Martínez de Hoz: una experiencia concreta y un arquetipo de estrategia liberal

Por Eduardo L. Curia
para Diario BAE 
publicado el 1 de abril de 2013
En diversas notas cortas en la que procedimos, por pedidos periodísticos, a hacer un comentario sobre la significación económica de Martínez de Hoz en la historia económica del país, usamos un par de conceptos que es útil ampliar ahora. Uno se refiere al péndulo argentino, que acuñó Marcelo Diamand. La gestión del extinto ex ministro de la dictadura militar, constituyó una fase de dicho péndulo, aun con características especiales, que hicieron redimensionar al mismo. El otro concepto tiene que ver con la configuración de un “arquetipo”: la gestión en cuestión fue una experiencia singular, pero, a la par, representó un arquetipo o modelo de las estrategias aperturistas apalancadas en el ingreso de capitales externos, y ligadas al retraso cambiario. Empecemos por el tópico del péndulo.

Martínez de Hoz y el péndulo argentino
Es conocida la categoría de péndulo argentino arriba citada. Desde la segunda posguerra del siglo pasado, el devenir económico del país se debatió en una alternancia de regímenes económicos, circunstancia bastante pareja a las recurrentes crisis stop-go (parate–arranque).
Una de las opciones en juego era el modelo industrialista–mercadointernista, asociado a la sustitución de importaciones con un horizonte ceñido al mercado interno. Esta opción mostraba una elevada aptitud de inclusión social, pero era débil en cuanto a la vital disponibilidad de divisas del país.
La otra opción, la liberal, vinculada con un esquema agro-exportador, era más capaz en el frente de las divisas, pero mucho menos apto en materia de inclusión social.
Las fases más expansivas, que tendían a ligarse con el primero de los modelos, solían toparse con una limitante en el frente externo por la escasez de divisas, lo que daba pábulo al planteo alternativo. Aquí, acontecía la respuesta en términos de divisas, pero, con gruesos costos en el ámbito de la actividad económica y en el espectro distributivo. Entonces, se recreaban las condiciones para la etapa industrialista, y así sucesivamente.
La irrupción de Martínez de Hoz, conduciendo la economía en el arranque del gobierno militar de 1976, se adecuaba bastante a este modelo. La expansión de finales de 1973 y de 1974, durante el gobierno peronista de esa época, se agotaba por varios motivos, incidiendo ponderablemente un frente externo muy deteriorado. Una instancia ésta, pues, a “remover”.
No obstante, en la perspectiva, varias cosas se modificaron. En el contexto del gobierno militar, la gestión económica exhalaba un aroma de “perpetuidad”. No se trataba de solucionar un tema cíclico–transitorio sino de promover un planteo estructural, que aspiraba a tomarse el tiempo necesario para desandar en su médula la ruta del desarrollo industrial logrado hasta ese momento. Que sin duda padecía falencias, incluido el excesivo mercadointernismo (aun cuando hubo tímidas políticas para encauzar este enfoque). Pero, en la ocasión, interesaba menos corregir abusos que extirpar, lisa y llanamente, los usos, trabando cualquier nuevo giro pendular. Era un planteo de tipo “de una vez y para siempre”.
Esta intención que se buscó corporizar especialmente a través del plan del 20/12/1978 llegó hasta redimensionar la propia opción liberal.
El “arquetipo”
La gestión de Martínez atravesó diversas fases, desde el primer hito asociado al “sinceramiento de precios”. Pero la “cumbre” de la misma radicó en el plan expuesto en la fecha arriba mencionada. Junto con medidas de orden fiscal, laboral y de reducción arancelaria, apareció, como núcleo, la célebre “tablita cambiaria”, que traducía la adopción del enfoque monetario del balance de pagos para pequeñas economías abiertas, a las que se suponía asociadas más con cambios fijos o fórmulas emparentadas, que con regímenes de flotación.
La tablita marcaba una ruta en el tiempo de ajustes cambiarios mensuales declinantes –esquema monitoreado por el Banco Central–, sumándose un programa monetario (también las tarifas ajustaban en un orden declinante). Se trata de un mecanismo de crawl cambiario activo, por el cual, el cambio, según la pauta, aumentaba deliberadamente por debajo del ritmo de inflación –“ancla”–, apuntando a una pretendida convergencia ulterior de valores.
La aludida caracterización cambiaria era clave. Y, en principio, la dinámica monetaria se adecuaba a esa instancia, ajustándose entre sí la creación de dinero interna y la externa. A la par terminaba, en hipótesis, definiéndose una tasa de interés nominal doméstica, independiente del accionar del Banco Central, la que equivalía a la tasa de devaluación, más la tasa externa de interés, más alguna prima de riesgo operante.
Es bien sabido que, en lugar de la convergencia postulada, primó una brutal divergencia, generándose un perverso retraso cambiario real, demoledor para muchas actividades productivas, en especial, la industrial. La dicotomía (de inflación) entre los bienes de sectores de no transables y los de los sectores de transables, jugó pesadamente. La incidencia del gasto público, de la velocidad de determinados ajustes salariales y de la demanda apegada al boom especulativo inicial influyó en el tema. Las tasas de interés internas registraron un marcado diferencial, que, al principio, se enmarcaba en la tesis de una supuesta “confianza”, alentando alegremente el boom de endeudamiento externo.
En resumen: se trató de una versión temprana de una estrategia –muy sensible a la fase de globalización financiera y general emergente– que pretendió sustentarse visceralmente en el ingreso de capitales del exterior, apelando a elevadas tasas internas, y, como es lógico, asociándose a un mórbido retraso cambiario, con los nocivos efectos conocidos.
Fue una reformulación sofisticada de la opción liberal en el seno del péndulo. Buscó fijar definitivamente el péndulo en una posición determinada. No lo logró pero, sí, implicó un redimensionamiento de aquél. También expresó un arquetipo; un modelo “replicable” acorde con una particular óptica teórica o doctrinal, centrada en el apalancamiento a través del ahorro externo e imbricada con el hipodólar real. La convertibilidad de los 90, en democracia, fue, justamente, una réplica de aquél. Por eso lo del arquetipo. Y ojo que el tal arquetipo siempre se halla en acecho.