El orden mundial visto desde el sur

Aldo Ferrer
Diario BAE


Los países en desarrollo necesitan observar la realidad y los problemas de su desarrollo, desde sus propias perspectivas. De otro modo quedan subordinados a lo que, Raúl Prebisch, denominó el “pensamiento céntrico”. Es decir, las teorías y las propuestas promovidas por los centros del poder mundial, naturalmente funcionales a sus propios intereses, no los de los países de la periferia del sistema.


Una de las contribuciones más importantes en la construcción de una visión propia, fue la de la Comisión del Sur, promovida y presidida por el ex Presidente de Tanzania y padre fundador de la independencia de su país, Julius Nyerere. La Comisión desplegó sus actividades en los últimos años de la década de 1980 (1987–90) y estuvo constituída por veintinueve miembros, provenientes de Africa, Asia y América Latina, representativos de un amplio espectro de experiencias culturales, científicas y políticas.


Cuando la Comisión presentó su informe final (“Desafío al Sur”, publicado en varios idiomas y su versión en español, por el Fondo de Cultura Económica, México, 1991), se constituyó una organización, el Centro del Sur, sostenida por numerosos países en desarrollo. El Centro despliega sus actividades en la misma línea de ideas de la Comisión del Sur, de la cual fuí uno de sus miembros latinoamericanos. En la tarea siempre indispensable de observar la realidad desde las perspectiva de nuestros propios problemas y oportunidades, es oportuno recordar la contribución de la Comisión del Sur y la actualidad de sus propuestas.

La Comisión del Sur operó cuando tenían lugar acontecimientos trascendentes en el escenario mundial. La caída del Muro de Berlín y la próxima disolución de la Unión Sovietica, el fin de la guerra fría, en China la aceleración de las reformas iniciadas en 1978, en América Latina la “decada perdida” bajo la crisis de la deuda y el paradigma del Consenso de Washington, en Sudáfrica la liberación de Mandela y el fin del apartheid.

Hace veinticinco años estaba también consolidada la hegemonía del paradigma neoliberal y de la actividad financiera como eje central de las economías avanzadas del Atlántico Norte. El orden global funcionaba con profundos desequilibrios en los pagos internacionales de las mayores economías del mundo, mientras avanzaba sin pausa la expansión del comercio internacional, la integración de cadenas de valor lideradas por las corporaciones transnacionales y la revolución desencadenada por las tecnologías de la información y la comunicación. La Unión Europea navegaba con optimismo viento en popa y avanzaba hacia los acuerdos de Maastricht de 1992 y el establecimiento del euro.

A pesar de la magnitud de tales acontecimientos, en aquel entonces todavía tenía sentido la antigua división entre el Norte y el Sur, heredada de la trayectoria histórica de la globalización. El Norte, constituído por las economías industriales del Atlántico Norte y Japón. El Sur, prácticamente por la totalidad de Asia, África y América Latina. La emergencia de los “tigres asiáticos” (Corea del Sur, Taiwan, Singapur y Honk Kong) no modificaba todavía la geografía de la economía mundial. En la actualidad, casi un cuarto de siglo más tarde, el mundo, el Norte y el Sur, han cambiado sustancialmente.

Desde entonces, en los últimos veinticinco años se han producido cambios radicales en la economía mundial: la emergencia de China como una gran potencia y nuevo centro dinámico de la globalización, la participación creciente de los países emergentes de Asia en la economía mundial, la incorporación de centenares de millones de personas y de trabajadores al mercado y la fuerza de trabajo mundiales, el aumento de los precios de los productos primarios y la mejora de sus términos de intercambio con las manufacturas, la baja las tasas de interés en los mismos países centrales, la redistribución regresiva y la concentración del ingreso, el aumento de las relaciones Sur–Sur, la crisis interminable de la financiarización en las economías centrales del Atlántico Norte, la crisis de la Unión Europea que amenaza su propia subsistencia y, en este contexto, la permanencia de los desequilibrios en los pagos internacionales y en la relación ahorro–inversión, de las mayores economías del mundo.

En este escenario de transformaciones globales, el Norte y el Sur también han cambiado. Después de los “años dorados” de la posguerra, el Norte quedó atrapado en las reglas neoliberales, establecidas bajo el predominio de la actividad financiera. Los estados de las antiguas economías industriales se comportan como estados neoliberales, subordinados a los intereses y expectativas de los mercados. Primero, desregularon la actividad financiera en la fase de auge. Luego, después del estallido de la crisis en 2007, aumentaron el deficit y la deuda pública para rescatar al sistema. En la actualidad, ejecutan rigurosos programas de ajuste para recuperar la confianza de los mercados. En consecuencia, la crisis no se resuelve y debilitan la inversión, la producción y el empleo.

En la Unión Europea, las reglas comunitarias que configuran el estado supranacional, ratifican la estrategia neoliberal y someten al conjunto del sistema al estancamiento y, a los países vulnerables, a un grave deterioro de la economía, el empleo y el bienestar social.

En el Sur, el surgimiento de China esta transformando las relaciones Norte–Sur y Sur–Sur. Por una parte, elevando la participación del Sur en la economía mundial y creando una nueva división internacional del trabajo Norte–Sur. Por la otra, aumentando las relaciones Sur–Sur, en torno de dos ejes fundamentales. Uno de ellos, relativo a la integración de las cadenas de valor entre las economías emergentes de Asia con destino principal a los países avanzados del Atlántico Norte y Japón. El otro, al intercambio de manufacturas y capitales (principalmente desde China) por productos primarios de América Latina y África.

Los estados nacionales de numerosos países emergentes, a diferencia de los estados neoliberales del Norte, administran la globalización para viabilizar sus políticas de desarrollo económico y transformación de su inserción en el orden mundial. En el caso de América Latina, también se observa, el fortalecimiento de las políticas públicas a través de la acumulación de reservas internacionales, la gestión de la deuda, los equilibrios macroeconómicos y los programas sociales para combatir la pobreza.

Los cambios en el orden mundial, en el Norte y en el Sur, han trastocada la gobernanza del sistema global imperante desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Hasta tiempos recientes, los viejos países centrales administraron el orden mundial a través de las instituciones de Bretton Woods (FMI y Banco Mundial), el GATT y luego la OMC, la OMPI sobre la propiedad intelectual y los acuerdos entre los principales países del Norte en el G 7. Cuando estalló la crisis financiera global, a fines de la década pasada, la creación del G 20, fue el reconocimiento de la actual incapacidad del Norte de imponer unilateralmente las reglas.