Cazabombarderos electorales

Tommaso de Francesco
Il Manifesto


Así pues, al final ha servido la campaña de Il Manifesto – pronto puesta al día con nuevos dossieres de Sbilanciamoci [www.sbilanciamoci.it] y apoyada por Rifondazione Comunista y SEL [Sinistra, Ecologia Libertà] – contra la compra, antes de 130, después «sólo» de 90 cazabombarderos F-35. Es del martes la declaración de Bersani [líder del Partito Democratico y el centro izquierda, favoritos en las elecciones generales de este mes], todo menos descartada, sobre la necesidad de recortar el gasto destinado a los F-35. «Nuestra prioridad no son los cazas» - ha dicho el líder del PD y próximo presidente del Gobierno in pectore - «sino el empleo, es absolutamente necesario revisar nuestro compromiso». No viene de hace poco, porque es un compromiso y un terreno de batalla política. También porque la Aeronáutica Militar y el ministro-almirante Di Paola responden rápido que no, «los F35 sirven, vaya que sí».


Si queremos, sin embargo, evitar que sea sólo un lema electoral, junto a la desagradable sensación de que reaparezca todo por las alarmas del Pentágono sobre el «riesgo fulminante» por los jets adquiridos por Italia por una «módica» cifra que gira en torno a 10 y  15.000 millones de euros, no podemos más que subrayar cómo esta declaración cae en el absoluto vacío de una reflexión sobre la guerra. Por el contrario, también en campaña electoral vale la pena preguntarse en qué medida es la guerra absolutamente alternativa a la democracia. Por qué, en las mismas horas en las que Bersani declaraba querer recortar el gasto destinado a los F35, el Parlamento daba su asentimiento bipartidista a la participación en la nueva guerra occidental en Mali. Cierto es que, por ahora, se reduce para Italia al envío de decenas de instructores, de un centenar de hombres asignados a los envíos que transportarán medios y tropas. Pero es una guerra de duración infinita, dicen en París, y que se extenderá. Una vez más, como compulsión repetitiva, la Italia bipartidista traza su insensata aprobación de la guerra, que nuestra Constitución republicana prohíbe como «instrumento para resolver las crisis internacionales». Y, con abierto desprecio del dictado constitucional, copia y pega las aventuras bélicas comenzadas en la primera participación en la Guerra del Golfo de 1991, continuadas en Somalia en 1992-93, después en 1994-1995 en Bosnia Herzegovina, proseguidas en 1999 con la guerra «humanitaria» contra la ex Yugoslavia, reforzadas por el intervencionismo en la guerra de venganza tras el 11 de septiembre en Afganistán. Incluso en 2003, en la estela de los dispuestos a seguir a Bush (la única no bipartidista por la infamia ya excesiva de las «armas de destrucción masiva). Buena fue la última de Libia, a cien años exactos del inicio de nuestra empresa colonial.[1]

Toda esta letanía belicista sin que nunca nadie, mucho menos en el Parlamento, analizase los resultados, reflexionara de veras si se han alcanzado o, por el contrario, si no se han verificado contragolpes o derrotas. Por no hablar del precio pagado en vidas humanas, las nuestras, pero sobre todo las «colaterales» y olvidadas de los civiles asesinados con licencia para matar. Sin embargo, a ojos de todos se ve precisamente que la incapacidad de la guerra para resolver cualquier cosa ha abierto y activado poco a poco nuevos frentes. En especial, la realidad enemiga del integrismo armado islamista, aquí y allá utilizada como «amiga» contra el enemigo de turno (la URSS, gobiernos  democráticos no filo-occidentales, guerras étnicas cercanas, etc.). Islamistas que, después, en cambio, se han «hecho independientes» hasta el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York del 2001. Ahora estamos en la paradoja de que, para salir de Afganistán, la estrategia de los Estados Unidos y de los aliados consiste en comprar a los talibanes tan odiados y ponerlos a sueldo de los servicios de inteligencia occidentales. Y con otro oxímoron, la «guerra de liberación» de Libia apoyada con miles de bombardeos aéreos por la OTAN, que ha reforzado a tal extremo a los yijadistas, que ahora son punto de referencia en toda la zona del Sahel, como los megadepósitos de armas derivados de la derrota del antiguo rais libio. Es este trasfondo y la sangrienta destitución de Gadafi la verdadera fuerza de los muyaidín de la gran África del interior.  Una verdad que la administración Obama ha pagado caro con el asunto de Bengasi del 11 de septiembre de 2012, que le ha costado la vida al embajador norteamericano y la carrera a Hillary Clinton y al general David Petraeus, resolutor de las guerras de Irak e Afganistán.

Como si todo esto no hubiera existido nunca, el «blando» socialista Hollande inicia la guerra de la Francia neo-postcolonial en Mali apoyado por las izquierdas del gobierno europeo, por el PD de Bersani, y por los gobiernos de medio mundo. ¿Para hacer qué? Más allá de la carnicería de los cazas Mirage, para apoyar a los escuadrones de la muerte locales. «¿Habéis hecho prisioneros?», inquiere a un capitán del ejército maliano el valeroso enviado del Tg3 [telenoticias de la RAI] Riccardo Chartroux en la ciudad reconquistada de Diabali. Respuesta: «Prisioneros, qué prisioneros? Esta no es una guerra convencional, nuestro propósito consiste en exterminar a los yijadistas, matarlos a todos sin piedad». Porque «no había otra solución», han repetido los gobiernos europeos. Como en el caso de Libia, ahora santuario yijadista de la crisis maliana. Como en el de la próxima intervención en Siria donde en cambio, a los yijadistas los apoyamos, con armas, adiestramiento y fondos. En suma, no basta con declarar en campaña electoral que se quiere «recortar» los gastos de los F-35 si no se reflexiona sobre lo inútil y contraproducente que resulta elegir la guerra. Porque la guerra es alternativa a los procesos democráticos, a partir del territorio. En los espacios institucionales del Belpaese [Italia][2], el PD, que recuerda a Pio La Torre [3]para charlar, no reflexiona en efecto sobre el trágico efecto de las bases militares de la OTAN sobre nuestro territorio privado de protagonismo, sobre la reducción de los espacios democráticos y de toda potencialidad frente a la supremacía de las nuevas armas tecnológicas que ya presiden la ciudad y los campos. Una sola pregunta. ¿Por qué Bersani, que «recorta» el gasto destinado a los F35, calla sobre la elección decidida en Sicilia por el presidente del Consejo Regional, Rosario Crocetta, del PD, que anuncia la revocación de las autorizaciones para construir en Niscemi el MUOS, el sistema de satélites de la Marina de Guerra de los EE.UU.?

Si se confirma la «vocación» de guerra del territorio sembrado de bases y «servidumbre», y su subalternidad respecto a los ministerios de Defensa de turno y a los pactos militares internacionales antidemocráticos, ¿qué sentido tiene «recortar» los cazabombarderos? Antes o después, llega la guerra.

Notas del t.:

[1] En 1911, el gobierno italiano, presidido por Giovanni Giolitti, declaró la guerra al decadente imperio turco para hacerse con el control de Tripolitania y la Cirenaica, objetivo logrado tras un breve conflicto.    
[2] "Belpaese", denominación poética para referirse a Italia que proviene del verso dantesco del Inferno, XXXIII, "dal bel paese là dove´l sì suona", presente también en algunas composiciones petrarquistas.
[3] Pio La Torre (1927-1982), político palermitano, diputado comunista del PCI y sindicalista de la CGIL, fue asesinado por la Mafia siciliana. En sus últimos años se distinguió por su lucha contra la especulación económica y la instalación en su isla natal de una base militar norteamericana en la localidad de Comiso

Traducción: Lucas Antón (Sin Permiso)