"Así paga el diablo"/ "El reverso de la medalla"

Por Juan Domingo Perón

Articulo publicado el el diario "Democracia" con el seudónimo "Descartes" el 11 de octubre de 1951

 

I. —ASI PAGA EL DIABLO

Dentro del campo de la economía internacional, los métodos del imperialismo capitalista no difieren de su conducta habitual. Deseamos presentar sólo dos casos de sus atropellos. 

En 1945, cuando terminó la segunda guerra, Estados Unidos debía a la Argentina una crecida suma, producto de abastecimientos no compensados. 

Esos créditos fueron bloqueados al terminar la contienda. En otras palabras, el deudor se negaba a pagar, no cubría interés alguno y, entretanto, maniobraba con los precios en forma que ese crédito argentino bloqueado se “evaporaba” a la mitad. 

Con esa maniobra el país fue estafado en una ingente suma. Nada pudimos hacer entonces porque, incluso, si reclamábamos nos decían que éramos “nazis”. 

Aunque despojados inicuamente, debimos emplear lo que nos quedaba en compras apresuradas para satisfacer necesidades apremiantes y cobrar de alguna manera, ante la amenaza de una “evaporación” progresiva de los saldos. Fue entonces cuando se acusó al gobierno de gastar apresuradamente nuestro saldo en dólares. ¡De no haber sido así... 

Este fue un simple caso de despojo; el que mencionaremos a continuación es todo un chantaje agresivo. 

En 1946 la deuda de los Estados Unidos era aproximadamente de dos mil millones, y la de Gran Bretaña, de unos tres mil quinientos (117 millones de libras). La Argentina, acreedora de ambos, dispuso emplear tales saldos en la adquisición de manufacturas indispensables. Fue así que procedió a disponer del oro y dólares acumulados, al tiempo que gestionaba el desbloqueo de los saldos en libras esterlinas. Lo primero pudo realizarse a duras penas, como mencionamos antes, a costa de uno de los fraudes más abominables que registra la historia de las relaciones económicas internacionales. Lo segundo se estableció al firmar solemnemente dos tratados sucesivos con el gobierno de S. M. Británica, en los cuales éste se comprometía a mantener la convertibilidad de la libra esterlina. 

En base a esa convertibilidad se mantenía el “comercio triangular” de Argentina, Gran Bretaña y Estados Unidos. En otras palabras, era posible emplear libras para comprar en los Estados Unidos, y, por lo tanto, parte del saldo de los 117 millones de libras podía ser invertido en los Estados Unidos convertido en oro o en dólares. 

Una vez utilizadas, de la manera que se ha descripto, las reservas en dólares, el país no tenía otra solución financiera, para seguir importando de los Estados Unidos, que recurrir al uso de las libras esterlinas devengadas por su comercio con el Reino Unido. 

Para Argentina, celosa cumplidora de sus pactos y compromisos internacionales, era inconcebible el pensamiento que el Gobierno de Su Majestad Británica, comprometido en acuerdos y pactos solemnes a mantener la convertibilidad de las libras bloqueadas, pudiera unilateralmente violar los compromisos. Sin embargo, a mediados de 1947, decreta unilateralmente la cesación de tal obligación financiera. En ello se ve la mano intencionada de ciertos círculos estadounidenses, pues no es un secreto para nadie que tal medida no pudo ser tomada por el gobierno inglés sin el acuerdo o la presión mencionada. 

En estas condiciones, algunos bancos argentinos se excedieron en la apertura de cartas de crédito en libras con sus corresponsales norteamericanos, y firmas privadas argentinas hicieron, a su vez, utilización del crédito que normalmente concedían sus proveedores estadounidenses, acumulando saldos en cuentas corrientes. De esta manera se acumuló entre firmas y bancos privados argentinos, con firmas y bancos privados yanquis, una deuda de carácter comercial y bancaria que, en condiciones normales, se hubiera liquidado en el curso regular del intercambio. Pero “el tiro” no era ése. Se trataba intencionadamente de perjudicar a la Argentina en su crédito, haciéndola aparecer como deudora morosa y, en consecuencia, cortarle el crédito y difamarla por todos los medios. 

Pero aquí no termina este caso inaudito de irresponsabilidad e injusticia. 

La cesación de la convertibilidad de la libra esterlina fue casi paralela al anuncio del Plan Marshall, que, según se comprometió y consta en actas del parlamento yanqui, habría de constituir un plan de recuperación mundial que favorecería por igual a todos. 

Latinoamérica y en especial Argentina jugarían un papel especial. En los cálculos de la administración yanqui (de acuerdo con documentos oficiales debatidos en su Senado) consta la decisión de adquirir en nuestro país más de mil millones de dólares en productos necesarios a la rehabilitación económica de Europa. Apremiados por nuestro gobierno, la embajada de los Estados Unidos y los personeros de la E. C. A. aseguraron a nuestro gobierno, con toda clase de garantías verbales, en el sentido de colocar en nuestro país elevadas órdenes de compra, solicitándonos a la vez que se reservara al efecto toda nuestra producción. Tampoco en este caso debía el gobierno dudar de la buena fe y de la palabra oficialmente empeñadas por el embajador Bruce en nombre de su gobierno. Por eso no se paralizaron las importaciones provenientes de Estados Unidos, sino que se prosiguió el 
abastecimiento esencial de la economía argentina, aun cuando el saldo deudor de los importadores argentinos con los exportadores yanquis se elevó a casi doscientos millones de dólares. 

Aprobado el Plan Marshall, llegó a Buenos Aires el señor Hensel, representante del mismo, y ante el estupor del gobierno argentino y del propio embajador de los Estados Unidos, señor Bruce, manifiesta que tal plan es simplemente financiero y que en la Argentina no se compraría nada. Se había consumado el más triste episodio de la mala fe, del incumplimiento y de la falsedad internacional. 

En tal situación, el gobierno argentino dispuso dar fin a este abominable asunto, disponiendo que el 3O % de sus divisas en dólares fuera puesto a disposición de los bancos y firmas privadas, deudores de sus similares yanquis, para amortizar los saldos aun pendientes. 

En esa situación llega a Buenos Aires el señor Miller, Secretario Ayudante del Departamento de Estado, e inicia, bajo la promesa de mejorar las relaciones y subsanar “malentendidos”, gestiones para que nuestro ministro de Hacienda hiciera un viaje a los Estados Unidos, a fin de dar término a las gestiones ya realizadas allí por una comisión mixta. Dentro de los diversos asuntos considerados y aprobados, casi todos unilateralmente favorables a empresas yanquis, se encaró la solución del pago de los saldos pendientes de las firmas privadas importadoras argentinas con las de igual clase estadounidenses. 

Estos intereses privados entendieron que convenía mejor al juego normal de sus operaciones la concertación de un arreglo financiero que sería llevado a cabo con el Export-Import Bank de Washington y mediante el cual se operaría la cancelación inmediata de tales saldos. Se constituyó un consorcio bancario argentino, que realizó las negociaciones y firmó los acuerdos. En la actualidad tales cuentas corrientes han sido casi totalmente liquidadas con el interés correspondiente, que nunca pagaron los yanquis en sus deudas con los argentinos. 

En tales condiciones sólo un embustero o un canalla puede hacer la afirmación de que el gobierno argentino ha contratado un empréstito en los Estados Unidos. Ni el origen de la operación, ni la persona jurídica envuelta, ni la finalidad perseguida son del resorte propio del Estado argentino. El embajador argentino en Washington decía en tal ocasión: “El gobierno del General Perón no desea ni necesita un préstamo de los Estados Unidos”. 

En conclusión: queda claramente expuesto que las maquinaciones del supercapitalismo internacional, no satisfecho con despojar a otras naciones de recursos indispensables para su desarrollo económico, mediante la inflación provocada; no conforme con la violación arbitraria de la palabra empeñada en documentos solemnes; no contento con el incumplimiento sistemático de las promesas y de las obligaciones formales de sus representantes, miente, miente descaradamente cuando pretende tergiversar la clara posición argentina, que ha resistido su bloqueo, su presión, su sabotaje y su difamación sistemática. 

II. — EL REVERSO DE LA MEDALLA 

Hemos historiado cómo nos robaron; deseamos también explicar cómo nos defendimos. Esa defensa fue realizada a base de decisión y habilidad, porque conociendo a los desalmados que actuaban hubiera sido ingenuo contar con ellos. 

En efecto, en 1946 nos bloquearon los fondos y se negaron a entregar el oro equivalente. Entretanto elevaron los precios en forma sideral y agregaron a ello la imposición de pagar coimas por los permisos de exportación. Nos amenazaron así con quedarse paulatinamente con todos nuestros saldos a cambio de algunos autos, radios o frigidaires. Pendergast no actuaba sólo para ganar elecciones... 

En esa terrible batalla todo consistía en ganar tiempo procediendo con rapidez y decidida energía. Ya a comienzos de 1946 nuestro gobierno se percató de la inescrupulosa intención de los deudores. Había terminado la lucha, pero venía una etapa difícil de la guerra: pagarla. 

El Consejo Nacional de Postguerra encaró decididamente el estudio de la situación económica mundial y planificó una acción para neutralizar el despojo en perspectiva y asegurar el mejor negocio para el Estado y la Nación Argentina. 

De ese estudio resultaron dos conclusiones fundamentales: 
1º — Que había que contar a corto plazo con una desvalorización general de las monedas como consecuencia de la inflación provocada desde los mercados manufactureros y, 
2° — Que era el momento de realizar la recuperación nacional comprando todos los servicios públicos enajenados por los gobiernos anteriores e incrementando con ello dos o tres veces el haber patrimonial del Estado argentino. 
La recuperación nacional se podía realizar con ventajas con la elevación de los precios de “la comida”, que en esos momentos era objeto de extraordinaria demanda. Su justificación era inobjetable desde que los artículos con que nos pagaban habían subido extraordinariamente. Contra la desvalorización de las monedas bastaba prever que en esta guerra pasaría lo que en todas: que se pagan en parte con esa desvalorización. Eso, que sucedió recién en 1949, fue previsto por nuestro gobierno en 1946. Como era de esperar, la desvalorización de las monedas traería un aumento inversamente proporcional en los precios de los bienes de capital, que eran la casi totalidad de las importaciones argentinas. 

Todo el éxito residía en ganar tiempo, adelantándose a la gigantesca maniobra de despojo que se cernía sobre nuestra economía. La decisión era factor principal para maniobrar con rapidez empleando hasta la última divisa — que se desvalorizaría — para adquirir bienes de capital que se valorizarían. Fue entonces cuando nuestro gobierno dispuso que el I.A.P.I. comprara de inmediato todo lo necesario al país y lo transportara sin más al puerto de Buenos Aires. El secreto estaba en que la pérdida de valor de las monedas “no nos agarrara” con un solo billete desvalorizado. Así se dotaron todas las necesidades nacionales en maquinarias, vehículos, etc., que durante los cinco años de guerra no habían podido llegar al país. En una sola operación se compraron 60.000 camiones y 1.000 tornapuls; 20.000 equipos industriales fueron adquiridos para ampliar y reacondicionar la industria; se compró la marina mercante; se motorizó el Ejército y se dotó la Aeronáutica, etc. 

El puerto de Buenos Aires llegó a estar atestado de materiales; fue menester estibarlos en los lugares libres, aun a la intemperie, porque faltaba tiempo para retirarlos. Se oían a menudo críticas de los que pasaban por allí. En 1949 no nos quedaba una divisa. El gobierno había cumplido su plan de cambiarlas por bienes de capital. Entonces vino lo previsto: cayeron todas las divisas y los bienes de capital comenzaron a subir catastróficamente. Y si no, veamos: cada camión que en 1947 costó 8.000 pesos, hoy vale más de 100.000; cada tornapul que costó 25.000, hoy cuesta 250.000; los equipos industriales que, “grosso modo”, vinieron a un dólar el kilo, hoy cuestan diez; los tanques del Ejército, que se pagaron a 22.500 pesos cada uno, hoy no se los consigue por 500.000; los aviones, los barcos, etc., si se los comprara hoy, constarían entre cinco y diez veces, los precios pagados entonces por ellos. 

Sin embargo, cuánta incomprensión y cuánta estupidez hemos escuchado en la crítica por haber gastado las divisas. Ellos hubieran preferido que se evaporaran bloqueadas en las cuentas de las metrópolis que sirven. 

Fue precisamente ese fabuloso negocio del Estado y la Nación Argentina lo que permitió al país llegar a 1951 habiendo realizado la recuperación nacional, pagado la totalidad de su deuda externa, formado su flota mercante y aérea, modernizado sus fuerzas armadas, realizado y consolidado su independencia económica y justicia social, mantenido la plena ocupación, reactivado la economía y ejecutado más de 75.000 obras públicas en todo el territorio. 

Los charlatanes que capitanean bandas políticas dicen que el gobierno peronista ha arruinado el país. Nosotros sabemos que el esfuerzo más grande ha sido realizado para pagar las deudas que ellos contrajeron y recuperar los bienes que ellos entregaron, por moneditas de coima, a sus amos de ayer y de hoy. 

Hay una diferencia entre ellos y nosotros. Esa diferencia está en los hechos mismos.