Cuestión Malvinas: Escalada virtuosa

 Diego Ghersi
APAS

En un histórico discurso, y cuando todos esperaban un incremento de medidas para aislar a los isleños, la mandataria argentina Cristina Fernández ofreció más vuelos a Puerto Argentino.

Resulta interesante releer el informe Rattenbach y compararlo con las actuales circunstancias del conflicto diplomático con Gran Bretaña. Ese ejercicio servirá sobre todo para visualizar con un modelo cercano de qué manera se desarrolló una peligrosa escalada de la tensión bilateral.
En particular, es muy ilustrativo –por su ejemplo de escalada- la lectura del capítulo IV de la Segunda Parte –punto 174 y subsiguientes- atinente a los sucesos desarrollados en Islas Georgias del Sur. En ese capítulo se hace referencia a los hechos derivados de un contrato privado que el empresario argentino Constantino Davidoff intentaba cumplir y que -postula el Informe- “aparentemente fue el elemento desencadenante del conflicto”.
Resumiendo la cuestión, Davidoff firmó un contrato con una firma escocesa para desmantelar viejas instalaciones balleneras situadas en las islas Georgias del Sur. A partir de sus acciones para cumplir con tal propósito comenzó una cadena de desencuentros que, a modo de escalada diplomática, produjo la excusa para la guerra.
La referencia cobró actualidad cuando trascendió que la ministra de Industria argentina, Débora Giorgi, inició acciones para avisar a varias empresas argentinas que la continuidad de las importaciones desde Gran Bretaña pendía de un hilo microscópicamente delgado.
Al igual que con el incidente Davidoff, los esfuerzos de la ministra Giorgi de reducir el flujo de importaciones británicas constituyó a primera vista un paso más en una escalada que indudablemente tensaría las relaciones binacionales.
En orden de aparición, la escalada se inició con la negativa latinoamericana a recibir buques bajo pabellón de Malvinas y la respuesta del Premier David Cameron que postuló de “colonialista” a la iniciativa impulsada por Buenos Aires.
La escalada siguió con las denuncias de militarización británica de las Islas, príncipe William y submarinos nucleares mediante. A eso siguieron los incidentes con los cruceros de turismo imposibilitados de entrar a Puerto Argentino y a Ushuaia respectivamente. Por último, la iniciativa tendiente a recortar las importaciones británicas y el pedido de apoyo de Londres a la Unión Europea en contra de las acciones argentinas en ese sentido.
La comparación con lo ocurrido en las Georgias del Sur hace 30 años, combinada con la histórica política británica de conquista por las armas, disparó alarmas relativas a la continuidad de la paz en el Atlántico Sur. Vale la pena repetirlo, cuando lo de Davidoff era en apariencia un incidente diplomático menor, en cuestión de días se desató la guerra entre Argentina y Gran Bretaña.
La negativa comparación entre incidentes se rompió virtuosamente durante el discurso que la presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, -homenaje a una mandataria que porta con orgullo no común el apellido de su fallecido cónyuge- brindó en la 130° Apertura de Sesiones ordinarias del Congreso Nacional.
La presidenta se refirió a la cuestión Malvinas y en ese fragmento de su alocución anunció algo tan inesperado como contrario a lo que cualquier oyente hubiese esperado escuchar.
En efecto, lejos de redoblar la apuesta con acciones que hubiesen podido ser interpretadas como agresivas, y contrariando cualquier creencia generalizada previa acerca de intenciones tendientes para aumentar la escalada, Cristina Fernández sorprendió a propios y extraños al ofrecer un incremento de los vuelos a Puerto Argentino utilizando la aerolínea de bandera y partiendo desde Buenos Aires.
Así, con talento propio de un jugador de ajedrez, el anuncio de Cristina Fernández de Kirchner obliga a los espectadores del mundo entero a reconocer que nada hay de belicoso en los reclamos de Argentina sobre la cuestión Malvinas. Y en eso residió la genialidad de la movida: sorprender, convencer al mundo, generar consenso internacional y llamar la atención sobre un justo e incruento reclamo.
Por las dudas, y por si algún oyente no fuese capaz de entender el sutil mensaje, la mandataria se encargó de explicar con claridad que “Somos un pueblo de paz y sólo se busca el respeto de las Resoluciones de las Naciones Unidas”. Nada más, ni nada menos.
El sorpresivo anuncio explota la iniciativa para poner al descubierto tácitamente que una negativa británica privaría a Londres de apelar en el futuro al argumento del “bloqueo” agresivo de Malvinas por parte de Buenos Aires.
Por otra parte, también debe tenerse en cuenta que el aeropuerto de Puerto Argentino, lugar donde deberían aterrizar los vuelos de Aerolíneas Argentinas, forma parte del complejo militar británico en las islas y por tanto su habilitación a los vuelos argentinos permitiría un potencial monitoreo del lugar.
Es importante comprender que no hay exageración relativa al peligro para la paz que significa oponerse, en cualquier aspecto, a los intereses británicos. Una manera de explicarlo con otros ejemplos es fijar la vista en los acontecimientos de Libia que derivaron en la intervención de la Organización del Tratado Atlántico Norte (OTAN) en defensa de intereses económicos europeos, pero fundamentalmente anglo-franceses.
Otros ejemplos del mismo tenor son los actuales casos de Irán o de Siria. En ambos, se repiten paulatinamente las acciones de la maquinaria político-diplomática-militar y de prensa corporativa, actuando mancomunadamente para crear un escenario bélico apto para aplicar su maquinaria militar con el fin de asegurar el libre acceso a recursos naturales en manos de estados soberanos que pretende hacer pasar como –simplificadamente- enemigos de la humanidad.
Hay que notar que en el caso de Malvinas -después de que se publicitaran las acciones de la ministra Débora Girogi pero antes de conocerse la iniciativa presidencial para aumentar la frecuencia de vuelos a Malvinas- Gran Bretaña ya había solicitado el auxilio de la Unión Europea para censurar el proceder argentino en otro paso más para aumentar la escalada.
Pero la presidenta argentina también se refirió, indirectamente, a las medidas de reducir las importaciones argentinas de insumos británicos derivadas de las gestiones de su ministra Débora Giorgi.
En efecto, en forma muy general, Cristina Fernández sentenció que “los países centrales se muestran como adalides del libre comercio fronteras afuera, pero fronteras adentro son proteccionistas” y agregó un dato suculento: “Argentina fue el país que más aumentó sus importaciones en el período 2010-2011, sólo detrás de la India”.
Así, con la iniciativa de incrementar los vuelos y las referencias al comercio exterior, la presidenta argentina no solo desactivó la solicitud de apoyo que Londres hiciera a la Unión Europea -intento británico por escalar la tensión bilateral- sino que dejó a Buenos Aires en posición de generar el efecto contrario, merced a que expone ante la atención mundial las claras intenciones pacíficas y de respeto por las leyes internacionales que emanan de la Casa Rosada.
En efecto, con Gran Bretaña en plena tormenta económica sumado al creciente desaliento social interno frente a la política de ajustes que se promueven desde Downing Street 10, David Cameron utiliza los mismos recursos a los que apelara hace treinta años su predecesora, Margaret Thatcher: el camino bélico como medio para unificar detrás del gobierno a una sociedad británica disconforme por la caída en picada de su calidad de vida.
Cameron sabe que si la cuestión pudiera definirse simplemente por las armas, Gran Bretaña podría acceder no solo a las Islas sino también a la Patagonia entera. En esas circunstancias solo lo estorba la ley internacional, los organismos supranacionales dedicados a resolver conflictos, la firme unión regional en contra de su posición y la exposición global en la que Argentina, desde lo diplomático, no ha dejado dudas de sus intenciones pacíficas.
En ese sentido, la mandataria argentina aprovechó también su minuto de atención mundial para recordar otra variante respecto del escenario de hace treinta años: Malvinas es ahora, justamente, una causa Regional y Global y, por tanto, la oposición que enfrentan los británicos ya no proviene de un solo país gobernado por una dictadura militar antipática de cara a la comunidad de naciones.
Y en el conglomerado regional, el otro gran actor es nada menos que Brasil, flamante potencia mundial.
Ya no es un secreto que el gigante latinoamericano ve con preocupación la presencia británica –y de la OTAN- cerca de sus plataformas marinas de hidrocarburos. No es sólo esa cuestión la que desvela al gobierno de Dilma Rousseff, que también necesita organizar la resistencia diplomática de Latinoamérica entera para la defensa del Amazonas, joya envidiada sin pudor por las potencias centrales y que requiere todos los esfuerzos de Brasilia para abortar desde el inicio cualquier intento de internacionalización.
Por último, y para resaltar que el riesgo de violencia en el Atlántico Sur y en Sudamérica entera es una posibilidad real, es necesario mencionar que paralelamente al mensaje de Cristina Fernández se desarrollaba en Bruselas la cumbre de países de la Unión Europea durante la que los mandatarios centrales ratificaron los ajustes de sus economías.
Es claro que esa ratificación les acarreará el malestar de sus pueblos e implica no variar sus matrices productivas, las que seguirán necesitando de recursos que no poseen y que deberán procurarse de cualquier manera en los lugares de la Tierra dónde estos existan. Dado que los países centrales poseen un poder militar superior es esperable que, a esos efectos, intenten utilizarlo independientemente de leyes u organizaciones.
Hay un ingrediente más, la guerra, independientemente de sus resultados, produce trabajo y movimiento de las economías.
En ese panorama se funda la estrategia de Cristina Fernández al visibilizar la voluntad legalista de sus acciones. Su próximo paso tendrá como escenario el Comité de Descolonización de Naciones Unidas, lugar al que anunció que acudirá personalmente para regalarles, a favor de la paz, preciosos minutos de elocuencia.