El orden mundial y la Argentina

Aldo Ferrer
Diario BAE


Casi un cuarto de siglo después del informe de la Comisión del Sur, a pesar de la magnitud de los cambios que han tenido lugar, sus propuestas sobre el desarrollo de los países rezagados y la organización de un orden mundial equitativo, dinámico y estable conservan plena vigencia. La comisión fue precursora, en pleno auge del neoliberalismo y del Estado neoliberal, en plantear los fundamentos reales del desarrollo y las bases necesarias para la formación de un sistema global viable y equitativo.

En el informe Desafío al Sur, particularmente en el capítulo 3 (La dimensión nacional del desarrollo autocentrado para el bienestar social), la comisión insiste en que cada país tiene la responsabilidad primaria de su propio desarrollo y el derecho de trazar su propio camino dentro del orden global. La clave del desarrollo es la gestión del conocimiento y la incorporación, en el tejido económico y social, de los avances de la ciencia y tecnología reflejados, en gran medida, en la industrialización. Sobre estas bases, el Sur debe convertirse en la “locomotora” de su propio crecimiento. La comisión insiste también en que la dimensión social es el objetivo fundamental del desarrollo.


Como, así también, que la democracia es la organización política conveniente para el desarrollo, del bienestar y la protección de los derechos humanos.

La evidencia histórica confirma, en efecto, que el desarrollo económico es un proceso complejo que tiene lugar, en primer término, dentro de las fronteras de cada país, abierto al resto del mundo, pero descansando esencialmente en sus determinantes nacionales. Esos últimos incluyen la integración de la sociedad, liderazgos con estrategias de acumulación de poder fundado en el dominio y la movilización de los recursos disponibles dentro del espacio nacional, la estabilidad institucional y política de largo plazo, la vigencia de un pensamiento crítico no subordinado a los criterios de los centros hegemónicos del orden mundial y, consecuentemente, políticas económicas generadoras de oportunidades para amplios sectores sociales, protectoras de los intereses nacionales y capaces de arbitrar los conflictos distributivos para asegurar los equilibrios macroeconómicos. Estos elementos constituyen la “densidad nacional” de los países y están presentes en el trabajo de la comisión. Cada país tiene la globalización que se merece en virtud de la fortaleza de su densidad nacional.

La comisión también enfatizó los límites del diálogo Norte-Sur y la ausencia de la cooperación internacional necesaria para erradicar las enormes diferencias en los niveles de bienestar y resolver los problemas globales del género humano, desde la protección del medio ambiente hasta el ejercicio del derecho soberano de cada país de resolver sus propios problemas.

Dadas las transformaciones producidas dentro del Sur y la intensificación de los vínculos Sur-Sur, un eje central de la cooperación entre nuestros países consiste en evitar que se reproduzca, en las relaciones recíprocas, la dinámica histórica centro periferia entre un polo industrializado y una periferia limitada a exportar productos primarios y capitales. La formación de esquemas de integración regional entre países que comparten el espacio, la experiencia histórica y los problemas del desarrollo, es una de las vías más promisorias de la cooperación Sur-Sur.

En resumen, mientras las antiguas economías avanzadas del Atlántico Norte son incapaces de resolver sus propios problemas y promover una gobernanza viable del orden global, numerosos países del Sur han logrado tomar su futuro en sus propias manos. Vale decir, poner en marcha con recursos propios procesos de transformación y alcanzar una ubicación simétrica, no subordinada, en el sistema global. Los Estados nacionales, capaces de poner en marcha políticas públicas de transformación, impulso a la iniciativa privada y vínculos con el resto del mundo funcionales a su propio desarrollo, constituyen la mejor respuesta de los países del Sur a los desafíos del orden mundial contemporáneo. Los desafíos son gigantescos y su resolución también depende, principalmente, de las decisiones propias. En el caso de China, por ejemplo, lograr una distribución equitativa de los frutos del crecimiento, establecer una red de protección social y expandir el consumo y el bienestar social.

Es una de las paradojas del orden mundial contemporáneo. Cuanto más intensas son las fuerzas de la globalización, mayor importancia adquieren las políticas nacionales de gestión del conocimiento científico y tecnológico, industrialización e inclusión social y, en consecuencia, la fortaleza de la densidad nacional.

El fortalecimiento del desarrollo aumenta la capacidad de influencia del Sur en el G-20 y otros foros internacionales para la formación de un orden mundial más justo, pacífico y estable. Tres cuestiones resultan así centrales. A saber: i) el respeto a la diversidad de situaciones y al derecho de autodeterminación de los países; ii) el apoyo a los países menos desarrollados, cuya insuficiencia de capacidad de gestión del conocimiento constituye un grave obstáculo a su desarrollo y, por último, iii) la defensa de los intereses comunes de la humanidad.

En el transcursos de los veinticinco años transcurridos desde las tareas de la Comisión del Sur hasta la actualidad, la Argentina proporciona un ejemplo notable. Por un lado, de las consecuencias negativas de las políticas del Estado neoliberal en un país en desarrollo. Por el otro, de la recuperación posible cuando reaparece el Estado nacional capaz de ejecutar políticas públicas soberanas de crecimiento y bienestar social.

Los resultados del Estado neoliberal en la Argentina configuran el peor período de su historia económica y social. El epílogo fue un grave deterioro de la economía y la situación social, la extranjerización de gran parte de las mayores empresas privadas y de las actividades de infraestructura, una deuda externa impagable, la pérdida de control de los principales instrumentos de la política económica y, finalmente, el default. El desorden generalizado del régimen económico y financiero desembocó en la crisis política y, finalmente, en 2001, la acefalía del Poder Ejecutivo.

La primera condición necesaria para resolver la crisis provocada por el Estado neoliberal era preservar el orden constitucional. Se logró, en efecto, salvar las instituciones dentro de las reglas constitucionales y, finalmente, elegir, en paz, las nuevas autoridades. Así comenzó la transición del Estado neoliberal al Estado nacional.

En este sendero convergieron cambios de circunstancias impuestos por la crisis y, fundamentalmente, el cambio de orientación de la política económica. El abandono del tipo de cambio fijo recuperó espacios de rentabilidad perdidos por la apreciación previa del tipo de cambio, la pesificación instaló al Banco Central como la autoridad monetaria, la reestructuración de la deuda en default colocó el nivel de endeudamiento en niveles cumplibles con recursos propios y la reforma del régimen previsional fortaleció la sustentabilidad del sistema jubilatorio y vinculó sus recursos al financiamiento del desarrollo. La reciente nacionalización de YPF fue un paso en la misma dirección, indispensable para recuperar el autoabastecimiento energético.

El nuevo rumbo de la política económica tuvo una respuesta extraordinaria de la actividad real y en los equilibrios macroeconómicos del sistema. La economía alcanzó tasas de crecimiento entre las más altas del mundo. Los pagos internacionales y las finanzas públicas alcanzaron una solidez desconocida en la historia moderna del país. Una de las consecuencias es la capacidad de respuesta de la economía argentina a las turbulencias internacionales, que le ha permitido resistir shocks externos sin perder el control de las variables macroeconómicas ni solicitar la ayuda internacional.

La fortaleza de la democracia y la capacidad del país de ponerse de pie con sus propios recursos, sin pedirle nada a nadie, posibilitaron la transición desde el Estado neoliberal al Estado nacional.

La construcción del Estado nacional es, por definición, una tarea siempre inconclusa. Sucede día a día, fortaleciendo la densidad nacional, vale decir, la cohesión social, la impronta nacional de los liderazgos, el fortalecimiento de la democracia y la capacidad de observar la realidad desde nuestras perspectivas. Es así posible fortalecer la gobernabilidad de la economía, afianzar el desarrollo en los recursos propios y consolidar la soberanía que es, simultáneamente, condición y objetivo del Estado nacional. El desafío de la Argentina en la actualidad es evitar el desvío de los equilibrios alcanzados y perseverar en un rumbo de desarrollo, abierto al mundo, asentado en la gestión del conocimiento y la inclusión social.