El pensamiento de Perón por el mismo*

Leer a Perón vuelve a ser una fuente de placer intelectual y de emoción personal y militante. Allí esta el hombre sabio que pensó al país en grande y que pensó en todos nosotros con elevada actitud y desapasionado de pequeñeces.

Como un aporte al conocimiento de la juventud del pensamiento y la propuesta de Perón al pueblo argentino, quiero deslizarles una especie de Resumen Lerú del Modelo Argentino para el Proyecto Nacional, compilado con la consciente decisión de poder realizar, luego, algunas reflexiones sobre la propuesta de Perón. 

Como todo resumen es injusto y como toda compilación elige sus textos con arbitrariedad, pero será un poco más comprensible, luego, ahondar cada tema en particular.

El justicialismo 

La armonía como categoría fundamental de la existencia humana es una condición inalienable para la configuración de la Argentina que todos anhelamos. 

El Justicialismo es una filosofía de la vida, simple, práctica, popular, profundamente cristiana y profundamente humanista. 

El Justicialismo es el resultado de un conjunto de ideas y valores que no se postulan; se deducen y se obtienen del ser de nuestro propio pueblo. Es como el pueblo: nacional, social y cristiano. 

El Justicialismo quiere para el hombre argentino: 
Que se realice en sociedad, armonizando los valores espirituales con los materiales y los derechos del individuo con los derechos de la sociedad. 
Que haga una ética de su responsabilidad social. 
Que se desenvuelva en plena libertad en un ámbito de justicia social. 
Que esa justicia social esté fundada en la ley del corazón y la solidaridad del pueblo, antes que en una ley fría y exterior. 
Que tal solidaridad sea asumida por todos los argentinos, sobre la base de compartir los beneficios y los sacrificios equitativamente distribuidos. 
Que comprenda a la Nación como unidad abierta generosamente con espíritu universalista, pero conciente de su propia identidad. 
Nuestra rebelión fue entonces, como sigue siendo ahora, una cuestión de personalidad y de dignidad nacional. 

La grandeza del País y la felicidad del pueblo argentino, son dos objetivos esenciales que, a mi juicio, deben guiar nuestro pensamiento y acción. 

Esto origina un campo de mutuo respeto, que parece nutrirse en bases de civilización, de comprensión y de tolerancia hacia las ideas de los demás. 

En la Argentina nadie tiene el derecho de esperar que la sociedad madure por sí sola. 

La forma que integrarán los caracteres buscados se trata de una democracia social que será una estructura político-social absolutamente coherente con los principios esenciales de la comunidad organizada. 

Cuando utilizo la palabra "social", estoy pensando en una democracia en la que cada integrante de la comunidad pueda realizarse con la única condición de poseer idoneidad y condiciones morales indispensables para aquello que aspira. 

El proyecto final es del pueblo, y no de determinados gobiernos, ni de minorías intelectuales dadas. 

La conformación del Modelo tendrá que tender hacia una síntesis entre lo que elaboremos racionalmente y lo que la propia comunidad quiera. 

En síntesis, el problema actual es eminentemente político y sin solución política no hay ninguna solución para otros sectores en particular. 

Si tuviera que decidirme por un factor aglutinante, optaría por la solidaridad social. 

La Democracia 

La verdadera democracia es aquella donde el gobierno hace lo que el pueblo quiere y defiende un sólo interés: el del pueblo. 

Trasciende los límites de grupos particulares. 

Requiere una caracterización de la propiedad en función social. 

La Democracia Social es políticamente plural, con lo que responde al pluralismo real. 

Persigue la liberación de los hombres de la opresión y del poder ajeno. 

Comienza por la libertad interior. 

Que trascienda al hombre y cultive en él la actitud de servicio. 

Haremos una revolución en paz 

La violencia es definitivamente reemplazada por la idea. 

Transforma nuestro estado de consciencia en acción deliberada. 

Promueve la participación auténtica, para la cual requiere, al menos, las concepciones básicas de bien común, ética generalizada, pluralismo, solidaridad y representatividad. 

Superando las estructuras heredadas del estado liberal, incapaces de servir eficientemente a nuestro Modelo Argentino. 

El sistema debe funcionar con participación de todos los entes representativos de la comunidad. 

El Gobierno debe hacer lo que el Pueblo quiere y defender un sólo interés: el del Pueblo. 

La Democracia Social que deseamos no se funda esencialmente en la figura de caudillos, sino en un estado de representatividad permanente de las masas populares. 

Cuando se quiere construir una Democracia Social en la cual se produce según las necesidades del hombre, se valoriza al hombre en función social como el fin de la tarea de la sociedad, se asume la necesidad de trabajar con programación y con participación auténtica, y se toma la responsabilidad de formalizar un Proyecto Nacional y de concebir a la sociedad del futuro y trabajar para ella como un proceso, la dimensión de la tarea intelectual que ese proceso requiere se hace realmente muy grande. 

Concreta el pensamiento universalista que nos anima. 

Se realiza sin xenofobia, en actitud continentalista y universalista, de efectiva cooperación y no competitiva. 

Así como sostuve que una auténtica comunidad organizada no puede realizarse si no se realiza plenamente cada uno de sus ciudadanos, pienso que es imposible concebir una integración mundial armónica sobre la base de una nivelación indiscriminada que despersonalice a los pueblos y enajene su verdad histórica. 

Respeta la soberanía de los Estados, la autodeterminación de los Pueblos y el pluralismo ideológico y su correspondiente reciprocidad. 

La Liberación. 

La falta de unión, o aún la desunión, configura el más serio enemigo que podemos crear nosotros mismos en la lucha por la Reconstrucción y la Liberación Nacional. 

Por más coherencia que exhiba un modelo, no será argentino si no se inserta en el camino de la liberación. 

La situación internacional está sufriendo profundas conmociones, los pueblos comienzan a despertar motivando que los países dependientes se vean obligados a tomar partido frente a dos elecciones: elegir entre el neocolonialismo o la liberación. 

No hay pueblo capaz de libre decisión cuando la áspera garra de la dependencia lo constriñe. 
Tenemos que admitir como lógica la acción de los imperialismos en procura de evitar que la unión de nuestros países se realice, ya que ello es opuesto a sus intereses económicos y políticos. 

En consecuencia, debemos admitir que la lucha es necesaria. 

Pero nosotros también aprendimos a reducir el costo social de la lucha, porque luchamos por la idea y a través de ella. 

La dinámica mundial no obedece sólo a los designios de los poderosos. Ahora responde a una articulación que encuentra imperialismos por un lado y Tercer Mundo por el otro 

El mundo debe salir de una etapa egoísta y pensar más en las necesidades y las esperanzas de la comunidad. 

Esto arroja luz sobre el hecho de que la cooperación y la solidaridad son elementos básicos a considerar en el futuro. 

La progresiva transformación de nuestra patria para lograr la liberación debe, paralelamente, preparar al país para participar de dos procesos que ya se perfilan con un vigor incontenible: la integración continental y la integración universalista. 

La liberación, en todos los terrenos, es insoslayable requisito para ingresar en el proceso universalista. 

La concepción de Argentina para Latinoamérica: justa, abierta, generosa y, sobre todas las cosas, sincera.“Latinoamérica es de los latinoamericanos”. 

Como latinoamericanos, atesoramos una historia tras de nosotros: el futuro no nos perdonaría el haberla traicionado. 

El Tercer Mundo debería conformarse como una extensa y generosa comunidad organizada. 

Estoy pensando en América Latina, África, Medio Oriente y Asia, sin distinción de ideologías. 

Ya la idea de Comunidad Latinoamericana estaba en San Martín y Bolívar: ellos sembraron las grandes ideas y nosotros hemos perdido un siglo y medio vacilando en llevadas a la práctica. 

La intervención externa fue cambiando de forma a lo largo del tiempo, consistiendo sus últimas exteriorizaciones en condicionamientos impuestos a nuestra libertad de decisión. 

Hay sectores internos cuyos objetivos coinciden con los de los imperialismos. Obviamente, la capacidad de decisión de estos sectores debe ser debilitada o anulada. 

La historia muestra también que está terminando en el mundo el reinado de las oligarquías y las burguesías y que comienza el gobierno de los pueblos. 

Con ello, el demoliberalismo y su consecuencia, el capitalismo, están cerrando su ciclo. 

El futuro, realmente es patrimonio de los pueblos. 

Es que el pueblo advierte con claridad que si el cambio no es nacional, no responderá a sus reales necesidades. 

Convoco con emoción a todos los argentinos a hundir hondas raíces en su tierra grande y generosa, como único camino esencial para florecer en el mundo. 

El hombre es el único se de la creación que necesita “habitar” para realizar acabadamente su esencia. 

Aquel instaura una morada en la tierra: eso es la Patria. 

Alude a esa profunda morada que, recíprocamente, habita en el corazón de cada uno de sus hombres. 

Ha llegado "la hora de los pueblos" y que ella exige un "pensamiento en acción". 

No puede haber divorcio alguno entre el pensamiento y la acción, mientras la sociedad y el hombre se enfrenten con la actual crisis de valores, acaso una de las más profundas de cuantas se hayan registrado. 

En el pueblo argentino estaba latente el sentimiento de independencia nacional, lo que tarde o temprano habría de provocar el enfrentamiento contra la distorsión del contenido social de la democracia y contra la tendencia a la desnacionalización progresiva. 

No es más que otra forma de decir que seguimos deseando fervorosamente una Argentina socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana. 

La libertad se instala en los pueblos que poseen una ética y es ocasional donde esa ética falta. 
Los sectarismos no nos conducirán jamás a la liberación. 

Las diferencias de ideas son positivas en tanto estén abiertas a una confrontación sincera y honesta en busca de la verdad. 

El Hombre. 

Asistimos, en nuestro tiempo, a un desolador proceso: la disolución progresiva de los lazos espirituales entre los hombres. 

Este catastrófico fenómeno debe su propulsión a la ideología egoista e individualista, según la cual toda realización es posible sólo como desarrollo interno de una personalidad clausurada y enfrentada con otras en la lucha por el poder y el placer. 

Quienes así piensan sólo han logrado aislar al hombre del hombre, a la familia de la nación, a la nación del mundo. 

Han puesto a unos contra otros en la competencia ambiciosa y la guerra absurda. 

Todo este proceso se funda en una falacia: la de creer que es posible la realización individual fuera del ámbito de la realización común. 

El pueblo organizado en sociedad es el actor de las decisiones y el artífice de su propio destino. 

Procura el equilibrio del derecho del individuo con el de la comunidad. 

El hombre no es un ser angélico y abstracto. En la constitución de su esencia está implícita su situación, su conexión con una tierra determinada, su inserción en un proceso histórico concreto. 

Ser argentino significa que ser lúcido y activo habitante de su peculiar situación histórica forma parte de la plena realización de su existencia. Es decir, habitante de su hogar, de la Argentina, su Patria. 

Por lo tanto, lo que realmente distingue al argentino del europeo o el africano es su radical correspondencia con una determinada situación geopolítica, su íntimo compromiso moral con el destino de la tierra que lo alberga y su ineludible referencia a una historia específica que perfila lentamente la identidad del pueblo. 

Mi humilde pedido se reduce a solicitar a cada argentino que actualice en profundidad su adherencia a esta tierra, que recuerde que sobre su compromiso y su autenticidad brotarán las semillas de una Patria Justa, Libre y Soberana. 

La Familia. 

La familia seguirá siendo, en la comunidad nacional, por la que debemos luchar, el núcleo primario, la célula social básica cuya integridad debe ser celosamente resguardada. 

Es la solidaridad interna del grupo familiar la que enseña al niño que amar es dar, siendo ese el punto de partida para que el ciudadano aprenda a dar de sí todo lo que le sea posible en bien de la comunidad. 

Independientemente de ello, nuestra aspiración permanente será que en la sociedad argentina cada familia tenga derecho a una vida digna, que le asegure todas las prestaciones vitales. 

La familia difunde en la comunidad una corriente de amor que es el fundamento imprescindible de la justicia social. 

No puede concebirse la familia como un núcleo desgajado de la comunidad, con fines ajenos y hasta contrarios a los que asume la Nación. 

Ello conduce a la atomización de un pueblo y al debilitamiento de sus energías espirituales que lo convierten en fácil presa de quienes lo amenazan con el sometimiento y la humillación. 
Nuestra Patria todavía está a tiempo de preservar a la familia, ya que no todas han conservado su integridad ante la agresión externa motivada por el sistema liberal. 

Mientras exista una sola familia cuyo ingreso esté sólo en un mero nivel de subsistencia o, peor aún, por debajo de éste, no habremos logrado en modo alguno un nivel económico con justicia social. 

La Economía. 

La dimensión política es previa al ámbito económico. 

El objetivo fundamental es servir a la sociedad como un todo, y al hombre no sólo como sujeto natural sometido a necesidades materiales de subsistencia, sino también como persona moral, intelectual y espiritual. 

La historia nos indica que es imprescindiblemente necesario promover la ética individual primero, desarrollar después la consecuente conducta social y desprender finalmente de ellas la conducta económica. 

En el mundo, está ganando terreno la idea de que el bienestar de los pueblos se halla por encima de las concepciones políticas dogmáticas. 

La realidad me permite afirmar que no somos un país subdesarrollado. 

Nuestra patria tiene todo lo necesario para que sus hijos sientan el gozo infinito de la vida. Dios nos ha brindado riquezas incalculables, sólo falta que asumamos la decisión irrevocable de realizar la empresa que nos aguarda. 

Aquella nación que pierde el control de su economía, pierde su soberanía. 

Si se trata de obtener máximos beneficios consolidando intereses que están en el exterior, los aportes a la economía nacional se alejarán considerablemente de lo que resulta conveniente para el país. 

El hombre es principio y fin de la comunidad organizada, por lo que no puede haber realización histórica que avasalle la libertad de su espíritu. 

Hubo una insuficiente utilización del recurso humano que ha sido deficientemente incorporado en los últimos lustros, de acuerdo con la evidencia surgida de las tasas de desempleo. 
Nuestra comunidad sólo puede realizarse en la medida en que se realice cada uno de los ciudadanos que la integran. 

Para que la planificación sea efectiva no bastan los planes de mediano o largo plazo. Las decisiones concretas de política económica requieren también planes de corto plazo, que deben ser los reales. 

Es necesario, instaurar un inalienable principio de objetividad. No puedo pensar otro criterio de objetividad que no sea la presencia de la voluntad del pueblo como guardián de su propio destino. 

La actividad económica debe dirigirse a fines sociales y no individualistas, respondiendo a los requerimientos del hombre integrado en una comunidad y no a las apetencias personales. 
Debe prevalecer una distribución socialmente justa. 

Al país como comunidad armónica y donde los logros económicos no atentan contra la libertad y la dignidad del hombre. 

Se dan las condiciones para armonizar una estructura económica agropecuaria con una industrial, sin que el progreso de un sector se logre a costas del otro. 

Es respecto de todo proceso productivo que adquiere verdadero sentido el concepto de autosuficiencia y ruptura de la dependencia. 

En la función empresarial el Estado tendrá un papel protagónico o complementario de la acción privada, según que las exigencias. 

Ningún país es realmente libre si no ejerce plenamente el poder de decisión sobre la explotación, uso y comercialización de sus recursos y sobre el empleo de sus factores productivos. 

Es cristianamente inaceptable que este desarrollo se materialice a expensas de los más necesitados. 

Todos deben participar en el esfuerzo, pero todos deben también gozar de los beneficios. 
No podemos olvidar que somos los únicos responsables de los éxitos o fracasos que el País experimenta. 

Sólo podremos exigir el cumplimiento de un compromiso social si previamente facilitamos los medios básicos para llevarlo a cabo. 

La intervención directa en el proceso de comercialización interna y externa, como así también en la fijación de precios que aseguren un beneficio normal y una eliminación de la incertidumbre del futuro, son también responsabilidades que el Estado no debe bajo ningún concepto delegar y menos aún olvidar. 

El progreso económico dependerá exclusivamente de nuestro propio esfuerzo; de allí que el capital extranjero deba tomarse como un complemento y no como factor determinante e irremplazable del desarrollo. 

Si tanto el Estado como el sector privado, comprenden que su meta es la misma - el bienestar de toda la comunidad - la determinación de los límites de acción no puede ser conflictiva. 

Desde el punto de vista del beneficio empresario, el mismo debe guardar estrecha relación con la aspiración de trasladar a la comunidad los frutos del progreso, a través del sistema de precios. 

El primer objetivo de la empresa en una sociedad que quiere justicia social auténtica, no es simplemente el beneficio, sino el servicio al País. 

Cuando hablo de sector privado industrial, me refiero tanto a empresarios como a trabajadores, nucleados unos y otros en sus organizaciones naturales. 

La importación de tecnología debe ser reducida a lo estrictamente imprescindible. 

No ayuda a la liberación la existencia de estrechos compromisos tecnológicos. 

El Modelo necesita una tecnología que cimente su desarrollo, pero esta necesidad no debe instrumentar la acción de un poderoso factor de dependencia. 

Tenemos que desarrollar en el país la tecnología que nutra permanentemente a nuestra industria. 

El gasto en investigación y desarrollo debe ser tan grande como jamás lo haya sido hasta ahora. 

Sin tecnología nacional no habrá una industria realmente argentina, y sin tal industria podrá existir crecimiento pero nunca desarrollo. 

Debemos cuidar nuestros recursos naturales con uñas y dientes de la voracidad de los monopolios internacionales que los buscan para alimentar un tipo absurdo de industrialización y desarrollo en los centros de alta tecnología donde rige la economía de mercado. 

Lucro y despilfarro. 

El lucro y el despilfarro no pueden seguir siendo el motor básico de sociedad alguna, la justicia social debe erigirse en la base de todo sistema, no sólo para beneficio directo de los hombres sino para aumentar la producción de alimentos y bienes necesarios. 

Se ha buscado promover actitudes profundamente negativas, incrementando artificialmente un consumo voraz de productos inútiles. 

Cuando una sociedad incrementa el grado de sofisticación del consumo, aumenta a la vez su nivel de dependencia. 

En las sociedades altamente competitivas devoradas por el consumo se debilitó el núcleo familiar y aparecieron diversas desviaciones, de las cuales las drogas y el alcoholismo son dos manifestaciones lamentables. 

Las mal llamadas "sociedades de consumo" son, en realidad, sistemas sociales de despilfarro masivo, basados en el gasto, porque el gasto produce lucro. 

Se despilfarra mediante la producción de bienes innecesarios o superfluos y, entre éstos, a los que deberían ser de consumo duradero, con toda intención se les asigna corta vida porque la renovación produce utilidades. 

Se gastan millones en inversiones para cambiar el aspecto de los artículos, pero no para reemplazar los bienes dañinos para la salud humana, y hasta se apela a nuevos procedimientos tóxicos para satisfacer la vanidad humana. 

Como ejemplo bastan los automóviles actuales que debieran haber sido reemplazados por otros con motores eléctricos, o el tóxico plomo que se agrega a las naftas simplemente para aumentar la velocidad inicial de los mismos. 

No menos grave resulta el hecho de que los sistemas sociales de despilfarro de los países tecnológicamente más avanzados funcionan mediante el consumo de ingentes recursos naturales aportados por el Tercer Mundo. 

El problema de las relaciones dentro de la humanidad es paradójicamente doble: algunas clases sociales -las de los países de baja tecnología en particular- sufren los efectos del hambre, el analfabetismo y las enfermedades, pero al mismo tiempo las clases sociales y los países que asientan su exceso de consumo en el sufrimiento de los primeros tampoco están racionalmente alimentados ni gozan de una auténtica cultura o de una vida espiritual o físicamente sana. 

Debido a la existencia de poderosos intereses creados o por la falsa creencia generalizada de que los recursos naturales vitales para el hombre son inagotables, este estado de cosas tiende a agravarse. 

Mantener el actual ritmo de crecimiento de la población humana no es tan suicida como mantener el despilfarro de los recursos naturales en los centros altamente industrializados donde rige la economía de mercado o en aquellos países que han copiado sus modelos de desarrollo. 

Debe limitarse el consumismo sofisticado, estableciendo el camino apropiado para reconstruir al hombre argentino. 

El consumo artificialmente estimulado, unido a la mentalidad competitiva, ha actuado como factor desestimulante de determinaciones fundamentales de la creatividad del hombre, como son, por ejemplo, la ciencia y el arte. 

Me parece evidente que la indebida utilización de tales mecanismos de difusión cultural enferman espiritualmente al hombre, haciéndolo víctima de una patología compleja que va mucho más allá de la dolencia física o psíquica. 

Este uso vicioso de los medios de comunicación masivos implica instrumentar la imagen del placer para excitar el ansia de tener. 

Así la técnica de difusión absorbe todos los sentidos del hombre, a través de una mecánica de penetración y la consecuente mecánica repetitiva, que diluyen su capacidad crítica. 

En la medida en que los valores se vierten hacia lo sensorial, el hombre deja de madurar y se cristaliza en lo que podemos llamar un "hombre-niño", que nunca colma su apetencia. 

Vive atiborrado de falsas expectativas que lo conducen a la frustración, al inconformismo y a la agresividad insensata. 

Pierde progresivamente su autenticidad, porque oscurece o anula su capacidad creativa para convertirse en pasivo fetichista del consumo, en agente y destinatario de una subcultura de valores triviales y verdades aparentes. 

Educación. 

La supuesta igualdad de oportunidades ha sido determinada, en ciertas circunstancias, por la capacidad económica, de la cual siguen dependiendo en gran medida las posibilidades de formación. 

Para lograr una plena armonía de nuestra comunidad organizada es una exigencia ineludible, el acceso cada vez mayor del pueblo a la formación educativa en todos sus grados. 

La creciente eliminación del analfabetismo en todas las regiones del país, y establecimiento de las bases elementales de la formación física, psíquica y espiritual del niño. 

En la infancia deben sentarse los fundamentos para la conformación de un ciudadano sano, con firmes convicciones éticas y espirituales. Intima intuición de su compromiso integral con el pasado, el presente y el futuro de la Nación. 

En la enseñanza media hay que fortalecer la conciencia nacional. 

En la enseñanza superior, como ciudadano argentino. 

La inserción de las instituciones educativas en el seno de la comunidad organizada. 

No puede concebirse a la universidad como separada de la comunidad, y es inadmisible que proponga fines ajenos o contrarios a los que asume la Nación. 

Se hace necesaria la presencia activa del intelectual en todas las manifestaciones de la vida. 
No necesitamos teorizadores abstractos. 

Sino intelectuales argentinos al servicio de la reconstrucción y liberación de su patria. 

El sistema liberal ha formado intelectuales para frustrarlos. Les ha negado participación y ha creado las condiciones para que no exista reconocimiento social ni reconocimiento económico a su labor. 

El universitario que el país requiere debe tener una muy sólida formación académica.

No basta utilizar la palabra “imperialismo” o “liberación” para instalarse en el nivel de exigencia intelectual que el camino de consolidación de la Argentina del futuro precisa.
Deberán estar cerca del pueblo, que aporta el tercer elemento para la definición de la cultura nacional: su misteriosa creatividad que lo convierte - además - en testigo insobornable. 

La Cultura. 

La cultura nacional, es el instrumento fundamental para conquistar nuestra definitiva autonomía y grandeza como nación. 

En el terreno cultural incluyo tanto a la formación humanística (filosofía y ciencias del hombre) como a la actividad artística. 

El proceso argentino de las últimas décadas evidencia un creciente desarrollo de la penetración cultural. 

La consolidación de una cultura nacional se ha enfrentado con el serio obstáculo de la reiterada importación de determinaciones culturales ajenas a la historia de nuestro pueblo, así como a la identidad que, como comunidad organizada, necesitamos definir. 

Dos han sido los fundamentales agentes desencadenantes de tal penetración. 

En primer lugar, la desaprensiva -o interesada- utilización de los medios de comunicación masivos como eficaces factores de vasallaje cultural. 

El segundo factor desencadenante del colonialismo cultural tiene su origen en la vocación elitista y extranjerizante de diferentes sectores de la sociedad. 

El carácter de "propia" de la cultura argentina se ha evidenciado más en la cultura popular que en la cultura académica, tal vez porque un intelectual puede separarse de su destino histórico por un esfuerzo de abstracción, pero el resto del pueblo no puede -ni quiere- renunciar a su historia y a los valores y principios que él mismo ha hecho germinar en su transcurso. 

La cultura académica ha avanzado por sendas no tan claras. A la mencionada influencia de las grandes potencias debemos agregar el aporte poderoso de la herencia cultural europea. 
No tiene sentido negar este aporte en la gestación de nuestra cultura, pero tampoco tiene sentido cristalizarse en él. 

La historia grande de Latinoamérica, de la que formamos parte, exige a los argentinos que vuelvan ya los ojos a su patria, que dejen de ~ servilmente la aprobación del europeo cada vez que se crea una obra de arte . 

Estoy convencido de que existe una sinarquía cultural.
Obsérvese que las grandes potencias exhiben sugestivas semejanzas culturales: el mismo materialismo en la visión del hombre, el mismo debilitamiento de la vida del espíritu, el mismo desencadenamiento de la mentalidad tecnocrática como excluyente patrón de cultura, la creciente opacidad del arte y la filosofía, la distorsión o aniquilación de los valores trascendentes. 

Todo argentino que, a través de una actitud libresca y elitista, asimile las pautas culturales de las potencias, ya sea asumiendo una visión competitiva y tecnocrática del hombre como una interpretación marxista de los valores y la cultura, trabaja deliberada o inconcientemente para que la sinarquía cercene irreparablemente nuestra vocación de autonomía espiritual y obstruya interminablemente la formación de una auténtica cultura nacional. 

Es hora de comprender que ya ha pasado el momento de la síntesis, y debemos -sin cercenar nuestra herencia- consolidar una cultura nacional firme y proyectada al porvenir. 

Europa insinúa ya, en su cultura, las evidencias del crepúsculo de su proyecto histórico. 

Argentina comienza, por fin, a transitar el suyo. 

La gestación de nuestra cultura nacional resultará de una herencia tanto europea como específicamente americana, pues no hay cultura que se constituya desde la nada, pero deberá tomar centralmente en cuenta los valores que emanan de la historia específica e irreductible de nuestra patria. 

Requiere del hombre de nuestra tierra lo que debe integrar la esencia de cualquier hombre de bien: autenticidad, creatividad y responsabilidad. 

La importancia que cobra la cultura en la conformación de una comunidad madura y autóctona es enorme, al punto que me atrevo a decir que constituye una suerte de red que conecta los ámbitos económico, político y social. 

El país debe establecer principios específicos respecto de cuáles han de ser las condiciones para salvaguardar la identidad cultural argentina. 

He desestimado la posibilidad de que la ideología y los valores culturales de las grandes potencias puedan constituir un abrevadero fértil para nuestra patria. 

Así, los medios se convirtieron en vehículos para la penetración cultural. 

Medios de Comunicación 

A pesar de que prácticamente los dos tercios de la opinión ciudadana soportó décadas de prédica destructiva, mantuvo una monolítica unidad de convicción. 

Cuando se conserva una profunda fe en ideas y valores, la coerción externa no puede impedir que se desarrollen mecanismos informales de comunicación directa 

La opinión pública del País está lo suficientemente preparada para criticar las informaciones que recibe. 

Los medios de comunicaciones masivos se incrementaron, pese a ser sometidos a restricciones selectivas que respondían a los intereses de las filosofías dominantes. 

Pueden destruir los medios formales, pero no puede hacer lo mismo con aquéllos cuya energía de transmisión de información nace del poder de la ideología del grupo.

El Estado. 
Las tareas de gobierno deberán orientarse hacia dos finalidades esenciales: la grandeza de la Nación y la felicidad de su Pueblo. 

La empresa del Estado es el camino para satisfacer básicas necesidades de la comunidad. 
Cuando el Justicialismo comenzó a servir al País, nuestra concepción exigió un incremento de la intervención estatal. 

Los pueblos que carecen de organización pueden ser sometidos a cualquier tiranía. Se tiraniza lo inorgánico, pero es imposible tiranizar lo organizado. 

La organización de la comunidad implica una tarea ardua que requiere programación, participación del ciudadano, capacitación y sentido de sistema para su orden y funcionamiento. 

Mi experiencia anterior me ha enseñado que la conducción gubernamental necesita de una administración pública vigorosa y creativa. De lo contrario, la labor de conducción no llega al ciudadano, por bien inspirada que esté. 

Para que esto sea posible deberemos alcanzar un alto grado de conciencia social, que entiendo como la identificación por parte del hombre de sus derechos inviolables, sin enajenar la comprensión de sus deberes. 

La función pública debe ser ejercida con idoneidad técnica y capacidad de decisión. 

La difusión de servicios sociales como la educación y la salud pública; y que la educación y el sano esparcimiento deberán reemplazar el papel que los bienes y servicios superfluos juegan actualmente en la vida del hombre.

*Compilado por Martín García