Cuando parecerse es ser

 Ernesto Espeche (*)
APAS

  • Los resortes que articulan las coincidencias de dictadores del pasado y opositores del presente.
El genocida Jorge Rafael Videla volvió a escena para pronunciarse sobre el presente político argentino. "Como enemigo de ese socialismo que ellos pregonan, no podemos esperar de esta gente una solución, la única vía es sacarlos del gobierno y no a través de un golpe de Estado, sino a través de los cauces democráticos", dijo a la revista española Cambio 16.
Demos justa medida a este dato: el jerarca de la última dictadura no tiene hoy peso propio; se lo podría calificar –más bien- como un patético representante de un pasado que la historia jamás absolverá. Sin embargo, sus espectros arremeten con virulencia reactiva ante el impulso transformador que vive nuestro país y el subcontinente desde hace casi una década.
Los fantasmas de Videla trascienden a Videla; se despojaron de esa rancia materia que se yergue con dificultad frente a los pronunciamientos inequívocos de los tribunales de justicia. Sus fantasmas no salen en su defensa porque buscan eludir la putrefacción de su cuerpo y el asco que él despierta entre las grandes mayorías. Sus fantasmas, para decirlo de una vez, reactualizan sus ideales y maquillan la superficie rugosa de sus pensamientos.
Los espectros, en realidad, son actores tangibles del poder fáctico que apostaron a ocultar su condición de socios del genocidio. Su estado vaporoso, inasible, indescifrable depende, en gran medida, del silencio de Videla y los represores que encarnaron el brazo armado del régimen. Pero los fantasmas adquieren corporeidad cuando los dictadores salen a luz para reivindicar aquella masacre y el proyecto que la motivó, o dan una opinión sobre la vida política actual.
En la nota de la publicación española, el genocida criticó a la oposición “por no haberse unido para combatir esta lacra". Cristina Fernández intervino con claridad: "Esta invocación a unirse a la oposición por parte del ex general Videla me hace acordar a otras recomendaciones que leemos a diario desde editoriales y desde análisis de editorialistas políticos". Y concluyó: "Debemos homenajear a la democracia, la infinita posibilidad de vivir como vivimos, que podemos decir lo que queremos, pero también llamar a la reflexión a los que curiosamente coinciden con estas frases, con estas ideas y con estas posturas".
La presidenta tildó de “curiosidad” a esas evidentes coincidencias. Fue, claro, un recurso retórico. Ella y muchos más saben que no hay lugar para el asombro: las grandes corporaciones mediáticas, la oposición política de derecha y el poder económico concentrado coinciden con los argumentos del genocida porque participaron, se beneficiaron o abalaron el terrorismo de Estado y resisten un modelo que tiene en su esencia la crítica orgánica al proyecto implantado en 1976 y continuado por años bajo la institucionalidad democrática.
En todo caso, la nota difundida produjo un doble efecto en un mismo movimiento: enaltece el carácter democrático y progresista del rumbo actual, y despoja a las principales figuras del arco opositor del ropaje republicano y democrático con el que intentan deslegitimar al proceso en curso.
Por su parte, el jefe de gabinete argentino, Juan Manuel Abal Medina, dijo al respecto que "es aterradora la similitud entre el diagnóstico que hace el genocida y el de muchos opinadores mediáticos". Y se preguntó: "¿No será hora de que se den cuenta de que su odio hacia nosotros los está llevando peligrosamente lejos?".
Así, se puso sobre relieve el absurdo que domina la lógica oposicionista: quienes acusan al gobierno de autoritario, fascista o enemigo de las libertades se reconocen en la textualidad macabra del genocida. "Si el país cambiara hacia otro rumbo, seguramente, no estaríamos presos", dijo Videla en un acto de brutal explicitación de una búsqueda que fracasó.
Una máxima irrefutable de la praxis política indica que en los posicionamientos de un lado u otro del límite simbólico respecto de un modelo determinado intervienen, por un lado, los idearios y principios que portan cada sujeto -individual o colectivo- y, por otro, la identificación del papel que juegan aquellos actores que, a priori, ubicamos en las antípodas de nuestras premisas ideológicas.
Si los represores, sus amigos, socios y cómplices comparten un mismo diagnóstico sobre el presente político, el conjunto de los sujetos que intervienen en el ancho campo popular y democrático se reconocen en la vereda opuesta.
Quienes por errores de lectura deciden cruzar ese límite deberán, tarde o temprano, dar cuenta del lugar que ocuparon en la escena nacional y de los intereses tributarios de esas prácticas.
La extrema complejidad del momento político obliga a los sujetos a ajustarse a una síntesis excluyente: o intervienen en el dinámico y contradictorio proyecto transformador, o se mezclan con Videla y sus espectros en la opaca tribuna de la reacción destituyente, lugar indigno del que no hay retorno.

*El autor es Doctor en Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata, periodista e investigador universitario y director de LRA 6 Radio Nacional Mendoza.