El Papa lo deja. Dossier


 

Amanda Marcotte · Will Saletan · Jonathan Freedland



Hay que reconocerlo: el nuevo Papa continuará la guerra contra las mujeres y los gays

Con el reciente anuncio de su inminente retiro del Papa Benito XVI, el debate y la especulación excitables sobre los nuevos rumbos potenciales de la Iglesia Católica resultaban bastante inevitables. Hay un guión que seguimos cuando se entregan las riendas del poder—ya se trate del cambio de quien se sienta en el Despacho Oval, en el trono o en el Tardis [máquina del tiempo de la serie televisiva británica Doctor Who] —, en el que se incluyen especulaciones sobre si el sucesor finalmente, por fin llevará a cabo los cambios que quien especula lleva esperando largo tiempo. Pero ruego al personal que lo dejen cuando se trata del Papa. Esa clase de tipo con ese extravagante gorrito no va a cambiar de modo significativo más de lo que va a cambiar el gorro en cuestión. Esto debería de resultar evidente, pero por desgracia la Red está repleta de artículos como éste de Katie McDonough en Salon[1], en el que entrevistaba a un puñado de católicos progresistas acerca de lo que esperan que podría conseguirse en la iglesia con que cambie el viejito que se sienta en el trono. Algunos ejemplos:


“Volvería al redil si la Iglesia condonara la deuda del Tercer Mundo, permitiera el control de la natalidad a las mujeres y el Vaticano vendiera sus riquezas para alimentar y vestir a los hambrientos, su rebaño....”

“Mi esperanza es que el próximo Papa decida poner menos énfasis en Pablo y más en Jesús. Que permita que se casen los curas, que las mujeres accedan al sacerdocio....”

“A la Iglesia le hace falta dejar de instruir en la vergüenza. Hay una creencia profundamente asentada de que la gente es intrínsecamente mala que se enseña desde tan temprana edad, la idea misma del pecado original, que inculca un sentido de culpa y error esencialmente desde el nacimiento....”

Me sabe mal que haya quien pierda el tiempo respondiendo a esta pregunta de lo que esperan del próximo Papa, porque son dos minutos que habrían podido emplearse en actividades más productivas como mirar fijamente a las paredes o rascarse las orejas. Aviso de que os voy a destripar el final de la peli: el próximo Papa será un anciano célibe escogido por otros mezquinos ancianos con el propósito de decirle al mundo que Dios se la tiene jurada a los gays y las mujeres. Habrá también incienso para hacerlo más convincente

En las últimas décadas, las autoridades de la Iglesia Católica han dejado absolutamente claro que redoblan su apuesta por el sexismo y la obsesión por castigar el sexo no reproductivo. Por ejemplo, vuestra moderna Iglesia Católica santificó a una mujer que prefirió morir a abortar [2]. En los EE. UU., las autoridades católicas se han vuelto más agresivas en los últimos años en el tema de los anticonceptivos, pasando de la simple denuncia al apoyo de estrategias legales para impedir que las mujeres dispongan de sus propios planes de seguros que incluyan anticonceptivos. Esta es la Iglesia que juzgó inteligente excomulgar a una madre y a un médico que ayudaron a salvar a una niña de 9 años de dar a luz al bebé de un violador, pero no se molestó en excomulgar al violador, porque el aborto es un pecado "más grave" que violar repetidamente a unas preadolescente que te ha sido confiada a tu cuidado. La ira hacia las mujeres marisabidillas ha caído incluso en la malevolencia contra las monjas, a quienes el Vaticano comunicó expresamente que deberían silenciar sus opiniones y aceptar que la dirección masculina "son los auténticos maestros de fe y moral".

Greg Mysko supo expresar mejor una visión realista del futuro:

“Sería innovador que la Iglesia Católica adoptase una visión realista sobre los anticonceptivos y el aborto. Pero no veo que eso vaya a pasar quienquiera que sea elegido como próximo Papa. Se pueden escoger muchas sendas espirituales válidas. Los católicos pueden elegir”.

Es importante comprender la diferencia entre esperanza e ilusión. Darle vueltas a quien será el supremo anciano mezquino de entre un grupo de ancianos mezquinos no va a cambiar nada. Hasta discutir la posibilidad de cambio real le concede a la jerarquía eclesiástica más autoridad de la que merece. Para esta ronda de especulaciones sobre quién sera el próximo Papa, la mejor respuesta es sencillamente, "¿A quién le importa?"

Notas:

[1] Katie McDonough, “Wish list for the new pope: would anything bring you back to the church?”,Salon.com, 12 de febrero de 2013

[2] Gianna Beretta Molla, pediatra italiana que murió en 1962 a la edad de 39 años, una semana después de haber dado a su cuarto hijo. Los médicos le habían comunicado que era peligroso continuar con el embarazo al sufrir un tumor en el útero, pero ella insistió en llegar hasta el final. Al proclamarla santa, Juan Pablo II alabó su “sacrificio extremo”.

Amanda Marcotte, periodista y escritora feminista, colaboradora de Salon y The Guardian, entre otros medios, reside en Brooklyn, Nueva York.

Traducción: Lucas Antón (Sin Permiso)

Salon, 12 de febrero de 2013

¿En qué quedamos: Benito XVI o Juan Pablo II?


Hace ocho años, cuando falleció el Papa Juan Pablo II, la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos le alabó por permanecer en su puesto hasta el amargo final. “Los ancianos y enfermos se han sentido inspirados por su infatigable perseverancia conforme aumentaban sus limitaciones”, afirmó el presidente de los obispos norteamericanos.

Hoy loan los obispos al sucesor de Juan Pablo, el Papa Benito XVI, por marcharse. “Su dimisión no es sino un signo más de su gran preocupación por la Iglesia”, declaró el nuevo presidente de los obispos.

Los obispos no están solos. Un coro de católicos canta la nueva tonadilla. Cuando murió Juan Pablo, su biógrafo, George Weigel, le elogió por saber sobresalir:

“Sus últimos años estuvieron llenos de dolor y sufrimiento. Pero nunca trató de ocultar el deterioro de sus capacidades físicas; parecía impasible ante la flaqueza, y al continuar su servicio papal hasta su mismo fin, honró la promesa que creía haber hecho a la Iglesia, y al Señor de la Iglesia, en su elección el 16 de octubre de 1978, el compromiso de gastar su vida fortaleciendo a sus hermanos y hermanas en su fe”.

Ahora Weigel ha reajustado su perspectiva. “Es una gran declaración sobre la humildad de Joseph Ratzinger,” dijo acerca de la abdicación de Benito. “De un extraño modo, este es su último gran servicio a la Iglesia. Quiere que la Iglesia tenga el tipo de liderazgo fuerte que necesita”.

Cuando murió Juan Pablo, Peggy Noonan se glorió en su decisión de “trabajar hasta el mismo final” pese a su casi total incapacidad. “Se agarró a la vida como para mostrarnos lo que durante tanto tiempo nos había dicho: que la vida es algo precioso, amadla, haced uso de ella, derramaos, gastaos”. De este modo, escribía Noonan, Juan Pablo “nos recuerda que es crucial contemplar la belleza en los ancianos, los enfermos, los imperfectos …Nos mostró esta verdad presentándose cada día al mundo tal como era…Aunque se le presionó repetidas veces para que se retirase, para darse algún descanso tras su poderosa tarea, se negó. ‘Cristo no se bajó de la cruz’ afirmó”.

Ahora que se retira, adopta Noonan un punto de vista distinto:

“Benito es mayor, tiene 86 años, y durante 24 años, como Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe de Juan Pablo, fue uno de los pocos en ver, bien de cerca y día a día, el precio que como institución pagaba el Vaticano por el coraje sobrenatural de Juan Pablo, cuyos últimos años constituyeron un largo adiós, y cuya capacidad de administración se vio disminuida a medida que se veía físicamente incapacitado…Y es mayor de lo que era Juan Pablo cuando murió a los 84. Acaso en la decisión de Benito contemplamos no a un testigo del sufrimiento sino un acto de autosacrificio y humildad que a su modo es sobrenatural”.

En este nuevo relato de Noonan, la salida de Benito es casi como de Cristo, cargando y purgando los pecados de otros: “El escándalo que había ido aumentando con Juan Pablo… tenía que encararlo y abordarlo Benito. Acaso espera poder cargar ese peso sobre su espalda y, al marcharse, llevarlo consigo”.

A lo largo y ancho de la blogosfera católica, quienes escriben se esfuerzan por racionalizar la decisión de Benito. “Se negó a permitir que su debilidad corporal fuera un vehículo para dañar a la Iglesia”, dice un comentarista. Aunque se trata de una entrega del poder “extraordinariamente rara”, dice otro, “ha dado un ejemplo al mundo de cómo hacerse a un lado con gracia y hermosura”. Un tercer autor ve complementarios a los dos papas: “El Papa Juan Pablo II siguió en la brecha para ayudar a mostrar que la incapacidad no era una desgracia. Sin embargo, el Papa Benito XVI debe haber sentido que, puesto que ya se nos había mostrado ese ejemplo, debía trazar un rumbo distinto”.

Es evidente lo que está pasando aquí. Son gentes de fe. Han puesto su fe en una iglesia y en los hombres que la dirigen. Han determinado hallar virtud y sabiduría en estos hombres, aun cuando dos papas consecutivos escojan un rumbo completamente distinto.  

Pero los católicos, como las gentes de otras religiones, difieren en su personalidad y creencias. Y eso es lo que hace interesantes las reacciones a la abdicación de Benito. Algunos, aparentemente impregnados de la infalibilidad papal, insisten en que ambos papas deben estar en lo cierto, pues ”no puede haber duda de que la decisión de Benito”, como la de Juan Pablo “la guiaba el Espíritu Santo”. Como dice cierto autor acerca de Benito: “Si él ha creído que era lo mejor para la Iglesia, ¿quién soy yo entonces para contradecirle?”

Hay otros que son más críticos. Juan Pablo, “que sufrió y se inclinó bajo el peso de la misión de Pedro conforme le consumía la enfermedad”, fue  “un poderoso testigo de la dignidad de la vida humana”, reconoce Thomas McDonald. Pero el declive del Papa, añade McDonald, “también afectó a la forma en que gestionaba la Iglesia, y a medida que estallaba el escándalo de los abusos sexuales, se trataba de algo que mal podíamos permitirnos”.  Pat Archbold extrae una conclusión similar:

“Mientras todos éramos testigos de cómo un debilitado hombre santo sufría gran enfermedad con amor y paciencia, el cardenal Ratzinger tiene que haber visto mucho más. Tiene que haber visto cómo durante esos años de declive la burocracia vaticana se convertía en Papa de facto y cómo ese Papa de facto puede desbaratar y subvertir la voluntad del Papa legítimo”.  

Se trata de una crítica bastante aguda de lo que hizo Juan Pablo. Pero también se puede sentar acusación contra la elección de Benito. Ross Douthat reconoce que Benito, al igual que Juan Pablo, se enfrentaba a años de declive. Sin embargo, sostiene Douthat, el Papa debería morir en su puesto por tres razones: en primer lugar, es “un padre espiritual, más que un ejecutivo jefe”. En segundo, sirve a Dios, y “si Dios quiere un Papa nuevo, conseguirá Él uno”. En tercer lugar, “todavía es de suponer que la Iglesia sigue siendo la Iglesia aun cuando su liderazgo humano no esté en condiciones de luchar”. Lejos de admitir la infalibilidad, afirma Douthat, el catolicismo tiene que soportar con franqueza “líderes que andan descaminados, son incompetentes, seniles o corruptos”.

Se trata de un debate que vale la pena tener. De un lado, aquellos que piensan, habiendo reflexionado, que Benito ha hecho lo correcto retirándose y que Juan Pablo se equivocó al continuar. Del otro lado, quienes creen que Juan Pablo llevaba razón y que Benito, por las mismas razones, se equivoca al renunciar. El choque entre estas dos escuelas no será tan pulcro como el coro de gimnásticos apologetas volcados en defender a ambos papas. Pero será más fructífero y más honesto.


Will Saletan se ocupa habitualmente de ciencia, tecnología y política en la influyente revista electrónicaSlate.


Traducción:  Lucas Antón (Sin Permiso)




Slate, 12 de febrero de 2013


El Papa Benito debe responder por su incapacidad para enfrentarse a los casos de pederastia



No deberíamos dejar que Benito XVI se marchara tranquilamente. Duda uno al decir esto, porque está viejo y débil y, lo que es mucho más importante, porque es reverenciado por muchos millones. Quienes lo ven desde fuera deberían andarse con cuidado, conscientes de que el papado ostenta un papel central en la fe de los católicos, hasta para su misma identidad. Deberíamos señalar desde un principio que no intentamos atacar a los católicos ni a su credo cuando decimos que el ocupante saliente de tan alto puesto debe responder a un supuesto moral, por no decir legal. Pero el supuesto existe.

El núcleo de este asunto se centra en la violación y los abusos sexuales de niños por parte de sacerdotes católicos. El escándalo de los abusos sexuales contra niños se extiende  a 65 países, y se estima que las víctimas se cifran por muchos millares: uno de los grupos de afectados cuenta con 12.000 miembros, y cada uno cuenta una historia que rompe el corazón. Habrá muchas más víctimas que han permanecido en silencio. Pocos se atreverían a negar que se trata por si sola de la mayor cuestión moral a la que se enfrenta la Iglesia.

Para algunos, Benito ha demostrado que está él mismo del lado correcto en esta cuestión de lo más penetrante. Hacen notar que ha cerrado las lagunas del Derecho Canónico, que ha centralizado la gestión de los casos – en lugar de permitir que cada diócesis vaya por su lado – y sobre todo, que ha pedido perdón en nombre de la Iglesia. En 2010, conforme iban apareciendo casos con alarmante frecuencia – no sólo en los EE.UU., donde salieron a la luz las primeras revelaciones sino en Alemania, Suiza, Holanda y otros lugares – el Papa envió un mensaje a las víctimas de abusos sexuales en Irlanda: "Habéis sufrido gravemente y estoy verdaderamente apenado". Reconocía que se había "violado" su dignidad y afirmaba que los culpables "responderían ante Dios".

Sus defensores hacen notar además su actuación en el caso concreto de Marcial Maciel, el sacerdote mexicano que abusó de seminaristas durante decenios y engendró secretamente varios hijos, chicos a los que Maciel también violó y de los que abusó. Al principio de su papado, Benito despojó a Maciel de su ministerio y le recluyó en una vida de "penitencia y oración". Para los admiradores del nuevo Papa, esa resolución era consecuencia natural de su anterior empleo, con el que encabezó desde 1981 la Congregación para la Doctrina de la Fe, oficina antes conocida como Inquisición. Poco antes de convertirse en Papa, al entonces Joseph Ratzinger se le encomendó revisar unos  3.000 casos notables de abusos. Se dice que leyó los espantosos detalles y "quedó asqueado".

Pero esa historia, por desgracia, dista de ser toda la historia. Pues Benito ha de ser juzgado no solo por su historial como pontífice sino por su crucial papel anterior como encargado de hacer cumplir las normas en el Vaticano. Entre sus responsabilidades de muchos años se contaba decidir el destino de aquellos sacerdotes acusados de delitos, entre ellos los abusos sexuales de niños. Significa que si la acusación contra el Vaticano consiste en que cerró institucionalmente los ojos al dolor de los niños a lo largo de varias décadas,  – silenciando las pruebas, encubriendo a sacerdotes violadores, llevándolos de una diócesis a otra – en ese caso, la ceguera era en una parte significativa, de Benito.

Son copiosas las pruebas del retraso e indiferencia, por no decir obstrucción, de la Iglesia a lo largo de los años 80 y 90, y aparecieron cuando el papa ahora saliente era el funcionario más importante del Vaticano, subordinado en este terreno sólo a Juan Pablo II. De manera que en lugar de darle crédito a Benito por habérselas con Maciel en 2006, deberíamos estar preguntándonos porque no se encargó de él mucho, mucho antes.

Pero la culpa no sólo se limita a esta variedad institucional. Las decisiones que  Ratzinger tomó directamente son igualmente sospechosas. Mientras era arzobispo de Munich en 1980, llegó hasta su mesa de despacho el caso de Peter Hullermann. El padre  Hullermann estaba acusado de múltiples delitos de abuso sexual. Uno de los casos se refería a un chico de 11 años al que se llevó a la montaña, atiborrándolo de alcohol, y al que encerró con llave, desnudó y obligó a practicarle sexo oral. Sin embargo, el castigo de Hullermann se limitó simplemente a pasar de Essen a Munich para recibir una terapia. En cuestión de días, a este conocido predador sexual se le asignaron tareas pastorales en relación con los jóvenes…y enseguida abusó sexualmente de ellos. Los defensores de Benito llevan insistiendo mucho tiempo en que esas fatídicas decisiones las tomó su segundo. Pero los documentos cruciales, una vez salieron a la superficie, contaban otra historia.

 No menos perturbador resulta el caso del sacerdote californiano, Stephen Kiesle, condenado por atar y abusar sexualmente de dos muchachos en la rectoría de una iglesia. Sus superiores escribieron a Roma en 1981, solicitando que el acusado fuera reducido al estado laical, avisando de un "escándalo" si se le mantenía. Tras una petición inicial de más información, Ratzinger tardó más de cuatro años en enviar su respuesta. Estaba en latín, y afirmaba que su oficina necesitaba más tiempo para considerar el caso. Agradecido sin duda por el retraso, pudo regresar a una de sus antiguas parroquias…para ocuparse de la juventud.

 Una historia parecida es la del padre Lawrence C. Murphy, de Wisconsin, que llegó a atormentar hasta a 200 muchachos a su cuidado en una escuela especial para sordos, contándoles que Dios quería que les instruyera en el sexo. El arzobispo de Milwaukee terminó por escribir a Roma –a Ratzinger – exigiendo actuar. De nuevo, el futuro Papa fue incapaz de responder. Finalmente se inició un juicio canónico secreto de Murphy en 1996, siguiendo órdenes del segundo de Ratzinger. Pero el juicio se interrumpió después de que el responsable de los abusos dirigiera una súplica personal a Ratzinger, solicitando que se le permitiera "vivir el resto de vida que me queda en la dignidad de mi sacerdocio". Se le concedió su deseo, y murió en paz, siendo enterrado con sus vestiduras sacerdotales. Esos niños, sordos y especialmente vulnerables, nunca tuvieron justicia. Fueran cuales fuesen las palabras de consuelo que pronunciara como Papa, su historial de actuaciones – e inacción – es lo que más importa.  

 Benito nunca actuó contra el escalón más alto de cardenales y obispos que habían encubiertos delitos y obstruido la justicia. Después de que el cardinal Law huyera de Boston – justo antes de que se presentara la policía del estado con las citaciones por las demandas sobre abuso sexual infantil por parte de sacerdotes de su archidióces – encontró refugio seguro en el Vaticano de Benito. Cuando quienes estaban deseosos de procesar a los perpetradores de abusos pidieron que se abrieran los archivos del Vaticano, mantuvo cerrados los expedientes. La verdad es que lo poco que hizo este Papa para enfrentarse a la malignidad de los abusos infantiles llegó demasiado tarde y sólo bajo coacción.

 En su condición de ex-Papa, Benito ya no disfrutará de la inmunidad soberana de la que se benefician los jefes de Estado. La persecución penal es posible…pero solo en teoría. ¿Quién lo entregaría? Desde luego, las autoridades italianas, no. Pese a todo ello, a despecho de su edad y de la reverencia del cargo que pronto va a dejar vacante, debería responder de sus actos. No sólo en la otra vida sino aquí y ahora.

Jonathan Freedland, columnista semanal del diario británico The Guardian, colabora también con The New York Times y The New York Review of Books. Entre sus libros se cuenta Bring Home the Revolution: the Case for a British Republic (1998), donde argumenta en favor de una república británica.