Desintegración a la europea.


 Miguel Peirano*
Espacio Iniciativa
La ortodoxia y la rigidez macroeconómica causan desempleo y conflictividad regional.
Durante largos años, desde el pensamiento económico ortodoxo predominante, se aconsejaba al Mercosur seguir el ejemplo de la Unión Europea (UE), que supuestamente “había alcanzado un alto grado de integración debido a un largo camino que había permitido lograr metas fiscales y monetarias comunes, una moneda única, libre comercio pleno e instituciones supranacionales que regulaban las reglas de la Unión Europea”. Así se planteaba, reiteradamente, que la Argentina debía coordinar una moneda única con Brasil, tener políticas macroeconómicas comunes y eliminar la autonomía de los países del Mercosur en materia de política económica.
Estos planteos ignoraban -e ignoran- que la integración continental, lejos de ser un proceso de apertura comercial y reglas macroeconómicas comunes, es un desafío mucho más rico y complejo, que implica lograr una articulación en el desarrollo de las economías, alcanzar procesos de incorporación de valor, lograr una vinculación y un crecimiento de las cadenas de valor regional y avanzar en un intercambio de innovación.
La dinámica futura de la UE demostrará crudamente cómo un proceso que intenta integrar las economías en base a políticas inconsistentes, que ignora las diferencias de productividad y desarrollo relativo de sus socios e intenta disciplinar a todos los países bajo las mismas concepciones, termina fracasando y generando desintegración social y productiva.
El nivel de desempleo europeo es una de las muestras más nítidas de la desintegración social. Un bloque que se había caracterizado por los niveles de equidad se transforma en un sistema que genera desempleados, que se perpetuarán largo tiempo, que recorta beneficios sociales básicos y profundiza la desigualdad. ¿Es ése el camino de la integración?
Al mismo tiempo, se observa grotescamente cómo países más desarrollados como Alemania intentan conducir las reglas de juego en beneficio propio, sometiendo a los países con mayores dificultades a “amenazas” en caso de no respetar las reglas ideológicas e instrumentales que quieren imponer. La UE ayuda a sus socios, si los mismos hacen lo que Alemania o “los países más desarrollados” deciden en su propio beneficio.
¿Tendría Alemania la competitividad de su moneda tal como observamos actualmente, si en lugar del euro rigiera el marco alemán? ¿O tendría grandes dificultades para tener un tipo de cambio que favorezca su competitividad? ¿No se benefició Alemania con el acceso preferencial de sus productos y empresas al mercado del resto de Europa?
De seguir así las cosas, las sociedades y países europeos tenderán a confrontar y dividirse, a fomentarse nacionalismos estériles muy negativos, consecuencia de las dificultades sociales. Y surgirán crecientemente segmentos de la sociedad con posiciones reaccionarias a la inmigración o a la presencia de ciudadanos de otros países. ¿Es ésa la integración europea?
Hacia el interior de cada uno de los países, se visualiza el esfuerzo que sectores de poder económico -como el financiero o la propia burocracia política- ejercen para mantener el statu quo y que no se abran debates sobre cambios estructurales del funcionamiento del bloque o del rumbo de cada uno de los países.
Se agudiza la desintegración al interior de cada uno de los países, se acentúan las tensiones debido a que los sectores que retienen el poder intentan trasladar el costo del ajuste a la población para intentar perpetuar la actual lógica de la UE.
En la Unión Europea ha fracasado una visión de la integración regional. El objetivo de ampliar los mercados, de profundizar los lazos culturales de las sociedades, de mejorar el comportamiento económico del bloque, de ganar poder en el escenario internacional se transforma, lamentablemente, en el intento de sectores de interés y de pensamiento ortodoxo de imponer en forma extendida reglas al conjunto de los países europeos. Se ha desvirtuado el concepto de la integración: se pasa de la integración como camino para la unidad a la búsqueda del disciplinamiento. Incluso, se trata de aprovechar la crisis para acelerar este camino. En ese sentido, es notorio el fracaso de espacios de pensamiento teóricamente más progresistas, como la socialdemocracia europea, que fueron funcionales a la consolidación del poder financiero y de la lógica ortodoxa.
El Mercosur, y nuestro país, tienen muchos desafíos futuros. Es en base a nuestras experiencias, errores y aciertos que debemos consolidar nuestra integración. Sin duda, la experiencia de la UE no es un espejo para imitar, sino una experiencia para analizar detalladamente y aprovechar sus lecciones.
* El autor es ex ministro de Economía y Producción de la Nación.