Postales caribeñas


Luis Bruschtein
Pagina12
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Se esforzaron por resaltar los parecidos entre Chávez y Cristina, pero las elecciones en Venezuela demostraron que las oposiciones son más parecidas que los oficialismos. El chavismo y el kirchnerismo reconocen sus coincidencias, pero al mismo tiempo aceptan que encarnan procesos diferentes. El centroderecha argentino había sido muy casero hasta ahora, pero su encuentro con la oposición venezolana se producía al mismo tiempo que Mauricio Macri se encontraba con el jefe de gobierno español, el conservador Mariano Rajoy. Se generaron lazos fuertes, aunque a los venezolanos les interesa más referenciarse con Miami que con otras fuerzas latinoamericanas, algo que puede tentar también al centroderecha local.
La oposición argentina con su disciplinada escolta mediática desembarcó en Caracas para festejar la caída del tirano o denunciar un fraude escandaloso. “Hay que ver al gordo Lanata este domingo que va a transmitir en directo la caída de un dictador”, decían algunos tweets que promovían al programa emblema de la oposición. Buscaban magnificar cualquier rebote en Argentina de la ansiada derrota de Chávez para desgastar a la Rosada. No estaban preparados para que ocurriera exactamente lo contrario, que su presencia sirviera para certificar el liderazgo auténtico de su demonio preferido en una elección ejemplar por la masiva participación ciudadana, por el orden sin incidentes y por la absoluta transparencia.
El desconcierto de la delegación del centroderecha argentino y los medios que la acompañaron quedó en evidencia por sus metidas de pata, al romper la veda electoral para anunciar el triunfo del candidato que en realidad perdió, o hablar de la necesidad de que Chávez reconociera su derrota, cuando el que se estaba preparando para ocultar la suya con denuncias de un fraude inexistente era el centroderecha venezolano, o al provocar un conflicto con periodistas en el aeropuerto. Extrañamente, de los doce mil periodistas de todo el mundo que cubrieron los comicios, ellos fueron los únicos que tuvieron problemas. La prensa antichavista (expresada por los grandes medios locales) anduvo como Pancho por su casa y los grandes medios norteamericanos resaltaron, por el contrario, la libertad con la que pudieron trabajar, incluyendo conferencias de prensa brindadas por Chávez a las que no asistieron los pequeños conspiradores argentinos.
Mal que les pese, la presencia del centroderecha rioplatense no logró constatar ni denunciar ninguna dictadura y, al revés, no pudo menos que certificar el alto nivel participativo de la sociedad que se ha conformado en el proceso democrático bolivariano. En una dictadura no vota en forma voluntaria más del 80 por ciento del padrón. En Argentina, donde el voto es obligatorio, el presentismo más alto apenas llega al 70-75 por ciento. La aprobación de esas elecciones por parte de los observadores del centroderecha implica también que la actuación del Consejo Nacional Electoral resultó transparente, lo cual demostró que el gobierno venezolano respeta la independencia de poderes por lo menos en los mismos estándares que las democracias mundiales. Y la actividad de los medios, sobre todo las coberturas groseramente antichavistas y abiertamente favorables al candidato opositor Henrique Capriles de los grandes medios venezolanos, de la mayoría de las agencias internacionales y del grupito de representantes de los grandes medios argentinos, demostró también que la libertad de prensa está vigente.
Es chistoso que la oposición venezolana se cuide tanto de acusar de golpista a Chávez porque, no hace tanto, ella misma participó en un golpe frustrado contra el gobierno democrático bolivariano. Ese tema se suele mencionar al pasar como algo implícito entre demócratas que suelen respaldar golpes de Estado para defender a la democracia.
La base social del centroderecha argentino, movilizada en el conflicto por la 125 y en los cacerolazos porteños, mantiene una actitud destituyente, es decir, no discute con el Gobierno, sino que busca su caída. La oposición venezolana pasó por esa estación, con esa misma mezcla de furia y desprecio, hasta el golpismo descarado. Ahora tomó conciencia de que para sostener alguna expectativa de triunfo necesita sacarle votos al chavismo y su estadio actual es el de reconocer algunos resultados de la revolución y acatar la Constitución bolivariana. Capriles, que tiene más antecedentes de derecha, se presentó como un reformista en la campaña y prometió, sin que le creyeran demasiado, que iba a mantener a las misiones, que son los amplios programas sociales que impulsó el chavismo.
Sirve el paralelismo, porque si el centro derecha argentino quiere crecer, necesita morder el 55 por ciento de Cristina Fernández. A esa misma conclusión llegaron antes los venezolanos cuando diseñaron una línea de acción menos agresiva con el chavismo. Pero aquí, la estrategia de confrontación permanente acentuó los rasgos más derechistas de Mauricio Macri. En vez de acercarlo, ese discurso lo aleja de la principal cantera disponible y hace que cada vez sea más difícil agregarle algunos toques de mínimo reformismo a la imagen ultramontana del jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires.
Poco a poco, la fuerza de Macri, acompañada por exponentes de las derechas del radicalismo, el PJ y otras, va encontrando una identidad internacional. Pierde los beneficios de la anomia inicial y gana lo que puede con los reflejos de otros procesos. La crisis española opacó el brillo de Mariano Rajoy y la estrella ascendente de Capriles lo hubiera reemplazado. También fracasó, pero se consolida una red de identidades como las que construyeron en Sudamérica Kirchner, Lula, Chávez, Evo, Lugo, Correa y Mujica. Capriles, Rajoy y Macri, y en menor medida el ex presidente colombiano Uribe y el chileno Piñera, dan forma a la constelación derechista.
Para la derecha venezolana, Rajoy o Macri son estrellas menores. El faro está en Miami, en las usinas de la ultraderecha norteamericana y cubana, muy ligadas a la colectividad de venezolanos residentes que se autoasumen como exiliados de Chávez. La burguesía venezolana tiene allí su principal lugar de residencia y en segundo lugar su país. Hay una tendencia creciente de las derechas latinoamericanas por referenciarse con Miami, cuyos centros de pensamiento cuentan con un poderoso arsenal mediático con inserción en todos los países de América latina. Ese fue el lugar –si se quiere en una decisión visionaria– que les facilitó la CIA a las primeras oleadas de exiliados cubanos.
Si los latinos votan en masa a los demócratas, y en especial a Barack Obama, las colectividades cubano-venezolanas y demás, de Miami, optan siempre por los candidatos más derechistas y no se llevan bien con los otros latinos. Miami es La Meca de los latinoamericanos ricos. Allí vacacionan y allí se sienten parte del gran imperio. No son colectividades con tradición democrática. Con la excusa del anticomunismo, han impulsado y apoyado todos los golpes militares en América latina, incluyendo al más reciente de Honduras. E incluso varios de sus representantes forman parte del Grupo de Tareas de los fondos buitre que operan contra Argentina. Algunos aspectos de esa línea de pensamiento se expresan en la forma tan parcializada con que la CNN cubre los procesos políticos latinoamericanos populares. Y la CNN no es la vertiente más recalcitrante.
Para los países caribeños, la relación con Miami resulta lógica hasta por el clima. La globalización y el desarrollo de los medios acercaron el Caribe al sur, y la base social del centroderecha argentino ya generó un lazo de familiaridad cultural y vagamente ideológico sin que todavía se exprese claramente en el plano de la política. Un embrión de esa inclinación se produjo con el menemismo y después se cortó. Sería una forma de alinearse con los Estados Unidos y con sus grupos más derechistas, los mismos que diseñaron con ese objetivo a ese primer exilio cubano lleno de agentes de la dictadura de Batista.