¿Quién fue Martínez de Hoz?

 Por Mario Rapoport*
para Diario BAE
publicado el 19 de marzo de 2013
La figura de José Alfredo Martínez de Hoz suscita rápidas definiciones, abrumadoramente negativas, pero aún así está rodeada de muchas ambigüedades. Joe, como lo conocían sus amigos, provenía de una familia prominente de la oligarquía tradicional, con raíces en la colonia. De la vinculación familiar con los intereses agropecuarios venía el grueso de su fortuna, aunque sus lazos societarios se extendían también a otros ámbitos empresariales.
Martínez de Hoz y David Rockefeller

Cuando el 2 de abril de 1976 pronunció el discurso que dio a conocer el plan económico de la dictadura militar, dejó bien claro que entre sus “objetivos explícitos se encontraban los de elevar la eficiencia del sistema productivo (ergo reducir en lo posible el sector industrial y restablecer la primacía del primario, el único eficiente), restringir la participación del Estado en la economía (o sea eliminar todo gasto social, “limpiar” la burocracia existente de cualquier elemento sospechoso y utilizar las empresas del Estado para garantizar los negocios del nuevo gobierno), frenar la inflación (lo que significaba achicar los salarios de obreros y empleados), y equilibrar la balanza de pagos (utilizando el arma del endeudamiento externo, lo que iba a permitir acrecentar la fortuna de los militares y empresarios en el poder).
El terrorismo de Estado cumplía el otro postulado implícito: cortar de cuajo la posibilidad de que se reinstaurara cualquier tipo de alianza populista eliminando físicamente al núcleo principal (dirigencia y militancia) de partidos, movimientos y sectores populares.
Con el fin de elevar la eficiencia se planteaba la necesidad de aprovechar las “ventajas comparativas”, para lo cual el país necesitaba especializarse en los productos de mayor aceptación en el mercado exterior sacrificando industrias existentes y entregando el mercado interno a la competencia extranjera. En este sentido –decía el ministro– “la política agropecuaria constituye un capítulo esencial en nuestra estrategia, tendiente a obtener el máximo de posibilidades que ofrece el país en ese orden”.
A partir de esta premisa, Martínez de Hoz trazaba un conjunto de objetivos para modernizar el sector y mejorar progresivamente los precios relativos, “ya que su depresión ha sido la causa fundamental del estancamiento agrario argentino”. Para lograr esto último redujo las retenciones, que luego fueron suprimidas en 1978, y tomó otras medidas a favor del agro. Las entidades agropecuarias y, especialmente la Sociedad Rural Argentina, de la cual había sido presidente en los años cuarenta, le respondieron entusiastamente, apoyando todas sus medidas y elevando la producción sectorial.
Martínez de Hoz buscó readaptar la economía en los marcos de un tipo de división internacional del trabajo que se presentó como un retorno a las fuentes: a la Argentina “abierta al mundo” de la época agroexportadora que había construido la generación de 1880. De esto no caben dudas, así como tampoco de la apertura hacia nuevos mercados, como el de la Unión Soviética, que se transformaría en el principal cliente de los cereales argentinos. La negativa a participar del “embargo de granos” que Estados Unidos implementó para castigar la invasión soviética a Afganistán partió de él mismo y lo indispuso con el gobierno de Washington.
Sin embargo, la economía mundial había entrado desde principios de los años ’70 en una etapa diferente. La crisis del dólar, que genera el abandono de los principios de Bretton Woods, y la elevación de los precios del petróleo por parte de la OPEP, crean una gran liquidez internacional de capitales que se dirigen, para hacer negocios más rentables, hacia la periferia. Es entonces cuando las buenas relaciones de Martínez de Hoz y su equipo con los organismos financieros internacionales y grandes banqueros, como David Rockefeller, junto a una amplia apertura hacia el mercado de capitales, posibilita la entrada en el país de ingentes cantidades de divisas baratas. De este modo, el eje central de la política económica de la dictadura pasaría a ser, a principios de 1977, una reforma financiera que ubicaría a las finanzas en una posición hegemónica en la economía nacional, adelantándose a una tendencia que poco a poco conquistaría el mundo. Comenzaba así una segunda etapa, en la cual el comando económico se apartaría progresivamente de las políticas que caracterizaron el liberalismo clásico argentino en la posguerra, embarcándose en un curso de acción que empalmaría con la “escuela monetarista de Chicago”.
En 1982, en el prefacio de uno de sus libros, Milton Friedman, el jefe de fila de esa Escuela, escribe: “Sólo una crisis […] produce cambios reales. Cuando las crisis arriban las acciones que se toman dependen de las ideas que predominan en el entorno”. El neoliberalismo supone que la intervención del Estado genera únicamente estancamiento económico e inflación. A partir de ello se propone desmantelar una a una las instituciones del régimen de políticas públicas de la inmediata posguerra, y volver a poner al mercado y a la libre elección de los consumidores como determinantes centrales del modelo de organización de la economía. Ésas son las ideas de las que hablaba Friedman y que él y la Escuela de Chicago ensayan primero en países periféricos como el Chile de Pinochet y la Argentina de Videla y Martínez de Hoz, para hacerlas triunfar plenamente en el Reino Unido en 1979 con Margaret Thatcher y en 1981 en Estados Unidos con Ronald Reagan.
La reforma financiera tuvo un papel determinante sobre el conjunto de la economía, ya que la liberalización de los movimientos de fondos y de las tasas de interés, que pasaron a ser positivas y fueron creciendo, modificó drásticamente las condiciones de rentabilidad de los distintos sectores económicos. Esto afectó en forma negativa a las actividades productivas, incentivó la valorización especulativa y produjo la hipertrofia del sector: en poco tiempo se abrieron 1.200 casas y sucursales bancarias y financieras, que la crisis de 1981 iba a hacer en gran parte desaparecer.
Las fórmulas de indexación, como la circular 1050, y la tablita cambiaria, que anticipaba futuras minidevaluaciones, completaron el cuadro y la valorización financiera pasó a ser el eje central del modelo económico. Desindustrialización, pobreza, aumento de las desigualdades y deterioro de las condiciones de vida, altos costos financieros, fuertes movimientos especulativos, fugas de capital y un ritmo inflacionario que se mantuvo inconmovible, nunca menor al 100% anual, pese a que el pretexto de combatir la inflación había sido uno de los principales del programa económico de 1976. Por otra parte, dado que la tasa de inflación era mayor a la de devaluación, se producía una apreciación cambiaria, que perjudicaba incluso a sectores productivos, como el agropecuario, del cual Martínez de Hoz se decía su principal representante como uno de los mayores terratenientes del país.
De modo que también desde allí se hicieron sentir voces críticas, que se acentuaron cuando el aumento de las tasas de interés internacionales a fines de 1979 y principios de los ’80 terminó produciendo una formidable crisis económica y financiera, y también el principio del fin de la dictadura militar.
Con Martínez de Hoz se muere el introductor del neoliberalismo en la Argentina. El fracaso de sus políticas fue también las del núcleo de ideas que las sostenían, aunque no resultara así para quienes se enriquecieron con ellas.


*Mario Rapoport es un economista, historiador, especialista en relaciones internacionales y escritor argentino.Wikipedia

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