La canonización de Estado de Juan Pablo II

Por Bernardo Barranco V.
para La Jornada (México) 
Publicado el 23 de abril de 2014


     Llama la atención la dimensión política de las canonizaciones pontificales. Tanto en la canonización de Juan Pablo II como en la de Juan XXIII, se infringieron las normas. En el caso del papa Wojtyla, Benedicto XVI decidió no esperar los cinco años de su muerte para iniciar el proceso canónico. Y en el de Roncalli, Francisco decidió no presentar el segundo milagro para santificarlo. En ambos casos no sólo se brincaron las pautas, sino que hubo prisa. Pone de manifiesto la falta de rigor de la Congregación para las Causas de los Santos, de la que tanto presume su prefecto, el cardenal Angelo Amato.

    Es evidente para todos que Francisco optó por una inédita doble canonización de pontífices como una medida política de contrapesos. Dejar que los reflectores iluminaran sólo a Karol Wojtyla tenía riesgos, pues reactivaría los alicaídos ímpetus conservadores de la curia. Juan Pablo II es el héroe de la fe y una especie deNapoleón eclesiástico para los sectores conservadores nostálgicos de una Iglesia fuerte y triunfal. Juan XXIII, por el contrario, representa otro modelo eclesial que emana del concilio, más abierto y plural frente a los desafíos de la sociedad moderna.
Resulta contrastante constatar que México es al mismo tiempo un país entusiasta con la canonización de Juan Pablo II, pero al mismo tiempo aquí surgen los mayores reclamos y rechazo a su santificación, por las sospechas más que fundadas de protección no sólo a Marcial Maciel y sus legionarios, sino a la pederastia clerical. Deliberadamente o por omisión, el pontificado de Juan Pablo II apoyó y cobijó a Marcial Maciel, y fue gracias a un sistema de privilegios que Maciel montó un imperio eclesial/empresarial, cuyo fundamento es la doble moral que desvirtúa la misión y la identidad de toda la Iglesia.
Por ello pensamos que se opera una canonización de Estado. El Vaticano privilegió, en el caso de Wojtyla, al jefe de la Iglesia, al impactante líder mundial y al hombre de Estado sobre el creyente portador de una fe y espiritualidad profundas. De haber respetado al creyente y místico Wojtyla, tendría la obligación de ser más cauto y paciente. Después de 27 años, Juan Pablo II carga un largo pontificiado de luces y sombras. No sólo protegió a Maciel: emerge su papel en la guerra fría y en la caída del muro de Berlín. Marco Politi y Carl Bernstein, en su muy famoso libro Su santidad, insinúan acciones católicas de espionaje y de insurgencia encubiertas en Europa del este, alianzas con la CIA, pactos secretos con los ultraconservadores Ronald Reagan, Margaret Thatcher, etcétera. Están los aspectos de la represión que desata Juan Pablo II contra los derechos humanos y religiosos de muchos actores en la Iglesia progresista, llámense Teología de la Liberación, en América Latina, o aquellos teólogos que buscaban nuevas síntesis en términos de ética cristiana y sexualidad en Europa y Estados Unidos. Su cerrazón ante el derecho de las mujeres no sólo dentro de la Iglesia, sino su papel cosificado como madre/mártir de la familia tradicional. En otras palabras, el papa polaco tiene algunos expedientes candentes, humeantes, propios de un estadista de larga duración. Sin embargo, los escándalos mundiales de pederastia surgen en su pontificado y los hereda al sufrido Benedicto XVI, estigmatizando una herida en el capital moral de la Iglesia.
Es claro que en México Juan Pablo II tiene un lugar especial entre la población. Hubo una histórica empatía. Tanto en 1979 como en 1990, el papa movilizó en cada viaje a 20 millones de mexicanos; ni el PRI en sus mejores años tuvo tal capacidad de acarreo. Resulta evidente que en el país Juan Pablo II descubrió su talante viajero, cuya fórmula fue una de las mayores y más novedosas aportaciones. Sin embargo, el pecado más grave que pudo haber cometido Juan Pablo II, además de haber protegido a pederastas, ha sido haber creado una ilusión de una Iglesia triunfalista. A través de su gran capacidad de convocatoria, el papa Juan Pablo II creó una burbuja ilusoria, donde se veía a una Iglesia de masas, certera, potente e imperial. Capaz de ofrecer espectáculos suntuosos, en liturgias teatrales, y de transmitir verdades absolutas a un mundo incierto, verdades categóricas inamovibles.
Mención especial merecen muchos medios electrónicos, principalmente televisivos, que siguen exprimiendo mercantilmente el carisma del papa polaco, aun después de muerto. Desde sus funerales, beatificación y ahora santificación, las grandes cadenas presentan coberturas fastuosas y especiales, corriendo riesgos de convertirse en instrumentos de prédica religiosa improvisada. Donde muchos conductores se convierten en telepredicadores baratos y patéticos. Desde Roma enlazan transmisiones exaltando testimonios, hechos, anécdotas, virtudes y estadísticas del personaje. Esperamos que den un tratamiento más equitativo a Juan XXIII, el papa bueno, y no se focalicen sólo en Juan Pablo II. Particularmente la televisión mexicana se ha caracterizado por sobreadjetivar y enaltecer las bondades de Juan Pablo II; de manera acrítica, nos vende un héroe santo. Donde la exaltación del personaje opaca su circunstancia y el análisis sereno y escrupuloso de su trayectoria.
Personalmente no me opongo a la canonización de Juan Pablo II, no es mi papel. Sí cuestiono el procedimiento, el método simulado y la utilización ideológica del personaje. Existen personas y organismos sociales en México que han externado indignación por la negativa del Vaticano a considerar las pruebas documentales que muestran que en los mismos archivos de la Santa Sede existen por lo menos 212 expedientes que ponen de manifiesto el comportamiento doloso y patológico no sólo de Maciel, sino de sus legionarios. Estos textos son invisibles para la Congregación para las Causas de los Santos y, afortunadamente, están contenidos en el libro La voluntad de no saber. El encubrimiento eclesiástico no sólo ampara, entonces, a los pederastas, sino a los propios encubridores. Y el libro muestra que, por conocimiento o por omisión, el papa Juan Pablo II tiene una gran cuota de responsabilidad ante el caso Marcial Maciel. Así de sencillo
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Wojtyla: canonización y encubrimiento

Editorial  Diario La Jornada [x]

El Acuerdo Fundante: Paulo VI-Michele Sindona
Slawomir Oder, el sacerdote polaco que encabeza el proceso de canonización de Juan Pablo II, señaló ayer queno hay señales de participación personal del difunto pontífice en el escándalo de pederastia que involucró a la orden religiosa de los legionarios de Cristo y de su fundador, Marcial Maciel. 

Si se toma en cuenta el contexto de críticas que ha suscitado la canonización del pontífice polaco –tanto en sectores progresistas de la opinión pública como en grupos católicos ultraortodoxos–, la declaración de Oder representa una medida de control de daños comprensible y hasta obvia, cuyo fin sería atenuar tales críticas: en el mismo sentido parece inscribirse, según han afirmado diversos vaticanistas en semanas recientes, la decisión adoptada por el papa Francisco de canonizar en una misma ceremonia a Juan Pablo II y a Juan XXIII –promotor principal este último del Concilio Vaticano II–, como una forma de restar protagonismo a la figura de Karol Wojtyla y atenuar los señalamientos críticos en su contra. 

No obstante, los elementos disponibles apuntan a que tanto el pontífice polaco como su sucesor en la silla papal, Joseph Ratzinger, contaron con elementos de juicio suficientes para conocer los crímenes de Marcial Maciel. Cabe recordar que en 2004 el propio Ratzinger tuvo la oportunidad de reabrir, cuando aún presidía la Congregación para la Doctrina de la Fe, el expediente del fundador de los legionarios; la autoridad católica, sin embargo, rehusó someter a Maciel a un proceso canónico, y selló con ello la impresión de que el Vaticano prefería preservar la impunidad del religioso que desatar un escándalo y una confrontación con esa orden, que aporta enormes cuotas de poder político y económico. Con ello, el Vaticano no sólo acentuó el daño a las víctimas de Maciel, sino que dio margen para la comisión de otros abusos sexuales contra menores en el seno de la Iglesia y exhibió una pauta de encubrimiento de casos de pederastia clerical en las más altas esferas de la jerarquía católica. 

La insistencia de los impulsores de la canonización de Wojtyla en que éste no tenía conocimiento de los crímenes de Maciel resulta, por lo demás, anticlimática en el contexto de un pontificado –el que encabeza Jorge Mario Bergoglio– que ha empezado, al menos en el discurso, con un claro espíritu de renovación de la Iglesia católica y con una clara actitud de denuncia de algunos de los lastres y vicios más palpables de la jerarquía vaticana. Uno de los principales elementos simbólicos de este viraje tuvo lugar hace apenas unas semanas, cuando el papa Francisco ofreció disculpas por los casos de abuso sexual cometidos por sacerdotes. 

El deslinde que pueda fijar la Iglesia católica respecto de los puntos oscuros del pontificado de Juan Pablo II acaso resulte conveniente en lo inmediato, cuando esa institución parece más preocupada por consumar el arribo del pontífice polaco a la santidad que por esclarecer los señalamientos críticos en su contra. Pero difícilmente ayudará a la Iglesia a recuperar su credibilidad y su prestigio: para ello es necesario que la jerarquía vaticana muestre la sensibilidad y el apego irrestricto a la legalidad y un sentido elemental de justicia que hasta ahora le han faltado en lo que respecta a los episodios de pederastia que involucran a integrantes del clero católico. 

Fuente: jornada.unam.mx