El 2 de julio de 1817. Batalla de Apóstoles


detalle de retrato de Andresito de Hugo Viera
El historiador francés Arnaud Blin sostiene que resulta hasta cierto punto imposible explicar una batalla, por las múltiples facetas y las incontables detalles que pueden ser determinantes en un enfrentamiento, y porque “relatar una batalla es una actividad racional, cuando la batalla en sí misma está impregnada de irracionalidad, al igual que la guerra”.

Esta realidad a la que se enfrenta el historiador que quiera estudiar cualquier batalla de cualquier época es todavía más marcada en el caso del combate de Apóstoles, ya que contamos sólo con fuentes portuguesas que refieren que los lusitanos obtuvieron la victoria, aunque, analizadas en profundidad, demuestran lo contrario. Estamos frente a una labor que requiere, entonces, importantes dosis de subjetividad. 


Subjetividad que a veces implica el riesgo de caer en lo que Fernand Braudel llamaba el pecado de los pecados para cualquier historiador: el anacronismo, es decir, trasladar al pasado valores y características que corresponden a nuestra realidad presente. Es que las batallas, y sobre todo las consideradas decisivas, funcionan muchas veces como factores legitimantes de los mitos fundacionales nacionales o incluso provinciales, como es el actual caso del discurso de la misioneridad, desplegado desde el estado provincial. Por eso, es común en nuestro medio escuchar que la batalla de Apóstoles resguardó las fronteras argentinas del avance brasileño, cuando aún faltaban treinta y cinco años para que se conformara el Estado Nacional.
Por eso, se hace necesario comprender qué fue la batalla y cuál fue su real importancia en su contexto histórico, es decir, el de una provincia de Misiones que no es la actual y de un proyecto de organización concreto, que fue la Liga de los Pueblos Libres. Sólo si conocemos ese contexto, podremos entonces comprender cuál fue su importancia real en ese momento, más allá de las interpretaciones que se puedan hacer desde las posturas ideológico-políticas del presente.

La política exterior portuguesa en el Plata: llevar la frontera “un poco más allá”

Desde los tempranos días del comienzo de la invasión europea al cono sur del continente americano, la zona comprendida entre los ríos Paraná y Uruguay fue un punto de fricción entre españoles y portugueses. Los primeros lo consolidaron a través de la instalación de las Misiones, los segundos siguieron una constante política de llevar la línea “un poco más allá”, como sostiene Norberto Levinton. De ahí que haya una larga historia de conflictos fronterizos en los que participaron los guaraníes que van desde las invasiones bandeirantes hasta la ocupación portuguesa de los siete pueblos orientales en 1801, pasando por las campañas de Colonia del Sacramento y la Guerra Guaranítica.
Al momento de la revolución, Rio de Janeiro era sede de la corte portuguesa, que había huido de la invasión de Napoleón, y el regente (luego rey) João VI llevó adelante el proyecto de crear un poderoso imperio tropical cuyo primer paso de consolidación debía ser, lógicamente, la expansión territorial hacia el Plata, un viejo proyecto nunca concretado. En ese contexto se entiende la expedición de 1816, que buscó invadir la Banda Oriental y destruir a los aliados occidentales de Artigas, especialmente Misiones.

El gobierno de Andresito como radicalización extrema de la revolución

La revolución generó el surgimiento de múltiples proyectos de organización nacional contrapuestos, contradictorios y enfrentados: republicanos y monárquicos, confederacionistas y centralistas, conservadores y jacobinos se enfrentaron para controlar el proceso de construcción estatal que, según la influencia liberal de la época, debía darse a partir de la sanción de una Constitución. En el Litoral y la Banda Oriental se construyó el proyecto más radicalizado en torno a la figura de José Artigas, que planteó la conformación de una Confederación que respetara las autonomías locales, y que implicara no solo un cambio político sino también una profunda reestructuración de las relaciones sociales.
El caso extremo de este proyecto fue la llegada al gobierno de Misiones de un guaraní, Andrés Guacurarí y Artigas, algo que nunca había ocurrido y tampoco volvió a ocurrir desde entonces. Esa radicalización despertó la alarma no solo de Buenos Aires, sino también de Río de Janeiro: el propio João VI temía que surgieran movimientos autonomistas similares en Brasil en regiones díscolas como Pernambuco y Río Grande do Sul, por lo que decidió hacer una “guerra preventiva” que neutralizara esa tendencia, para él, anarquizante que crecía en la frontera sur del imperio.
Artigas, sabiendo que la invasión era inminente, intentó tomar la iniciativa atacando primero llevando adelante una ofensiva general tanto desde la Banda Oriental como desde Misiones en septiembre de 1816, la cual terminó en un fracaso. A fines de 1816 todos sabían que no tardaría en llegar la contraofensiva portuguesa.

La batalla de Apóstoles

En enero de 1817 se produjo una devastadora incursión portuguesa a las Misiones occidentales que culminó con su total destrucción, combinada con un ataque paraguayo que se produjo simultáneamente sobre el Paraná. No fue una expedición de ocupación efectiva, como la que se daba en la Banda Oriental y como la que se dio en las Misiones occidentales en 1801. Entonces, hubo un sutil trabajo de seducción de los guaraníes prometiéndoles que se respetaría su identidad y mejoraría su situación. Nada de eso hubo en 1817. Las órdenes del marqués de Alegrete, gobernador de Río Grande do Sul, fueron claras: destruir, quemar los pueblos, llevarse a la población. Y esas órdenes fueron seguidas al pie de la letra por el comandante Francisco das Chagas Santos: todo el ganado que quedaba fue cruzado al otro lado del río, los campos fueron destruidos, las iglesias fueron saqueadas (incluyendo las valiosas campanas, que hasta hoy se conservan en el Museo de San Miguel) y la población que se encontró, fue trasladada al otro lado.
No hubo intención de ocupación: una vez culminados el saqueo y la destrucción, Chagas volvió a cruzar el río. Solo algunos pueblos, como San José, San Carlos y Apóstoles se salvaron de ser quemados. Y en ellos, Andrés Artigas comenzó a reorganizar a sus fuerzas y a congregar a la población dispersa. Su labor alarmó a Chagas Santos, quien a mitad de año decidió llevar adelante una segunda expedición. El 2 de julio sus fuerzas atacaron a los guaraníes de Apóstoles. El combate se inició en horas de la mañana en las afueras del pueblo. Derrotados los defensores en el choque inicial, retrocedieron hasta la plaza, refugiándose en el núcleo arquitectónico conformado por el conjunto iglesia-colegio-talleres. Es decir, edificios que en su conjunto conformaban una formidable fortificación que era muy difícil de tomar si no se contaba con artillería, tal como lo supo el propio Andresito en su campaña de San Borja un año antes.
El comandante general no se encontraba en Apóstoles, sino en San José, desde donde se trasladó inmediatamente una vez que supo del enfrentamiento. La caballería, liderada por el propio Andresito, cargó contra los atacantes al promediar la tarde del 2 de julio, pero no pudo romper sus líneas. Rechazado ese primer ataque, se formaron pequeños grupos de combatientes que hostigaron a los portugueses durante el resto de la jornada.
En horas de la noche, Chagas Santos decidió ordenar la retirada, ya que su situación era sumamente difícil: el frío del crudo invierno misionero, las lluvias que habían mojado su pólvora, inutilizando así su artillería, el cansancio de las tropas y el hecho de estar él mismo herido influyeron en la decisión.

La importancia de la batalla

Ubicación de Apostoles Misiones en el Litoral Argentino y su relacion con Brasil
Como ya se refirió, la idea de que la victoria de Apóstoles impidió la ocupación portuguesa del Litoral debe ser revisada. Aparentemente, esa no era la intención de Chagas. Se trata de un tema complejo y discutible: las publicaciones de la prensa carioca de agosto de 1816 refieren que la campaña consistiría en la ocupación de la Banda Oriental por parte de las fuerzas comandadas por el general Federico Lecor, veteranas de las guerras napoleónicas, al tiempo que las milicias riograndenses de Alegrete debían ocupar el Litoral. Una vez iniciada la campaña, sin embargo, este objetivo inicial parece haberse modificado: se pasó a ocupar efectivamente Montevideo y su campaña, y a realizar razias destructivas sobre el Litoral que dejaran a Artigas sin bases de apoyo. Este cambio de objetivos puede estar relacionado con las turbias negociaciones secretas llevadas adelante por el gobierno rioplatense, tanto por el Director Supremo Juan Martin de Pueyrredón como por el Congreso de Tucumán. Este último, tan solo un mes después de haber declarado la independencia, en sesión secreta había decidido enviar una misión reservada con el objetivo de manifestarle a Lecor que el gobierno de las Provincias Unidas estaba dispuesto a cederle la Banda Oriental a cambio de que se neutralizara el foco anarquista de Artigas, pero que no debía ocupar territorios más allá del Uruguay porque estos pertenecían “al gobierno de Buenos Aires”. Pese a que no se firmó ningún acuerdo, posiblemente los portugueses respetaron esa idea porque les permitía poner pie en el río de la Plata sin tener que iniciar una peligrosa guerra contra Buenos Aires. Un actor clave en esas negociaciones también fue Manuel García, quien desde 1815 desarrollaba actividades diplomáticas en la corte de Río de Janeiro a nombre del Directorio.
Por lo tanto, la importancia de la batalla de Apóstoles debe buscarse en otros aspectos, que tienen que ver más con el contexto de la época que con las fronteras nacionales actuales. Fue una victoria que evidentemente levantó la moral de las fuerzas misioneras, que venían de derrota en derrota, y consolidó la hegemonía de Andresito en la región. La reorganización subsiguiente sólo fue posible gracias al enorme consenso social con el que contaba: en pocos meses se reocuparon efectivamente todos los territorios comprendidos entre el Paraná y el Uruguay, y se volvió a organizar una fuerza militar formidable. Tanto, que fue capaz de llevar adelante campañas en apoyo hacia otras provincias federales en 1818. Por entonces, contingentes misioneros no solo fueron capaces de ocupar la ciudad de Corrientes, sino también de apoyar militarmente a Estanislao López en Santa Fe frente al ataque de Buenos Aires. Este último es un aspecto poco estudiado, y que en algún momento debería investigarse con la profundidad que merece el tema.
Apóstoles permitió que no solo Andrés Artigas, sino todo el proyecto artiguista recuperaran fuerzas y lograran resistir durante dos años más al inexorable avance portugués. Cada vez más, y a medida que crecían las oposiciones y las contradicciones internas en la propia Liga Confederal, el Protector se vio en la necesidad de depender de las fuerzas guaraníes. Y fueron esas fuerzas las que mantuvieron su lealtad hasta prácticamente la derrota final en 1820.

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