De cómo Pakistán hace que Washington pague por la guerra afgana: Tomándole el pelo al tío Sam

Dilip Hiro
TomDispatch.com


Los elementos siguientes podrían dar mucho juego a la hora de producir una película de suspense político. Mr. M, yihadista en un estado asiático, aparece como cerebro de un ataque terrorista en un país vecino que mató a seis estadounidenses. Tras escudriñar un inmenso alijo de inteligencia y conseguir una habilitación de seguridad, el Departamento de Estado anuncia una recompensa de diez millones de dólares por la información que conduzca a su arresto y condena. El Sr. M convoca rápidamente una conferencia de prensa y dice: “Aquí estoy. EEUU debería darme a mí la recompensa”.
Un portavoz del De partamento de Estado explica con no mucha convicción que la recompensa será para quien ofrezca una prueba incriminatoria contra el Sr. M que deberá examinar un tribunal. El primer ministro del país natal del Sr. M condena la injerencia exterior en los asuntos internos de su país. En medio de este embrollo, EEUU decide liberar 1.180 millones de dólares en ayuda para el gobierno con problemas de liquidez de ese desafiante primer ministro a fin de persuadirle para que vuelva a abrir las rutas de suministro para las fuerzas de EEUU y la OTAN que se encuentran atascadas en la desventurada y vecina República Islámica de Afganistán.
Resulta alarmante que los hechos expuestos no formen parte de la ficción ni de un complot para una próxima telenovela internacional. Es un breve resumen del último desarrollo de las tensas relaciones entre EEUU y Pakistán, dos países trabados en un inquietante abrazo desde el 12 de septiembre de 2001.
El Sr. M es Hafiz Muhammad Said, un antiguo académico de 62 años, de menguada barba tratada con henna, fundador del Lashkar-e-Taiba (el Ejército de los Puros, o LeT) y extensamente vinculado a varios ataques terroristas, escandalosamente audaces, en la India. El LeT se formó en 1987 como ala militar de la organización religiosa Yammat-ud Dawa (Sociedad de la Llamada Islámica o JuD) para instigar a la formidable agencia de inteligencia del ejército pakistaní, la Inteligencia Inter-Servicios (ISI, por sus siglas en inglés). La JuD debe su existencia a los esfuerzos de Said, que la fundó en 1985 tras el regreso a su Lahore nativa después de dos años de estudios islámicos avanzados en Riad, Arabia Saudí, bajo la guía del Gran Mufti de ese país, el Sheij Abdul Aziz bin Baz.
En su proceso de formación, el LeT se unió a la yihad antisoviética nacida siete años antes en Afganistán, una insurgencia armada dirigida y supervisada por el ISI con fondos y armamentos suministrado por la CIA y los saudíes. Una vez que los soviéticos se retiraron de Afganistán en 1989, el Ejército de los Puros volvió sus ojos a una yihad lanzada recientemente contra la India en Cachemira, administrada por los indios, y más allá. Los atentados terroristas que se le atribuyeron iban desde los devastadores ataques múltiples de Bombay en noviembre de 2008, que causaron 166 muertos, incluidos seis estadounidenses, hasta un ataque frustrado contra el parlamento indio en Nueva Delhi en diciembre de 2001, y un exitoso ataque en enero de 2010 contra el aeropuerto de la capital de Cachemira, Srinagar.
En enero de 2002, a raíz de que Washington lanzara la Guerra Global contra el Terror, Pakistán proscribió formalmente el LeT, pero en realidad hizo bien poco para poner freno a sus violentas actividades transfronterizas. Y es Said quien conserva la autoridad final. En una confesión, ofrecida como parte de la negociación entre defensa y acusación sobre los cargos tras su arresto en octubre de 2009 en Chicago, David Coleman Headley, un integrante pakistaní-estadounidense del LeT implicado en la planificación de la carnicería de Bombay, dijo : “Hafiz Said tenía conocimiento de todo lo relativo a los ataques de Bombay y solo se lanzaron una vez que dio su aprobación”.
En diciembre de 2008 , el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas declaró que la JuD era una organización-tapadera del prohibido LeT. El gobierno provincial del Punjab colocó entonces a Said bajo arresto domiciliario en uso de la ley de Mantenimiento del Orden Público. Pero seis meses después, el Alto Tribunal de Lahore declaró que ese confinamiento era inconstitucional. En agosto de 2009, Interpol emitió en esencia una orden internacional de busca y captura contra Said en respuesta a las peticiones de extradición de la India. De nuevo pusieron a Said bajo arresto domiciliario, pero en octubre, el Tribunal Supremo de Lahore anuló todas las acusaciones en su contra debido a la ausencia de pruebas.
Es de todos conocidos que los jueces pakistaníes, temiendo por sus vidas, se abstienen por lo general de acusar a yihadistas de alto nivel con conexiones políticas. Cuando, frente a pruebas de peso, un juez no tiene más opción que ordenar la sentencia que la ley impone, debe vivir después con guardias de escolta o marcharse del país. Ese fue el caso del juez Pervez Ali Shah que juzgó a Mumtaz Qadri, el guardaespaldas yihadista que asesinó al gobernador del Punjab Salman Tasir por apoyar una enmienda a la ley contra la blasfemia aplicada indiscriminadamente. Poco después de sentenciar a Qadri a la pena capital el pasado octubre, Shah recibió varias amenazas de muerte y se vio obligado a exiliarse .
Conscientes del fracaso de las autoridades pakistaníes a la hora condenar a Said, las agencias estadounidenses parecían haber revisado y verificado la autenticidad de la prueba que habían recogido sobre él antes de que el Departamento de Estado anunciara, el 2 de abril, la recompensa por su arresto. Esto supuso en realidad una declaración implícita de la falta de confianza de Washington en los órganos ejecutivos y judiciales de Pakistán.
No es de extrañar que el primer ministro pakistaní Yous ef Raza Gilani se ofendiera, describiendo la recompensa de EEUU como una descarada interferencia en los asuntos internos de su país. Pero no es nada nuevo sino un secreto a voces que en la actual pelea entre el presidente pakistaní Asif Ali Zardari y su bestia negra, el jefe del estado mayor del ejército, el General Ashfaq Parvez Kayani, la administración Obama ha apoyado siempre al jefe civil del estado. Esto, a su vez, ha sido un factor importante para que Gilani siga en el poder desde marzo de 2008, mucho más tiempo que cualquier otro primer ministro en la historia del Pakistán.

Cómo matar de un triunfo a una superpotencia

Teniendo como tiene cartas fuertes, diplomáticas y legales, ¿por qué entonces la administración Obama se comprometió a ceder más de 1.000 millones de dólares a un gobierno que ha desafiado su intento de llevar ante la justicia a un supuesto cerebro del terrorismo transfronterizo?
La respuesta está en lo que sucedió en dos puestos de frontera pakistaníes a unos dos kilómetros de la frontera afgana en las primeras horas del día 26 de noviembre de 2011. Un avión y varios helicópteros de combate de la OTAN, con base en Afganistán, llevaron a cabo un largo ataque de dos horas de duración contra esos puestos, matando a 24 soldados. Enfurecido, el gobierno de Pakistán cerró los dos cruces de frontera por los que EEUU y la OTAN habían estado enviando hasta entonces una importante porción de sus suministros de guerra hacia Afganistán. Sus autoridades también obligaron a EEUU a abandonar la base aérea de Shamsi, que estaba siendo utilizada por la CIA como escala para su guerra de aviones teledirigidos en las áreas tribales pakistaníes a lo largo de la frontera afgana. Los ataques con ese tipo de aviones ( drones) provocan un grado inmenso de indignación –una encuesta de opinión averiguó que el 97% de quienes en ella participaron los valoraban muy negativamente-, tanto del pueblo pakistaní como de sus políticos.
Además, el gobierno ordenó una revisión integral de todos los programas, actividades y acuerdos de cooperación con EEUU y la OTAN. También instruyó a las dos cámaras del parlamento para que llevaran a cabo una profunda revisión de las relaciones de Islamabad con Washington. Asumiendo la instancia moral suprema, el gobierno pakistaní reforzó sus exigencias sobre la administración Obama.
Un nombrado Comité Parlamentario para la Seguridad Nacional (CPSN) se movió después a paso de tortuga para cumplir la tarea asignada, aunque el Pentágono exploró vías alternativas para hacer llegar los suministros a Afganistán a través de otros países para poder seguir manteniendo allí su guerra. En cambio, empezó a cuajar una ruidosa campaña contra la reapertura de las líneas de suministros pakistaníes que puso en marcha el Consejo Difa-e Pakistan (Defensa de Pakistán), en representación de 40 religiosos y grupos políticos. Sus líderes encabezaron manifestaciones inmensas en las principales ciudades pakistaníes. Rápidamente se condenó la recompensa ofrecida por Washington para la captura de Said, describiéndola como un “vil intento” de socavar la actuación del Consejo para proteger la soberanía del país.
Mientras tanto, la pérdida del tráfico diario de 500 camiones con alimentos, combustible y armas desde el puerto pakistaní de Karachi a través de los cruces de frontera de Torkham y Chaman hacia Afganistán, aunque poco publicitada en los medios de comunicac ión estadounidenses, ha socavado la capacidad de combate de las fuerzas de EEUU y la OTAN.
“ Si no podemos negociar o renegociar satisfactoriamente la reapertura de las líneas terrestres de comunicación con Pakistán, tenemos que acudir y depender de la India y de la Red Norte de Distribución (RND)”, dijo el 30 de marzo un preocupado teniente general Frank Panter al Subcomité de Preparación del Comité de los Servicios Armados de la Cámara de Representantes de EEUU. “Ambas alternativas son caras e incrementan el despliegue o redespliegue”.
La parte principal de la RND es una red de vías férreas de más de 5.000 kilómetros para transportar suministros entre el puerto letón de Riga y la ciudad uzbeca de Termez (conectada por un puente sobre el río Oxus con el asentamiento afgano de Hairatan). Según el Pentágono, cuesta casi 17.000 dólares por contenedor atravesar la RND, comparados con los 7.000 dólares que supone a través de los cruces fronterizos pakistaníes.
Además, a EEUU y la OTAN solo se les permite transportar “productos no letales” a través de la RND.
Otros oficiales militares han advertido de que si se fracasa a la hora de reabrir las rutas pakistaníes, podría incluso retrasarse el calendario fijado para la “retirada de las tropas de combate” estadounidenses de Afganistán en 2014. Eso serían malas noticias para la Casa Blanca de Obama, además de los resultados de la última encuesta de opinión realizada por CBS News/New York Times que muestra que, por vez primera, incluso una mayoría de los republicanos cree que “no ha merecido la pena emprender” la guerra afgana. Indicaba también que el apoyo a la guerra estaba en sus niveles más bajos, con un 23%, mientras el 69% de los encuestados decía que ya había llegado el momento de retirar a las tropas.
En la capital pakistaní, Islamaba d, el CPSN publicó finalmente una lista de precondiciones que EEUU debía cumplir para la reapertura de las rutas de suministros. Entre ellas figuraban: una disculpa incondicional por los ataques aéreos del pasado noviembre, el fin de los ataques con aviones no tripulados, no más “persecuciones implacables” de EEUU o de la OTAN dentro del territorio pakistaní y el pago de impuestos por los suministros enviados a través del país. Para gran desconcierto de la administración Obama, se celebró una sesión conjunta de la asamblea nacional y del senado para debatir el informe del CPSN que tardó más de dos semanas en llegar a una conclusión.
El 12 de abril, el parlamento aprobó finalmente las demandas por unanimidad, añadiendo que a través de Pakistán no podrían transportarse ni armamento ni munición extranjera. La administración Obama no está considerando todo lo anterior como un ultimátum sino como un documento para lanzar conversaciones entre los dos países.
Incluso así, ha servido para reforzar como nunca antes al primer ministro Gilani. Además, tiene que tener en cuenta el apoyo popular que está consiguiendo el Consejo Difa-e Pakistán dirigido por Said para que se mantengan permanentemente cerrados al tráfico de la OTAN los cruces de fronteras pakistaníes. Por tanto, Said, un yihadista con una recompensa por su cabeza ofrecida por EEUU, aparece como un factor importante en la compleja relación entre Islamabad y Washington.

Presionando a Washington: El modelo

No hay, de hecho, nada nuevo en la forma en que Islamabad ha estado intensificando últimamente las presiones sobre Washington. Tiene una amplia experiencia en conseguir lo máximo de las autoridades estadounidenses identificando sus áreas de debilidad y explotándolas con éxito para promover su agenda.
Cuando el bloque soviético suponía un serio desafío para EEUU, los pakistaníes obtuvieron lo que quisieron de Washington siendo incluso más anti-soviéticos que EEUU. Afganistán fue el clásico ejemplo durante la década de los ochenta. Tras la intervención militar soviética allí en diciembre de 1979, el dictador pakistaní general Muhammad Zia ul-Haq se incorporó de forma voluntaria a la Guerra Fría de Washington contra el Kremlin, siguiendo estrictamente sus términos. Quería tener el control único de los miles de millones de dólares en efectivo y armas que EEUU iba a suministrar, junto a su aliada Arabia Saudí, a los muyahaidines (guerreros sagrados) afganos para expulsar a los soviéticos de Afganistán. Y lo consiguió.
Eso permitió que sus comandantes desviaran una tercera parte del nuevo armamento hacia sus propios arsenales en previsión de futuras batallas contra su archienemiga, la India. Otra tercera parte se vendió a los traficantes privados de armas en términos ventajosos. Cuando las armas estadounidenses robadas empezaron a aparecer en los bazares de armas de las ciudades fronterizas afgano-pakistaníes (como ha vuelto a suceder en años recientes), el Pentágono decidió enviar un equipo de auditores a Pakistán. La víspera de su llegada, en abril de 1988, el complejo del depósito de armas Ojhiri, que contenía 10.000 toneladas de munición, se incendió misteriosamente, haciendo que los cohetes, misiles y proyectiles de artillería llovieran sobre Islamabad, matando a más de 100 personas.
Al asumir la visión de Ronald Reagan sobre la Unión Soviética como “el imperio del mal”, Zia ul-Haq aseguró también que el presidente estadouniden se cerrara los ojos ante sus frenéticos y clandestinos esfuerzos para construir una bomba atómica. Incluso cuando la CIA, la Agencia de Seguridad Nacional y el Departamento de Estado establecieron que en Lop Nor, China, se había probado a principios de 1984 un arma nuclear construida por Pakistán, Reagan continuó asegurando ante el Congreso que Islamabad no perseguía un programa de armas nucleares con tal de no someterse a una ley que prohibía la ayuda de EEUU a un país que hiciera eso.
En la actualidad, se estima que hay 120 bombas nucleares en el arsenal de una nación que tiene más yihadistas islamistas por millón de habitantes que cualquier otro país en el mundo. Desde octubre de 2007 a noviembre de 2009, hubo al menos cuatro ataques de extremistas contra bases del ejército pakistaní de las que se sabía que almacenaban armas nucleares.
En los años posteriores al 11-S, el gobernante de Pakistán , el general Pervez Musharraf, se las arregló para repetir el proceso en el contexto de una nueva guerra afgana. Se unió con prontitud al presidente George W. Bush en su Guerra Global contra el Terror, y después empezó a distinguir entre “terroristas malos” con una agenda global (al Qaida), y “terroristas buenos” con una agenda favorable a Pakistán (los talibanes afganos). El ISI de Musharraf procedió después a proteger y a potenciar a los talibanes afganos mientras entregaba periódicamente militantes de al Qaida a Washington. De esta forma, Musharraf se aprovechó de los puntos débiles de Bush –su intensa aversión hacia al Qaida- y los explotó a favor de la agenda regional de Pakistán.
Emulando las políticas de Zia ul-Haq y Musharraf, el gobierno civil post-Musharraf ha encontrado formas de desviar fondos y equipamiento estadounidense destinado a la lucha contra al Qaida y los talibanes para reforzar sus defensas contra la India. Inflando los costes de combustible, munición y transporte utilizados por los 100.000 soldados pakistaníes situados en la región fronteriza afgano-pakistaní, Islamabad recibió mucho más dinero del Fondo de Apoyo a la Coalición del Pentágono (CSF, por sus siglas en inglés) de lo que gastó. Después utilizó el excedente para comprar armas adecuadas para luchar contra la India.
Cuando el New York Times reveló esto en diciembre de 2007, el gobierno Musharraf desestimó su informe tildándolo de “disparate”. Pero tras dimitir como presidente y trasladarse a Londres, Musharraf dijo en septiembre de 2009 en el canal de televisión pakistaní Express News que, en efecto, los fondos se habían gastado en armas con la intención de utilizarlas contra la India.
Ahora, la liberación ampliamente esperada de la última ronda de fondos desde el CSF del Pentágono incrementará la ayuda militar total de EEUU a Islamabad desde el 11-S hasta alcanzar la cifra de 14.200 millones de dólares, dos veces y media el presupuesto anual del ejército pakistaní.
Hay un inconveniente claro, si bien poco discutido, de ser una superpotencia y actuar como autoproclamado policía global con multitud de objetivos. Una arrogancia que se alimenta de un sentimiento de invencibilidad y de la obsesión de ganar cada batalla te ciega sobre tu propio impacto e incluso acerca de cuáles deberían ser tus beneficios a largo plazo. En esta situación, mientras tus actividades por todo el planeta son cada vez más diversas, frenéticas e incluso contradictorias, te expones a que te exploten potencias menores que te puede parecer que dependen de ti.
Pakistán, convertido en dos ocasiones durante la larga implicación de EEUU en Afganistán en un estado en primera línea de la batalla, es un ejemplo clásico d e eso. Los actuales políticos de Washington deberían ser conscientes de que esa es una estrategia para el desastre.

Dilip Hiro, colaborador habitual de TomDispatch , es autor de 33 libros, siendo el más reciente “ Apocalyptic Realm: Jihadists in South Asi a ” (Yale University Press, New Haven and London).
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