54%: La clave es la organizazión popular
Ernesto Espeche
APAS
Las
elecciones presidenciales en la República Bolivariana
de Venezuela tuvieron una enorme relevancia para el proyecto de integración
regional en curso. La opción del 7/O es extensible al escenario
latinoamericano: transformación popular emancipatoria o restauración elitista
conservadora.
Si pensamos a la región como una totalidad, aquella que emana
del viejo proyecto de la
Patria Grande , nada de lo que ocurre en el plano doméstico de
un país puede analizarse al margen de la compleja realidad colectiva y
viceversa.
Nuestros países
operan en conjunto en un mismo escenario. En la última década se abrió para
todos los habitantes de Nuestra América una etapa signada por la crisis del
proyecto rentístico financiero y la emergencia del campo popular a espacios de
poder. Ese recorrido, diverso y contradictorio, se expresa hoy en el diseño de
un proyecto popular emancipatorio que ubica a las históricas clases dominantes
en una cruzada restauracionista.
El liderazgo
popular de muchos de los mandatarios de esta parte del planeta se alimenta de
una fuerte participación ciudadana y una original construcción de poder.
Estamos, sin caer en miradas grandilocuentes, en la dura puja por reinventar la
democracia, refundar el relato histórico y sepultar el modelo civilizatorio
afirmado por décadas por una selecta minoría.
Al mismo tiempo, la
elección de este 7 de octubre ostentaba rasgos particulares. Hugo Chávez, y la Revolución Bolivariana
que conduce, están en el núcleo de la totalidad que contiene al proceso de
integración en la actual etapa. La experiencia venezolana funciona como testigo
de los cambios operados en la región: sus firmes definiciones ideológicas, el
carisma de su líder y la intensidad de sus medidas marcan el pulso del cambio
de época.
El llamado
Socialismo del Siglo XXI está en el epicentro del proyecto popular a escala
regional. Eso explica que las derechas se posicionen en cada país en referencia
a las relaciones de los presidentes con Venezuela. Y no se equivocan: los
gobiernos de Lula Da Silva, Dilma Rousseff, Fernando Lugo, Rafael Correa; José
“Pepe” Mujica, Néstor Kirchner, Cristina Fernández o Evo Morales mantuvieron o
mantienen espacios de acuerdo estratégico entre sí y con Venezuela. Juntos
avanzan hacia un modelo que está en las antípodas de los intereses
estadounidenses en la región y cobra cada día mayor fortaleza.
Eso explica,
también, que en Venezuela se organizara en 2002 el primer intento golpista de
nuevo tipo y se abroquelara la vetusta oposición política alrededor del eje
articulador de las corporaciones mediáticas. La fórmula, aunque ciertamente
limitada, se repitió casi siempre sin éxito en los países vecinos.
Allí también se
consolidó una ecuación de hierro: la organización popular -la recuperación de
la política como herramienta de cambio- es el mejor antídoto contra los efectos
nocivos de la burbuja mediática. Por eso, ni más ni menos, Chávez se sometió a
15 procesos eleccionarios sin perder sustento social.
Por eso, además,
Henrique Capriles expresó el burdo ensayo de la derecha de construir
referencias cuyos discursos no expliciten de modo salvaje una torpe vocación
antidemocrática. Se trata de un cambio de táctica que, sin embargo, no alcanza
para revertir la debacle opositora. Por los motivos expuestos en el párrafo
anterior, todos los sondeos en la previa del comicio ubicaron al Presidente
como el candidato favorito. Solo restaba conocer el margen de la ventaja final.
Fue contundente: 54 por ciento, el número maldito del proyecto burgués, tal
como sucedió en Argentina hace un año.
En todo caso,
experimentos como el de Capriles podrían tener algún éxito si, luego de su
exportación, lograran capitalizar un hipotético agotamiento del dinamismo
transformador que sostiene a los mandatarios que adscriben a la tradición
popular sudamericana. La restauración conservadora pendula sin brújula entre la
factoría de una esperanza blanca que socave la legitimidad democrática de los
procesos políticos en curso y los groseros intentos destituyentes
anticonstitucionales.
Por eso,
finalmente, el 7 de octubre votamos todos.