El 9 de julio de 2011 en un crimen absurdo muere el último trovador, Facundo Cabral.

El asesinato de la libertad
Por Ramón Hernandez de Ávila
para Nueva Tribuna (España)
Nota publicada el 7 de julio de 2016
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Facundo Cabral fue vilmente asesinado en 2011 en Guatemala después de un concierto en el que pregonaba la plena libertad del hombre



Se le conoce como Facundo Cabral. Era cantautor, poeta, escritor y filósofo, y se le puede considerar como el inventor de los hoy famosos monólogos, dirigidos no sólo para provocar la risa, sino también, y sobre todo, la reflexión. En ellos había crítica y sátira que inducían a pensar. En reconocimiento a su constante llamada en pro de la paz y el amor, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), le declaró “Mensajero Mundial de la Paz” en 1996. Miembro honorario de Amnistía Internacional, en 2008 fue propuesto para el Nobel de la Paz. Fue galardonado con otros títulos y discos de oro y platino, así como con los Grammy a título póstumo en 2012.
Era argentino, pero se consideraba ciudadano del mundo, porque eso era y así vivía, en libertad, sin sujetarse a nada, ni siquiera al éxito, ni al hogar. De hotel en hotel. La misma encarnación de la bohemia. No era de aquí, ni de allá, lo tenía todo sin tener nada, era la libertad encarnada. Por no tener, no tenía edad. Vilmente fue asesinado en plena calle de Guatemala después de un concierto en el que pregonaba la plena libertad del hombre que no se deja dirigir ni oprimir, ni se sujeta a los dictámenes de los poderosos. Un poeta y filósofo que lanzaba sus pensamientos como dardos envenenados de humor y crítica contra una sociedad de consumo y opresión. Por no llamarse, ni se llamaba así, sino Rodolfo Enrique Cabral Camuñas, nombre con el que fue bautizado, aunque él no se acordaba. Nacido en La Plata, Buenos Aires, en mayo de 1937, se cumplen ahora cinco años de cuando unos disparos segaron su vida en la madrugada del 9 de julio de 2011 en la ciudad de Guatemala. Dicen, y como tal figura en la versión oficial, que unos sicarios que lo confundieron con un empresario vinculado al narcotráfico, dispararon varias ráfagas de fusiles contra el coche en el que viajaba. Todavía hoy, cinco años después, no se ha aclarado suficientemente el crimen cometido alrededor de las 5:20 am, en Ciudad de Guatemala. Como ocurre tantas veces, el cantautor fue víctima de un atentado aparentemente dirigido al empresario Henry Fariña mientras conducía a Cabral y a su representante al Aeropuerto Internacional “La Aurora”, desde el hotel donde se hospedaba, para continuar en Nicaragua con su gira de conciertos. El atentado fue perpetrado por varios sicarios desde tres vehículos, armados con fusiles de asalto en plena calle de dicha ciudad; hirieron el empresario y resultó muerto el cantautor. Un año después, en julio del 2012, los fiscales nicaragüenses y guatemaltecos, a tenor de las investigaciones llevadas a cabo conjuntamente, declararon que Cabral fue asesinado como resultado de una disputa entre el empresario Henry Fariña y otros miembros de la banda de narcotraficantes conocida como “Los Charros”; aliada con la Familia Michoacana, un cartel criminal que opera en todo Méjico en actividades criminales y negocios ilícitos, e involucrado en el lavado de dinero negro. El cartel “Los Charros” estaba entonces estrechamente ligado a la actualmente desectructurada Familia Michoacana, y ambos ampliaron y establecieron su red en Centroamérica con apoyo de «El Palidejo», uno de los principales capos que dirigía las operaciones de traslado de la droga entre países y sus transacciones entre bandas. Según las autoridades guatemaltecas era el principal sospechoso del asesinato del trovador argentino y hacia él se dirigieron desde un principio las investigaciones, según se podía deducir de las declaraciones del empresario Fariña. Pero se sospecha que hubo otros elementos que han permanecido y permanecen oscuros y cuyas causas y sujetos nunca saldrán a la luz pública ni serán descubiertas ni ellos, autores, cómplices e instigadores, condenados. A tenor de las pruebas, fehacientes y probatorias, «El Palidejo» fue condenado por el asesinato de Facundo Cabral el 7 de abril de 2016 y cumple condena en una cárcel de Guatemala. Pero no fue él el único autor ni el único culpable. Un crimen sin razón, una barbarie que calló para siempre la conciencia de un mundo donde impera la delincuencia, el crimen y los negocios sucios. Mataron a un hombre cabal-Cabral, pero su mensaje sigue vivo y sus canciones siguen resonando por esos mundos de luz y tinieblas, de paz y guerras, de amor y odio. Un mundo que debe parar para que muchos como él, ciudadanos de palabra y de honra, puedan bajarse y dejar que se estrelle, que se queme bajo el fuego de las armas, para que renazca otro mejor de sus cenizas, si es que todavía es posible.
ENCUENTRO CON EVITA PERÓN
“El mundo estaba bastante tranquilo cuando yo nací”, decía cuando arrancaba a disertar en su monólogo compuesto de axiomas, recitados y canciones, y recorría su historia, que es parte de  la historia de este mundo y de estos tiempos convulsos. De familia muy pobre, su padre le abandonó  al poco de nacer, junto a otros siete hijos; la madre tuvo que hacer mil trabajos para sacarlos adelante en compañía de los abuelos, a cuya casa tuvieron que irse a vivir. Su universidad fue la calle y la delincuencia, hasta que un jesuita le enseñó a leer y le  mostró el camino de la rectitud, que no daba para comer pero no te llevaba a la cárcel, a donde ya había ido a parar. A los 9 años se escapó de casa y acabó en la capital de Buenos Aires, a las puertas del edificio de presidencia de gobierno, cuyo inquilino era “el Ñato”, o sea, el general Perón, porque daba trabajo, decían, casado con Evita, la tan querida vicepresidenta, añorada por el pueblo, con la que llegó a hablar el niño vagabundo. 
De sus lindos labios brotó como un augurio la primera frase ética que escucharía en mi vida”,  comentaría Cabral después.
Fue así. Se encontraba frente a la presidencia de gobierno y un policía le preguntó qué hacia allí tanto tiempo esperando (llevaba varios días). Le respondió que esperaba ver a Perón y que había ido hasta allí porque le habían dicho que el presidente “daba trabajo a los pobres”. Y esperó sentado en la acera hasta que finalmente cuando salió el coche presidencial, el niño Cabral se subió al guardabarros sorprendiendo a los escoltas y al mismo matrimonio pidiendo trabajo. Ante su desparpajo,Evita Perón, que estaba en todas y sentía atracción por acciones semejantes surgidas de la espontaneidad, dijo en voz alta, dirigiéndose a su marido el presidente y a los escoltas: “¿Eh?, che, habés visto: por fin, alguien que pide trabajo y no limosna”. Al poco tiempo su madre entró a trabajar en la casa del prócer.
Pero Cabral no se sujetaba a nada ni nadie, y siguió su camino por la vida y el mundo sumido en las ganas de ser artista y en el ambiente de la bohemia, entonces en Buenos Aires como en París, muy de moda. Adoptó el nombre de Indio Gasparino, pero se dio a conocer como Facundo Cabral, el nombre de otro prócer argentino, con el que recorrió el mundo entero. Con tal nombre artístico, comenzó a componer canciones para sí y para otros, y a escribir: “No soy escritor, declaraba, simplemente soy un narrador de historias”. Sus monólogos oscilaban entre la ética, la estética y el humor, mezclando partes de su vida con situaciones reales y estudios sociales, en una simbiosis de anarquismo, hedonismo y misticismo, no en vano admiraba a los místicos españoles, a Borges, a Santa Teresa de Jesuś y Teresa de Calcuta, a San Francisco... Se consideraba un “juglar” del siglo XX, artista ambulante recorriendo el mundo con la guitarra a cuestas -toda su posesión-, viajando de hotel en hotel. Nunca tuvo residencia fija ni hogar fijo. Allá donde iba, vivía. Ni la fama ni el éxito le cambiaron, como hicieron con tantos otros artistas hasta confundirles y confundir a la gente. Ni el dinero. “Si amas al dinero, a lo sumo llegarás a un banco, pero si amas a la vida, con toda seguridad, llegarás a Dios -afirmaba-. No todos estamos preparados para “digerir” ingentes cantidades de dinero. ¿Qué le pasó a Maradona? No estaba preparado para ese nivel y se desmoronó. Diego venía de un lugar muy humilde, y la fama y el dinero le perjudicaron más que le ayudaron, aunque parezca algo paradójico. Posiblemente, Bill Gates, sí esté preparado para tener la fortuna que tiene, y por eso le llegó. Además, Bill Gates es de Estados Unidos, y nosotros, del sur, latinos, y nada tenemos que ver con los de arriba. Yo no estoy preparado para esas alturas. De cualquier manera, como yo necesito menos dinero que Julio Iglesias para vivir, sólo por eso, Dios me hizo más libre, pues hacer cada día lo que amo... eso no tiene precio”.  
Añadía, siempre que se le preguntaba al respecto, que la fama es una estupidez y que el éxito, entendido éste como una puerta que se abre allá donde vayas y puedas dar a conocer tus inspiraciones y tus reflexiones a quienes vayan a verte, es consecuencia de un trabajo realizado con amor. “Detrás de cada éxito, sin lugar a dudas, hay un trabajo fantástico. La fama puede ser una estupidez. Todos conocemos a infinidad de famosos que tres minutos más tarde, pasada la euforia, nadie les conoce, y lo que es peor, no han dejado ninguna huella. Solo lo auténtico permanece”.
Y la huella de Facundo Cabral ha quedado en sus textos, más de una veintena de libros; en sus monólogos, muchos de ellos se pueden ver en Internet, y en sus canciones, que todavía hoy día se siguen cantando con la misma vigencia y vigor que hace unos años.
Malditos sicarios que segaron una vida llena de alicientes, y una mente que nos tiene mucho que mostrar para pervivir en este mundo absurdo que, como decía otro cantautor español, “no sabe a dónde va”. En la próxima entrega seguiremos con su historia, que parece de novela, cuyos comienzos son dignos de una película de amor, acción y picaresca, e iremos desmenuzando algunas de sus reflexiones que nos pueden venir al pelo y como crema protectora de la piel en este verano.

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El hombre que mató a Facundo Cabral
Por Alejandra Sánchez Inzunza Y José Luis Pardo
Numero 137 diciembre 2012 enero 2013

El trovador tenía setenta y cuatro años pero conservaba su figura elegante. Vestía jeans, suéter azul y chaqueta café y ocultaba sus ojos, que ya no veían bien, tras unas gafas de vidrio de botella del mismo color. Facundo Cabral pisó con parsimonia el escenario del Teatro Roma de Xela, Guatemala, en la fría noche del 7 de julio de 2011. En una mano portaba un bastón de madera y en la otra la guitarra, la inseparable. Se sentó en una silla y comenzó a desplegar un repertorio que había acompañado media vida a gente como Raúl Barreno, que lo contemplaba hipnotizado desde una butaca en la décima fila. Hacía diez años que había asistido en el mismo lugar a un concierto del argentino, pero le parecía como si lo escuchara por primera vez.


Durante poco más de una hora Cabral compartió su fidelidad al amor, a Dios y a su madre, a la que recordó como siempre: “Mi madre era una mujer grandiosa, divina, durísima, porque cuando tenía nueve años, cuando me fui, me dijo que ése era el último regalo que me daba. El primero había sido la vida y el segundo, y último, la libertad para vivirla”. Recitó “Mi pobrecito patrón” y “Éste es un nuevo día”, canciones que hablan del amor y la convivencia a pesar de haber sido un niño alcohólico, sufrir la cárcel y después el exilio. “Porque uno no vive solo y lo que a uno le pasa le está sucediendo al mundo, única razón y causa”, susurraba en la introducción de “No soy de aquí, ni soy de allá”. Ése fue el tema que cerró el concierto.

Antes de rasgar los últimos acordes, Cabral se levantó por un instante y encorvándose para reverenciar al público, se despidió:
—Gracias por la amistad de tantos años. Sepan que fueron una parte importante de mi felicidad. Sepan que los voy a llevar en mi corazón hasta el momento final.
Al bajarse el telón, Facundo Cabral dejó de recitar para siempre. Fue su última actuación. Su voz se esfumó dos días después cuando fue acribillado en un coche camino al aeropuerto de la ciudad de Guatemala.

Sobre la pared de la sala de Henry Fariñas colgaba un cuadro en el que aparecía Facundo Cabral juntó a él, su esposa y sus dos hijos. En el librero guardaba los discos del argentino, e incluso coleccionaba los libros y entrevistas en las que era protagonista al que llamaba “maestro”. Hacía años que eran amigos y Fariñas, un empresario nicaragüense del mundo del espectáculo, había llevado a Cabral a Nicaragua en varias ocasiones y gestionado otros conciertos en Centroamérica, entre ellos el último celebrado en Xela. La íntima relación que los unía llevó a este hombre de cuarenta y dos años, de pelo chino y ojos negros, a estar presente en los últimos momentos de la vida del cantautor. Aquel 9 de julio de 2011, Fariñas insistió en llevarlo al aeropuerto en su Range Rover blanco, el mismo que apenas unos minutos después sería baleado por veinticinco disparos, tres de los cuales matarían a Cabral. Fariñas sobreviviría.

Cuando todavía dos mil personas lloraban en la ciudad de Guatemala al artista en la escena del crimen, Fariñas testificó que el autor intelectual del asesinato había sido Alejandro Jiménez, un supuesto narcotraficante costarricense que lo quería muerto por haberse negado a venderle el Elite Night Club, el antro nocturno que regentaba en Managua. En el momento en que se presentaba al mundo como un empresario y promotor musical honrado, víctima de la coacción del narco, el teniente José León Gadea y el inspector Pedro Manuel Sánchez, de la policía de Nicaragua, ya lo tenían fichado. Desde 2010 le seguían la pista por pertenecer a una organización de tráfico de drogas internacional.