República Federal Española

Francisco Sanz
Kaos en la Red


Entre la independencia y el federalismo hay un desierto de confederaciones desaparecidas y anarquismos que abortaron, que no alcanzaron a reproducirse por muy “empreñados” que estuvieran.
  Cibernéticas, filosóficas y mitológicas. Si no salen las cuentas, si faltan palabras recurrimos a los mitos, a la magia. La ceremonia de la inocencia es ahogada, los mejores están faltos de toda convicción, mientras los peores se van cargando de apasionada intensidad. Con ellos volverán las primitivas alianzas totémicas como en innúmeros ejemplos de confederación mágica y sagrada del más alto rango, buscan llegar a aquella communio sanctorum, que se pretendía en el seno de la Santa Madre Iglesia. 
    Cuando filósofos contemporáneos de la religión expresan ocasionalmente la opinión de que la “humanidad” representa “en lo más profundo una magnitud religiosa” hacen uso de la posibilidad de transfigurar la especie entera en un superorganismo. El grado de permeabilidad de las fronteras es determinante en política, el de las membranas lo es para la vida. Cuando las fronteras están bien definidas estamos en presencia de un estado central o federal, de un ser vivo y la cosa está clara. La perpetua renegociación de qué o quién es el orden superior es propia del estado confederal, de las relaciones de grupo.
  Cuando estamos entre gente dogmática las buenas vallas hacen buenos vecinos, la falta de letra pequeña hace buenos los contratos. Cuando estamos entre pragmáticos las vallas, las reglas y en los tratos se está como con la vida, siempre en disposición de volver a hablar, contar, aceptar  o volver a empezar las cosas de acuerdo con los resultados. El que se esté pidiendo federalismo cuando se quiere limitar la autoridad del estado central es que las diferencias entre federación y confederación han dejado de considerarse. Entre la independencia y el federalismo hay un desierto de confederaciones desaparecidas y anarquismos que abortaron, que no alcanzaron a reproducirse por muy “empreñados” que estuvieran. 
   En asuntos como la independencia como en otros asuntos religiosos, los ateos suelen mostrar más remilgos para proclamarse tales y con ello quizás ofender a los creyentes que viceversa: ninguno de estos piensa ni por un momento que al vocear su fe pueden herir la sensibilidad intelectual de quienes prefieren la evidencia de lo visible frente a lo invisible, o las pautas morales frente a los dogmas religiosos. Al contrario, esperan más bien que los incrédulos confiesen nostalgia y hasta admiración romántica por la fe que no tienen.
   Sin embargo cómo no reconocer cómo ha animado la vida política lo que pasó en la Diada, estos acontecimientos hacen pensar, llevan a hablar. La dogmática, la buena y fecunda madre de la polémica, es necesario que salga de vez en cuando de su madriguera, sobre todo porque en estos tiempos es necesario pensar y hablar, hasta conseguir que despertemos lo suficiente como para conseguir que vuelva a entrar en ella.
  Puede ser que con estos debates que por fin consigamos dejar de aceptar una constitución de otros tiempos, que se declare la República Federal Española que con el pretexto de gestionar el derecho a decidir de las nacionalidades se lo quite a los consumidores, que con la excusa de devolver la dignidad a las identidades nacionalistas administre los pocos recursos que van a quedar sin quitarle a la gente la ilusión por trabajar y las ganas de ayudar... bueno, estaba soñando, pero no recuerdo ya qué. Pero entonces ¿cómo sabes que soñabas? Porque me desperté sonriendo.
  Es posible que todo ese hablar de independencia sea como esa anécdota que contaban de Cioran, que una vez en su escondijo de Paris, en uno de esos días malos de noviembre, cuando estaba considerando más seriamente la necesidad de suicidarse que de costumbre, llamaron a la puerta, acudió a abrir, se presentó  una vecina que le machacó durante más de una hora con un cúmulo de tonterías e insensateces absolutamente desproporcionado. Cuando por fin se fue le dejó hecho polvo, con un cabreo monumental, pero le había salvado.