Mauricio Macri, el Yeti de la política

Hernán Brienza
Tiempo Argentino


Es el eslabón perdido entre la precámbrica intolerancia de la “antipolítica”. 


Complicidad. Hace más de una semana que la Ciudad de Buenos Aires se ha quedado sin su transporte público esencial, el subterráneo. Hace más de una semana que los porteños son víctimas del desgobierno de Mauricio Macri, que con el capricho propio de un tirifilo, ha decidido someter a sus gobernados –a los que ha estafado durante años cobrándoles un porcentaje del ABL, aumentado en varios cientos de veces durante su "no gestión", destinado a obras del subte que nunca realizó– a una odisea insufrible para que puedan llegar a sus lugares de trabajo. De esa manera, Macri ha demostrado una vez más tener absoluto desprecio por los miles y miles de argentinos que han tenido que viajar apiñados en colectivos y realizar colas interminables para poder volver a sus hogares. Ha demostrado que, en su estrategia de construcción de poder personal, el bienestar de los ciudadanos es sacrificable. Su capricho de no hacerse cargo de los subtes le ha costado a “la gente” incomodidades y sacrificios que hacía muchos años no padecían los porteños. Porque a fin de cuenta el intendente de Buenos Aires ha demostrado su torpeza –quizás el peor de los pecados para un político– dos veces: primero, cuando supuestamente “se dejó embocar” los subtes aceptando el traspaso –en realidad le correspondía su administración por ley– y, segundo, cuando desistió de administrar los subtes, es decir, aquello que había aceptado que “le emboquen”. 
Pero pese a su innegable responsabilidad, Macri ha continuado no sólo gozando de la cobertura mediática de los diarios Clarín y La Nación sino también con la complicidad de las propias víctimas de su desgobierno. Más que llamativa resultó la sumisión con la que miles de porteños se dejaron someter por los caprichos del intendente porteño. No hubo protestas, no hubo cacerolazos, no hubo días de furias en la ciudad. Hace unos meses, en el norte de la ciudad, se produjeron quejas desde el living cacerolas en mano porque el gobierno nacional restringía la capacidad de comprar dólares para evitar descompensaciones económicas en el Estado. Ahora, que la Ciudad es un caos por culpa de un “caprichito” macrista nadie ha levantado la voz ni ha caceroleado contra el intendente. ¿Son los porteños cómplices del desgobierno del PRO? ¿Tienen los porteños el gobierno que se merecen? Estas preguntas pueden ser respondidas desde un lugar de prejuicio ideológico y/o geográfico o pueden reformularse para que sirvan para la reflexión. ¿Por qué los porteños han decidido ser cómplices de la inutilidad municipal? 

Liderazgos. Hace unas semanas atrás estuve en la ciudad de Neuquén. Allí también se produjo como en Buenos Aires otro acto de desprecio por parte de un gobierno a sus gobernados. Desde hace unos meses que los vecinos de la plaza central intentan recuperar un anfiteatro para la comunidad y el intendente sólo tiene en la cabeza una sola idea: demoler el espacio público para construir un estacionamiento que genere un gran negocio para las arcas de algún grupo privado en complicidad con la intendencia. Un grupo de jóvenes, autodenominados Colectivo El Gato Negro, ha decidido rescatar contra el autoritarismo del intendente ese lugar. El intendente lo ha tapado de escombros en dos oportunidades; la primera, incluso, sepultando a un pobre gato oscuro que había quedado atrapado entre los escombros. Fue rescatado días después por los cientos de muchachos y muchachas que voluntariamente se comprometieron a recuperar el anfiteatro y allí encontraron aún con vida al pobre animalito que le dio el nombre al colectivo. Ni lerdo ni perezoso para los negocios, Quiroga aprovechó un sábado a la noche para volver a sepultar el anfiteatro. Y allí andan los pibes todavía hoy recuperando por segunda vez el espacio público. 
El ejemplo podrá resultar menor para el resto del país. Sin embargo es una buena metáfora para pensar las distintas formas de liderazgos que se disputan hoy en la argentina: o se gobierna para las mayorías o se lo hace para los negocios. Con sus contradicciones, con sus errores, con sus limitaciones, un gran sector de la política hoy gestiona a favor de los representados. Los Macri, los Quiroga, lo hacen sólo para los que sobreponen estrictamente el mundo de los business a lo político. En el medio se encuentra, todavía, el gobernador bonaerense Daniel Scioli, quien con las últimas movidas dispuestas a ajustar los bolsillos de los trabajadores parece más propenso a buscar soluciones macristas antes que kirchneristas. 
Macri es algo así como el “Yeti” de la democracia argentina. Es el eslabón perdido entre la precámbrica intolerancia de la “antipolítica” –la violencia de la UCEP como solución a la cuestión social, el capricho personal como fundamento de acción–, la “no política” como forma de gestión –la supuesta desideologización en la toma de decisión, el marketing como único fundamento de convocatoria electoral, el negocio privado por sobre el bien público– y lo que se supone debería ser la democracia argentina en progreso, es decir, mayor participación ciudadana, más descentralización en las decisiones de gobierno, legitimidad en ascenso, contención e inclusión de minorías culturales y mayorías sociales. 
En estos términos, la concepción patrimonialista que Macri maneja es pre-democrática. Considera al Estado de Buenos Aires como suyo. Es por eso que se convierte en un actor irracional de la política argentina con el que es imposible “dialogar” –en términos de diálectica y no de conversación de señora de Recoleta– con él. No importan las razones políticas, no importa lo que ordena la ley, lo que marquen los convenios, ni las decisiones judiciales. Como dueño de su estancia –y no como simple administrador y representante de los ciudadanos que lo votaron– se cree con la prerrogativa principesca de hacer y deshacer a su antojo. 
Pero además hay un elemento más a considerar, todavía, y es que Macri esta perdido. El castillo de naipes de su presidencia esta derrumbado por las encuestas y por el desprecio que sufre entre sus pares gobernadores. Hoy no puede perforar con su éxito electoral el cordón de la General Paz ni posicionarse por encima del 13%, según las últimas encuestas, en el ámbito nacional. Acostumbrado a ser el dueño de la pelota, entonces, decide llevarse el balón de la racionalidad política y dejar que todo se rompa en el camino, incluso sometiendo a los porteños y bonaerenses a peregrinar días y días por las calles de la ciudad sin subterráneos. Y en eso cuenta con la complicidad de Clarín y La Nación, en menor medida, siempre dispuestos a darle cobertura mediática y jugar en contra del gobierno nacional pase lo que pase. 
Es en este marco en el cual quien realice la jugada más racional, gana la partida. Mauricio pierde apoyo en su propia jurisdicción, la presidenta en el ámbito nacional y la empresa Roggio aprovecha para aventajar y manotear los mayores recursos que pueda extraerle tanto al Estado como a los trabajadores del subte. Y el transporte público metropolitano puede convertirse en el campo de batalla electoral de los últimos años. Quien pueda darle a partir de su gestión una solución definitiva a esos 16 millones de habitantes que viajan apiñados en trenes, colectivos y subtes, es posible que se convierta en un candidato con futuro político inmediato. Es un dato al que habría que estar atento. El que demuestra que con su gestión le soluciona la vida a la gente se puede convertir en el gran elector o elegido de las próximas elecciones.  ¿Podrá hacerlo el “Yeti” porteño? No parece posible. ¿Y el gobierno nacional? ¿Debería hacerse cargo de los subtes para demostrar que puede seguir resolviéndole los problemas al pueblo?