Mexico: La tecnocracia neoliberal
Luis Linares Zapata
Ja Jornada
Ja Jornada
La élite financiera apoltronada en las
instituciones públicas ha sido, ¡oh lugar trillado! carnal, virulentamente
neoliberal. Y de ello se siente orgullosa hasta la médula, exhibiendo, sin
pudor, sus posturas, con frecuencia reaccionarias, siempre conservadoras y
presumidamente estabilizadoras para decirlo con mayor precisión. Tal claque se
ha formado en los silencios y resguardos del Banco de México, la Secretaría de Hacienda
y en universidades del extranjero, en especial las de Estados Unidos. Antes, la
mayoría de los que ahora ya son viejos, al menos egresaban de la UNAM. En el presente y
desde hace ya varios años, el ITAM los ha ido substituyendo como matriz
formadora. La influencia que esparcen sobre los grupos políticos no se pone en
tela de juicio. Por el contrario y en no pocos casos, se han encaramado sobre
el liderazgo político hasta obligarlo a seguir sus dictados. Cuentan, para tal
menester, con el apoyo que les brindan los operadores y santones de los centros
neurálgicos de las finanzas mundiales. Son, estos últimos personajes, sus
guías, avales y los usufructuarios mayoritarios de casi todas sus decisiones.
A los financieros públicos se les ha
tratado con deferencias múltiples, exquisitas. Han sido muy bien recompensados
en sus ingresos, bastante más que sus correligionarios de la burocracia
oficial. Se les ha colmado de honores en su desempeño profesional y dado
continuidad a sus carreras tanto dentro del sistema como en organismos
internacionales de prestigio. Los medios de comunicación los concita a menudo,
sobre todo cuando la opinocracia atisba algún atorón económico de difícil o
sutil tratamiento. Los periodistas especializados en negocios o finanzas no
dudan en alabarlos y rendirles el crédito suficiente para salvaguardar sus
agraciados prestigios. Pero, quizá lo mejor y más apreciado por estos
funcionarios de élite es la respetabilidad que alcanzan a menudo en su entorno
social. En ese medio se desenvuelven con pasmosa seguridad, tonos pausados y
buenos modales. Si, por alguna razón fuera del alcance de los comunes
ciudadanos, deciden retirarse del servicio público, encuentran de inmediato
acomodos de calidad en el tinglado de las grandes corporaciones del país. Esta
colección de gracias bien podría ser catalogada como el irresistible atractivo
del ser, por autocalificación, responsable y neoliberal.
Tal descripción de los prohombres que han
guiado el aparato económico del país viene a cuento por la presente coyuntura
en que, ciertos de ellos, participarán, de nueva cuenta y de manera definitoria
para dar continuidad al sistema establecido. El periodo panista toca a su fin y
se inaugura con resplandor mediático la entrante administración del priísmo;
ese que exuda eficacia, tal como aseguran los acomodaticios exégetas del poder.
Para iniciar la crítica de esos personajes
habría que mencionar su mediocre desempeño, si tal aseveración se finca en la
evaluación de los resultados obtenidos a lo largo de estos 30 últimos años.
Poco han retribuido, tan premiados funcionarios del oficialismo priísta o
panista, al crecimiento de la economía. Mucho menos lo han hecho al bienestar
general o a la justicia distributiva. Sexenio tras sexenio, desde el inicio de
los ochenta al presente, han fracasado en lograr los objetivos que se han
fijado. Han dicho, y redicho, que se crecería a 6 por ciento anual promedio de
menos, tal como se hizo en el pasado estabilizador. Sólo han conseguido
poquiteros indicadores, los peores de América Latina: 2 o 3 por ciento en
promedio anual. Han caído una y otra vez en crisis y quiebras de enorme costo
social. El impacto de tales números se concreta con furia inaudita en el empleo
creado, un promedio que no llega a 300 mil por año para una oferta laboral no
menor al millón de personas por año. La contraparte, desempleo e informalidad,
se torna, además de alarmante, peligrosa. En cuanto a los ingresos de los
trabajadores la situación es cruel, inhumana, pues 70 por ciento de ellos ganan
de tres salarios mínimos para abajo. Y la pobreza, claro está, aumenta hasta
llegar a grados inmerecidos (60 por ciento del total poblacional) para
cualquier medida y las potencialidades de este país.
La tesitura del gobierno que formarán los
priístas triunfantes, esos que presumen un nuevo cuño, retraerá, al círculo
decisorio, a tecnócratas de conocido y más que probada ineficacia. Se habla, en
los círculos íntimos del poder, del padrinazgo del antiguo secretario de
hacienda de Carlos Salinas: Pedro Aspe Armella. Ese catalogador de la miseria
como mito genial. El padrino de los déficit fiscales mayúsculos (rebasaban 10
por ciento y llegaron al 20). Nada hay que temer, decía orondo el itamita: están integrados con
renglones positivos para el desarrollo. Afirmaba, con redundante soberbia, que
se importaban bienes de capital e intermedios y ninguneaba la magnitud, cierta
y onerosa, de los artículos de consumo. El mismo que se negó a devaluar.
Primero su renuncia antes que el desdoro de tan pedestre decisión argumentaba.
La severa devaluación, impuesta a sus sucesores, se trabó después en la disputa
sobre a quién correspondería el mérito por haber ocasionado tan espectacular
tronido llamado error de
diciembre.
Ahora el señor Aspe es empresario de altos
vuelos. En mucho, es el hacedor de las bursatilizaciones estatales. El
endeudamiento desbocado de gobiernos locales ávidos de posteridad, nombre,
negocios y herederos, descubre al taumaturgo que hay detrás de esas
angustiantes deudas: don Pedro el hábil. Un consejero indispensable para dar
confianza a los banqueros prestamistas de que las cosas fueron examinadas y
bien planteadas. Indispensable asesor para presentar buena cara ante las
calificadoras. Esas entidades trasnacionales que cerrarán ojos y libros para
extender evaluaciones adecuadas. Ahora se vuelve a aparecer tan insigne
negociante por los pasillos del que se declara priísmo renovado, de cuarta
generación. Es, además, un diseñador de reformas pendientes. Esas que, cuando
fue funcionario de privilegio, no pudo concretar: la fiscal y la energética.
Es, por varios motivos, el inspirador de eso que Peña Nieto apunta como
atavismos de los cuales desprenderse para entrar en la modernidad y el futuro.
Pemex, CFE y la recaudación mediante el IVA serán los dictados, a tras mano,
del entreguista oráculo financierista.