Destino incierto para la eurozona en el mediano plazo
Gabriel Holand
Diario BAE
Diario BAE
- Ya quedan pocas dudas de que España necesitará el urgente salvamento financiero que le permita obtener fondos frescos sin la necesidad de desembolsar las impagables tasas de interés que le exige el mercado para otorgarle algo de crédito.
Por otra parte,
será imposible avanzar con cualquier plan de ayuda sin tapar de alguna manera
los gruesos quebrantos del sistema bancario de ese país. El rescate de Bankia
marca el camino para que otras entidades bancarias españolas reciban la ayuda
oficial.
Corresponde
aclarar que, a esta altura de los acontecimientos, dejar caer al sistema
financiero español sólo empeoraría –más aún si se puede– el estado de cosas de
la economía ibérica –y de toda Europa–, acosada por el desempleo y la fuerte
contracción de la actividad económica.
Para entender
dicha urgencia basta con recordar que hoy la calidad crediticia de las carteras
bancarias españolas continúa en caída libre por los créditos morosos e
incobrables que registra.
Por ello el
sector financiero necesitará contar con 100.000 a 250.000
millones de euros para recapitalizarse, solamente para mantener el ratio del 9%
de capital básico exigido por las autoridades bancarias europeas.
La pregunta que
surge, además de rogar que el público español mantenga su dinero en el sistema,
es quién les proveerá semejante cantidad de fondos cuando las expectativas de
la economía ibérica van de mal hacia peor.
Más aún, se
duda sobre la capacidad de los propios bancos españoles para retener en sus
carteras la deuda soberana nacional en medio de la baja de calificación de la
misma y el creciente retiro de depósitos (léase fuga de capitales) de empresas
y particulares.
Así que la
única alternativa que se vislumbra para el país, en ausencia de los mercados de
capitales privados, es recibir ayuda de los organismos de crédito de la Unión Europea en
forma inmediata y como inyección de liquidez directa.
Pero, para
variar, Alemania se opone fuertemente a implementar la asistencia en dichos
términos porque considera que eso significaría renunciar a los principios de
disciplina monetaria que rigen en la alianza y además marcaría una excepción
frente a los requisitos impuestos a otras naciones que presentan similares
problemas.
Peor el
remedio. Así que de hecho ningún plan de ayuda
existe hasta ahora. Y, sin duda, a medida que el tiempo pasa cualquier vía de
asistencia futura resultará más costosa y, además, se enfrentará a daños
mayores.
Además, y
aunque existiera un plan de socorro al Estado español, las condiciones bajo las
cuales los organismos europeos suelen otorgar ayuda bien pueden matar al
paciente, porque la receta clásica es exigir más recorte de gasto público y
aumento de impuestos a cambio de dinero, es decir, exactamente lo contrario que
necesita una economía acosada por la recesión y el desempleo.
Si a la caída
de la actividad económica se le agregan nuevos recortes de recursos lo que se
obtiene, lógicamente, es aún menos producción y consumo.
Por lo tanto, y
según los criterios macroeconómicos por los cuales se rige actualmente la
alianza comunitaria, sería ocioso esperar de ella otra cosa más que pedidos de
mayor control de gasto y menores subsidios al consumo de la población.
Probablemente
entonces, y a fin de generar algo de credibilidad que le permita obtener fondos
a tasas razonables para financiar su deuda soberana, España necesite ajustar su
balanza comercial. Esto quiere decir básicamente importar menos de lo que
exporta, y de esa forma conseguir algunas divisas para aliviar sus cuentas.
Pero a largo
plazo, tal herramienta resulta harto insuficiente para consolidar una posición
exportadora. Para ello necesitaría poder devaluar su moneda, algo imposible de
lograr en forma unilateral mientras cuente con la moneda euro.
Malos augurios. Como puede apreciarse, la actual
situación española, sobre todo en los quebrantos del sistema financiero local
tanto como en su falta de credibilidad, trae reminiscencias de los
acontecimientos que sucedieron en Grecia y Portugal.
Y a pesar de
que los planes de ajuste en esos países generaron mayor contracción de la
actividad productiva, por lo cual requirieron más asistencia de fondos, de
todas formas la misma receta pretende utilizarse en la península ibérica.
El problema es
que si en España se repiten los resultados negativos que se observan en las
otras dos naciones, el efecto contaminante de la crisis tomará una intensidad
difícil de mensurar. Grecia y Portugal representan menos del 2% del PBI de la Unión Europea , pero
el tamaño de la economía española es cuatro veces más grande que aquéllas.
Sin dudas, los
políticos en Bruselas conocen los riesgos a los que se someten, por lo cual
probablemente algún tipo de ingeniería financiera implementen para acercar al
gobierno en Madrid. Pero difícilmente cambien su libreto e insistirán con
recetas de ajuste y achique de la economía, por lo que a mediano plazo, el
destino de la zona euro parece más que dudoso.