Eduardo Basualdo; "Tenemos poca experiencia en las consecuencias del crecimiento económico"
Reportaje a cargo de Natalia Aruguete
“Durante el peronismo y hasta comienzos de la última dictadura, el patrón de acumulación estuvo vinculado con el desarrollo industrial.”
“También la incorporación de ahorro externo estaba en función de ese objetivo de industrialización.”
“A partir de 1976 se rompió esa relación entre endeudamiento e industrialización.”
“En el nuevo contexto internacional, con la hegemonía neoliberal, la valorización financiera del capital cobró protagonismo.”
“El golpe militar de 1976 abrió otro patrón de acumulación de capital. Se inició un largo y acentuado proceso de desindustrialización que duró hasta el 2003.”
Las diferencias entre estar inserta en una economía abierta o en una cerrada inciden en el margen que tiene un gobierno para aplicar determinada política económica. Esta dimensión se pone de manifiesto si se recorre la historia corta del endeudamiento argentino, desde el primer peronismo hasta la actualidad. Con la tercera reedición del libro Estudios de historia económica argentina (Siglo XXI), el investigador del Conicet Eduardo Basualdo explicó a Cash las rupturas y continuidades de los gobiernos argentinos desde mitad del siglo pasado hasta hoy, poniendo el eje en el ahorro externo. Basualdo es, además, coordinador del área de economía de Flacso y Cifra, y miembro de la comisión directiva del CELS.
En el libro describe dos rasgos del endeudamiento externo durante el primer peronismo: el Estado era el único deudor y la deuda provenía de acuerdos bilaterales. ¿Qué transformaciones observa en la deuda externa argentina?
–Durante el peronismo y hasta comienzos de la última dictadura, el patrón de acumulación –aunque con variaciones en el régimen político y económico– estuvo vinculado con el desarrollo industrial, y la incorporación de ahorro externo estaba en función de ese objetivo. A partir de 1976 se rompió esa relación entre endeudamiento e industrialización. En el nuevo contexto internacional, con la emergencia de la hegemonía neoliberal, la valorización financiera del capital cobró un protagonismo que no había tenido antes. La deuda era el vehículo principal de esa valorización para los sectores internos –sobre todo en el caso argentino–, cuyo núcleo era industrial pero su principal apropiación de excedente y ganancia residió, a partir de allí, en la ganancia financiera.
Señala el año 1968 como el inicio de dicha transformación, ya que a partir de entonces se diversifican los actores que toman deuda, aunque la orientación sigue siendo la inversión. ¿Qué diferencia ese período del que se inicia en 1976?
–Una cosa es la primera etapa de industrialización, donde se jerarquizaba la autonomía nacional, y otra es la segunda etapa de industrialización –una cuenta pendiente para el peronismo original–, donde lo que importaba era el crecimiento económico, no si era nacional o extranjero. Incluso se promovía la incorporación de capital extranjero. En ese contexto, se intentó que la industrialización adquiriera sustentabilidad para superar los tradicionales estrangulamientos en el sector externo. Allí comenzaron a expandirse las exportaciones y se incrementaron las reservas y, complementariamente, aumentó el endeudamiento externo, no sólo del sector público sino también del sector privado. Este fue uno de los motivos del golpe militar, que reconocía la acción hegemónica del sector agropecuario pampeano, sobre todo la fracción que se había diversificado hacia la industria, que estaba conformando grupos económicos que fueron los de mayor crecimiento durante las décadas posteriores.
Hacia fines de la década de 1960 no sólo se diversificó el sector tomador de deuda sino que empezó a cambiar la composición de los acreedores. ¿Esta transformación tuvo alguna incidencia en la crisis de 2001/2002?
–En realidad, la modificación de la situación del endeudamiento externo se consolidó a partir de la última dictadura, en un contexto internacional de desregulación de los movimientos de capital. El sector privado, el sector oligopólico de la economía, era el mayor tomador de deuda externa privada. Y los acreedores del sector público y privado ya no estaban constituidos por los organismos internacionales sino por los bancos privados. Esa situación fue la que colapsó inicialmente y abrió la crisis de la deuda latinoamericana a principios de los años ’80. El problema consistía en que el capital adeudado no podía ser enfrentado por los países de la región porque no tenían divisas. De allí que los acreedores externos reclamaran la transferencias de activos fijos que en los países latinoamericanos eran las empresas públicas. Esto se institucionalizó en el marco de una crisis muy profunda en la región, mediante el Plan Brady. Las privatizaciones y el posterior Plan Baker permitieron la salida de los bancos como principales acreedores y la transferencia de ese papel a los fondos de inversión y los fondos de pensión.
¿Habría sido posible que la Argentina retornara a los acuerdos bilaterales para la incorporación de capital vía deuda?
–Era otro mundo. La bilateralidad terminó con el derrocamiento del peronismo en 1955. La multilateralidad es resultado de la adscripción de la Argentina al Fondo Monetario. Fue el momento en el que surgió el Club de París para financiar a nuestro país. El golpe militar de 1976 abrió otro patrón de acumulación de capital. Allí se inició un largo y acentuado proceso de desindustrialización que duró hasta el 2003, cuando se recuperaron ciertas políticas de expansión del sector industrial. Es como querer compatibilizar la industrialización con el planteo oligárquico agroexportador. No se puede.
¿Por qué?
–Porque cambiaron los ejes, los sectores dinámicos, las alianzas sociales y el tipo de Estado. Incluso cambió la naturaleza de los conflictos sociales respecto de la primera etapa de sustitución de importaciones. Estamos hablando de dos países de dimensiones distintas, de composiciones sociales diferentes, de formas de Estado que más que continuidades pasaron a tener grandes contraposiciones.
Lo que no se revierte en 2003 es la salida de divisas del país. ¿Por qué cree que no se logra resolver esa problemática?
–Desde la izquierda se suele caracterizar el proceso actual como neodesarrollismo, asemejándolo a la segunda etapa de sustitución de importaciones.
¿Y en qué se diferencian?
–En que la segunda etapa, así como la primera, tiene lugar en una economía cerrada con una acentuada protección de tipo arancelario y paraarancelario a la producción industrial interna. Recordemos que el sector competitivo internacionalmente es el sector agropecuario que exporta y provee divisas, mientras el sector industrial demanda divisas y necesita protección respecto de la competencia importada. Del 2003 en adelante se impulsaron políticas en que el eje es la economía real, en términos generales, no necesariamente el eje industrial, aunque se fomenta y se promueve la reindustrialización, pero se hace en un contexto de economía abierta.
¿Qué consecuencias tuvo esa política?
–Que estamos con sectores empresariales dolarizados con enormes facilidades de entrada y de salida de capitales, institucionales o no. Aunque con una diferencia respecto de los años ’90.
¿Cuál?
–No está sustentado en el endeudamiento externo sino en los saldos de la balanza comercial que han sido muy importantes en esta época, como consecuencia de las políticas económicas y de la reversión del deterioro de los términos de intercambio que caracterizó a las economías de América latina durante todas las etapas de industrialización. Ese es otro cambio muy importante. Hoy está en discusión si va a continuar esta reversión. Entonces, ¿qué ocurre? Hay periódicas fugas de capital de los sectores oligopólicos que son respuestas a la política económica y plantean una situación distinta de la de la segunda etapa de sustitución de importaciones.
¿En qué se diferencian ambas situaciones?
–En que ahora se sostiene en una economía abierta, por eso es tan difícil avanzar en la sustitución de importaciones. Por eso la base exportadora tiene que ver con los commodities, tanto primarios como industriales. Los sectores industriales vinculados al consumo privado, que es un motor de la economía de estos años, son fuertemente deficitarios, como es el caso de la industria automotriz y la producción de Tierra del Fuego.
En este marco de economía abierta y de salida de capitales, ¿es posible llevar a cabo una política de desendeudamiento sin correr el riego de un agotamiento de reservas vía salida de capitales?
–A lo largo de la última década, uno puede ver dos etapas, a nivel económico y político. Una que va hasta el 2008 y otra que se abre a partir de 2009, con contextos contrapuestos. Hasta el 2008 no había crisis mundial, ahora estamos frente a una crisis mundial con especificidades que deben ser tenidas en cuenta porque tienen una gran influencia en la economía interna.
¿A qué especificidades se refiere?
–Es la primera crisis del neoliberalismo que tiene como núcleo central a los países que definen el destino de la economía mundial, por supuesto que con efectos sobre la periferia. Entre ellos, uno de los principales se da vía Brasil por la reformulación de la industria automotriz, entre otras cosas, y donde la Argentina tiene una inserción muy deficitaria en términos del grado de integración nacional. Ese es uno de los motivos estructurales que está presente en esta crisis, porque es de los sectores más deficitarios en términos del saldo de la balanza comercial. En 2013, de acuerdo con el Banco Central, su déficit comercial supera los 8000 millones de dólares, mientras que el energético alcanza a 3700 millones aproximadamente. Esta crisis define el contexto de la etapa que estamos transitando desde 2009 hasta la actualidad. Eso influye en el comportamiento de las subsidiarias extranjeras en la Argentina, por ejemplo, que tratan de girar al exterior todos los recursos posibles, dado que sus casas matrices están en el núcleo de la crisis mundial. Frente a esa exigencia de las casas matrices hay políticas que muy acertadamente restringen el giro de utilidades. Eso no quiere decir que no giren recursos al exterior en una economía abierta, al igual que los grupos económicos locales. Si bien a partir de 2009 se tomó una serie de medidas trascendentes (como la estatización de los fondos previsionales, la Asignación Universal por Hijo, la expropiación del 51 por ciento de YPF con la negociación actual de un precio muy razonable) se descuidó por acción u omisión la evolución de las cuentas externas en un contexto de concentración económica y crisis internacional.
¿Qué políticas se podrían haber implementado?
–Resulta indiscutible que nuestro país alcanzó tasas de crecimiento muy altas internacionalmente, no sólo respecto de los países centrales sino también de la región durante este siglo, antes y después de 2009. Si bien estoy lejos de ser un especialista en política económica, creo que había espacio para implementar otras políticas que probablemente iban a afectar el nivel de crecimiento pero podían resguardar la situación externa. Estoy pensando en la presencia del Estado en la producción de bienes estratégicos que permitan disminuir el nivel de concentración económica, en una política industrial que incorpore como objetivo prioritario aumentar el grado de integración local en actividades clave, en activos financieros minoristas con tasas reales de interés positivas que aminoren la compra de dólares para atesoramiento o turismo. Los argentinos tenemos mucha experiencia en el impacto de las crisis porque las hemos sufrido en carne propia en varias oportunidades, pero muy poca en las consecuencias negativas que pueden acompañar al crecimiento económico.
Entonces...
–Me parece que algo de esto ocurrió durante los últimos meses con el colapso en la distribución eléctrica y la devaluación del tipo de cambio. No obstante, a partir de esos fenómenos surgen dos procesos de distinta naturaleza que son dignos de tenerse en cuenta. El primero es que se consolidó un equipo económico heterodoxo, técnicamente idóneo, liderado por el actual ministro de Economía. El otro es que, como lo demuestra la actitud social durante los acontecimientos de los últimos meses que acabo de mencionar, este gobierno cuenta con la adhesión activa de un sector social significativo, así como con el apoyo pasivo de otros sectores que miran con preocupación y recelo la situación de las fuerzas políticas opositoras