La epifanía de un plutócrata: No hay que contar todos los votos

Sam Pizzigati


Los billonarios norteamericanos se han dado cuenta de que no tienen porqué preocuparse de convencer a una mayoría de la población de que voten según sus intereses. En vez de esto pueden poner su dinero en campañas para evitar que voten los duros de convencer.

Nuestros dos principales candidatos a la presidencia estuvieron en Ohio la semana pasada y legiones de periodistas les siguieron los pasos. Estos periodistas llenaron miles de páginas con lo que vieron y oyeron en su rápida excursión de ida y vuelta a Ohio.

Pero ninguno de estos periodistas dijo ni una sola palabra sobre lo que podría ser la noticia nacional más significativa que salió de Ohio la semana pasada: la publicación por el Banco de la Reserva Federal de Cleveland de un nuevo análisis sobre las desigualdades de la renta.

Este nuevo análisis de la Cleveland Fed examina tanto los ingresos del “trabajo” como del “capital” en América desde 1980. Las rentas del trabajo comprenden todo lo que procede de nuestros empleos: sueldos y salarios, pensiones y  seguridad social.

Las rentas del capital resultan de la propiedad de activos. Los intereses, dividendos y ganancias de capital procedentes de la compra y venta de activos, bonos y otras formas de propiedad cuentan todas ellas como rentas del capital.

El análisis de la Cleveland Fed muestra que las rentas del trabajo “han ido disminuyendo su participación en la renta global de los Estados Unidos durante las tres últimas décadas”.  Por el contrario, la participación del capital ha ido en aumento.

En otras palabras, los norteamericanos han estado sacando menos del trabajo y más de la riqueza. Pero solo relativamente pocos norteamericanos, observa la Cleveland Fed, poseen cantidades significativas de esta riqueza. El resultado no es sorprendente:: Hemos estado asistiendo a un significativo “pico de desigualdad” durante la última generación.

En una democracia viva, los candidatos que buscan nuestros votos deberían desmayarse ante este nuevo estudio de la Cleveland Fed.  ¿Como es posible, deberían discursear, que nos hayamos convertido en una sociedad donde la riqueza cuenta más que el trabajo? Pero no vivimos en una democracia viva. Vivimos en una plutocracia, una sociedad donde mandan los ricos.

En una sociedad verdaderamente democrática, las posiciones políticas de la mayoría consiguen hacer su camino y a convertirse en ley, pero no en una plutocracia.

Algunos norteamericanos rechazan esta etiqueta de “plutocracia”. No es posible que los ricos hagan la ley, reza el argumento, porqué con frecuencia los ricos no consiguen salirse con la suya. Tomemos la candidatura de Mitt Romney. Este tiene claramente de su lado a la mayoría de los norteamericanos ricos. Sin embargo, según las encuestas, por ahora parece dirigirse hacia una humillante derrota.

Es verdad. Las encuestas ciertamente están prediciendo una fuerte derrota para Romney y en líneas generales los ricos de la nación se han alienado con Romney. Estos se han movilizado a gran escala. Se están aprovechando en toda regla de las leyes recientes que en esencia han eliminado todos los límites respecto a la cantidad de dinero que los ricos – y las corporaciones que dirigen – pueden repartir durante las elecciones.

Pero estos súper-ricos también pueden leer las encuestas de opinión. Desde hace algún tiempo saben que la mayoría de norteamericanos apoyan políticas públicas – especialmente impuestos más elevados para los ricos – a las que ellos se oponen absolutamente.

Todas las campañas publicitarias que nuestros ricos han financiado durante años no han hecho mucha mella en este apoyo público a impuestos más altos para los norteamericanos acaudalados. En una verdadera democracia la historia se hubiera acabado. En una sociedad verdaderamente democrática las posiciones públicas sostenidas por la mayoría tarde o temprano acaban convirtiéndose en ley.

Pero no en una plutocracia. En una sociedad en que la riqueza se ha  concentrado en la cúspide, los enormemente acaudalados no tienen que apostar para convencer a los votantes escépticos. Lo único que tiene que hacer es, tal como se han dado cuenta los norteamericanos súper-ricos actuales, evitar que estos votantes escépticos voten y que sus votos sean contados.

En la América del 2012 tenemos una expresión para este fenómeno, supresión de voto, y ningún periodista ha hecho más en los doce últimos años para arrojar luz sobre esta supresión que Greg Palast, el reportero de la BBC que empezó a ganar la atención mundial con su cobertura de las disputadas elecciones presidenciales de los USA en el 2000.

Para ganar una elección, o bien necesitas votos o bien tienes que suprimir los votos de tu oponente.

Actualmente Palast ha sacado un libro que explica como muchos de los súper-ricos norteamericanos – los hermanos Koch, el titán de los fondos especulativos Paul Singer, el tiburón tejano Harold Simmons, entre otros – han estado pacientemente y prodigiosamente financiando campañas no para “hacerse con el voto” sino para evitarlo.

“Para ganar unas elecciones necesitas votos” explica Palast en Billonarios y ladrones de votos: como robar fácilmente una elección en 7 etapas. “O bien, e igualmente bueno, necesitas llevarte los votos de tu oponente”.

Hacer que desaparezcan los votos cuesta dinero. Palast señala: “Purgar y bloquear votos a gran escala – miles de millones de registros y de votos – no es un juego de niños. Es complejo y muy, muy caro.”

 Esta purga y bloqueo funciona. En 2008, detalla Billonarios y ladrones de votos, dejaron de contarse no menos de 488,136 abstenciones, así como 767,023 votos provisionales y 1,451,116 votos desestimados como “no válidos”.
Palast señala que “se rechazaron las inscripciones” de otros 2,383,587 posibles votantes y que además se purgaron de los censos 491.952 votantes ya inscritos. Finalmente, se estima en 320.000 el número de votantes  que no fueron admitidos en el momento del voto porque, según controladores electorales, no estaban suficientemente identificados con sus documentos de identidad.
Palast llama a todos estos norteamericanos “los seis millones perdidos”. Proviene especialmente de grupos de votantes minoritarios que tienden a votar contra las prioridades de los súper-ricos.
La respuesta a largo plazo a la supresión de votos exige una lucha sin tregua para evitar que la riqueza se concentre en la cúspide económica de Norteamérica.
 “Las elecciones no se roban en el recuento de votos” como dice Mary Francis Berry antigua presidenta de la Comisión norteamericana de derechos civiles, “se roban no contándolos”.
Santiago Juárez, un procurador del derecho de voto en la Liga de Ciudadanos Latinoamericanos Unidos, sitúa esta privación plutocrática del derecho de voto en el contexto  de las tendencias más amplias que la Reserva Federal de Cleveland ha rastreado tan bien.
“Se elimina la seguridad social de la gente, se elimina su derecho a un salario mínimo, se eliminan sus pensiones”, señala Juárez. “Eliminar su voto es tan solo una cosa más”.
Palast ha organizado un sitio web que enlaza con los esfuerzos ciudadanos para contrarrestar a los billonarios y su supresión de votos. Pero la respuesta a largo plazo a la supresión de votos, enfatiza, pide un ataque a la desigualdad, una lucha sin tregua para evitar que la riqueza se concentre en la cúspide económica de Norteamérica.
“No se puede impedir que los billonarios se gasten sus billones” nos indica su nuevo libro. “ La única forma de acabar con que los billonarios compren nuestras elecciones es acabar con los billonarios”.
Hasta este final, la renta del trabajo continuará decreciendo y la de la riqueza continuará aumentando.
Sam Pizzigati,  miembro asociado del Instituto de Estudios Políticos, escribe ampliamente sobre la desigualdad. Su último libro, Los ricos no siempre ganan: el triunfo olvidado sobre la plutocracia que creó la clase media americana, aparecerá este otoño.
Traducción: Anna Garriga (Sin Permiso)