La tercera posición ideológica
Revista Redacción de febrero 1974
“Ni Perón ni el peronismo tienen la tercera posición patentada a su nombre”, expresa el autor de este ensayo. Pensamientos afines se cultivan en la socialdemocracia de Horacio Sueldo y José Antonio Allende, y en algunos sectores del radicalismo. Esto le da a la tercera posición una trascendencia que va más allá del liderazgo de Perón.
La tercera posición arranca de un doble rechazo del demoliberalismo capitalista y del estado totalitario. En consecuencia tiene también un objeto último diferenciado. En el liberalismo el objetivo es el ascenso de la sociedad mediante el éxito de los individuos más aptos. En al socialismo marxista el desarrollo económico integral. En la tercera posición el objetivo es la felicidad del hombre, como individuo, como familia, como comunidad.
En los dos modelos rechazados los fines de la sociedad son económicos y el hombre es un esclavo de la producción. En la democracia social que propugna la tercera posición es un ser capaz de desarrollar libremente toda una capacidad creadora. Para ello proyecta convertir la fábrica en una comunidad, insuflarle la alegría del antiguo taller artesanal, hacer que el obrero deje de sentirse esclavo de la máquina y del empresario para sentirse productor y creador. Tiene pues la tercera posición dos fronteras claras, nítidas, perfectamente delimitadas. Hacia atrás con el demoliberalismo; para adelante con el marxismo. A diferencia de la democracia liberal quiere poner fin a la concentración de la propiedad en pocas manos. En contraste con el socialismo marxista se propone distribuirla, no suprimirla. ¿Por qué? Porque no desea convertir a los obreros en empleados públicos. (Difícilmente se hallará un trabajador independiente que ambicione convertirse en empleado estatal, o que viéndose forzado a serlo, lo considere un progreso); porque quiere impedir el agigantamiento patológico del estado, para lo cual no existe otro procedimiento más que el mantenimiento de la pequeña propiedad y el fortalecimiento de las asociaciones intermedias, como la familia, el municipio, el sindicato, la cooperativa, las corporaciones profesionales, la Iglesia. Únicamente la pequeña propiedad y una organización descentralizada del poder estatal pueden asegurar un socialismo con libertad. Aquí es preciso responder a un interrogante: ¿cómo se distribuye la propiedad en un proceso universal donde el avance de la tecnología impone la concentración de los medios de producción? Respuesta: Protegiendo con medidas concretas la pequeña unidad de producción de todo avasallamiento, y dándole participación a los trabajadores en la posesión, dirección, administración y usufructo de las empresas. Otra pregunta: ¿Cómo se impide que las empresas socializadas de un modo que no extingue de raíz la propiedad privada, no crezcan patológicamente y se conviertan en empresas capitalistas? Respuesta: Por tres medios concretos y sólidos: 1º: Por la presencia obrera en su propiedad y gestión. 2º: Por la soberanía popular a través del estado democrático, asegurada por la difusión masiva de la cultura. 3º: Por la socialización absoluta del sector financiero de la economía. Hay que tener presente que sin el concurso del capital bancario en condición de aliado, no hay empresa capitalista”.
El marxismo se propone a través de los núcleos “desclasados” de la clase media (intelectuales y estudiantes) concientizar a los obreros a fin de lanzarlos violentamente contra el empresariado para destruirlo. La tercera posición cree en la superación de las clases mediante el arbitraje del estado, destinado a ser representativo de la comunidad íntegra por imperativas razones de orden y por el inevitable crecimiento cultural de los sectores marginales. Las dos posiciones ofrecen dificultades. En la tesis marxista hay que provocar deliberadamente el choque violento entre obreros y empresarios, con el riesgo cierto de destruir el aparato productivo y caer en la feroz dictadura de una burocracia, tras la ilusión de haber superado la última contradicción del devenir histórico. La conciliación de clases presenta el peligro de no llegar rápido a soluciones de fondo, de sufrir fracasos y regresiones, pero tiene la ventaja de poder lograr resultados positivos inmediatos, además de dos importantísimas conveniencias adicionales: la de preservar la libertad, y la de reducir al mínimo el costo social en vidas y bienes. Con un poco más de tiempo se evita un poco más de sangre; con un poco más de tiempo se preserva la libertad. Vale la pena intentarlo.
Una definición de Velasco Alvarado
En la tercera posición creemos que no existen contradicciones absolutas ni entre las clases sociales ni entre las naciones. Todas son relativas, circunstanciales, y están por debajo de la unidad esencial del género humano, esa unidad que hace que un conde Tolstoy reparta voluntariamente sus tierras entre los campesinos, un Lord Byron vaya a combatir por la independencia griega, y burgueses típicos como Fidel Castro y Ernesto Guevara protagonicen una revolución obrero-campesina. Esa unidad esencial hace que los estudiantes de nuestra Facultad de Filosofía y Letras, hijos de burgueses acomodados, sean todos adherentes al clasismo de una clase que no es la suya.
Nuestra fraternal revolución peruana es el modelo más avanzado y simultáneamente más próximo a nosotros de tercera posición. Así la definió una vez su líder, el general Velasco Alvarado: “La revolución peruana se propone una sociedad en la que el hombre, manteniendo su condición de persona, actúe con sus semejantes, y no sólo aspire a tener más sino a ser más”, concepto que compartimos plenamente.
En la filosofía de la tercera posición no hay diferencia sustancial entre clase obrera y clase media. Ambas son clases trabajadoras, por cuanto los profesionales, los intelectuales, los pequeños comerciantes, los talleristas independientes, son también trabajadores. La definición es sencillísima: todo aquel que trabaja es un trabajador. Históricamente en nuestro país la clase obrera y la clase media han tenido amplios vasos comunicantes. Nunca han existido impedimentos absolutos y generalizados para ascender de asalariado a trabajador independiente, profesional o pequeño comerciante. En sentido inverso, la clase media nunca ha estado exenta del peligro de proletarización por la acción de gobiernos oligárquicos y antinacionales. La alianza que desde la tercera posición se propone entre la clase obrera y la clase media no es un recurso táctico, sino una conducta sincera y permanente. La solidaridad constante entre las dos clases, su unión permanente y efectiva, suple la necesidad de la insurrección revolucionaria y crea posibilidades concretas de efectuar reformas trascendentes sin violencia sangrienta. Al mismo tiempo es un seguro de irreversibilidad de las conquistas logradas. Únicamente por la pérdida de todo apoyo masivo en la clase media fue posible la caída de Perón en Argentina, Allende en Chile y la de Torres en Bolivia.
La evolución socializante del capitalismo
En la historia de nuestro país las clases sociales nunca han sido estamentos abroquelados, nunca han tenido fronteras absolutamente infranqueables, como ha sucedido en Europa. La contradicción constante ha sido entre nuestra condición de país sometido y el imperio opresor, limitador de nuestras posibilidades de desarrollo integral. Entre el pueblo argentino en conjunto y una oligarquía incapaz y frustrante, vendida de cuerpo y alma al imperialismo de turno. Esa contradicción se resuelve con nuestra descolonización económica, cultural, tecnológica, y con la desaparición de la oligarquía histórica como clase social, no con la supresión total de la propiedad privada. Por otra parte ya no existe propiedad privada en los términos absolutos del siglo diecinueve. A nivel universal promedio, la propiedad se ha rebajado, ha perdido plenitud. El derecho de propiedad sufre hoy múltiples condicionamientos que obligan a los propietarios a actuar en función social, y esta situación es irreversible por la difusión masiva de la cultura y la expansión demográfica. En Inglaterra, un país capitalista típico, el sector asalariado recibe actualmente el 74 por ciento del ingreso nacional bruto. Datos como éstos, escamoteados tanto por los liberales como por los marxistas, indican el grado de evolución socializante sufrido por el capitalismo en algunas áreas geográficas. Esto no sucede por supuesto en los países del tercer mundo, se da sólo en los del hemisferio norte. ¿Y qué es lo que distingue al tercer mundo sureño del nórdico mundo desarrollado? Pues su situación de coloniaje y su consecuencia, la pobreza, el atraso tecnológico. ¡Esta es la contradicción que hay que resolver!
Los antecedentes
La tercera posición busca un punto intermedio entre el individuo liberal y el colectivismo marxista; entre la desigualdad personalista y la gregarización absoluta. La civilización occidental es obra del genio individual, del crecimiento de la personalidad operado en Occidente desde el Renacimiento. La gregarización insectifica al hombre, al decir de Perón. El objetivo central de la tercera posición puede resumirse así: “Socializar sin estatizar”. Socializar sin disolver la personalidad; socializar manteniendo la independencia de la conciencia individual frente al estado; socializar sin confundir totalmente individuo y sociedad, sociedad y estado. Hace años expresaba algunas de estas inquietudes el escritor y filósofo católico francés Jacques Maritain, quien en su libro “El Hombre y el Estado” proponía la descentralización del poder y si, fortalecimiento de las asociaciones intermedias. No debe confundirse el estado con la sociedad a cuerpo político, advertía. El Estado es el instrumento de poder que la sociedad utiliza para realizar sus fines generales, pero no es la sociedad.
Más interesante aún es señalar la concomitancia que tiene este pensamiento con el ideario anarquista y su firme rechazo de toda metodología revolucionaria que conduzca a la instauración -ilusoriamente temporaria- de un Estado todopoderoso. El Dios de Israel tenía prohibido contar a las personas. Los sabios israelíes sabían que el censo es un instrumento para fines coercitivos y despóticos, y que después del empadronamiento vienen los impuestos el servicio militar, etcétera.
Este rechazo del Estado omnipotente y la afirmación de la libertad, la personalidad y la religiosidad, caracterizan inequívocamente a la tercera posición ideológica y le dan una solidez teórica por lo menos a la par que cualquier otra tesis. Eso sí, esta posición no es Científica, ni quiere serlo, y está abierta a una revisión perpetua, a tal punto que revisionista es un adjetivo estimadísimo.
Queda por realizar el hombre nuevo, en lo cual concordamos con la juventud socialista. Pero el hombre nuevo -pensamos nosotros- será producto del crecimiento moral simultáneo del individuo y la sociedad. El hombre nuevo -pienso yo-, no será una creación estrictamente política, sino también religiosa y erótica. La moral política y partidaria, subordinada a la ideología y al estado, que propone el socialismo marxista, no podrá nunca igualar, y menos superar, a la moral universal, y al amor incondicional entre los hombres que predican las religiones superiores.
El yo, el nosotros y Hegel
En 1953, Hernán Benítez, sacerdote y teólogo, confesor de Eva Perón y precursor ignorado del movimiento religioso tercermundista, definía así la tercera posición en su libro “La aristocracia frente a la revolución”: “El justicialismo biencomunitarista ambiciona el bien común, no el del individuo ni el del Estado. Su ética dice que el dinero, sea de quien sea, posee una función social y no individual.
El justicialismo argentino apunta a algo más que a un individualismo justo. Los capitales, tanto los de los particulares como los del Estado, en si justicialismo no son sólo de los particulares ni sólo del Estado. Son también de los trabajadores”. A continuación aclara que Perón jamás ha dicho esto pero que “lo lleva en el alma”. Finalmente propone una sindicalización integral con sindicatos que planifiquen y conduzcan la economía. ¿Qué había dicho Perón para presumirle estas intenciones in pectore? Veamos. En 1945 dio una conferencia en el Colegio Militar que impactó de una manera muy especial y muy grata a Jorge Abelardo Ramos. Dijo Perón en su transcurso: “En 1914 se cierra el ciclo de influencia de la Revolución Francesa y se abre el de la Revolución Rusa, la cual comienza su etapa heroica ese año, triunfa en Rusia en 1918 y hace su epopeya en los campos de Europa en 1945. ¿Cómo no va a arrojar un siglo de influencia en el desarrollo y en la evolución del mundo futuro? La Revolución Francesa terminó con el Gobierno de la aristocracia y dio nacimiento al Gobierno de la burguesía. La Revolución Rusa terminó con el Gobierno de la burguesía y abrió el campo a las masas proletarias. Es de las masas populares el futuro del mundo. La burguesía irá poco a poco cediendo su puesto y las instituciones irán modificándose y reformándose de acuerdo con las necesidades de la evolución que llega”.
Advierte no obstante que “nosotros no nos haremos comunistas, así como cuando sufrimos la influencia de la revolución francesa no nos hicimos sans culottes”.
Advierte no obstante que “nosotros no nos haremos comunistas, así como cuando sufrimos la influencia de la revolución francesa no nos hicimos sans culottes”.
El 9 de abril de 1949 Perón dictó una conferencia clausurando el Primer Congreso Nacional de Filosofía celebrado en Mendoza, y trató de explicitar los lineamientos filosóficos de su tercera posición. Vale la pena transcribir algunos conceptos: “El tránsito del yo al nosotros -dijo- no se opera meteóricamente como un exterminio de las individualidades sino como una refirmación de éstas en función colectiva. La lucha de clases no puede ser considerada hoy en ese aspecto que ensombrece toda esperanza de fraternidad humana. En el mundo gana terreno la persuasión de que la colaboración social y la dignificación de la humanidad constituyen hechos inexorables”. Más adelante hace esta apreciación significativa: “La senda hegeliana condujo a ciertos grupos al desvarío de subordinar tan por entero la individualidad a la organización ideal, que automáticamente el concepto de humanidad quedaba reducido a una palabra vacía: la omnipotencia del estado sobre una infinita suma de ceros”. “Nos es grato llegar a la humanidad por el individuo, y a éste por la dignificación y acentuación de sus valores permanentes”. Obsérvese la constante preocupación por la eventual omnipotencia del estado y la anulación de la personalidad humana, inquietudes comunes a muchos pensadores políticos y a las cuales parecen totalmente ajenos los entusiastas neófitos de la patria socialista. En una parte de su disertación se propone como tema “la terrible anulación del hombre por el estado y el problema del pensamiento democrático del futuro”. La solución, responde, "está en resolvernos en dar cabida en su paisaje a la comunidad, sin distraer la atención de los valores supremos del individuo, acentuando sobre sus esencias espirituales pero con la esperanza puesta en el bien común”. Más adelante propone “un eclecticismo logrado por la superación, por la cultura, por el equilibrio”. Y termina diciendo: “Al principio hegeliano de la realización del yo en nosotros, apuntamos la necesidad de que ese nosotros se realice y perfeccione en el yo”.
Pedro E. Vázquez, médico psiquíatra, de quien se llegó a decir que era el benjamín de Perón, dirigía hace unos años una llamada Escuela Superior de Conducción Política del Movimiento Peronista. En 1966 editó un folleto en el cual se desarrollan los “fundamentos de la doctrina nacional justicialista”. Precedidas por muy endebles presupuestos filosóficos tomados del nacionalismo de derecha, entre los cuales aquel del paraíso medieval perdido por culpa de una formidable conspiración anticatólica, se llega no obstante a estas conclusiones que compartimos en líneas generales, y que reproduzco para aproximarnos a la comprensión total de la tercera posición: “Mañana: el estado comunitario”. “Mañana: la empresa comunitaria”. “No basta mejorar el nivel de vida del proletariado. No basta dar al productor el lugar que le corresponde en la Comunidad. No resuelve nada cambiar al régimen capitalista sustituyendo la oligarquía burguesa por una Oligarquía burocrática. Lo que hace falta es suprimir el asalariado, devolviendo a la empresa, aprehendida en su realidad orgánica, la posesión, y de ser posible la propiedad de su capital, así como la libre disposición del fruto de su trabajo”. “La tierra debe ser de quienes la trabajen como las máquinas de quienes trabajan con ellas. Tal principio no supone, en absoluto, el parcelamiento de la propiedad de los instrumentos de producción, sino la supresión de la propiedad individualista de bienes que otros -individuos o grupos- necesitan. O sea la supresión del parasitismo en todas sus formas”. Y termina así: “Eliminado el parasitismo capitalista, las clases sociales desaparecerán ipso facto”. “No habrá más burgueses ni proletarios, sino productores funcionalmente organizados y jerarquizados en sus empresas. El gremio perderá entonces el carácter clasista que le ha impuesto una lucha necesaria cuya responsabilidad no lleva y volverá a convertirse en una federación de empresas comunitarias, con el patrimonio asistencial que necesite y los poderes legislativos y judiciales que definirán sus fueros. En cada gremio un banco distribuirá el crédito entre las empresas, dentro del marco de la planificación y conducción económica del estado nacional”.
Y bien. Todas estas son manifestaciones ideológicas que requieren una actualizada implementación política, y que constantemente deben perfeccionarse. La trascendente reforma social que realizó Perón entre 1945 y 1955 fue una objetivación de estas inquietudes.
Los artículos 38, 39 y 40 de la Constitución Nacional reformada en 1949 constituyen una objetivación jurídica de la tercera posición ideológica y tienden a delinear sus fronteras. Por ese articulado queda descartado el uso irrestricto de la propiedad, y también la estatización absoluta. En el medio se plantea un serio y categórico condicionamiento de la propiedad privada, al capital privado, a la empresa privada, de manera que si la Constitución no establece un socialismo al estilo de los países escandinavos, lo haca perfectamente posible y compatible con el espíritu, la letra y los fines qué declara. Esta Constitución no manda hacer la reforma agraria (no era preciso que lo hiciera) pero por anticipado la hace posible y le acuerda juridicidad. No ordena expropiar empresas industriales, pero si se hicieran serían perfectamente constitucionales. No manda la participación obrera en la gestión y en las utilidades de las empresas, pero la sugiere, con lo cual de verificarse cuentan con la aceptación de la carta fundamental. Todo el socialismo de tercera posición cabe dentro de los artículos que cito.
Que Perón esté cansado y envejecido es una cosa. Que quienes participan con él del poder no tengan interés en nuevos proyectos políticos, puede ser cierto. También es cierto que muchas veces el peronismo aparece manejándose con crudo oportunismo, ajeno a todo principio rector, a toda meta ideal.
Pero que el peronismo no tenga nuevos ensayos que realizar en virtud del agotamiento irremediable de la tercera posición, es una fantasía. Ahí están Perú, Suecia y Yugoslavia para indicarnos hasta dónde se puede llegar. Para citar algunos ejemplos de reformas trascendentes posibles no planteadas todavía, diré que falta aún realizar una reforma agraria que incremente la producción y elimine la influencia política de los terratenientes. Falta nacionalizar el comercio exterior. Faltan experiencias piloto de cogestión y autogestión empresaria. Falta reducir drásticamente el presupuesto militar, tal como hiciera Rivadavia en 1823 pero con mejores razones y oportunidad. Falta la eliminación total de la intermediación en la distribución de alimentos. Falta un plan que perfeccione las cooperativas y aumente su número. Falta llegar a la socialización absoluta del sector financiero de la economía.
Todo esto y mucho más se puede hacer sin pasar por el marxismo. Eso sí, en cuanto el peronismo presente nuevos proyectos de cambio verá esfumarse rápidamente la ilusoria unanimidad que lo rodea, y verá resucitar, como por arte de magia, un nuevo frente opositor. Porque una cosa es que Coral proponga ascender a generales a los sargentos sabiendo que nunca tendrá oportunidad de intentarlo, y otra cosa que un movimiento mayoritario, respaldado por las organizaciones sindicales proponga reformas trascendentales con serias posibilidades de realizarlas.
Ni Perón ni el peronismo tienen la tercera posición patentada a su nombre. Pensamientos afines se cultivan en la socialdemocracia de Horacio Sueldo y de José Antonio Allende, y en algunos sectores del radicalismo, y esto le da a la tercera posición una trascendencia que va más allá de la fatal circunstancialidad del liderazgo de Perón. Con ella se busca recomponer la unidad del mundo de la producción, superando la dualidad conflictiva de capital y trabajo en un nuevo ordenamiento comunitario pero no estatizante. ¿Cómo se lucha para llegar a esto? No se pueden establecer a priori los métodos de lucha. Las circunstancias así como imponen la lucha van diciendo cómo. Sólo podemos señalar una preferencia: la concientización por adoctrinamiento; y una exclusión, el atentado personal. (Lenin decía con lucidez que la inclinación al atentado por parte de pretendidas vanguardias revolucionarias, está en relación directa a su desvinculación de la clase obrera). Entre los dos extremos de ese arco imaginario que va desde el sí a la concientización al no al atentado, habrá siempre una amplia, infinita, gama de recursos de lucha.