Difícil bisagra de la Unión Europea

Eduardo Luis Curia

La bisagra 2011-2012 refleja visiblemente la problemática que envolvió crecientemente a la Unión Europea (UE), y que comentamos en algunos artículos anteriores en esta columna.
En rigor, la actividad de la zona, en términos promedio, aparece apenas positiva, y las perspectivas no lucen airosas de cara al 2012. Todavía más: da la sensación de que no atisban aún señales efectivas que hagan a un horizonte superador.
Recientemente, asomó cierta esperanza con motivo de la subasta extra del Banco Central Europeo (BCE), que inyectó alrededor de medio billón de euros a una tasa mínima, y a tres años de plazo, apuntando a los bancos de la eurozona.
Fue un aporte crediticio significativo y a un plazo respetable. No obstante, la reacción de los mercados no ha sido muy entusiasta. No se han detectado tampoco mejoras demasiado pronunciadas en cuanto a las primas de riesgo que signan la deuda de los países con mayor apuro.
Adviértase que los análisis de distinto tenor que ha merecido la deuda pública en poder de los bancos, más que probablemente, hayan aumentado las sospechas acerca de los activos involucrados, los que se alejarían de la imagen de activos con estatus de bajo riesgo. En medio de planteos que apuntan a la necesidad de que esos títulos de deuda sean valorados a su precio de mercado, la tenencia en cartera de los mismos ve dañado su atractivo. Por eso, se verificó una cierta onda de desprendimiento por parte de las entidades bancarias de la deuda pública asociada a los países más sometidos al trance crítico.
Con el tiempo, esa dinámica parecía encauzarse en parte, con lo cual, se confiaba que la inyección masiva de liquidez por parte del BCE terminaría canalizándose, además de su orientación hacia la compra de la deuda pública, hacia los conductos crediticios a favor de empresas y de particulares.
Se aspiraba, por ende, a “matar dos pájaros de un solo tiro”. Por un lado, interesaba la posibilidad de que a través de la aludida liquidez, fueran los bancos los que adquirieran deuda pública de países “contaminados”, relevando del compromiso al BCE, sabiendo de la oposición al respecto de Alemania. La impresión es que, por ahora, los bancos no están muy convencidos de encarar ese tipo de canalización de forma ponderable. Y, por el otro lado, se esperaba que con la mayor liquidez se abriera más la “canilla crediticia” para los operadores privados, lo que tampoco parece haber ocurrido.
En definitiva, distintos mecanismos que se van ensayando no terminan de alentar una salida de tenor sinérgico con relación a la crisis de la UE, la que, por lo demás, extiende sus influencias molestas. En verdad, sigue gravitando como trasfondo el pesado lastre de las deficiencias estructurales que minan desde la base la propia erección del euro, y a los que se refirió recientemente Jacques Delors, ex presidente de la Comunidad Europea. Justamente, Delors recordó que en el seno del proceso de constitución del euro, eran visibles agudos desequilibrios, en especial de orden monetario global, ante los cuales las autoridades hicieron “la vista gorda”. Ahora, estos desequilibrios “facturan”.
Este tópico estructural profundo, que corroe de raíz el ordenamiento macroeconómico fundamental de la eurozona, suele ser “camuflado” bajo calificativos o señalamientos de alcance unilateral, y que suenan oportunistas. Desde los emitidos por el ministro de Finanzas alemán W. Schaube, que menciona como factor causal clave de los problemas al “despilfarro fiscal”, lo que por rebote legitima la receta de austeridad como terapia aplicable, hasta los dichos del ministro de Finanzas griego E. Venizelos, que denuncia, “a secas”, el mórbido accionar de los especuladores, al que habría que darle una condigna respuesta.
Las causales más estrictas. En rigor, la postura que toma al ajuste fiscal inverecundo como la terapia adecuada de cara a la superación de la crisis, parece obviar que las políticas implicadas, de sesgo recesivo, pueden hacer “salir el tiro por la culata”, endogeneizando el déficit fiscal –que se pretende corregir–, al ritmo de la progresiva degradación de la actividad económica (siendo difícil a la par que se reduzca la relación deuda/PBI). Por otra parte, una simple referencia genérica al maléfico obrar de los especuladores, olvida la explicación de los resortes objetivos que “dan clima” a ese obrar.
Una alternativa sería la de que el BCE se decidiera sistemáticamente a comprar la deuda nominada en euros (enfatizando la compra de la deuda de la periferia zonal), reflejando su rol de prestamista de última instancia, manteniendo las tasas de interés generales al nivel de las alemanas. Esto tendería a una especie de “Plan Marshall”, como lo señala A. Fiorito en una nota reciente.
En verdad, y como se recordó antes, se trata de un planteo que rechaza Alemania, país este que funge como centro protagónico o hegemónico de la eurozona, y aun más allá. En aquel planteo, el otro componente relevante e ineludible es que Alemania atizara su demanda interna, y hasta mostrara una inflación superior, de manera que, corsé de la moneda común mediante, los países de la periferia de la eurozona y más sensibles a la crisis, pudieran ir remediando su desalineamiento competitivo externo.
Siempre marcamos en nuestras notas que Alemania, como país central, a diferencia de los EE.UU., apelaba a una óptica de carácter neomercantilista, accionando sobre sus excedentes comerciales, los cuales, en particular dosis, son succionados de la propia eurozona. Los EE.UU. vinieron haciendo otra cosa, inclinándose hacia los déficits externos, por supuesto, sin desmedro de un intenso debate doméstico sobre la probidad de la estrategia. De todos modos, la postura americana luce más acorde con una tipología “centro-periferia” más plausible.
En el ámbito del espectro de los factores de articulación macroeconómica que estamos considerando, es interesante destacar cómo varias de las categorías consulares de la visual teórica más ortodoxa sobre las economías abiertas –como la del tipo de cambio real natural (Natrex, por sus siglas en inglés), y la del enfoque intertemporal de la cuenta corriente–, se ven sometidas a una gran tensión.
Cabe decir que el propio, y raudo, éxito inicial de la eurozona, con los países que fueron accediendo sucesivamente a la misma, esconde las semillas de la dinámica viciosa que ayudará a gestar la crisis ulterior.
Cuando se plasma el acceso a la UE de distintos países, se produce el “milagro” de una pronta ventaja, exógenamente generada, que derrama sobre tales países, dando lugar a un fenómeno de “contagio positivo”, dimanado de la transformación en socios de Alemania, de la mano de una moneda común. Se percibe una experiencia de igualación de las tasas de interés, en medio de una profusión de flujos de capital que decantan hacia las nuevas áreas integradas, aprovechando los retornos superiores de las inversiones. En este contexto, se van eslabonando burbujas, con la hinchazón de los valores de los diversos activos, incluyendo la participación de los bancos europeos en la abundancia de “derivados” y de otros productos financieros de los EE.UU.
Así se perfiló la perspectiva de una (fácil) “cadena de felicidad” zonal, la que no sólo cuajó con la expansión del gasto público, sino, y muy especialmente, con la del gasto privado, incluyendo la potenciación de los costos salariales y de la inflación general, rematándose en un claro deterioro competitivo –apreciación cambiaria real– y en arraigados y fuertes déficits externos de las naciones periféricas. Lo notable es que la contraparte principal de esos desequilibrios era el centro del sistema, afecto a la austeridad, a los ajustes módicos de salarios –calzados con la productividad– y a una inflación baja. La ventaja competitiva del centro lucía notoria, y, en simultánea, él concurría a financiar, mediante sus bancos, a esos déficits instalados.
Lo que hacen las categorías de Natrex y de la intertemporalidad de la cuenta corriente, es apañar argumentalmente el reciclaje de los desequilibrios en danza. Así, el Natrex, suponiendo un tipo de cambio que se autorregula en el tiempo hacia el equilibrio, legitima extendidamente los procesos de apreciación cambiaria militante. Por su parte, la noción de la intertemporalidad de la cuenta corriente convence de que los déficits corrientes instalados se corregirán en el momento oportuno, y vía una tranquila decantación. Claro, el desmentido en los hechos de estos criterios se rodea de un sino dramático.