Perdiendo el tiempo de la reforma en una Jordania dividida

Jadaliyya /International Crisis Group-Jordania

 
Sumario

Algo se cuece en el Reino hachemí de Jordania. No es que se hayan extendido las protestas desde 2011: el país ya las había experimentado antes y hasta ahora siguen siendo relativamente insignificantes. Se trata más bien de quién está detrás y de dónde surge la insatisfacción. Los jordano-orientales [1] —los que habitaban la zona antes de la llegada de los primeros refugiados palestinos en 1948— se han conformado desde hace tiempo como el pilar de apoyo de un régimen que ha jugado con su temor respecto a la mayoría de origen palestino. Este pilar muestra fisuras. Las autoridades retienen varios activos: la ansiedad popular por la inestabilidad; el apoyo político y material estadounidense y del Golfo árabe; y la obstinada división inter comunitaria en el seno de la oposición. Pero en una región que se está transformando vertiginosamente sería imprudente que dieran por sentado que pueden evitar tanto un cambio de gran calado como la agitación. En última instancia, o aplican el primero, o padecerán la segunda.
La temporada de los levantamientos árabes ni ha sacudido a Jordania ni ha pasado de largo por completo. La frustración empezó a bullir en 2010; al año siguiente una serie de protestas discretas en tamaño pero no en significación juntó a amplios sectores populares: jordano-orientales pero también ciudadanos de origen palestino, islamistas y una juventud no militante. Los que salieron a las calles tenían diversos motivos de queja pero en su epicentro se expresaba la indignación contra el estado de la economía, la corrupción ostentosa, la ausencia de rendición de cuentas y la concentración del poder en manos de unos pocos.
En el pasado a la monarquía le resultaba relativamente fácil jugar con la falla que ha definido la política jordana, la de separar a los jordanos-orientales de los jordano-palestinos. Los primeros creen que son los habitantes originarios del país y temen que los ciudadanos de origen palestino, más numerosos, les usurpen su dominio tradicional. Su apoyo a la monarquía se ha debido en parte a una sobredimensionada presencia en el sector público, en los servicios de seguridad y —a fuerza de manipular los distritos electorales— en el Parlamento. Por el contrario, los jordano-palestinos se han sentido marginados, excluidos de las posiciones clave del Estado y a veces tratados como desleales; el recuerdo de la sangrienta guerra civil de 1970 en la que los grupos palestinos fueron derrotados por las fuerzas del régimen delata igualmente su percepción entre las autoridades centrales y contribuye a un persistente sentimiento de exclusión.
Las divisiones entre las dos comunidades tienen connotaciones económicas, sociales y políticas: los jordano-orientales son, por lo general rurales, mientras que los palestinos jordanos proceden normalmente de centros urbanos; los primeros dominan el sector público y los últimos están presentes en las empresas privadas; el poderoso movimiento islamista tiende a ser más jordano-palestino que jordano-oriental. En esta ocasión también, cuando se desarrollaron las protestas las tensiones comunitarias subyacentes no pasaron desapercibidas. Los jordano-orientales tacharon a veces a los jordano-palestinos de capitalistas codiciosos, ciudadanos desleales o inquietantes islamistas. A su vez, los jordano-palestinos se han mostrado recelosos de tomar la iniciativa en las manifestaciones por temor a una reacción nacionalista.
Hoy, sin embargo, se ha vuelto mucho más difícil para el régimen contener las protestas dividiendo a los manifestantes. Los jordanos-orientales están cada vez más hartos también. Sus bastiones rurales han sufrido el derrumbe del sector agrícola y la drástica reducción del gasto público que se inició en la década de 1990. La fuente habitual de su poderío —sus vínculos con el Estado— ha quedado severamente dañada por la oleada de privatizaciones iniciadas en la década de 1990 así como por el avance vertiginoso (y en gran medida impune) de la corrupción en las altas esferas. El resultado conjunto de ambas dinámicas ha sido que los recursos han ido a parar lejos de ellos hacia una nueva y limitada élite del sector privado con acceso privilegiado a Palacio. En consecuencia, muchos jordano-orientales han llegado a la conclusión de que para hacer frente a sus problemas económicos será necesario un cambio político, incluida una profunda reforma constitucional y electoral. Al mismo tiempo, el poderoso movimiento islamista ha demostrado ser pragmático en sus reivindicaciones.
Ello no ha eliminado las divisiones comunitarias; hasta cierto punto, las refuerza pues los jordano-orientales pueden responsabilizar de sus dificultades a la corrupción y a la privatización que asocian con la elite económica urbana que es mayoritariamente palestina. Pero ello ha perjudicado al régimen y le ha ocasionado ataques sin precedentes por parte de sus partidarios rurales y tribales jordano-orientales. Han surgido algunas coaliciones comunitarias en torno a reivindicaciones específicas de reforma política que desafían la hegemonía política de la identidad. La indignación no ha unido todavía a la mayoría de los jordano-orientales y de los jordano-palestinos pero están indignados al mismo tiempo. Lo que ya es un comienzo.
El régimen ha respondido haciendo honor a la moda de este tiempo: el rey ha reestructurado gobiernos y los ha vuelto a reestructurar utilizando a los primeros ministros como amortiguadores para absorber el descontento popular. Ha encargado comités que exploren posibles reformas pero éstas siguen sin aplicarse. Las autoridades asimismo parecen haber intentado exacerbar los antagonismos comunitarios. En varias manifestaciones se han producido ataques por parte de individuos que recurren a lemas divisorios de forma explícita y que trataban de agitar sentimientos anti-palestinos o, en algunos casos, rivalidades tribales. El régimen se ha resistido a promover investigaciones independientes por lo que es difícil establecer su autoría. Sin embargo, el nivel de organización y el hecho de que los matones no hayan sido ni detenidos ni investigados levanta sospechas.
Indudablemente, esta combinación de tácticas ha funcionado hasta ahora. Los manifestantes no han conseguido llegar a una masa crítica y ciertamente las imágenes de Siria amortiguan la convocatoria de un movimiento de protesta para no provocar el caos. Pero no dejan de ser pobres sustitutos para hacer frente a las causas de la indignación. Abordar seriamente los temas que unen a todos, jordano-orientales y jordano-palestinos por igual —y cuya impaciencia aumenta por momentos— sería un rumbo más sabio. Una reforma electoral creíble que proporcione una representación más justa de los centros urbanos sería un buen y gran comienzo. Aunque algunos jordano-orientales son reacios a que las zonas urbanas adquieran mayor peso político, una mayor atención del gobierno a las necesidades socioeconómicas de las zonas rurales supondría recorrer un largo camino para disipar esos temores. Otros pasos tendrían notable repercusión: limitar la jurisdicción del Tribunal de Seguridad del Estado (antes que abolir en última instancia la institución en su conjunto), garantizar la rendición de cuentas tangible para la corrupción y para las violaciones de los derechos humanos; conceder poderes reales al Parlamento invistiéndole de una función principal en la elección del primer ministro; establecer un Senado por elección y poner fin — o al menos reducir drásticamente— el papel político de órganos no electos, en primer término, el de los servicios de seguridad.
El régimen siempre puede tener la tentación de esperar y posponer. Sin embargo, la creciente desafección de la base electoral de la monarquía junto con los esfuerzos para unificar las filas de la oposición superando las debilitadoras divisiones podrían augurar un nuevo capítulo en el drama de los levantamientos árabes en auge. Y para entonces, ya sería demasiado tarde.

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Notas:

1.- Por jordano-orientales se entiende lo que en inglés se denomina East Bankers, es decir los habitantes de la zona al este del río Jordán, propiamente jordanos desde la creación de ese Estado, por oposición a los West Bankers, los habitantes de la zona al oeste del Jordán, es decir, los palestinos. Los jordanos orientales se consideran a sí mismos como los jordanos auténticos mientras que los jordano-palestinos, a pesar de disponer en su mayoría de nacionalidad y pasaporte jordanos, siguen siendo y considerándose palestinos. [N. de la T.]


Traducción  de Loles Oliván.