España: Exportación no es un nombre de salida a la crisis

 Ricardo Molero Simarro
Econonuestra


Durante los últimos meses no han dejado de aparecer noticias sobre la mejora del sector exterior de la economía española. Esas noticias han dado alas a quienes, como Juan Rosell, presidente de la CEOE, afirman que “la salida de la crisis en España tiene un nombre: exportación”. Sin embargo, un análisis pormenorizado de lo que se encuentra detrás de la evolución de las estadísticas de comercio exterior muestra que dicha afirmación no es sino una mentira con la que se trata de justificar el brutal ajuste salarial que se nos está imponiendo. Tal y como ya han expuesto Gabriel Flores y Vicenç Navarro, muy difícilmente las exportaciones van a hacer posible que salgamos de la crisis. Y, sin embargo, el falso intento de mejorar la competitividad de nuestra economía por medio de la reducción de salarios va a hacer que nos sigamos empobreciendo.

Entre 2007 y 2011 las exportaciones se incrementaron un 16,3% y el déficit comercial de la economía española se redujo en más de un 50%. En septiembre de 2012 la cifra de exportaciones se ha incrementado otro 3,7% respecto al mismo mes del año pasado. Todo esto ha permitido, además, que la caída del PIB se haya ralentizado en varias décimas, ¿por qué, entonces, no somos más optimistas respecto a las contribuciones que el sector exportador puede hacer para sacar a la economía de la crisis? Pues por múltiples razones:

La primera porque, según los datos recopilados por el Consejo Económico y Social, en el año 2010 apenas el 3,3% de las empresas españolas exportaban, es decir, que los beneficios logrados con la exportación se concentran en un segmento reducido del tejido productivo.
La segunda, porque el sector exterior español ha reforzado su dependencia del turismo. Éste sigue siendo el único sector capaz de compensar el déficit comercial de la economía pero, a pesar de la recuperación que está viviendo, su aportación positiva potencial tiene un claro límite en el número total de turistas que pueden llegar a visitar nuestro país.
La tercera, porque el déficit comercial se está reduciendo debido, en buena medida, al descenso de las importaciones (de un 7,7% desde 2008) consecuencia de las caídas del consumo de las familias, el gasto público y, como resultado, las importaciones de las empresas españolas provocadas por las políticas de ajuste. Sin embargo, si la mejora de las exportaciones llegase hipotéticamente a permitir que la economía se recuperase, dichas importaciones volverían a incrementarse.
La cuarta, porque ni siquiera el incremento de los ingresos por exportaciones y turismo más la caída de las importaciones ha permitido que la economía española logre un superávit en su balanza por cuenta corriente (la cual recoge el saldo del comercio de bienes y servicios y la transferencia de rentas entre nuestro país y el resto del mundo). Es decir, que, a pesar de su evolución, la aportación del sector exterior al crecimiento sigue siendo negativa.
La quinta, porque como bien explica el citado Gabriel Flores las exportaciones sólo son equivalentes a un 40% de la suma del consumo de las familias y el gasto público. Es decir, que, para que las políticas de ajuste dejasen de ahondar en la recesión de la economía, ese saldo neto del sector exterior no sólo tendría que pasar a ser positivo, sino que debería llegar a suponer más del doble de lo que se están reduciendo dichos consumo y gasto como consecuencia del ajuste.
La sexta, porque dado que la producción de los bienes exportados por las empresas españolas demanda una gran cantidad de importaciones, los márgenes que las exportaciones dejan son muy bajos. Por lo tanto, para que la aportación neta del sector exterior alcanzase esa magnitud, las exportaciones se tendrían que incrementar en una proporción elevadísima, imposible de alcanzar dado el grado de saturación existente en los mercados mundiales.
La séptima, porque aunque, según los datos de la Organización Mundial del Comercio, la cuota de mercado acaparada por las exportaciones españolas en el total de exportaciones mundiales apenas se ha reducido del 1,8% en 2007, al 1,7% en 2011, la posible mejora de este indicador se ve limitada por el hecho de que todos nuestros competidores principales están llevando a cabo las mismas políticas de ajuste, anulando recíprocamente los supuestos efectos positivos de dichas políticas sobre la competitividad externa de las economías.
La octava, porque para poder mejorar sustancialmente dicha cuota exportadora la única solución sería transformar la especialización productiva de la economía, una tarea para la que sería imprescindible un decidida apuesta por la inversión en I+D+i. Sin embargo, para lograr que dicha apuesta fuese eficaz, el volumen de recursos públicos a movilizar (ya que las cifras muestran que esta tarea la lidera el sector público) sería enorme. Esto haría imprescindible romper con las políticas de austeridad del gasto público impuestas desde la UE. Al mismo tiempo, sería preciso acabar con la sangría que está generando el pago de intereses de la deuda pública mediante un proceso de auditoría y posterior impago de la fracción ilegítima de la misma. Acciones ambas sobre las que tanto nuestro gobierno como nuestro empresariado no quieren ni oír hablar.
La novena, porque incluso, en el caso de que se llegase a hacer esa apuesta, el esfuerzo a realizar en términos de I+D+i no sólo tardaría años en dar sus frutos, sino que, como dice Flores, debido al “reducido tamaño de la industria manufacturera española”, difícilmente las mejoras logradas “pudieran tener un impacto importante sobre el conjunto de la economía”.
La décima, porque, si a pesar de esas dificultades, el impacto positivo de esa política llegase a ser significativo, las exportaciones españolas son tan dependientes de la importación de combustibles fósiles que ni logrando un (muy improbable) aumento radical de la energía procedente de fuentes renovables se podría proveer de toda la necesaria para sostener el incremento de la actividad exportadora.
Más aún, la justificación de la estrategia de salida de la crisis a través de la exportación se basa en una falsa concepción de la competitividad internacional, según la cual ésta se explica por la evolución de los salarios de los trabajadores. Sin embargo, el indicador de costes laborales por unidad producida (utilizado habitualmente) depende no sólo de la evolución de dichos salarios, sino también de la productividad. Desde la puesta en marcha del euro, dicho indicador creció más que en el resto de la unión monetaria. Sin embargo, como explica Ángel Laborda, los salarios reales se incrementaron mucho menos que la productividad y, además, esta diferencia entre ellos fue mayor que en el resto de países, permitiendo que, medido en términos reales, el indicador evolucionase favorablemente para España. Por lo tanto, lo que en realidad explica el incremento de los costes de nuestra economía no son los salarios, sino la mayor inflación de precios que alimentó los beneficios empresariales.
Como consecuencia de las políticas de ajuste aplicadas con la excusa de la ayuda al sector exterior (y, en concreto, como consecuencia de la última reforma laboral y su debilitamiento de la protección frente al despido y la negociación colectiva) esa tendencia que había comenzado antes de la crisis se está reforzando, haciendo que la participación de los salarios en la renta nacional esté a punto de pasar a ser menor que la de los beneficios. Dado que, como explicaba Alberto Garzón, la economía española es una economía guiada por los salarios, esas políticas están agravando la recesión, hasta tal punto que incluso los beneficios empresariales han sufrido caídas. Sin embargo, ni a la patronal ni al gobierno les importa porque saben que ese es un efecto temporal y, mientras tanto, están logrando su objetivo de aprovechar la crisis para provocar un debilitamiento aún mayor de la posición de todas aquellas personas que viven de su propio trabajo.