Proyecto Huemul. ¿Una gran farsa?

Entrevista exclusiva con Ronald Richter, el científico austriaco a quien Perón confiara la puesta en marcha de la investigación atómica
El Periodista de Buenos Aires, septiembre 1984.


La crisis, parcialmente superada, que se desató días atrás en el seno de la Comisión Nacional de Energía Atómica por la renuncia de ocho de sus nueve directores, puso sobre el tapete la polémica acerca del destino de la investigación nuclear en Argentina y, también, de su nacimiento, entre 1949 y 1952. EL PERIODISTA dialogó con el controvertido partero de esa historia, el científico austriaco Ronald Richter, y con uno de sus críticos más implacables, el físico Mario Mariscotti. La discusión no termina aquí: ambos preparan sendos libros sobre el "Proyecto Huemul".
El pasado miércoles 5 (septiembre 1984) se produjo una suerte de explosión institucional en el seno de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA). Entre ese día y el siguiente, presentaron su renuncia al cargo ocho de los nueve directores del organismo. La medida fue imitada por personal jerárquico de menor rango, y posteriores declaraciones del director nacional, el ingeniero Alberto Costantini, restando importancia a los hechos, patentizaron el malestar que detonó en el máximo organismo nuclear argentino.

Las renuncias fueron presentadas durante la semana que corrió entre los domingos 2 y 9 de septiembre, días en los que un canal de televisión estatal se ocupó del tema atómico. En el programa Allá Vamos (Canal 11, domingos, de 21 a 22 horas), se desplegó en dos partes la historia del desarrollo nuclear del país. La primera de esas emisiones -que contaron con la conducción del físico Mario Mariscotti, director de Investigación y Proyectos de la CNEA -y uno de los miembros renunciantes- se ocupó del llamado "Proyecto Huemul", el primer paso en materia atómica que dio Argentina, entre 1949 y 1952.

Como su nombre lo indica, el proyecto se realizó en la isla Huemul, un peñón boscoso de 200 hectáreas que se levanta en las aguas del lago Nahuel Huapi, frente a San Carlos de Bariloche. En el lugar -que el ejército restituyó a la provincia de Río Negro el 18 de agosto último- aún se yergue un puñado de edificios, semiderruidos o sin terminar, que son testigos clave de un capítulo ignorado en la historia del país: los intentos primerizos para construir una bomba de hidrógeno -así se dijo-, que se prometía utilizar con fines pacíficos. Y ese capítulo tiene un protagonista central, tan discutible como misterioso: el físico atómico austriaco Ronald Richter.

Richter, científico controvertido, aún reside en el país. Hace pocos días, en su casa, un chalet modesto en las afueras de Buenos Aires, rememoró ante EL PERIODISTA su vida y sus proyectos, que tantas disputas suscitaron. Por su parte, el doctor Mario Mariscotti, experto en el tema -al que dedicó ocho años de estudio- también dijo lo suyo. Aunque sus opiniones no son coincidentes sino contradictorias, a partir de los dos testimonios y con el apoyo de documentos oficiales puede reconstruirse la curiosa historia del "Proyecto Huemul" que, con el tiempo, se transformó en el "caso Richter".

Un austriacaco llega a Buenos Aires

Ronald Richter tiene 75 años. En un castellano sin gramática, mezclado con un inglés y un alemán más perfectos, contó la primera parte de su propia historia. Nacido en Falkenau, una región austriaca que luego anexó Checoslovaquia, se doctoró en ciencias físicas en la Universidad de Praga. El estallido de la guerra lo sorprendió en Berlín, y allí permaneció en un laboratorio que le construyó el padre para que hiciera sus primeros trabajos. Su madre era inglesa y ese parentesco le valió una vigilancia estricta de la Gestapo, que lo sospechaba anglófilo. Aunque algunas versiones (como la de Joseph Page, en su difundida biografía del general Juan Domingo Perón) lo mencionan como colaborador de la Luftwaffe, Richter insiste en que no era así: "Una vez terminada la guerra -dice-, yo comencé a deambular por Europa para conseguir trabajo. Estuve en Alemania, en Francia, en Inglaterra, en Holanda y en Dinamarca. Finalmente, en 1947, regresé a Londres invitado por la Sociedad Científica para dar una charla". Y este viaje, a la luz de lo que sucedió después, sería fundamental.

En Londres, hospedado en una gran casona de las afueras, que arrendaba el servicio secreto británico, conoció al alemán Willy Kurt Tank, un ingeniero aeronáutico que había diseñado aviones de combate para el nazismo. Tank tendría un papel fundamental en la llegada de Richter a la Argentina, y otro tanto le cabría a su ayudante August Siebrecht. El alemán llegó a Buenos Aires a fines de 1947 con un nombre falso (un pasaporte lo identificaba como "el profesor K. Mathies") y pronto comenzó a trabajar para el Estado. Nombrado director del Instituto Aerotécnico de Córdoba, incorporó a su proyecto de fabricación de un avión argentino a otros 72 ingenieros alemanes que habían trabajado para el Tercer Reich. Ese equipo de técnicos dio origen al famoso "Pulqui" y ganó la confianza del presidente Perón.

"En mayo de 1948 -recuerda Richter-estaba en París, cuando alguien me llamó desde Suiza, de parte de Tank. Era un hombre apellidado Hellfrick, del que luego supe que era un agente secreto, aunque no pude averiguar para quién trabajaba. Me transmitió una invitación del alemán, pidiéndome que viajara a Buenos Aires para trabajar al servicio del gobierno argentino. Como no tenía otras obligaciones y necesitaba un empleo, tres meses más tarde llegué a la Argentina."

Richter arribó al país el 16 de agosto de 1948, y una semana después, en compañía de Tank y de Siebrecht, se reunió con Perón. "Yo notaba que el presidente estaba impaciente cuando los ingenieros le hablaban del 'Pulqui', y no veía la hora de que acabaran con su exposición. Cuando finalmente lo hicieron, se dirigió a mí y me preguntó qué podía hacer yo en materia de energía nuclear." Richter le explicó su teoría y, elípticamente, definió una posición política: "Le dije que yo no tenía ningún interés en fabricar bombas, pero que me interesaba la fisión del núcleo atómico liviano. Si lo lográbamos, y yo podía hacerlo, iban a resolverse muchos problemas en el campo atómico y a un costo relativamente bajo".

Perón, seducido por la posibilidad, contrató inmediatamente a Richter y lo envió a Villa Carlos Paz, donde por cuatro meses, hasta diciembre de 1948, fue huésped de Willy Tank en el chalet "Montserrat", que éste habitaba. Un hombre de la Aeronáutica, el brigadier César Ojeda, le montó un laboratorio por cuenta de la fuerza, y le hizo firmar un contrato del que Richter, presuntamente, nunca tuvo copia.

¿Conspiración contra Perón?

Willy Tank no se llevaba bien con el brigadier Ojeda. Richter y él, en cambio, habían congeniado inmediatamente. Debido al carácter secreto de los experimentos que realizaba el austriaco, la Aeronáutica lo puso una custodia al laboratorio. "Soldados armados rodeaban día y noche mi galpón en que yo trabajaba, y aún así una noche sucedió algo sin explicación. Un hombre de apellido Blasón, que trabajaba para el servicio secreto de la Aeronáutica, ingresó en el laboratorio con Siebrecht. Esa noche se produjo un incendio. Yo me di cuenta enseguida de que habla sido un sabotaje y comprendí que el destinatario, por elevación, era el brigadier Ojeda."

Enterado Perón del "accidente", dispuso el envío de un hombre para que lo investigara. La persona que mandó Perón -relata Richter- era el coronel Enrique P. González, un hombre de su confianza, pero que en realidad era el motor de la conspiración contra el Presidente." González se reunió con Tank en Carlos Paz y, según el austriaco, prepararon una versión sobre el episodio que le transmitieron a Perón. Enterado de lo sucedido, el jefe justicialista exigió que se facilitara el trabajo de Richter y lo invitó a que eligiera un lugar apropiado para continuar con sus experimentos.

Tras recorrer áreas desérticas en Catamarca y San Juan, otras zonas en la provincia de Córdoba y gran parte de la Patagonia, el científico se decidió por un lugar frente a San Carlos de Bariloche, desde donde iban a retornar, aún indecisos, a Buenos Aires. "Cuando vi la isla Huemul me di cuenta de que era el lugar ideal, por tres razones. Primero, por la abundancia de agua pura y fresca, útil para enfriar los reactores; segundo, porque no había polvillo que perjudicara el instrumental, y tercero, porque una isla es el mejor lugar para guardar un secreto", dice Ronald Richter, 35 años después.

Perón aceptó la elección (él mismo había recomendado la zona), y algunos días después, el 21 de julio de 1949, por decreto presidencial número 20.500, se creaba al "Centro Huemul", y se ponía su dirección en manos del científico austriaco.

Espionaje y sabotaje

El doctor Mario Mariscotti empezó su investigación del Proyecto Huemul de modo, si se quiere, casual. "A fines de la década de 1950, mi suegro había comprado un terreno en Playa Bonita, frente mismo a la isla, e íbamos allí todos los veranos. Por entonces, yo era estudiante de ingeniería, pero Huemul me atraía especialmente." Primero fueron excursiones clandestinas en bote, después la charla con lugareños que recordaban a Richter y, finalmente, el cambio de carrera: "Atrapado por ese rompecabezas que era Huemul, dejé ingeniería y comencé a cursar física en la Universidad de Buenos Aires".

De allí a la especialización en el tema y el ahondamiento en las teorías de Richter, pasó poco tiempo. "Ya ingresado en la CNEA empecé a investigar más a fondo y me di cuenta de que todo el asunto era un misterio: no había archivos, no había materiales para estudiar y las personas que habían tenido algún contacto con Richter casi no querían hablar de él."

Sin embargo, el Estado no había escatimado esfuerzos para colaborar con el científico austriaco. El general Joaquín Saurí y el capitán Constantino Pasolli se habían encargado de la construcción de caminos, edificios y limpieza de la isla; la misión de seguridad había sido puesta en manos del capitán Podri, y la vigilancia general corría por cuenta del mayor Monti, jefe de la guarnición Bariloche del ejército.

"Aún así -dice Richter, al recordarlo- el espionaje y el sabotaje siguieron como si nada. Dos ingenieros navales que trabajaron en la construcción de los edificios de la isla, Constantini y Vacca, tenían orden de espiarme e informar a González sobre mis movimientos. Por otra parte, su propio hijo, que entonces era capitán, me había sido impuesto como ayudante administrativo. Yo estaba rodeado de espías y de saboteadores."

Y de creerle a Richter, los saboteadores no se anduvieron con chiquitas: durante la construcción del alojamiento del reactor principal, se sabotearon las instalaciones para que el instrumento se inundara. Por otra parte, una serie de "misteriosos" incendios se propagaron por la isla sin motivo aparente, pero pudieron ser controlados. En opinión del doctor Mariscotti, "Richter mantuvo, en esos años, un permanente delirio de persecución. Siempre pensó que era víctima de espías y conspiradores que buscaban sacarle su secreto...".

Y, efectivamente, el austriaco sostiene: "Todos querían apoderarse de mi secreto: yo, como le había dicho a Perón, era capaz de liberar energía atómica controlada. El procedimiento era de mi invención y consistía en provocar un chisporroteo en un arco voltaico, que originaba una temperatura de varios millones de grados". Mariscotti sostiene que no es así: "Apenas miles -dice- y no eran suficientes".

Los secretos de la bomba de hidrógeno 

Un año más tarde de la creación del Centro Huemul, el 31 de mayo de 1950, mediante decreto 10.936, fue fundada la Comisión Nacional de Energía Atómica, "dependiente directamente de la Presidencia de la Nación, por intermedio del Ministerio de Asuntos Técnicos". Su primer director, designado por el presidente Perón, fue el coronel Enrique P. González, al que Richter acusa de haber conspirado contra el gobierno justicialista.

Pero, con conspiración o sin ella, a partir de entonces los hechos iban a sucederse rápidamente. El 16 de febrero de 1951, tras casi dos años de trabajo, Richter aseguró a Perón haber obtenido la primera reacción nuclear en cadena, que coronaba con éxito sus trabajos de investigación. Satisfecho con el hallazgo, el Presidente convocó a conferencia de prensa el 24 de marzo del mismo año, y anunció al mundo lo que el austriaco, según él, había logrado.

Vestido con un impecable uniforme blanco, de gala, de pie ante los micrófonos instalados en su despacho, el general habló ante sus ministros, los legisladores, los embajadores, los periodistas nacionales y extranjeros y el propio sabio que sonreía a su lado. Después de historiar el desarrollo de la energía atómica hecho por los norteamericanos "bajo la presión de la necesidad y el peligro provocados por la guerra", apuntó: "La Argentina, durante ese mismo periodo, se dedicó intensamente a establecer si valía la pena copiar la fisión nuclear o si era preferible correr el riesgo de crear un camino nuevo que condujera a superiores resultados, pero que también podía conducir a un fracaso. En oposición con los proyectos extranjeros, los técnicos argentinos trabajaron sobre la base de reacciones termonucleares que son idénticas a aquellas por medio de las cuales se libera energía atómica en el sol. Los resultados de estos y otros muchos ensayos previos, condujeron a que el 16 de febrero del corriente año se efectuaran con pleno éxito los primeros ensayos que, sobre esta nueva base, llevaron a la liberación controlada de la energía atómica. Será interesante que los técnicos de los países extranjeros sepan que en el transcurso de nuestra trabajos en el reactor termonuclear, los problemas de la llamada bomba de hidrógeno han podido ser estudiados intensamente. Con sorpresa, pudimos comprobar que las publicaciones de los más autorizados científicos extranjeros, están enormemente lejos de la realidad..."

Cuando Perón acabó con su discurso, Richter ofreció una improvisada charla ante los periodistas.

-Tengo interés en afirmar que esto no es una copia del extranjero.

-¿No hay antecedentes? -le preguntaron.

-No. Es completamente original. Es un proyecto totalmente argentino.

Richter en Huemul: ¿de "mago" a "criminal"?

A partir del anuncio, el Estado Argentino tuvo una serie de deferencias con el científico. "Me otorgaron la Medalla de Oro a la Lealtad Peronista y el título de Doctor Honoris Causa de la Universidad de Buenos Aires", recuerda Ronald Richter. "Ambas cosas las devolví a Perón, acompañándolas con una carta en la que le explicaba que era idiota dar una medalla de la lealtad a un científico. También me pareció idiota que el Presidente quisiera hacerme un monumento en lo más alto de la isla Huemul. Primero hagamos los reactores, le dije."

El doctor Mariscotti tiene otra opinión sobre los deseos del austriaco: "Yo no creo que quisiera construir tantas cosas. Más bien, pareció como si pretendiera demorar las tareas. Richter tuvo muchas actitudes que parecen caprichosas: construir y destruir después, levantar para luego derribar, pareció ser la tónica de los trabajos en Huemul. La isla, en este momento, está prácticamente destruida, y casi ninguna de sus construcciones es habitable".

Para Richter, las cosas fueron de un modo distinto: "Yo daba instrucciones para que se edificara y alguien daba la contraorden y destruían lo que habían hecho. Así fue todo el tiempo. Ese es el sabotaje del que era víctima, y que propiciaba el coronel González en su conspiración contra Perón. ¿Por qué la conspiración? Ah, política. Cosas de políticos".

Lo cierto es que, aún con esos altibajos, el Proyecto Huemul parecía avanzar sin tropiezos. El 24 de junio de 1951, un grupo de periodistas fue invitado por el gobierno a conocer la isla y a recorrer sus instalaciones. Los diarios de la época muestran a un Richter más cauto que el que se había presentado en Buenos Aires tres meses antes. En su feudo omitió hablar de asuntos técnicos y prefirió que se lo retratase junto a su esposa, Ilse Aberdt, y a su gato Ypsilon. De pronto, en medio de un reportaje, dejó caer su propia bomba:

-Me espían -dijo-. Hay alguien espiándome con largavistas desde la ladera del cerro Otto.

"Era su delirio de persecución que volvía a florecer -dice Mariscotti-, y en Buenos Aires empezaron a desconfiar por su demora en ofrecer resultados tangibles. A principios de 1952, González requirió la opinión de dos expertos, los doctores Teófilo Isnardi y José Collo, quienes expresaron grandes dudas sobre la seriedad de las investigaciones de Richter. El resultado de esa primera investigación fue conocido el 6 de marzo de 1952, y aconsejaba suprimir el apoyo moral y el material que se le había venido prestando."

Richter ironiza sobre el tema. Dice: "Ah, sí. Una investigación por control remoto. ¿Dónde se ha visto que una comisión investigadora extraiga conclusiones sin ver los experimentos que se están realizando? Ni Collo ni Isnardi vinieron a verme, y no sé cómo pudieron saber que yo no tenia éxito en mis investigaciones..."

Pero seis meses más tarde, el 4 de septiembre, una segunda comisión de expertos sí viajó a Huemul. La integraban el doctor José Balseiro, el capitán de fragata ingeniero Manuel Beninson, los ingenieros Mario Bancora y Otto Gamba, y el sacerdote jesuita Juan Bussolini. Tras presenciar media docena de experimentos, la opinión de la comisión fue lapidaria: "El resultado de la demostración, desde el punto de vista de la experiencia nuclear para la que fue desarrollada, fue de resultado netamente negativo". Y como síntesis se acotaba: "De las experiencias realizadas, esta Comisión Técnica tampoco ha tenido elementos de juicio que puedan justificar en modo alguno afirmaciones de la magnitud de las formuladas por el doctor Richter, tales como el haber logrado reacciones termonucleares, poder mantenerlas y controlarlas".

Este dictamen fue objeto de una réplica por parte de Richter, y a su vez de una contrarréplica de la misma Comisión. En ella se dice: "Los conceptos teóricos suministrados por el doctor Richter carecen de los fundamentos necesarios para permitir se abriguen esperanzas de una realización exitosa de sus propósitos tendientes a lograr una reacción termonuclear mantenida y controlada". Y se llegó, en esta polémica, casi al borde de la injuria: "En resumen, Ronald Richter ha incurrido en su declaración ante esta Comisión Técnica, en errores respecto de conocimientos elementales de física que no serian excusables en un alumno universitario. Ha demostrado, además, no poseer suficiente criterio crítico\experimental, de modo que no puede confiarse en las consecuencias que deduce de sus experimentos..."

Para Mariscotti, "con esta refutación científica, el fiasco se había comprobado y los más escépticos debieron convencerse cuando se supo que Richter no había publicado jamás un trabajo teórico, carta de presentación de cualquier científico ante la comunidad internacional". Por otra parte, su experiencia en la física atómica se había limitado a un trabajo de seis meses -de enero a agosto de 1943- para obtener curvas de excitación y secciones eficaces con un generador de Vandegraaf, trabajo calificado como rutinario.

Tras estas confirmaciones, el 22 de noviembre de 1952, el gobierno cerró las instalaciones de la isla Huemul y apagó, definitivamente, la estrella del sabio atómico Ronald Richter.

Dos libros y un presente lleno de misterio 

El capítulo Huemul quizá se cierre el próximo año. A más tardar en 1985, Ronald Richter y Mario Mariscotti publicarán sendos libros sobre la primera experiencia atómica argentina.

El libro del doctor Mario Mariscotti se llamará Huemul "En el prólogo me pregunto si la historia de la energía nuclear en la Argentina hubiera sido igual sin Richter", dice su autor. "El libro es el resultado de ocho años de investigaciones y de trabajo nocturno, cuando salía de la Comisión. Sus fuentes principales son el doctor Enrique Gaviola, el físico más brillante que tuvo el país; el archivo personal del coronel Enrique P. González; documentos que el Departamento de Estado de los Estados Unidos califica como reservados y correspondencia mantenida con personas que conocieron a Richter en sus años de Europa". Abrumado por la escasez de documentación oficial, Mariscotti debió reemplazarla por otra no menos confiable: en su archivo, además de cartas, recortes y otro tipo de documentos, guarda 25 cassettes grabados con testimonios sobre Ronald Richter y el proyecto Huemul.

Y Proyecto Huemul, justamente, se llamará el libro de Ronald Richter. "Comienzo con mi propia historia en Europa", dice el científico austriaco, "y desarrollo mis teorías científicas. Además, desde luego, hay una historia jugosa del trabajo realizado en la isla de mis relaciones con Perón y Evita, y de mis actividades posteriores. Pero, de ellas, sólo hablaré en el libro que aparecerá durante el año que viene".

Las "actividades posteriores" a Huemul, como Richter las llama, constituyen el misterio actual de su vida, tras la llamada Revolución Libertadora, amanecida en 1955, Richter fue detenido por el almirante Isaac Rojas y, al mismo tiempo, requerido por el general Eduardo Lonardi, para que siguiera con sus trabajos de investigación. "Me acusaron de haber malversado fondos públicos y, tras dos interrogatorios, me absolvió de ese cargo el juez Botet. Mi principal acusador era un sargento, de apellido Prieto, a quien yo no conocía".

Las versiones que se tejieron sobre Ronald Richter en los últimos años fueron contradictorias. Algunos aseguran haberlo visto en Washington y otros en Tel Aviv. Otros dicen haber escuchado la noticia de su muerte o el éxito de su trabajo en un laboratorio suizo. Los más, lo hacían fuera del país, y los menos, en una quinta de San Vicente, cercana a la que fuera de Perón.

Sin embargo, la realidad parece haber sido otra.

En 1954 compró el chalet en el Gran buenos aires, que ahora habita con su esposa Ilse, a la que no deja fotografiar "porque no tiene nada que ver con la energía atómica". Para sus vecinos es "el alemán" y, según su propio testimonio, tiene costumbres rígidas: "Me levanto muy temprano, leo el Buenos Aires Herald y después me pongo a estudiar". Le queda tiempo, durante el día, para recorrer el terreno amplio que rodea la casa y jugar con sus dos perros y su gato Samy, el reemplazante de Ypsilon, que también obedece sus órdenes dichas en inglés. Todo parece ser simple en la vida actual de Ronald Richter. Pero algo indica que no es tan así. Entre otras cosas, esto que dice: "Yo no tengo pasaporte porque me lo quitaron con la ciudadanía en 1955. Sin embargo, he salido del país cuantas veces he querido, y he vuelto a entrar. Desde 1952, cuando se acabó Huemul, he conseguido otro trabajo y no dejé de hacerlo ningún año. Pero no puedo decir en qué consiste. Basta con saber que me siguen espiando y que me revisan y aun secuestran la correspondencia... Pero a mi no me importa. Eso es cosa de políticos y aquí, en esta casa, estoy lejos de ellos".

Dice que no fue nazi. Ni peronista. "Yo soy apolítico, completamente apolítico." Que Eva Perón no lo trataba muy bien: "Yo creo que estaba un poco molesta conmigo, pero no sé por qué". Que el Estado de Israel lo convocó para trabajar en la bomba de hidrógeno, pero que con los judíos él no quiere hacer nada. Reconoce haber visitado frecuentemente la embajada de los Estados Unidos en la época en que trabajaba para Perón, aunque de eso "no puede hablar". Insiste en que soviéticos, ingleses y yankis están trabajando sobre las teorías que él enunció. Y, con todo, parece un hombre común, canoso, erguido pese a sus 75 años, menudo. Nadie diría que es Ronald Richter, uno de los hombres más controvertidos de la historia reciente, cultor del misterio y provocador -por acción u omisión- de que la historia de la energía nuclear en la Argentina sea tal como es.

Jorge Camarasa