El orden mundial visto desde el sur
Aldo Ferrer
Diario BAE
Los países en
desarrollo necesitan observar la realidad y los problemas de su desarrollo,
desde sus propias perspectivas. De otro modo quedan subordinados a lo que, Raúl
Prebisch, denominó el “pensamiento céntrico”. Es decir, las teorías y las
propuestas promovidas por los centros del poder mundial, naturalmente
funcionales a sus propios intereses, no los de los países de la periferia del
sistema.
Una de las contribuciones más importantes en
la construcción de una visión propia, fue la de la Comisión del Sur,
promovida y presidida por el ex Presidente de Tanzania y padre fundador de la
independencia de su país, Julius Nyerere. La Comisión desplegó sus
actividades en los últimos años de la década de 1980 (1987–90) y estuvo
constituída por veintinueve miembros, provenientes de Africa, Asia y América
Latina, representativos de un amplio espectro de experiencias culturales,
científicas y políticas.
Cuando la Comisión presentó su informe final (“Desafío al
Sur”, publicado en varios idiomas y su versión en español, por el Fondo de
Cultura Económica, México, 1991), se constituyó una organización, el Centro del
Sur, sostenida por numerosos países en desarrollo. El Centro despliega sus
actividades en la misma línea de ideas de la Comisión del Sur, de la
cual fuí uno de sus miembros latinoamericanos. En la tarea siempre
indispensable de observar la realidad desde las perspectiva de nuestros propios
problemas y oportunidades, es oportuno recordar la contribución de la Comisión del Sur y la
actualidad de sus propuestas.
Hace veinticinco años estaba también
consolidada la hegemonía del paradigma neoliberal y de la actividad financiera
como eje central de las economías avanzadas del Atlántico Norte. El orden
global funcionaba con profundos desequilibrios en los pagos internacionales de
las mayores economías del mundo, mientras avanzaba sin pausa la expansión del
comercio internacional, la integración de cadenas de valor lideradas por las
corporaciones transnacionales y la revolución desencadenada por las tecnologías
de la información y la comunicación. La Unión Europea
navegaba con optimismo viento en popa y avanzaba hacia los acuerdos de
Maastricht de 1992 y el establecimiento del euro.
A pesar de la magnitud de tales
acontecimientos, en aquel entonces todavía tenía sentido la antigua división
entre el Norte y el Sur, heredada de la trayectoria histórica de la
globalización. El Norte, constituído por las economías industriales del
Atlántico Norte y Japón. El Sur, prácticamente por la totalidad de Asia, África
y América Latina. La emergencia de los “tigres asiáticos” (Corea del Sur,
Taiwan, Singapur y Honk Kong) no modificaba todavía la geografía de la economía
mundial. En la actualidad, casi un cuarto de siglo más tarde, el mundo, el
Norte y el Sur, han cambiado sustancialmente.
Desde entonces, en los últimos veinticinco
años se han producido cambios radicales en la economía mundial: la emergencia
de China como una gran potencia y nuevo centro dinámico de la globalización, la
participación creciente de los países emergentes de Asia en la economía
mundial, la incorporación de centenares de millones de personas y de
trabajadores al mercado y la fuerza de trabajo mundiales, el aumento de los
precios de los productos primarios y la mejora de sus términos de intercambio
con las manufacturas, la baja las tasas de interés en los mismos países
centrales, la redistribución regresiva y la concentración del ingreso, el
aumento de las relaciones Sur–Sur, la crisis interminable de la
financiarización en las economías centrales del Atlántico Norte, la crisis de la Unión Europea que
amenaza su propia subsistencia y, en este contexto, la permanencia de los
desequilibrios en los pagos internacionales y en la relación ahorro–inversión,
de las mayores economías del mundo.
En este escenario de transformaciones
globales, el Norte y el Sur también han cambiado. Después de los “años dorados”
de la posguerra, el Norte quedó atrapado en las reglas neoliberales,
establecidas bajo el predominio de la actividad financiera. Los estados de las
antiguas economías industriales se comportan como estados neoliberales,
subordinados a los intereses y expectativas de los mercados. Primero,
desregularon la actividad financiera en la fase de auge. Luego, después del
estallido de la crisis en 2007, aumentaron el deficit y la deuda pública para
rescatar al sistema. En la actualidad, ejecutan rigurosos programas de ajuste
para recuperar la confianza de los mercados. En consecuencia, la crisis no se
resuelve y debilitan la inversión, la producción y el empleo.
En la Unión Europea , las reglas comunitarias que
configuran el estado supranacional, ratifican la estrategia neoliberal y
someten al conjunto del sistema al estancamiento y, a los países vulnerables, a
un grave deterioro de la economía, el empleo y el bienestar social.
En el Sur, el surgimiento de China esta
transformando las relaciones Norte–Sur y Sur–Sur. Por una parte, elevando la
participación del Sur en la economía mundial y creando una nueva división
internacional del trabajo Norte–Sur. Por la otra, aumentando las relaciones
Sur–Sur, en torno de dos ejes fundamentales. Uno de ellos, relativo a la integración
de las cadenas de valor entre las economías emergentes de Asia con destino
principal a los países avanzados del Atlántico Norte y Japón. El otro, al
intercambio de manufacturas y capitales (principalmente desde China) por
productos primarios de América Latina y África.
Los estados nacionales de numerosos países
emergentes, a diferencia de los estados neoliberales del Norte, administran la
globalización para viabilizar sus políticas de desarrollo económico y
transformación de su inserción en el orden mundial. En el caso de América
Latina, también se observa, el fortalecimiento de las políticas públicas a
través de la acumulación de reservas internacionales, la gestión de la deuda,
los equilibrios macroeconómicos y los programas sociales para combatir la
pobreza.
Los cambios en el orden mundial, en el Norte y
en el Sur, han trastocada la gobernanza del sistema global imperante desde el
fin de la Segunda
Guerra Mundial. Hasta tiempos recientes, los viejos países
centrales administraron el orden mundial a través de las instituciones de
Bretton Woods (FMI y Banco Mundial), el GATT y luego la OMC , la OMPI sobre la propiedad
intelectual y los acuerdos entre los principales países del Norte en el G 7.
Cuando estalló la crisis financiera global, a fines de la década pasada, la
creación del G 20, fue el reconocimiento de la actual incapacidad del Norte de
imponer unilateralmente las reglas.