Palestina-Israel: ¿Hasta dónde?


Magali Thill*
Revista Pueblos
Han pasado sesenta y cuatro años desde la creación manu militari del Estado sionista en Palestina. La Asamblea General de Naciones Unidas ha adoptado decenas de resoluciones exigiendo su retirada de los Territorios Ocupados y el retorno de los refugiados. Otro tanto hizo el Parlamento Europeo. En múltiples ocasiones, el Relator Especial de Naciones Unidas para los Territorios Palestinos ha denunciado los crímenes de guerra y de apartheid cometidos por Israel. Incluso se logró que el Tribunal Internacional de Justicia dictara en 2004 una histórica sentencia declarando ilegales lo que a todas luces era una aberración desde el punto de vista político, jurídico y humanitario: el muro de anexión, y los asentamientos e infraestructuras israelíes en territorio palestino. Pero éstas y otras muchas victorias acabaron sepultadas bajo los escombros de nuevos ataques, bajo los cuerpos de nuevas matanzas. Y a quienes seguimos sufriendo por la herida abierta en esta franja de tierra, por los olivos que le son arrancados de raíz y por la sangre que cíclicamente la impregna, nos asaltan unas dudas que, de tanto repetirse, podrían haberse convertido en escepticismo (como seguro que persigue la maquinaria sionista) si la perseverancia del pueblo palestino no se nos hubiera contagiado.

Aunque varias fuentes consideran que los colonos israelíes que viven ilegalmente en territorio palestino han superado el medio millón, no se conoce con exactitud la cifra de unidades habitacionales construidas por Israel en Cisjordania y Jerusalén Este. Para acabar con esta incógnita y documentar los atropellos cometidos por estas comunidades cuyo fundamentalismo se expresa de las formas más crueles, el Consejo de Derechos Humanos aprobó en marzo, con el único voto en contra de Estados Unidos, lanzar su primera investigación sobre asentamientos en Palestina, lo que ha llevado al gobierno israelí a suspender sus relaciones diplomáticas con el órgano de Naciones Unidas. No es de extrañar que a Tel Aviv no le haya agradado la decisión, porque en los últimos años los asentamientos no han cesado de extenderse por el relieve palestino, alcanzando un ritmo de edificación que dejaría verde de envidia al mismísimo Pocero. Y nadie sabe pronosticar hasta dónde llegará la colonización.
El pasado 17 de abril, unos dos mil presos palestinos iniciaron una masiva huelga de hambre para protestar contra las condiciones de reclusión y el aislamiento de prisioneros y prisioneras, y para demandar la abolición de la detención administrativa, una práctica que afecta en la actualidad a más de 320 personas, entre las cuales está el reconocido profesor Ahmed Katamesh, recluido sin juicio ni cargos desde el 21 de abril 2011. En represalia por la huelga de hambre, se les dejó incomunicados y muchos fueron trasladados hacia otros centros penitenciarios, negándoles hasta la libertad de no alimentarse. Despojándoles incluso de la dignidad de la protesta.
Desde la apertura de la Casa Sefarad en Madrid se ha registrado una trepidante actividad de promoción de la ideología sionista en España. Se han financiado cursos que divulgan la versión oficial israelí del conflicto. Se han multiplicado los intercambios de alumnas y alumnos españoles e israelíes. Y hasta se ha inaugurado en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, la primera Cátedra dedicada a las relaciones entre España e Israel, provocando la indignación de muchos docentes que, como Noam Chomsky, Naomi Klein o Illan Pappe, se adhirieron al boicot académico. Afortunadamente no todas las actividades de adoctrinamiento sionista cumplen con su función de lavado de imagen, como cuando el presidente de la Asociación de Periodistas de Granada tuvo que dimitir a raíz del escándalo que provocó al agredir con su cinturón a una activista del movimiento BDS.
Y con la que está cayendo, cabe preguntarnos hasta dónde las autoridades españolas van a tolerar las ofensas de un Estado que destina millones de euros en legitimar su ideología colonial y racista en nuestro país, mientras su ejército destruye impunemente escuelas, hospitales, pozos y otras infraestructuras básicas construidas con ayuda europea para subvenir a las necesidades de un pueblo oprimido que tiene y seguirá teniendo (¡lástima para Israel!) toda la solidaridad de la ciudadanía española.

*Magali Thill es directora de ACSUR-Las Segovias y miembro de la RESCOP
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