fue el primer mandatario que más duró en la Casa Blanca: lo reeligieron cuatro veces y sólo su muerte, el 12 de abril de 1945, cuando ya la guerra estaba prácticamente terminada, detuvo su trayectoria. Roosevelt no podía en verdad caminar por sí mismo y necesitaba permanentemente en público el uso de un pesado aparato o de muletas o la ayuda de sus guardaespaldas (en su casa usaba silla de ruedas). De modo que su vida revela un coraje para asumir sus duras funciones (antes incluso fue gobernador de Nueva York), que pocos señalan.
Las medidas que Roosevelt tomó cuando llegó a la presidencia, a las que denominó el New Deal (Nuevo Trato), cambiaron radicalmente la política económica estadounidense y dejaron huellas perdurables en el mundo, las que explican el odio de aquellos sectores. Ante todo, tuvo que resolver, en las primeras semanas de su gestión, la profunda crisis bancaria existente. Y lo hizo mediante una reforma del sistema financiero que dejó fuera de acción a un 25% de los bancos de todo el país después de un feriado bancario de tres días. No hubo salvataje por parte del Estado, como en la crisis presente. Más tarde, el 19 de abril, declaró el fin del Patrón Oro, por lo cual se prohibieron las salidas del metálico al extranjero. Con ello se produjo la suspensión del cambio de oro en los bancos y una devaluación que causó un incremento temporal de precios, pero esto era lo deseado porque existía un grave problema deflacionario.
El New Deal adquirió forma en los primeros meses de su gobierno. La solución de la crisis bancaria le brindó la confianza y el apoyo del pueblo estadounidense y del Congreso, lo que le permitió realizar, a través de diversas medidas legislativas, una nueva política económica. Estrictamente, no podemos considerar las políticas tomadas durante los primeros años de la presidencia de Roosevelt como keynesianas. La Teoría General de Keynes recién se publicó en 1936, en cambio, ya desde 1933 el gobierno de Roosevelt comenzó por establecer otras las reglas de juego internas, políticas y económicas, que tuvieron en cuenta muchos de los planteos que haría luego Keynes.
Las políticas centrales que constituyeron el programa económico del New Deal, tenían algunos ejes centrales: recuperar la industria, seriamente afectada por la crisis, realizar una nueva política agraria para un sector prácticamente paralizado y, sobre todo, resolver el grave problema de la desocupación que ya abarcaba a un 25% de la población activa. Por otra parte, se reconocen tres etapas del New Deal, que constituyeron la base de la política económica de la nueva administración. En la primera, de 1933 a 1935, se tomaron medidas coyunturales para resolver los problemas más urgentes, e impulsar la reactivación económica. El segundo New Deal surge en el momento en que el programa entero comenzó a peligrar, al declarar el Tribunal Supremo de Justicia la inconstitucionalidad de algunas de sus medidas más emblemáticas, como la Ley de Recuperación Industrial Nacional y la Ley de Ajuste Agrícola. Roosevelt pudo hacer algunos cambios en la Corte (por jubilación o retiro de algunos de sus miembros) y eso le permitió dictar leyes aún más avanzadas, como la de Seguridad Social y la de Convenciones Colectivas de Trabajo. Una tercera etapa transcurre durante la fase de rápida recuperación de la Segunda Guerra Mundial y está marcada por las urgencias bélicas e internacionales.
1935 fue el año inicial de la segunda etapa, más favorable para los trabajadores que la primera. Se iniciaron entonces intensas sesiones legislativas para tratar las iniciativas más audaces de la administración. Así se creó, durante ese período, uno de los mayores organismos de la presidencia de Roosevelt: la Administración de Obras Públicas (WPA). En ocho años, el proyecto empleó a 8.500.000 de personas. Se construyeron autopistas, caminos, parques, ciudades verdes, edificios públicos, puentes y se transformó toda una región del sur del país. Otras de las medidas clave de esta segunda etapa fueron la Ley Wagner y la Ley de Seguridad Social, ambas de 1935. La primera, de relaciones laborales, facilitaba la sindicalización de los trabajadores, establecía procedimientos de negociación colectiva y legalizaba el derecho de huelga; la segunda, otorgaba pensiones de vejez y viudez, y subsidios de desempleo por incapacidad.
La Ley de Seguridad Social tuvo muchos detractores entre los hombres de negocios norteamericanos. La Asociación Nacional de Fabricantes declaró que esa ley significaba la “dominación definitiva del socialismo sobre la vida y la industria”. Una opinión que hubiera hecho revolver en su tumba al canciller conservador alemán Otto Von Bismark, que sancionó las primeras leyes de este tipo en su país en la década de 1880, dando un incipiente nacimiento al estado de bienestar en Europa. En cambio, sus opositores fueron muchos. Su punto extremo lo alcanzó un miembro destacado de la Cámara de Comercio de Ohio –que sin duda conocía poco de historia–, quien llegó a afirmar que la caída de Roma tuvo su origen en una medida de esta índole. El aumento de la alícuota impositiva para los más ricos fue otra medida central de esta etapa y explica muchas de esas manifestaciones.
No resulta así casual que el nombre de Roosevelt dé ciertos escalofríos en las espaldas actuales de los conservadores norteamericanos. Amity Shlaes, una periodista e investigadora vinculada con los medios de derecha en los Estados Unidos, escribió un opúsculo “El hombre olvidado”, en donde, además de señalar que las políticas intervencionistas de Roosevelt prolongaron en vez de frenar la Gran Depresión, dice que el New Deal olvidó y lastimó a gente como el multimillonario Andrew Mellon y varios de los principales hombres de negocios de su país. “En comparación –añade Shlaes– los años ’20 fueron un década de grandes ganancias económicas, un período cuyos aspectos positivos vigorosos se han visto oscurecido por los problemas que le siguieron”. Olvida decir que los problemas que siguieron fueron la crisis de 1929 y la Gran Depresión, cuya solución quedó en las espaldas doloridas de Roosevelt, incluyendo la terrible Segunda Guerra Mundial.
*Mario Rapoport es un reconocido intelectual argentino. Hizo sus estudios universitarios de Economía en la Universidad de Buenos Aires y se doctoró en Historia en la Universidad de París I-Sorbona, Francia. Wikipedia