Memoria: el caso de Juana Doña. La comunista que salvó Eva Perón

Por Silvina Pisani
para La Nacion
publicado el 4 de agosto de 2002

En 1947, la primera dama argentina, de visita en España, logró que Franco le conmutara la pena a una condenada a muerte.


El penal de castigo de Guadalajara ya no existe. Una topadora derribó los calabozos más negros del franquismo y casi todo su pasado. Pero a los 84 años, la dirigente comunista Juana Doña tiene memoria para contar la paradoja que allí vivió, al enterarse de la muerte de Eva Perón, que la rescató de morir fusilada por orden del dictador Francisco Franco.

Nunca le dijo gracias. Tampoco la vio en persona, ni intercambió carta o palabra alguna. El lazo entre estas dos mujeres de inusual acción política para su tiempo fue de vida y de muerte, pero sus caminos se cruzaron una sola y decisiva vez, en Madrid, en 1947, y luego llevaron existencias paralelas.

Juana tenía 29 años cuando la condenaron a morir. Eva, 27 cuando se plantó frente a Franco para pedir por su vida. No se conocían ni lo harían nunca.

"¿Qué podía tener yo con una populista como ella?", se ataja esta madrileña de corazón militante. Aún le gusta desafiar, como en sus días de barricada revolucionaria: "No sé si se animará", dice al advertir sobre los 76 escalones que requiere llegar a su casa, en un cuarto piso sin ascensor, y que ella recorre "con calma, para no soltar el hígado por la boca".

Allí, bajo la colección de bustos de Lenin que le regalan sus nietos, relató a La Nación cómo Eva Duarte la salvó de caer en un patio de cárcel, frente a los fusiles. Y develó así uno de los misterios de la gira europea de Evita, entre junio y agosto de 1947.

"Al fin y al cabo, vivo por ella", admite Juana, tras dar muchas vueltas. Hasta ahora, su rostro y el detalle de la historia que la unió con Evita eran desconocidos para los argentinos.

Fue la última condenada a muerte del primer franquismo y no le gusta mucho hablar de aquello, ni de los 18 años que pasó en la cárcel. Ni de la hija de siete meses que murió en la guerra civil, ni del marido fusilado. Porque, a pesar de todo eso, Juana es aún comunista ferviente. Y de Eva, de Perón y de sus fastos, nunca pudo ser amiga. Aunque, como dice, les deba la vida.

"En realidad -cuenta Juana-, quien le escribió a Evita fue mi hijo, Alexis. Yo ya estaba condenada, presa en Madrid, con visitas restringidas. Mi madre lloraba y a mi hermana Valia se le ocurrió que el niño escribiera un cablegrama a Eva pidiéndole por mi vida."

-¿Cómo fue que llegaron a ella?

-Mi hermana Valia, la segunda de tres que somos, dijo tener relación con algún familiar de Eva que se dedicaba al espectáculo. Y sabíamos que si ella intercedía, Franco no se lo negaría. Necesitaba el apoyo argentino.

-¿Qué decía la carta?

-Empezaba así: "Señora Eva Perón, por favor, a mí me han fusilado a mi padre y ahora van a fusilar a mi madre". ¡Claro! No la inventó el niño, se la dictaron. Pero él la escribió con su letra y lo hizo muy bien.

Corría julio de 1947. Juana había sido condenada tras juicio sumarísimo labrado por supuesta participación en la "explosión de un petardo" cerca de la embajada argentina en Madrid, cargos que aún hoy, medio siglo después, rechaza de plano.

"Ocurrió que, por entonces, llegó el nuevo embajador argentino, y dijo que España era un oasis. Mis compañeros reaccionaron: ¿Cómo? ¿Con esta dictadura y los miles de españoles que mueren, fusilados o por hambre?" Entonces, "para probar que el oasis no era tal", montaron el estallido cerca de la embajada, recuerda Juana.

La reacción de Franco fue impresionante. El petardo causó 103 detenciones, entre ellas Juana, que por entonces vivía escondida en Madrid. "Eramos tantos que nos hacían los juicios por grupos. A mí me tocó con otros 19 compañeros, entre ellos, un menor, llamado Eugenio Moya. Todos fuimos condenados, incluso el chaval", dice.

Ella fue separada del grupo y trasladada a la cárcel de mujeres de Madrid, donde esperó durante más de 40 madrugadas que llegara la de su hora. Eran días en que los diarios madrileños contaban en tapa el viaje de Eva por Madrid, Toledo, Sevilla, Granada y la adoración de los españoles, que agradecían la ayuda -y la comida- enviada por Argentina. Fue entonces que la familia de Juana puso en marcha la gestión salvadora.

Ella sigue el relato: "Una mañana de agosto, viene un funcionario a verme a la cárcel. Y me dice: Le traigo una alegría. La han conmutado". Yo pregunté por mis otros compañeros. Y me dice que los habían fusilado esa misma mañana. A todos, menos al chaval, a quien también perdonaron. Recuerdo que dije: ¿de qué alegría me habla, entonces?"

-¿Eva Duarte intercedió también por el niño?

-No. Sólo por mí. Se lo pidió a Franco y Franco no le pudo decir que no.

-Usted jamás dijo nada a Eva Duarte. ¿Por qué?

-No me interesé yo, ni se interesó ella. Fuimos dos mujeres que no tuvimos relación. Ni le di las gracias. Y no se crea, hay gente que eso me lo reprocha y otra gente que dice que hice bien.

-¿Por qué no le agradeció?

-Quedamos en paz. Para mí fue la vida, seguramente. Pero para ella, la posibilidad política de exhibir el logro de haber conmutado la pena a la mujer que puso la bomba en la embajada argentina. Como si esa acusación hubiera sido cierta.

-Usted fue política. ¿No le interesó que ella también lo fuera?

-Soy comunista desde que tengo 13 años. Aprendí mucho de política. Y aquel peronismo no fue un sistema con el que yo simpatizara. Me alegró al principio, cuando vi que les quitaban a los ricos para repartir a los pobres. Pero lo cierto es que mucho de aquel oro desapareció. Muy pronto la cosa dejó de ser tan humana. O tan ideológica.

Los ojos de Juana están casi ciegos. Sólo cuenta con la lealtad del contorno difuso, un poco más fiel bajo la luz matinal. Para aprovecharla, se levanta siempre a las 6. Y trabaja. Acaba de terminar un libro sobre sus días con Eugenio Mesón Gómez, que fue secretario provincial madrileño de la Juventud Comunista. "Mi marido, mi compañero, mi todo", dice, fusilado a los 25 años, cuando ella tenía 21 y ya había conocido la cárcel.

Días después de una primera charla, la amable firmeza de Juana se distiende un poco y cuenta el final de la historia. El momento en que se enteró de la muerte de quien la había salvado.

"Me habían trasladado a la cárcel de castigo de Guadalajara, un sitio del que no quiero ni acordarme. Franco había dispuesto una hoja informativa para las presas. Se llamaba "Redención" -¡fíjese el nombre!- y allí leí, con atraso, la noticia de su muerte", dice.

-¿Qué pensó?

-Admito que, entonces, me hubiera gustado enviar un telegrama, al menos. Al fin y el cabo, yo vivía por ella.

-¿Y por qué no lo hizo?

-No pude. Sólo tenía una visita al mes de veinte minutos. Se me iban en estar con el niño, si venía. O en preguntar por él, si no lo dejaban entrar. ¿Sabe? No me arrepiento de nada, pero sí lamento no haber podido criarlo. Cuando quedé en libertad, lo reencontré con 24 años, hecho todo un hombre.

El final confirma la carta que se guardó Franco cuando concedió a Evita el favor que le pedía. Si bien conmutó la pena capital de Juana Doña, la obligó luego a marchitarse durante 18 años en las cárceles de Guadalajara, Segovia y Alcalá. Quedó libre a los 44, en agosto de 1962. Tiempo después escribió un libro testimonial, Desde la noche y la niebla , usado hoy en universidades del mundo para estudiar la represión franquista.

Cuando los caminos de ambas mujeres se cruzaron, en 1947, todo indicaba que Juana tenía los días contados y Eva, un futuro de arco iris. Tras aquel encuentro fortuito, todo se alteró. Fue Juana quien vio crecer a nietos y bisnietos y les habló del comunismo, que ella ama y Evita odiaba.

Y el destino quiso que Eva Duarte muriera apenas cinco años después.