La crisis, el control de precios y el “populismo” conservador en los años ’30

Por Mario Rapoport*
para Diario BAE
Publicado en enero de 2015
Federico Pinedo en 1940
¿Por qué volver a refrescar la historia? Porque hay conceptos que están en la boca de muchos y todavía son incomprendidos, como el llamado populismo o el control de precios. Por eso es bueno volver a analizarlos cuando surge un nuevo aporte bibliográfico, que brinda otra luz sobre la cuestión y que parte, además, de una situación mundial parecida a la actual, como la crisis de 1930.

En esa época los gobiernos conservadores en el poder, en defensa de sus propios intereses ligados al negocio agropecuario, tuvieron que aplicar políticas proteccionistas: elevación de aranceles, control de cambios, creación de numerosas juntas reguladoras (Granos, Carnes, etcétera), del más crudo intervencionismo estatal. La ideología predominante en esa elite, el librecambio, dejó paso a una participación creciente del Estado en la economía. Esto significó, sobre todo, precios sostén para la agricultura y la ganadería, beneficios especiales a las empresas y al comercio británico a través del Pacto Roca-Runciman (que garantizaba una cuota de exportación de carnes en el Reino Unido), asegurar el pago de la deuda externa, realizar el salvataje de bancos en quiebra, y otras medidas que tendían a mantener y profundizar el esquema de intereses predominantes. Cierto es que, inadvertidamente, la necesidad de ahorrar importaciones para equilibrar el sector externo llevó a un proceso de industrialización que luego se iba a ampliar bajo la presidencia de Perón, aunque usando la intervención estatal con un fin diferente.
Lo que no hubo en toda esa larga década denominada por José Luis Torres como “infame” (fraude electoral, represión popular y una vasta red de corrupción) fue una política social que paliara también las consecuencias de la crisis entre los crecientes estratos sociales medios y bajos. Sin embargo, e incluso de la mano de uno de los dirigentes más controvertidos y corruptos de su época, existió cierto atisbo de morigerar la situación de las clases menos favorecidas, por parte de un político local que no siempre jugaba las mismas cartas que el régimen gobernante y que podemos calificar como populismo conservador, porque no quería en verdad cambiar las estructuras existentes sino evitar que se produjera un estallido social que las afectara.
En un libro interesante, con documentación inédita o poco conocida, La Avellaneda de Barceló en la década infame Ricardo Vicente viene a llenar, en este sentido, un vacío sensible en la historiografía argentina. Pero este período, dominado por gobiernos conservadores insensibles a la voluntad popular, que representa una vuelta al poder de las viejas elites oligárquicas y explica en gran medida la llegada de Perón y el éxito de su proyecto, no constituía un conglomerado monolítico ni en lo político ni en lo económico. Dentro del régimen conservador aparecen expresiones distintas, cuyo análisis particular había sido hasta ahora un objeto más cercano a las creaciones de ficción que a estudios históricos debidamente documentados. Éstas existieron, sobre todo, en la periferia del régimen, y cuando decimos periferia no nos referimos solamente a su lugar de acción o funcionamiento que fue la ciudad de Avellaneda, sino a un sistema de poder que pertenecía con características propias al núcleo dominante.
Tal fue el caso del dirigente conservador y último caudillo urbano de la época, Alberto Barceló, dueño y señor de una de las más extensas zonas de los suburbios de Buenos Aires, aventajada por un vigoroso desarrollo industrial. Surge allí una figura prototípica del populismo conservador que, aunque mantiene fuertes vínculos con el comportamiento orgánico de sus raíces políticas, tiene también elementos completamente originales, emparentados de algún modo con un período de transición hacia modalidades distintas de la política nacional.
Barceló utiliza toda la metodología de su partido de origen para conservar el poder, a la que agrega elementos sui géneris, tales como figuras casi míticas del llamado matonaje: el famoso “Ruggerito”. Pero dentro de la llamada “década infame” es un personaje particular: no representa a la típica oligarquía terrateniente que detenta el Gobierno nacional sino que su misma base económica es puramente urbana
Como señala el autor, su personalidad ha sido asociada al fraude electoral y a actividades criminales y corruptas, como la trata de blancas. En el imaginario popular se han resaltado estos aspectos del desempeño del caudillo quedando opacado un mayor conocimiento de la política municipal desarrollada durante su conducción. Hilando finamente sobre la base de documentos originales, hasta ahora inéditos, Vicente analiza esos aspectos olvidados que muestran que si las prácticas políticas y económicas reprodujeron a las nacionales, el patronazgo y el clientelismo ejercidos por el caudillo tenían características peculiares. Esas que, como señala, “cubrían los baches que dejaban las crisis económicas del poder oligárquico”. Con ellas el caudillo pretendía defender a los sectores locales, económicos y sociales de las políticas más negativas del régimen. Y a ello se debía su popularidad.
Un episodio particular y decisivo en este sentido fueron las medidas que tomó con respecto al aumento del costo de vida, afectado sobre todo por el elevado precio del pan. En este sentido, Barceló realizó lo que algunos caracterizan como una política populista; satisfaciendo, por un lado, las necesidades de los trabajadores, al impedir el aumento del valor del producto, y cumpliendo, por otro, con los reclamos del sector patronal, mediante acciones proteccionistas a favor de los productores locales que aislaba el distrito de la producción y de la venta de pan en el orden nacional. Era una forma de intervencionismo social que no se correspondía con el conjunto de políticas del régimen. El objetivo era, principalmente, un control de precios que tendía a frenar el proceso inflacionario vinculado al crecimiento industrial, el cual sin políticas sociales en el orden nacional deterioraba los salarios reales. En cambio, la oposición socialista y radical se opuso a estas prácticas intervencionistas sosteniendo que sus resultados económicos eran indeseables y demagógicos; pero detrás de ello se hallaban, sin duda, intereses políticos que pretendían preservar los espacios partidarios.
Ese modelo de arbitraje iba a ser luego tomado por algunos estudiosos como un anticipo de lo que sería el peronismo. Vicente no acuerda con ello. Su ejemplo anticipa la larga persistencia de caudillos en las zonas urbanas, que luego se traslada a intendencias del Gran Buenos Aires, pero las políticas de Barceló fueron en su momento sólo medidas defensivas locales para aminorar la conflictividad social que resultaba de un proceso de industrialización no especialmente deseado.
Cuando el coronel Perón comienza en 1943 su política de favorecer a los trabajadores a través de la Secretaría de Trabajo y Previsión, el Times de Londres, haciendo un balance de la misma (4/12/1945), decía, sorprendido, que el gobierno militar estaba girando hacia la izquierda empujado por las masas, algo bien diferente de la experiencia conservadora de Barceló. Además, las mejoras sociales formaban una parte inherente de la industrialización, constituían la base del incremento de demanda necesaria para que la misma se sostuviera. El libro de Vicente no llega a esos años, pero aclara un momento de cambios trascendentes en nuestra vida pública. Su lectura es indispensable para entender el fin de una época y el comienzo de otra bien diferente. 


*Mario Rapoport es un economista, historiador, especialista en relaciones internacionales y escritor argentino. Wikipedia