Sobre el mayo francés y la convulsionada década del 60

Revista Herramienta
Debate y cririca marxista
publicado en abril de 2018

Presentación: La irrupción/disrupción de 1968

En el lenguaje de las izquierdas, aunque también en el utilizado por la diversidad de analistas de los acontecimientos político-sociales del siglo XX, se denomina “El 68” a un entramado de convulsiones a escala mundial que cobró trascendencia y proyección con el Mayo Francés de aquel año memorable. Aquel 1968 contuvo grandes rebeliones o brotes de revolución que marcaron huellas que aún perduran de alguna manera, en especial porque habilitaron nuevos recorridos de las vanguardias político-sociales y culturales durante las últimas décadas.
El Mayo Francés, con sus “iracundos” estudiantes cuestionando la enseñanza autoritaria, también la entonces llamada “sociedad de consumo”, con sus barricadas del Barrio Latino de París, saliendo de las aulas y dirigiéndose a las fábricas, y desde luego con la huelga obrera más larga de la historia de Francia, mostró que las reivindicaciones sociales, entrelazadas con el rechazo a la brutal intervención imperialista estadounidense en Vietnam, podían estremecer a la Europa Occidental. Y así fue, efectivamente, porque 1968 –con su acumulación previa y sus consecuencias posteriores– sacudió también a Alemania, Italia, Gran Bretaña y España, pero además a Estados Unidos, donde el movimiento pacifista contra la guerra de Vietnam significó una estocada al dominio imperialista, entremezclándose con la lucha del movimiento negro por los derechos civiles y con un nuevo movimiento feminista.

Un poco más allá, en la entonces Checoslovaquia, la Primavera de Praga irrumpió en el escenario de 1968 planteando la posibilidad de democratizar al llamado “socialismo real”. Fue parte también de ese entramado de insurgencias de aquella coyuntura extraordinaria. Si en Francia se acorralaba a uno de los bastiones del imperialismo de la segunda posguerra, en Praga se buscaba poner fin a un régimen burocrático, característico del “campo socialista” que también había sido creado luego de la mayor conflagración bélica del siglo XX.

Pero aquel 1968 no sólo sacudió los centros y rincones de Europa, también tuvo grandes expresiones en América Latina, especialmente en México, donde se vivió una masiva rebelión estudiantil, que tuvo como expresión trágica la masacre de Tlatelolco, en la Plaza de las Tres Culturas.

Han pasado 50 años y aquellos sucesos se nos representan lejanos y también difícilmente reproducibles en esta segunda década del siglo XXI. Sin nostalgia y sin pesimismo, repasando los avatares de la lucha de clases de las últimas décadas del siglo pasado, sus características, sus creaciones y sus consecuencias, podemos decir que corresponden a un determinado espacio-tiempo histórico. Es cierto que los tres acontecimientos citados brevemente, tomados como referenciales, sucedieron en espacios determinados y en un tiempo precedente. Debemos decir, sin embargo, que abrieron una nueva etapa para las vanguardias políticas, sindicales y culturales que desde entonces iniciaron un recorrido diferente, también generacionalmente. El 68 dio lugar a una nueva izquierda, a muevas expresiones del sindicalismo clasista, a movimientos feministas radicales, a expresiones artísticas disruptivas, etc. Todo esto pertenece en realidad a la acumulación de los años 60, a una década indudablemente extraordinaria, que contiene al 68 como su expresión mayor. En el caso de América Latina contiene además, sin duda alguna, la influencia de la Revolución Cubana de 1959. Esta mixtura de influencias dio lugar a una generación militante cuyo protagonismo, con todas sus luces y sombras, también con sus transformaciones, fue fundamental en el derrotero siguiente. En el caso argentino, la rebelión obrero-estudiantil de 1969, que se conoce como Cordobazo, se produjo precisamente en este contexto.

Los acontecimientos de 1968 nos entregan lecciones inmensas que sin duda debemos considerar críticamente desde el presente. Si bien hoy las características de la lucha de clases son diferentes, conteniendo creaciones de nuevos/as protagonistas, también de nuevas subjetividades, hunde sus raíces en esas experiencias. Entregamos aquí algunos artículos que repasan los sucesos de ese año singular. Esperamos que su lectura permita avanzar en el debate que nos proponemos.

Cronología del Mayo Francés*

Noviembre de 1967

Con la iniciación de los cursos en la Facultad de Humanidades de Nanterre, se desarrolla una huelga de diez días que culmina con la constitución de una comisión mixta -profesores y estudiantes- encargada de elevar ante el Ministerio de Educación una serie de reivindicaciones de orden material. No obstante nada se consigue y los diversos grupos izquierdistas -que en conjunto no reúnen más de cuatrocientos activistas- deciden proseguir cada uno por su cuenta con las reivindicaciones.

Viernes 22 de marzo de 1968

Los estudiantes invaden y ocupan las oficinas de la administración. Exigen la libertad de expresión política dentro de la facultad. En la noche de la toma se gesta el Movimiento 22 de Marzo -integrado por estudiantes sin partido, anarquistas, trotskistas, e inicialmente también maoístas-. La originalidad de la nueva agrupación y el rechazo a todo sectarismo le permite adquirir rápidamente una audiencia que las organizaciones tradicionales nunca habían logrado.

Martes 2 de abril

Después de las vacaciones de Pascuas, la agitación comienza a encontrar eco entre los estudiantes. El anfiteatro concedido por el decanato para la realización de reuniones estudiantiles es bautizado “Che Guevara”. Allí se celebra el primer acto autorizado.

Viernes 19 de abril

Una manifestación de solidaridad con los estudiantes alemanes, después del atentado contra el dirigente de las SDS Rudi Deutschke, agrupa a 2.000 estudiantes en el Barrio Latino de París.

Domingo 21 de abril

Un comando del grupo fascista “Occidente” ataca el anexo de la Sorbona, en momentos en que se desarrolla una asamblea extraordinaria de la Unión Nacional de Estudiantes Franceses (UNEF) donde el secretario general y militante del PSU Jacques Sauvageot asume interinamente las funciones de presidente.

Viernes 26 de abril

Se realiza en el anfiteatro “Che Guevara” una asamblea general del Movimiento 22 de Marzo. Entre otras acciones, se programa una serie de jornadas de lucha contra el imperialismo.

Sábado 27 de abril

El dirigente del Movimiento 22 de Marzo Daniel Cohn-Bendit es detenido al salir de su casa. En la comisaría de Nanterre lo someten a un interrogatorio. Posteriormente lo acompañan a su casa, donde se procede a un allanamiento.

Domingo 28 de abril

Unos 200 miembros de los Comités Vietnam de Base -de orientación maoísta- desmantelan una exposición organizada por el Frente Unido de Apoyo al Vietnam del Sur. Ese mismo día el grupo “Occidente” publica un comunicado amenazador: “Ya que los marxistas quieren guerra, la tendrán. Todos nuestros militantes han sido movilizados. De aquí a una semana exterminaremos a la lacra bolchevique”.

Jueves 2 de mayo

En Nanterre, comienza la primera jornada antiimperialista organizada por el Movimiento 22 de marzo. Cohn-Bendit, junto con otros seis militantes del movimiento, son amenazados de expulsión por su actividad política dentro de la facultad, y citados a comparecer ante el tribunal universitario. A la espera de un ataque del grupo “Occidente” los estudiantes instalan un dispositivo de alerta y prosiguen con el acto. El decano clausura la facultad hasta los exámenes y permite el ingreso al edificio de la policía que practica detenciones.

Viernes 3 de mayo

Movilización estudiantil desde la mañana, en el patio de la Sorbona, en solidaridad con los compañeros de Nanterre. Ese mismo día, desde las páginas del periódico del Partido Comunista: L'Humanité se denuncia a “los pequeños grupúsculos izquierdistas” y propone “combatirlos y aislarlos”, ya que “se trata, en general, de hijos de grandes burgueses”.
A las tres de la tarde el grupo “Occidente” baja por el boulevard Saint-Michel y se encamina hacia la Sorbona. La policía desvía la columna y cerca la Sorbona. En el interior, los estudiantes rechazan la demanda de la administración de abandonar el lugar y realizan una sentada. Poco antes de la cinco de la tarde, el rector Roche solicita la intervención de la policía que detiene a 527 estudiantes.

Espontáneamente se forman núcleos de manifestantes que reaccionan contra los arrestos. Durante toda la tarde grupos dispersos bloquean el tránsito y hostigan a la policía tirando piedras, recogiendo del suelo las granadas de gases y devolviéndolas. Los grupos se disgregan y vuelven a formarse. Sus consignas son: “Muera la represión”, “Liberen a nuestros camaradas”, “Gaullismo-dictadura”. Por la radio, el ministro Peyrefitte se muestra optimista: “Sólo se trata de un puñado de agitadores”. Al anochecer, brigadas de choque de la policía recorren el Barrio Latino maltratando a los jóvenes que encuentran a su paso. La Sorbona es clausurada y a partir de ese día permanece custodiada por efectivos policiales. Por la noche se reúnen las organizaciones estudiantiles y llaman a la huelga general en todas las universidades del país, exigiendo la libertad a los detenidos, la reapertura total de las facultades, y el retiro de las fuerzas policiales del Barrio Latino.

Sábado 4 y Domingo 5 de mayo

El tribunal judicial condena a cuatro estudiantes a penas de prisión. Las organizaciones estudiantiles preparan una movilización general para el lunes en la Sorbona y llaman a los estudiantes a constituirse en Comités de Acción. Por su parte L'Humanité invita a “considerar las graves consecuencias a las que conduce el aventurerismo político, aun cuando se disfraza tras una fraseología revolucionaria”.

Lunes 6 de mayo

Casi unánimemente los estudiantes franceses acatan el llamado a la huelga general. Por primera vez se difunden panfletos llamando a la solidaridad obrera. Al mediodía se celebra un acto en la Facultad de Ciencias; a continuación una gran movilización hasta la puerta del edificio donde se halla reunida la comisión disciplinaria que debe juzgar a Cohn-Bendit y sus compañeros. Los siete acusados se presentan ante la comisión con el puño en alto, cantando La Internacional. Por la tarde 10.000 estudiantes llegan al Barrio Latino al grito de: “Somos un grupúsculo”. La policía interviene provocando los primeros encuentros violentos. Por circulares se explica la táctica de defensa contra la policía, que resulta de gran eficacia. Más tarde una columna en marcha, que aumenta sin cesar, llega a Saint-Germain-Des-Près, donde pueden contarse alrededor de 20.000 manifestantes. Allí la policía carga. Los jóvenes se defienden, multiplicando las iniciativas contra la brutalidad policial que utiliza, por primera vez, ácido diluido en las autobombas y gas asfixiante. Los estudiantes aprovechan su excelente conocimiento del terreno. Disponen de estafetas motorizadas que controlan los desplazamientos de la policía. A imitación de los estudiantes japoneses adoptan un paso gimnástico acompañado de gritos que permite cambiar rápidamente de dirección para desorientar al adversario. Comandos de estudiantes se organizan en número creciente. Se establecen cadenas de aprovisionamiento de proyectiles, bombas caseras, etc. La población, solidaria con los estudiantes, brinda todo tipo de ayuda. Frente a la eficacia de estos métodos, la policía se ve desbordada e impotente. Al anochecer, Alain Peyrefitte, mediante un mensaje radial, insiste que la agitación que sacude a París no tiene nada que ver con lo sucedido en Berlín, Roma o Madrid, donde también hubo movilizaciones. Mientras tanto, continúan los combates.

Martes 7 de mayo

Estado de sitio en el Barrio Latino. En los colegios secundarios se desarrollan numerosas acciones por parte de los Comités de Acción de Liceos. Por la tarde comienza la “larga marcha” de 25 kilómetros organizada por la UNEF, el Sindicato Nacional de Enseñanza Superior (SNESup) y el Movimiento 22 de Marzo. La manifestación dura hasta medianoche, atravesando toda la ciudad. En la columna no hay ningún cartel partidario, sólo una leyenda en medio del desfile: “Viva la Comuna”; al frente del cortejo una hilera de banderas rojas. Unos 40.000 estudiantes -entre los que se ven muchos obreros- remontan los Campos Elíseos cantando La Internacional. Sobre el Arco del Triunfo confraternizan las banderas negras con las rojas. Por primera vez cunde el pánico: un informe del jefe de policía expresa que el “servicio del orden” se ha visto desbordado. Las fuerzas policiales ya no hablan de manifestación sino de revuelta (cuarenta y ocho horas más tarde emplearán el término insurrección).

Entre los dirigentes burocráticos de las centrales obreras reina el estupor. Por su parte, los responsables de los sindicatos de base anuncian que los obreros están listos para unirse a los estudiantes en sus manifestaciones por el Barrio Latino. Los motivos: la represión, pero sobre todo un creciente sentimiento de solidaridad. Otras compañías del Cuerpo Republicano de Seguridad (CRS) llegan de refuerzo a París. Una encuesta hecha en los servicios sanitarios revela que entre los heridos graves por los choques hay una mayor cantidad de policías que de manifestantes. Los actos de solidaridad tanto en el interior como en el extranjero se multiplican.

Miércoles 8 de mayo

L’Humanité rectifica su línea política: esta vez denuncia al gobierno y la represión. Por la tarde tiene lugar un acto en la Facultad de Ciencias. La mayoría de los concurrentes no acepta fácilmente el repentino vuelco de gremialistas y dirigentes del PC, que hasta un día antes vituperaban al movimiento. Los manifestantes, después de algunos discursos de los sindicalistas gritan: “Oportunistas”. A continuación del acto, 20.000 manifestantes emprenden la marcha hacia el Barrio Latino. Frente al parque Luxemburgo se da la orden de dispersión, provocando descontento entre los participantes. Se forman grupos de discusión: los manifestantes no admiten que su movimiento sea “utilizado, recuperado o castrado” por las fuerzas políticas que le son ajenas.

Jueves 9 de mayo

L'Humanité habla de “la justa causa de los estudiantes”. Por la mañana, frente a la reacción de una gran cantidad de militantes, la UNEF y el SNESup hacen su autocrítica en lo que concierne a la orden de dispersión dada la víspera. El gobierno anuncia que tanto Nanterre como la Sorbona serán reabiertas “progresivamente”. A las catorce, la policía comienza a dejar pasar a los estudiantes hacia la plaza de la Sorbona, previo control. Rechazando el “filtraje”, los estudiantes realizan una sentada en el boulevard Saint-Michel, frente a la plaza de la Sorbona.

Por su parte los representantes de la Confederación General del Trabajo (CGT) y de la Confederación Francesa Democrática del Trabajo (CFDT) se presentan en la sede del sindicato estudiantil. Al mismo tiempo, el célebre escritor Louis Aragón, miembro del Comité Central del PC, baja al boulevard Saint-Michel. Recibido con silbidos e insultos, habla con los estudiantes pero rehusa explicar la actitud que ha tenido su partido desde los primeros días frente al movimiento. Hacia la tarde, dispersión. Al anochecer tienen lugar discusiones en el edificio de La Mutualidad, en ocasión de un acto inicialmente programado por la Juventud Comunista Revolucionaria (JCR) -trotskista- bajo el lema: “La juventud, de la revuelta a la revolución”, y ahora extendido a todo el movimiento. Participan numerosos delegados estudiantiles de Alemania, Italia y Bélgica. Se discute sobre la acción a seguir, la unidad de acción de las organizaciones revolucionarias y la necesidad de encontrar formas flexibles de organización.

Viernes 10 de mayo

Una numerosa manifestación alcanza por la tarde el Barrio Latino. Se levantan barricadas. Esa noche se entablan los combates más violentos. Pasará a la historia como “la noche de las barricadas”, que conmovió al país por lo sangriento de la represión y la heroica resistencia de los manifestantes. Es la chispa que provoca el gran movimiento popular.

Sábado 11 de mayo

Respondiendo al llamado de los estudiantes, y por la presión de sus bases, las centrales obreras deciden la huelga general en toda Francia, para el lunes 13 de mayo. Militantes de los Comités de Acción ocupan el Centro Censier, anexo de la Facultad de Letras. Más de mil jóvenes obreros realizan una manifestación en dirección al Barrio Latino para expresar su solidaridad con los estudiantes. Muchos participan en los debates organizados en Censier durante la noche. El primer ministro Pompidou, recién llegado de Afganistán, habla por televisión: “He decidido que la Sorbona será abierta definitivamente el lunes”. Anuncia que habrá amnistía para los estudiantes detenidos y que el gobierno activará las reformas necesarias en la universidad. Intenta retomar el control de la situación, pero la maniobra fracasa: el movimiento rechaza las concesiones.

Lunes 13 de mayo

París contempla la más grande manifestación de masas organizada desde la Liberación (cuando los nazis fueron expulsados al finalizar la Segunda Guerra Mundial). Desde las 13 hasta las 21 horas, casi un millón de franceses desfilan a través de la ciudad, ocupando la calle desde la plaza de la República hasta la plaza Denfert-Rochereau. Se entonan slogans de todo tipo: “Buen aniversario, mi general” (en referencia al presidente de Francia, general Charles De Gaulle), “Diez años es suficiente” (De Gaulle había asumido en 1958), “Pompidou al inodoro”, “De Gaulle asesino”, “Gobierno popular”, “Una decena de iracundos”. Estudiantes, obreros, profesores y artistas marchan con el puño en alto, cantando La Internacional. Abundan las banderas rojas y negras, así como millares de carteles evocando todos los problemas: la represión, los CRS, De Gaulle, la solidaridad obrero-estudiantil, la universidad, el poder en la calle, la juventud, la desocupación… En todo París no se observan policías ni guardias móviles, sólo helicópteros del ejército sobrevuelan la ciudad. Más tarde, los estudiantes ocupan la Sorbona y establecen allí debates permanentes. En la cúpula ondean tres banderas: la roja, la negra y la del Vietcong (movimiento guerrillero que libraba la guerra en Vietnam del Sur contra las tropas yanquis). Nuevas consignas: proseguir la huelga, boicotear los exámenes, ocupar las facultades, llevar la agitación a la joven generación obrera.

Martes 14 de mayo

Manifestaciones estudiantiles y grupos de los Comités de Acción parten hacia las fábricas llevando la consigna: “Los obreros deben tomar la bandera de lucha de nuestras frágiles manos”. Los obreros de Sud-Aviation en Bougenais, cerca de Nantes, ocupan la fábrica y encierran al director en su oficina poniendo fin a un conflicto que los oponía a la dirección desde hacía varios meses. El movimiento comienza a propagarse.

Miércoles 15 de mayo

Los obreros ocupan la fábrica Renault en Cleon. Mientras tanto, la “revolución cultural” se extiende a las universidades y a otros establecimientos de enseñanza superior: se discute sobre planes de estudio, reglamentos, exámenes, etc. Algunos colegios secundarios están cerrados, otros ocupados por los estudiantes.

En la Oficina de Radio y Televisión Francesa (ORTF) se crea un comité de periodistas para respetar la objetividad de la información.

Jueves 16 de mayo

Los obreros ocupan Renault-Billancourt. Al anochecer una columna de estudiantes parte de la Sorbona hacía Billancourt: las puertas de la fábrica están cerradas, pero se logra intercambiar algunas palabras a través de las rejas pese a la oposición de los dirigentes sindicales. El Partido Comunista advierte sobre las “consignas aventureras”. La UNEF y el SNESup anuncian una marcha para el día siguiente a la ORTF, pero el PC y la CGT la califican como una provocación y la marcha es suspendida. Estudiantes y artistas ocupan el Teatro Odeón. La Sorbona sigue en continua efervescencia.

Viernes 17 de mayo

Las huelgas y ocupaciones se extienden por toda Francia. Los transportes están paralizados, los estudiantes organizan en la Sorbona una marcha a Billancourt. Por la tarde se distribuye a los estudiantes un comunicado de la CGT: “Aconsejamos vivamente a los animadores de esta marcha que desistan de su iniciativa… rechazamos toda injerencia exterior”. La Unión de Juventudes Comunistas (marxista-leninista) (UJC-ml) -maoísta- decide plegarse a la argumentación. Una columna de dos a tres mil estudiantes parte para Billancourt. Muchos obreros confraternizan con los estudiantes, pero en los alrededores de la fábrica, en las paredes y los árboles, afiches de la CGT advierten sobre los elementos “extraños a la clase obrera” cuyos objetivos son “dividir” a los trabajadores de la CGT para “debilitarlos”, “manchar la organización sindical” y obtener “una importante recompensa por sus leales servicios presentados a la patronal”. Se arman pequeños grupos de discusión entre estudiantes y obreros, pero es imposible disipar el clima de desconfianza. Los estudiantes quieren unirse a los obreros en lucha, conscientes de que el centro de la misma ya no está en el Barrio Latino. A su vez, los obreros más combativos quieren ir a la Sorbona a buscar la vanguardia de la que carecen. Los estudiantes no están en condiciones de asumir la dirección del movimiento, durante semanas sus militantes más esclarecidos se esforzarán en vano por resolver esta cuestión.

La CGT rechaza lanzar una nueva orden de huelga general. El Partido Comunista pide que la izquierda se una alrededor de un programa de gobierno. El presidente De Gaulle, de visita en Rumania, decide acortar medio día su viaje y vuelve el sábado al anochecer. Al día siguiente, el primer ministro Pompidou resume la opinión del presidente: “Reforma sí, payasadas no”, y el lunes se anuncia un referéndum para el 16 de junio sobre la participación.

Miércoles 22 y jueves 23 de mayo

Pese a la actitud de la CGT la huelga ya es general en toda Francia, con la excepción de la industria siderúrgica de la región de Lorena y una parte de la administración pública. La CFDT confirma su solidaridad con los estudiantes y reclama una transformación democrática de las estructuras. La CGT insiste en las reivindicaciones cuantitativas clásicas. Los huelguistas suman 10 millones. En la Asamblea Nacional prosigue el debate sobre la moción de censura al gobierno presentada por los socialdemócratas y los comunistas. El jueves se la rechaza y fracasa así el intento de recuperación parlamentaria del movimiento. El poder sigue estando en la calle, en las fábricas y las facultades ocupadas, pero no hay ninguna fuerza coherente que lo dirija. En su búsqueda de una solución legal, los sindicatos aceptan la propuesta gubernamental de entablar negociaciones.

Ambas noches se producen enfrentamientos en el Barrio Latino, como protesta por la expulsión de territorio francés del dirigente estudiantil de origen alemán Daniel Cohn-Bendit.

Viernes 24 de mayo

Carente de una dirección unitaria, el movimiento no se deja sin embargo copar por quienes intentan recuperarlo. En respuesta al voto parlamentario y a la prohibición de residencia en Francia contra Cohn-Bendit, la UNEF, el Movimiento 22 de Marzo, los Comités de Acción de los liceos y de los barrios convocan a una manifestación. El mismo día, la CGT organiza cuatro manifestaciones en distintos lugares de París que se desarrollan en calma. La competencia es evidente. Los estudiantes, a los que se suman numerosos obreros jóvenes, después de dispersarse las manifestaciones de la CGT, quieren llevar el movimiento hacia adelante y atacar directamente al poder. El objetivo propuesto es asaltar la sede de la Bolsa. Todos se preparan para los enfrentamientos con la policía. Las consignas son: “Esto no es más que un comienzo”, “Somos todos judíos-alemanes” (en referencia a los ataques contra Cohn-Bendit). Se producen violentos enfrentamientos en distintos lugares de París, se levantan barricadas. Algunas centenas de estudiantes logran llegar hasta el edificio de la Bolsa y lo toman por asalto. La noticia, oída por radio, despierta gran entusiasmo. Una nutrida columna pasa por delante del edificio de L'Humanité, se detiene, canta y grita “El PC en la calle”, “Háganse iracundos”. Los manifestantes ya saben, sin embargo, que el PC no está dispuesto a tomar la dirección del movimiento y que ellos no pueden hacerlo.

El 24 de mayo es la última gran acción espectacular y desesperada. Todo París es sacudido por las luchas callejeras, pero las distintas tendencias estudiantiles ya no actúan unitariamente (el 13 de mayo desapareció la dirección colegiada) desde el momento en que tendrían que haber sido otras fuerzas las que tomaran la dirección de los acontecimientos. Geissmar –dirigente del SNESup– ordena volver al Barrio Latino. Para otros grupos, este retorno es simbólico y fatal: los estudiantes vuelven a su lugar, el movimiento se repliega.

Mientras ocurren los enfrentamientos, De Gaulle pronuncia un discurso: declara la necesidad de restablecer el orden y anuncia un referéndum sobre la reforma social y universitaria. El contraste entre el clima de la calle y la retórica del presidente es evidente. Los manifestantes gritan: “No son más que estupideces”, pero el Partido Comunista, acomodándose al llamado presidencial, declara juiciosamente: “Votaremos No”.

En toda Francia, mientras tanto, se desarrollan manifestaciones campesinas y en numerosas ciudades universitarias hay enfrentamientos violentos con la policía, especialmente en Lyon donde muere un comisario.

Sábado 25 y domingo 26 de mayo

Se inician las negociaciones entre los sindicatos, el primer ministro y la patronal.

Lunes 27 de mayo

Por la mañana sindicalistas, empresarios y gobierno sellan el acuerdo de Grenelle: 10% de aumento en los salarios, incluidos los aumentos obtenidos desde principio de año, reducción de dos horas semanales en los horarios de trabajo superiores a las 48 horas, un alza de 35% del salario mínimo, el costo de las consultas médicas efectuadas a través de la seguridad social baja del 30 al 25%. Los sindicatos consideran haber recuperado el poder de negociación que el gobierno les negara por tanto tiempo, pero el protocolo es rechazado por los obreros de Renault y de Citröen.

La UNEF y los grupos de vanguardia intentan dar un nuevo impulso al movimiento y convocan a una movilización que culmina en un mitin en el estadio Charléty. Estudiantes y obreros se confunden, obran en nombre de la revolución socialista y afirman estar listos para conseguir los medios de hacerla. La CFDT está representada por las seccionales de Rhône-Poulenc, de la Snecma-Kellerman; también están presentes FO-Química y algunas secciones de la CGT que han acudido en contra de la opinión de su dirección. Las consignas son: “Esto es sólo el comienzo”, “El poder está en la calle”. El encuentro de Charléty expresa el surgimiento de una nueva fuerza a la izquierda del PC, pero todavía política y organizativamente muy débil para influir de modo decisivo en la situación. Por su parte, la CFDT entiende el acto como la posibilidad de recuperar para sus posiciones al movimiento estudiantil. Los activistas viven la jornada con desconcierto: el movimiento pierde autonomía.

Martes 28 de mayo

Daniel Cohn-Bendit regresa clandestinamente a Francia. El dirigente socialista François Miterrand propone un gobierno de transición presidido por Pierre Mendes France.

Miércoles 29 de mayo

El presidente De Gaulle se reúne en forma secreta con el general Massu en Baden-Baden para concertar la virtual utilización de fuerzas militares en la represión de los huelguistas. Por la tarde, 600.000 manifestantes convocados por la CGT se movilizan bajo la consigna de “gobierno popular”. Sin embargo la verborragia sindical no se concreta: el PC se niega a elaborar una estrategia de poder. Por su parte la UNEF no participa de la movilización, alegando que la CGT se niega a denunciar la expulsión de Cohn-Bendit.

Jueves 30 de mayo

El gobierno recupera la iniciativa: De Gaulle anuncia por la radio la disolución de la Asamblea Nacional (Parlamento), manifiesta su firme resolución de restablecer el orden y convoca a elecciones legislativas para la última semana de junio. La CGT anuncia que “los trabajadores no se dejarán intimidar” y continuarán demandando la satisfacción de sus reivindicaciones. La consigna de “gobierno popular” tan vitoreada el día anterior es abandonada. Una hora después del discurso de De Gaulle, 200.000 simpatizantes gaullistas remontan los Campos Elíseos. El poder no ha sacado fuerzas de sí mismo, sino de la indecisión de sus adversarios.

Viernes 31 de mayo

La CGT asegura que “no pretende molestar el desarrollo de la consulta electoral”. El renombrado diario burgués Le Fígaro explica a sus lectores que “en ningún momento el Partido Comunista y la CGT empujaron la rebelión ni quisieron derribar al poder gaullista”.

Sábado 1º de junio

La UNEF convoca a una movilización. Al concluir ésta, un comité de iniciativas pro constitución de un Movimiento Revolucionario celebra un mitin en el Mercado de Vinos. La propuesta es tardía y organizativista: se pretenden aglutinar en un mismo cuerpo a militantes y personalidades sin ninguna cohesión política.

Lunes 3 de junio

Los Comités de Acción convocan a una asamblea general con el propósito de fusionar por la base y en la acción al movimiento de masas. Sin embargo, el Movimiento 22 de Marzo y los Comités de Apoyo a las Luchas del Pueblo -de orientación maoísta- se niegan a disolverse en los Comités de Acción. Así fracasa la tentativa de articular un movimiento unificado, capaz de tener iniciativa independiente frente a la contraofensiva del poder gaullista.

Martes 4 de junio

El gobierno cede a las reivindicaciones económicas en sectores estratégicos como ferrocarriles, metro, correos y teléfonos. De esta forma pretende dividir a los huelguistas, apoyándose en la línea de la CGT que es la negociación parcial.

Miércoles 5 de junio

Enfrentamiento en los servicios públicos entre quienes quieren continuar la huelga y quienes pretenden volver al trabajo. El día siguiente L’Humanité titulará “Victoriosa vuelta al trabajo”.

Viernes 7 de junio

A las 3 de la madrugada la policía ocupa la localidad de Flins para garantizar la vuelta al trabajo de los obreros de la Renault, que permanecía tomada un una minoría de huelguistas. Sin embargo, desde las 5 de la mañana varios miles de estudiantes se han trasladado de la Sorbona a Flins y bloquean la llegada de los trabajadores, que a su vez rehusan volver al trabajo mientras la policía custodie la fábrica. Pese a la negativa de los dirigentes sindicales, la masa de los congregados intenta recuperar la empresa chocando con la policía. Son los primeros enfrentamientos que luego se desarrollarán en forma continua durante tres días. La resistencia de Flins repercute en otros sectores del metal, en particular en Villancourt y en Citröen, donde la huelga se endurece. Asimismo, la huelga en la televisión se mantiene; también en otros sectores clave del país.

Lunes 10 de junio

Unos 100 estudiantes son detenidos en los locales de la CFDT en Flins. El estudiante de bachillerato Gilles Tautin muere ahogado ante la acción violenta de los CRS que pretenden “limpiar” la zona de agitadores.

Martes 11 de junio

Unos 30.000 estudiantes y jóvenes se reúnen en la Gare de l’Est, convocados por la UNEF. Por la noche la manifestación se desperdiga por todo París y reviste niveles de violencia superiores a cualquier otra de todo el período. Los manifestantes incendian coches, cortan árboles, construyen barricadas, lanzan adoquines y bombas molotov desde los tejados. También se registran incidentes en Tolosa y Burdeos. El saldo político, sin embargo, se vuelve en contra del movimiento revolucionario, carente ya del consenso de la mayoría y con la oposición explícita de las mayores formaciones políticas del país. La represión va a pasar, a partir de ese momento, al primer plano de la actividad gubernamental.

Miércoles 12 de junio

El gobierno decreta la disolución de las organizaciones de extrema izquierda -el Movimiento 22 de Marzo, los grupos maoístas y trotskistas-. El PC avala la medida y desde las páginas de L’Humanité denuncia las “provocaciones” de los grupos que instan a mantener la huelga. Miles de jóvenes desfilan por las calles de París hasta el cementerio de Batignolles. Los restos de Gilles Tautin son despedidos por los manifestantes que entonan el Canto de los Mártires y La Internacional.

Viernes 15 de junio

La policía recupera el Teatro Odeón, que continuaba tomado.

Domingo 17 de junio

Las fuerzas de seguridad desalojan definitivamente la Sorbona. En todo el país la huelga va cediendo ante la acción coordinada del poder y los sindicatos. Poco a poco, toda resistencia va siendo eliminada y las fábricas, bancos, comercios, servicios, van volviendo a la labor cotidiana. Algunas reivindicaciones han sido logradas, pero entre los resultados obtenidos y las potencialidades de la ola revolucionaria que sacudió Francia no hay ninguna medida común.

Domingo 30 de junio

El gaullismo se impone en las elecciones legislativas. El PC y el PS, pierden 39 y 61 escaños respectivamente.

Miércoles 10 de julio

El primer ministro Pompidou es reemplazando por Maurice Couve de Murville. Nueve meses después, tras perder el referéndum de abril de 1969, caerá el general Charles De Gaulle.


·         Este texto fue  incluido en: El mayo francés de 1968 (selección de textos). Publicado en Buenos Aires en mayo de 1988 por la Editorial Antídoto.

Del levantamiento contra la universidad burguesa hacia el levantamiento contra la sociedad capitalista*

Por Ernest Mandel

 El análisis de la rebelión estudiantil debe comenzar por una cuestión básica: la crisis de la universidad. Un nuevo grupo social ha emergido de las fuentes del neocapitalismo, de todo lo que se considera como su “adquisición” esencial: el mayor standard de vida, los adelantos en la tecnología y en la clase media, y los requerimientos de la automatización. Hay seis millones de estudiantes universitarios en Estados Unidos, dos millones y medio en Europa Occidental y casi un millón en Japón. Y se ha comprobado que es imposible integrar a este grupo al sistema neocapitalista tal como éste funciona en Europa Occidental, Estados Unidos y Japón...

El eslabón más débil de la cadena del neocapitalismo

Los estudiantes no han encontrado ni las facilidades materiales para sus estudios, ni la clase de educación que buscaban en las universidades. Y cuando dejan las universidades les resulta cada vez más difícil encontrar el tiempo de trabajo a que con todo derecho aspiraban cuando comenzaron sus estudios universitarios.
En este punto debo replicar a cierta persona que se dice representante de la Juventud Socialista, SFIO[1]. Este individuo escribió el otro día en la columna de “Opiniones Libres” de Le Monde, describiendo “nuestra” sociedad como una “sociedad de abundancia”, una sociedad en la que “todos” tienen ocupación garantizada y un continuo ascenso en el standard de vida.

Se olvidó de ponerse los anteojos cuando leyó las estadísticas sobre desocupación en Europa Occidental. No vio que el número de desocupados en Francia, solamente, llega a medio millón -y esto en medio de una expansión económica proclamada por el gobierno-. No advirtió el gran número de jóvenes entre esta masa de desocupados -para no decir nada del número de mayor aún que las estadísticas no incluyen-. No vio que la tasa de desocupación entre los jóvenes de los ghettos negros en los Estados Unidos excede el 20 por ciento -lo cual explica muchas cosas-.

En resumen, lo que él no alcanzó a comprender, como innumerables devotos del neocapitalismo, es que este sistema, lejos de resolver todos los problemas sociales y económicos, ni siquiera ha remediado los males elementales del capitalismo del siglo pasado, mientras, por el contrario, ha añadido toda una serie de nuevas contradicciones que son evidentemente cada vez más insolubles.

Este neocapitalismo enfrenta a la juventud estudiosa con contradicciones insolubles, no sólo en la universidad sino también en la economía y en la sociedad burguesa que están en crisis permanente.

Hay quienes hablan de la inadecuación de las universidades; y, como buenos reformistas, piden una reforma universitaria. Sin embargo, cuando los estudiantes dan la espalda a la universidad burguesa, los acusan de rechazar el diálogo. Pero lo que los estudiantes en rebelión rechazan es de hecho el diálogo dentro del marco preestablecido y supuestamente inmutable del Estado burgués, y de los gobiernos burgueses de Europa Occidental y Japón.

Se les ha dicho a los estudiantes: “El presupuesto no es suficiente para garantizar los edificios universitarios, profesores y asistentes, comedores, dormitorios, y sobre todo, la alta calidad de educación que ustedes reclaman inmediatamente. Deben conformarse con cambios graduales a partir de la situación existente, la cual aceptamos que es insatisfactoria”. Y cuando se les dice esto a los estudiantes, estos tienen mil veces derecho a contestar: “Terminen con esa cháchara sobre los gastos para la educación y los recursos de las instituciones públicas. Hablemos en términos de recursos económicos posibles en esta sociedad. Admitan que mientras no hay bastante dinero para las universidades, hay más que suficiente para gastos totalmente superfluos. Admitan que la razón por la que ustedes no pueden encontrar los millones necesarios para un sistema universitario adecuado para el siglo XX es porque están derrochando esos millones para sus fuerzas de ‘disuasión’ nuclear. Admitan que están ahogando en embrión inmensas fuerzas productivas, tecnológicas, culturales, intelectuales, porque prefieren crear fuerzas destructivas.”

Una nueva fuerza productiva revolucionaria

La rebelión estudiantil representa, en una escala social e históricamente mucho más amplia, la colosal transformación de las fuerzas productivas que Marx previó en sus Grundisse: la reintegración de la labor intelectual es una labor productiva, y la transformación de las capacidades intelectuales de los hombres es la principal fuerza productiva de la sociedad.

Esta fuerza es aún embrionaria y también irrealizable dentro del marco de la sociedad capitalista, pero se está anunciando poderosamente. Hablando de la tercera revolución industrial, de la revolución científica, muchos sociólogos burgueses, pequeño burgueses y marxistas, y también economistas, lo han presentido. Pero no siempre han deducido las conclusiones económicas obvias acerca del lugar en la sociedad de los trabajadores intelectuales.

Cuando escuchamos a los seudo-marxistas hablar despectivamente sobre los estudiantes como “jóvenes burgueses” y “futuros burgueses”, vemos que cometen un triple error.

Primero, porque no han logrado comprender que la expansión de la población universitaria ha convertido a estos jóvenes burgueses en una pequeña minoría dentro del mundo estudiantil (así como también son una minoría los hijos de los trabajadores). Además no comprenden que como resultado del profundo cambio en el empleo intelectual, los graduados universitarios ya no serán jefes, o profesionales, ni aun agentes directos de los jefes con funciones estrictas de supervisión, sino empleados de cuello blanco del Estado o de la industria, y por lo tanto parte de la gran masa de trabajadores asalariados. Finalmente, no comprenden el carácter específico del medio estudiantil como un estrato social especial, al cual frecuentemente se asimilan estudiantes de extracción burguesa, y rompen sus lazos con su ambiente familiar, sin estar aún integrados al medio social de su futura profesión.

Y subrayando este triple error está su mala voluntad para comprender, o aceptar, un hecho fundamental: que la fuerza productiva principal del ser humano será su poder creador intelectual. Este poder intelectual es sólo potencialmente productivo hoy en día, porque la sociedad capitalista lo aplasta y asfixia tan despiadadamente así como aplasta la personalidad y el impulso creador de los obreros.

Existe, pues, en la base de la rebelión estudiantil, una gran conciencia de la nueva dimensión que el neocapitalismo ha añadido a la alienación clásica del trabajo producida por la sociedad capitalista, y por todas las sociedades basadas en la compra y la venta.

Podemos decir que esta fuerza de trabajo intelectual es doblemente revolucionaria y productiva hoy en día. Es así porque es consciente de la enorme fortuna que promete, que podrá llevarnos rápidamente a la sociedad sin clases, a la abundancia. Es así porque es consciente de todas las contradicciones, injusticias, y barbarie del capitalismo contemporáneo, y porque los resultados de su toma de conciencia son profundamente revolucionarios.

Conciencia antiimperialista y conciencia anticapitalista

El desarrollo de esta conciencia se da primero entre los estudiantes por una razón muy simple: porque las organizaciones tradicionales del movimiento obrero están profundamente burocratizadas y captadas desde hace mucho tiempo por la sociedad burguesa. Cuando el movimiento obrero no levanta múltiples barreras contra la penetración de la ideología burguesa dentro de la clase obrera, la mayoría de los obreros sucumben, al menos en “condiciones normales”, a la influencia preponderante de las ideas burguesas, tal como Marx y Lenin nunca se cansaron de repetir.

Sin embargo, en el medio estudiantil, una minoría bastante amplia, precisamente porque está en una situación intelectual y social más privilegiada que los obreros, puede liberarse por su pensamiento intelectual de la manipulación constante y condicionamiento mental de los instrumentos de moldeo de la gran opinión pública al servicio de la sociedad burguesa y del capitalismo.

Es un hecho incuestionable que la rebelión contra la sucia guerra del imperialismo en Vietnam se origina entre los estudiantes y jóvenes de Estados Unidos. Fueron estos estudiantes y jóvenes norteamericanos los que pusieron en marcha un poderoso movimiento contra esta guerra, arrastrando eventualmente a masas de obreros adultos negros, y que ahora también comienza a afectar a obreros blancos.

Esencialmente, el mismo proceso ha tenido lugar en Europa Occidental y en Japón. Entre estos estudiantes y jóvenes emergió la más poderosa movilización de masas contra la guerra de Vietnam, que desde su comienzo fue más allá de los movimientos “por la coexistencia pacífica” y “ las negociaciones”, totalmente oportunistas y capituladores: hemos visto a jóvenes revolucionarios por decenas y miles lanzarse a las calles de París, Berlín, Londres, Roma, Copenhague, Amsterdam y Bruselas para lanzar el único slogan válido, la consigna de total y completa solidaridad con el pueblo vietnamita, la consigna de la victoria de la revolución vietnamita.

En su rebelión contra la universidad burguesa y contra la guerra imperialista, la vanguardia estudiantil ha comenzado a volverse consciente de la necesidad de levantarse contra la sociedad burguesa en la totalidad. Ahora está sacando las conclusiones socialistas revolucionarias lógicas del desarrollo de una conciencia anticapitalista: está preparándose para la revolución socialista. Pues, sin una revolución socialista proletaria, no habrá derrota del sistema capitalista ni en Europa Occidental, ni en ninguna parte del mundo imperialista.

Aún debe hacerse otro comentario a este respecto. El concepto “revolucionario”, en el sentido proletario, marxista, del término, siempre ha implicado la otra idea, la del “internacionalismo”. Cuando un argentino, el Che Guevara, luchó en el frente por la victoria de la revolución cubana y luego fue a morir por la victoria de la revolución boliviana; cuando, en épocas en que hasta los tecnócratas están hablando de la necesidad de una Europa unida, el secretario del PC francés se atreve a describir a nuestro camarada, Daniel Cohn-Bendit como un “germano-anarquista”, entonces digo que es Cohn-Bendit el que representa al internacionalismo proletario y que el secretario del PC personifica al nacionalismo pequeño burgués.

Unidad de acción en la vanguardia y relaciones con las grandes masas

La descripción del camarada Bensaid[2] sobre el modo en que se organizó el Movimiento 22 de Marzo debe recordar a los camaradas aquí presentes un asombroso paralelo, el modo en que Fidel Castro y el Che Guevara comenzaron a organizar la lucha armada en Cuba. También comenzaron diciendo: “Vamos a dejar de lado las diferencias tácticas que dividen a las diferentes tendencias en el movimiento revolucionario. Una vez que estemos de acuerdo en lo esencial, en que la acción debe iniciarse, en el modo en que hay que romper con el estancamiento y el atraso del movimiento tradicional, en el modo de iniciar la lucha contra el imperialismo y la oligarquía en Cuba por la vía armada, iremos poco a poco creando un proceso que se acelerará gradualmente por su propia lógica interna, que hará posible clasificar y reclasificar las diferentes tendencias por la experiencia”.

Esta actitud es completamente saludable para todo el que quiere liberarse del vacío verbal que ya ha hecho tanto daño. Luego de cierto punto, el movimiento sólo puede progresar por la acción, y a la ausencia de acción lo condena a la esterilidad y a la división permanente. Como lo han dicho los camaradas que hablaron antes que yo, hay una urgente necesidad de reintegrar el movimiento estudiantil al movimiento obrero. Sí, los obreros deben ganar nuevamente para sí al movimiento estudiantil, sobre todo porque muchos de los estudiantes son obreros. Pero esta reconquista de los estudiantes, no puede llevarse a cabo a través de las osificadas y burocratizadas estructuras de las organizaciones obreras tradicionales. Es dentro de la clase obrera, levantando una lucha espontánea contra el sistema capitalista, creando su propia nueva dirección, sus propios comités, que tendrá lugar esta reconquista, a través de la acción y en la acción, en su mutuo interés y en el interés, el supremo interés de la revolución.

Esto no tendrá lugar en las organizaciones tradicionales, en vista del espíritu que todavía hoy inspira a esta magnífica y creciente vanguardia juvenil revolucionaria. Y si luchamos por esta unión, si luchamos por esta alianza y esta convergencia entre la rebelión estudiantil y la lucha por la revolución proletaria en Europa Occidental, es porque sabemos muy bien que ni por la virtud de sus miembros, ni por la virtud que ocupan en la sociedad actual, pueden los estudiantes por sí solos derrotar a la sociedad burguesa en Occidente.

Pueden y deben jugar un poderoso papel como detonador. Jugando este rol dentro de la clase obrera, sobre todo por medio de los obreros jóvenes, pueden liberar en la clase obrera enormes fuerzas para derrotar al Estado burgués y a la sociedad capitalista.

Un movimiento revolucionario de extensión mundial

Hoy vemos a escala mundial el surgimiento de las fuerzas antiimperialistas y anticapitalistas, un auténtico nuevo mundo revolucionario en ascenso.

La heroica lucha del pueblo vietnamita contra el imperialismo norteamericano, la revolución cubana, la lucha valerosa de las guerrillas en Asia, Africa, América Latina, y la lucha de las masas negras en los Estados Unidos por su liberación racial y social son todas básicamente una y la misma lucha.

Y esta lucha de las masas más oprimidas, de las masas de los países del tercer mundo y de las masas negras de los Estados Unidos, está comenzando a convertirse en una repuesta significativa en los países imperialistas. Es la movilización en esos países contra la sucia guerra en Vietnam, es la movilización de masas de los jóvenes obreros en las arduas luchas y manifestaciones de Le Mans, Caen, Turín, y en Bremen y Essen contra Springer...

Como parte integrante de esta lucha está la lucha de la vanguardia estudiantil e intelectual en los así llamados países socialistas de Europa Oriental y de la Unión Soviética. Desde aquí enviamos nuestros calurosos saludos a los estudiantes y obreros de vanguardia en esta lucha.

Pues si bien estamos del lado de la Unión Soviética y en el “campo socialista” en toda confrontación con el imperialismo o la burguesía, estamos del lado de nuestros camaradas Kuron y Modzelewski[3], estamos del lado de la vanguardia obrera y estudiantil de Varsovia y Polonia en su lucha contra la burocracia y por una verdadera democracia soviética, que sólo puede ser una democracia de consejos, una democracia basada en los consejos obreros, de estudiantes y de campesinos pobres tal como Lenin nos enseñó.

Cuando esta lucha, tan amplia como el propio mundo, que ya está en curso, haga posible arrastrar a los obreros adultos contra la política de “participación económica” (sindicato-gobierno para mantener bajos los salarios), contra el resurgimiento de la desocupación, contra el trabajo inseguro, contra la integración de los sindicatos al Estado burgués, contra la cada vez más evidente evolución en todas partes de Europa Occidental hacia el autoritarismo y “Estados fuertes”, contra la OTAN y el Pacto del Atlántico, por un resurgimiento del movimiento obrero lanzándose a la lucha obrera contra el mismo capitalismo, entonces podremos transformar a esa vanguardia de hoy en un poderoso partido revolucionario, marchando a la cabeza de las masas.

Luego, todos juntos, seremos invencibles. Luego, todos juntos, completaremos la gran obra comenzada cincuenta años antes por la Revolución de Octubre: la victoria de la revolución socialista mundial.

* Este textofue  incluido en: El mayo francés de 1968 (selección de textos). Publicado en Buenos Aires en mayo de 1988 por la Editorial Antídoto.
Discurso pronunciado por Ernest Mandel, principal dirigente del Secretariado Unificado de la IV Internacional en el acto realizado en La Mutualidad de París, el ... de mayo de 1968.

Notas:

[1] Ala juvenil de derecha del Partido Socialista Francés.
[2] Daniel Bensaid, dirigente del Mayo Francés y de la Liga Comunista Revolucionaria, sección francesa del Secretariado Unificado de la IV Internacional.
[3] Dirigentes de la oposición antiburocrática de Europa Oriental de los años 60 y 70.

Para continuar mayo 1968*

Por Jean-Marie Vincent
  En el régimen capitalista, la civilización, la libertad y la riqueza hacen pensar en un rico harto de comida que pudre todo lo vivo y no deja vivir lo que es joven. Pero lo que es joven crece y alcanza la cumbre pase lo que pase.
Lenin
 Toda revolución marca un cambio brusco en la vida de enormes masas populares. En tanto que ese cambio no ha llegado a la madurez, ninguna revolución verdadera puede producirse. Y, del mismo modo que cada cambio en la vida de un hombre está para él lleno de enseñanzas, le hace vivir y sentir cantidad de cosas, del mismo modo la revolución da al pueblo entero, en poco tiempo, las lecciones más substanciales y más preciosas.
Durante la revolución, millones y decenas de millones de hombres aprenden cada semana más que en un año de vida ordinaria somnolente. Pues en un cambio brusco que cambia la vida de todo un pueblo, se advierte con nitidez particular los fines que perseguían las diferentes clases sociales, las fuerzas de las que disponían y sus medios de acción.
Lenin
 El movimiento revolucionario de mayo-junio de 1968, piensen lo que piensen aquellos que no quieren verlo sino como un paréntesis, no ha estallado como un trueno en un cielo sereno. Muchos índices habían mostrado que las cosas no iban tan bien en esta Francia burguesa tan contenta de sí misma. La insatisfacción de los campesinos, la rebelión de los jóvenes trabajadores, la crisis universitaria eran comentadas casi cotidianamente por la gran prensa o la radio y la televisión. Por supuesto la inquietud no reinaba entre nuestras clases dirigentes, y la izquierda tradicional tenía sobre todo los ojos fijos en el objetivo 1972. Pero todos los observadores lúcidos sabían que el descontento, como se dice púdicamente, no debía ser tomado a la ligera, aunque los gobernantes pensaban hacerle frente con los medios habituales.

Queda entonces por comprender por qué esos diversos descontentos han acabado por constituir una mezcla explosiva en ese mes de mayo de 1968, es decir han acumulado sus efectivos para poner en peligro el régimen gaullista. Si no queremos resignarnos a una explicación circunstancial, hace falta evidentemente remontarse a la evolución de las relaciones entre clases y relaciones entre el poder y los dominados, lo que exige en particular que captemos el papel y la acción del poder gaullista en ese contexto social y político.

Hay una explicación seductora en su simplicidad, que es preciso rechazar de inmediato: la que hace del régimen gaullista la expresión directa de los monopolios o que, en otros términos, identifica el poder económico de las grandes Concentraciones capitalistas con el poder político. Esa explicación conduciría a atribuir mecánicamente los acontecimientos de mayo a una degradación de las condiciones de vida de las masas, ella misma debida a la "nocividad" de los monopolios en el poder. Como ya lo ha notado Nicos Poulantzas en su libro Poder político y clases sociales (Maspero, 1968), el carácter falsamente radical de esa tesis que postula la fusión en un mecanismo único de la actividad de los monopolios y de la actividad gubernamental, puede ocultar el oportunismo más chato. En efecto, en esa óptica, basta colocar fuera de las posibilidades de dañar a algunos monopolios (por medio de algunas nacionalizaciones por ejemplo) para permitir el establecimiento de una democracia verdadera. Todo el problema de las relaciones de producción capitalista, de su anclaje en el contexto social es así esquivado, y por vía de consecuencia, todo el problema de las estructuras de clase de la sociedad actual. Además, esa tesis no puede conducir más a una subestimación de la acción política y de las relaciones de fuerza políticas entre las clases e impide comprender la especificidad del régimen político establecido desde 1958 en tanto que resultante de una constelación precisa de relaciones políticas y económicas entre las diferentes capas de la sociedad, y de relaciones de alianza y de oposiciones.

El régimen gaullista nació de la crisis de la IV República. Puso fin a un equilibrio político-social demasiado inestable, para instaurar otro, más sólido y más satisfactorio para la clase dominante. En efecto, el bloque en el poder bajo la IV República, fundado durante muy largo tiempo sobre una alianza de tipo tercera fuerza en el nivel electoral, daba los signos de disolución bajo el impacto de las crisis coloniales. Ya la primera guerra de Indochina no había podido ser liquidada sino al precio de serios esguinces a las reglas de formación habituales de las coaliciones gubernamentales: así el gobierno Mendes-France había debido lanzar llamados a la opinión pasando por sobre el Parlamento. La crisis de Argelia amplifica aun el proceso iluminando la incapacidad del bloque en el poder de definir una política coherente y de imponer a las capas que le estaban aliadas. El Frente Republicano de 1955-1956 que no era prácticamente sino una tentativa de rejuvenecimiento de la tercera fuerza, se revela tan impotente, a la vez porque su base rea más restringida (oposición de los poujadistas, del MRP, de los gaullistas), y porque las fuerzas que estaban representadas no estaban prontas a asumir los riesgos de una política de desentendimiento en Argelia. Recurriendo a la demagogia nacionalista, es decir, haciendo aun más difícil la definición de una política argelina adaptada a la situación, el gobierno Mollet no hizo sino agravar esa impasse. Los partidos dominantes de la IV República no podían sino hundirse un poco más en la parálisis a fin de no chocar con su electorado desde hace largo tiempo habituado a considerar que todos los problemas podían ser resuellos por vía de negociaciones y compromisos entre líderes parlamentarios, sin que nada de esencial cambiara en el equilibrio de fuerzas. Pero justamente bajo la IV República agonizante, las crisis ministeriales no podían ya llenar las mismas funciones que en otra época, es decir conciliar intereses divergentes (¡no demasiado!) por nuevas dosificaciones ministeriales, aun dando a las masas dominadas la impresión de que se estaba pronto a tomar en cuenta su opinión. Frente a la gravedad del problema argelino, las crisis ministeriales, a pesar de la permanencia de un ritual, no dominaban ya nada y aparecían cada vez más como comedias que no entretenían más a nadie. El arcaísmo de un sistema político fundado sobre una opinión pública pequeño burguesa, la incapacidad de partidos débilmente estructurados y ampliamente dominados por notabilidades locales, las dificultades de selección del personal político dirigente a partir de la concurrencia de organizaciones débilmente disciplinadas, todo eso salía a luz en los primeros meses de 1958. Había que encontrar un nuevo equilibrio político, aunque fuera para hacer frente a los problemas económicos planteados por la guerra de Argelia en un contexto de liberación de cambios.

Numerosas vías eran posibles teóricamente. La primera en el cuadro de la IV República, hubiera podido consistir en buscar un acuerdo con el PCF muy dispuesto, como lo había mostrado el voto de los poderes especiales a Mollet-Lacoste, en marzo de 1965, a consentir numerosos esguinces a sus principios proclamados. Pero esa vía recelaba demasiadas incógnitas e inconvenientes para las fuerzas dirigentes de la IV República (necesidad de concesiones más grandes a la clase obrera, dificultades con los aliados occidentales, dificultades para proseguir la guerra en Argelia, abandono del anticomunismo como medio de gobierno) para que se reunieran en ausencia de presiones suficientes de las masas, como en 1944-1946. Otra vía, la de la dictadura militar, tenía aun menos atractivo, para los medios dirigentes franceses. Por una parte, arriesgaba suscitar una muy viva resistencia y sacar al movimiento obrero del letargo en que estaba hundido desde 1949; por otra parte, habría suprimido prácticamente toda libertad de maniobra en el problema argelino. En realidad, sólo la tercera vía, la de De Gaulle, era susceptible de recoger suficientemente asentimientos en las diferentes fracciones de las clases dominantes. De Gaulle, en efecto, se beneficiaba de una leyenda forjada en gran parte por la izquierda, en el curso del período de la Resistencia, que le permita presentarse como una figura nacional por encima de los partidos, es decir por encima de las clases, en tanto que su principal preocupación, en el curso del período 1944-1945 había sido salvaguardar la sociedad de clase francesa y su Estado. Disponía también de un equipo político de recambio, relativamente experimentados por su pasaje en los gobiernos de Londres, de Argelia y de los comienzos de la IV República, y sus concepciones del régimen político deseable, expuestas desde 1946, eran muy tranquilizadoras: suficientemente autoritario para descartar las presiones incoherentes de los partidos políticos tradicionales, suficientemente flexibles para garantizar que la liquidación de la guerra de Argelia no se habría en medio de desórdenes y de sobresaltos susceptibles de quebrar el orden económico y social preservado en 1944-1945.

Todo esto es demostrado "a posteriori" por el hecho de que De Gaulle lejos de ser prisionero de los "trece complots del 18 de mayo", pudo valerse, en el momento en que estalló la crisis final de la IV República de sostenes yendo de la izquierda a la derecha. Es verdad que se ha podido atribuir esa ambigüedad aparente del futuro jefe de la V República a la prudencia y al maquiavelismo de un hombre político instruido por la experiencia. Pero aun hay que explicar por qué se acepta del general De Gaulle esa duplicidad que, en cualquier otro, aparecería pura y simplemente como oportunismo o, peor como un rechazo a elegir. Es que en realidad se esperaba de él en los diversos medios dirigentes, políticos, económicos, periodísticos, que no se fijara, a fin de poder reunir las corrientes políticas más diversas, y sobre todo a fin de habituar la opinión pública a poner los problemas en manos de un sabio supremo. Bajo el golpe de Argelia, la IV República se hundió a sí misma en mayo de 1958, precisamente a fin de permitir al nuevo régimen llegar por titubeos sucesivos a arreglar con los menores costos (para el orden social capitalista) la guerra de Argelia. Más allá mismo del texto de la Constitución de 1958 todos los rasgos fundamentales del régimen gaullista, y muy precisamente su práctica constitucional, estaban por consiguiente inscriptos en las condiciones de su formación; carácter plebiscitario, personalización, existencia de un dominio reservado, decadencia de los partidos. Era, en efecto, normal que, en tales circunstancias, el Parlamento perdiera prácticamente sus funciones más importantes (control de facciones en el poder, arbitraje entre ellas) y se viera privado de un cierto número de sus medios de acción (impotencia de las comisiones, voto bloqueado, etc.). Por consiguiente, no era menos normal que los partidos del centro y de la derecha perdieran ellos también una parte de sus funciones (selección de la parte de la clase dominante destinada a ejercer el poder, organización de la expresión política de la clase dominante, dominación de la opinión pública). Aun UNR el partido más fuertemente representado en la Asamblea Nacional desde 1958 no ha tenido jamás verdaderamente una palabra que decir sobre la formación de gobiernos, aunque en ocasiones haya podido impulsar tal o cual de sus miembros para un ministerio o un secretariado de Estado. En realidad, la formulación: de la política a seguir por el gobierno, la designación de hombres políticos o de altos funcionarios destinados a dirigir los diferentes sectores del gobierno, descansaba en las manos de un círculo muy restringido que se encontraba ampliado y modificado por captaciones sucesivas o por intervenciones discrecionales del presidente de la República en tanto que árbitro. Es evidente que en tal contexto, donde las diferentes corrientes del gaullismo sólo podían ser amorfas y sin rostro político preciso, donde la representación política reducida a la porción conveniente no podía dar a las masas la ilusión de ejercer un control sobre el poder, la élite dirigente debía buscar el "concensus", es decir, la aceptación de las masas, por otros medios. De ahí, la importancia acordada en los primeros momentos del régimen a la "democracia directa" televisada, a la retórica nacional emparejada con los refranes sobre la tercera vía entre el capitalismo y el socialismo, a un sincretismo primario (de Juana de Arco a la Liberación de 1944, pasando por la Realeza y la Revolución Francesa). El hombre providencial instalado en el poder, debía aparecer, en función de esa técnica de manipulación, como el intérprete privilegiado de todos los franceses. A ese respecto, hay que recalcar que se acuerda demasiado poca atención al papel interior que asumió y asume siempre en el sistema la política extranjera gaullista; presentar la imagen de un mundo presa del desorden y de peligros, en el cual Francia, gracias a la sabiduría de su guía, escapa a los más graves peligros (guerra de Vietnam, devaluación de la libra, totalitarismo, etc. ). Todo esto, -tanto como la preocupación por defender las posiciones del imperialismo francés- explica los viajes de gran espectáculo, los discursos grandilocuentes de los que estamos embebidos desde hace diez años. Naturalmente esa seudo-proximidad entre el guía y las masas tenía y tiene por escollo inevitable la distancia entre el poder sacralizado y el simple particular: el guía intérprete de todos los franceses no puede ser accesible a la crítica del simple ciudadano y el poder no se rebaja (en teoría) a justificar sus decisiones frente a tal o cual grupo (lo que no impide entre bastidores las sórdidas negociaciones).

El equilibrio de ese sistema plebiscitario estaba por una gran parte ligado al mantenimiento de las masas populares en un estado de desorganización política que las incapacita para conocer los mecanismos a los cuales se las somete. Es decir, que el equilibrio del sistema dependía esencialmente del movimiento obrero y más precisamente de las organizaciones de ideología socialista. Si ellas no habían jugado el juego, si a cada paso habían mostrado el sentido verdadero de las proclamaciones y de los actos de poder gaullista, el aura plebiscitaria que le era absolutamente necesaria no se habría mantenido largo tiempo y todo el equilibrio político de 1958 habría sido puesto en tela de juicio.

Pero para eso habría sido necesario en primer lugar que esas organizaciones asumieran la hucha por la independencia de Argelia, a lo que habían renunciado mucho antes de mayo de 1958 y en segundo lugar que extendiesen la lucha contra el gaullismo al terreno extraparlamentario y extraelectoral en tanto que todas sus acciones desde 1945 habían permanecido en el cuadro del más puro legalismo. De ese modo no nos debe asombrar si la historia de la V República desde 1958 ha sido la de la adaptación progresiva de la SFIO y del PCF a las reglas del funcionamiento del sistema político gaullista, a pesar de la violencia de las denuncias verbales respecto al "poder personal" y al "golpe de Estado permanente". Después del fin de la guerra de Argelia, entre 1962 y 1965, el proceso comenzado en el curso de los años precedentes (la SFIO a la vanguardia de la V República) no hace sino acentuarse con la tentativa Defferre (M.X.) con la aceptación por el PCF de los rasgos esenciales de la Constitución de la V República (no se trata ya de condenarla en bloque, sino de reformarla). En realidad, a partir de 1962 (las elecciones legislativas), las dos principales organizaciones de izquierda admiten progresivamente que el régimen puede transformarse por medio de una victoria electoral de la izquierda que, subrepticiamente introduciría elementos esenciales del parlamentarismo. Implícitamente los esquemas de un Duverger sobre una bi-polarización próxima al bi-partidismo, se encuentran así admitidas y el duelo entre De Gaulle y Mitterand -es decir un combate a florete mosquetero entre un general reaccionario y un político oportunista- se elevó a la grandeza de un acontecimiento histórico, a pesar de su carácter irrisorio.

Podían por cierto prevalerse en los medios de izquierda del plebiscito del jefe de Estado en diciembre de 1965, para proclamar que esa táctica de la adaptación progresiva rendía. Pero el resultado de las elecciones legislativas de marzo de 1967 vino a demostrar algún tiempo después que no había que tomar sus deseos por realidades. Los "jóvenes lobos" gaullistas conseguían horadar las viejas ciudadelas de izquierda (en Corrèze, por ejemplo) y llegaban por ahí a substituir a una clientela electoral de origen radical por una clientela más "moderna", fundada sobre el chantaje al desarrollo (si no me votan, no obtendrán nada de los créditos que puedan ser afectados a la planificación regional). Los viejos receptáculos "republicanos" comenzaban a agotarse sin que los resultados obtenidos en las zonas urbanas fueran suficientes para esperar a breve plazo una marea antiplebiscitaria. Por eso, después de marzo de 1967 se podía interrogar sobre la renovación que la "unidad de izquierda" estaba a punto de introducir en la vida política francesa. A ese respecto, la tentativa de renovación de la vieja social-democracia por la constitución de una federación, la FGDS, no puede ser más significativa. En sus componentes, sólo la Convención de las Instituciones republicanas, podía pretender representar un poco de sangre nueva, pero vistas de más cerca, era preciso constatar que los clubes, reagrupando miembros de las clases medias impresionadas por los temas de la ideología neocapitalista (sociedad de consumición, crecimiento, desaparición progresiva de la lucha de clases), eran ellas mismas una manifestación cancerosa de la crisis de los partidos de la izquierda tradicional y no se podía esperar de ellos un vigoroso impulso socialista, anticapitalista y antiautoritario. En realidad el ardor confuso de los convencionales no impide para nada a Guy Mollet de ejercer una influencia decisiva sobre la organización en formación; servía a lo más para consolidar la posición personal de Francois Mitterand y a reforzar la corriente de la SFIO favorable a una colaboración relativamente impulsada con los comunistas. Nada de eso era susceptible de despertar el entusiasmo de las masas a quienes la izquierda no ofrecía en definitiva, como perspectiva de lucha contra el régimen, sino las hipotéticas elecciones de 1972.

Esa tendencia a la aceptación gradual de las reglas de funcionamiento y de equilibrio del régimen se encuentran igualmente en el campo sindical. Bajo la V República, el movimiento sindical se había habituado ampliamente a obtener concesiones en materia de salarios ejerciendo presiones más o menos directas sobre los partidos, los parlamentarios y los gubernamentales, según las circunstancias. Esa manera de obrar estaba en gran parte dictada por el debilitamiento del movimiento consecutivo a la escisión y por la conciencia que los dirigentes de las diferentes centrales tenían de la fragilidad de la implantación sindical en las empresas pero es claro que ese recurso privilegiado en las negociaciones con los políticos, volviéndose un hábito, no impulsaba a buscar remedios para los males que sufría la actividad reivindicativa. Las grandes huelgas de agosto de 1953 se alinearon así en un llamado al Parlamento en vacaciones que no fue naturalmente convocado, y el gobierno más desacreditado de la IV República, el de Laniel, permaneció tranquilamente en su lugar. Es decir, que comprometiéndose en ese juego de presión y de colaboración con los partidos dominantes de la IV República, las centrales sindicales se impedían explotar las grandes olas espontáneas de acción obrera para no poner en peligro sus lazos con los poderes del sistema. Eso explica que los sindicatos fueran particularmente alcanzados por la caída de la IV República. El nuevo poder, liberado prácticamente de todo control parlamentario era mucho menos sensible a las presiones de las centrales y, para arrancarle concesiones, los sindicatos estaban forzados a encarar afrontamientos serios, es decir, pruebas de fuerza, particularmente para los asalariados del sector público. Por ahí, la acción sindical tomaba virtualmente una dimensión política esencial. Toda prueba de fuerza con un régimen para el que no jugaba la válvula de las crisis ministeriales, no podía en efecto terminarse sino por dos salidas: o la derrota de los sindicatos o una crisis del régimen de implicaciones revolucionarias. Las dos grandes centrales, la CGT y la CFTC transformada en la CFDT, no estaban naturalmente prontas a asumir tales riesgos, como lo muestra el combate desesperado y solitario de los mineros en 1963 (la solidaridad sólo fue financiera ). Ellas no supieron más que encontrar términos medios entre las luchas dispersas y las huelgas generalizadas: las jornadas nacionales de acción, a los resultados decepcionantes. Reducidos así a la defensiva, aceptan sucesivamente todas las iniciativas del poder, leyes antihuelga, política de estabilización, procedimiento Tourée, ordenanzas sobre la Seguridad social, etc. Es verdad que la relativa prosperidad económica del país permitiría buen año, mal año, obtener aumentos de salarios (sobre todo para los obreros calificados), porque la oferta de la fuerza de trabajo era frecuentemente inferior a la demanda en el mercado. No obstante eso no podía disimular el hecho de que los salarios franceses se quedaban poco a poco muy retrasados con respecto a los países del mercado común, a pesar de una progresión muy rápida de la productividad del trabajo en Francia y que, en particular los funcionarios y numerosos agentes del sector público veían su situación degradarse con relación a otras capas asalariadas. Tampoco hay que asombrarse de que el sindicalismo pasara por un profundo malestar y que, de una manera o de otra, los dirigentes buscaran compensar la parálisis de la lucha reivindicativa por la búsqueda de una superación del régimen gaullista, es decir, por la búsqueda de un régimen más favorable al sindicalismo. Pero como no estaban ni decididos ni preparados para luchar directamente por la transformación del régimen, prolongando sobre el plano político su actividad sindical cotidiana, su única posibilidad estaba en apoyar la coalición PCF-FGDS, creyendo que la adición de dos impotencias constituirían una fuerza suficiente para ayudarlos a salir del purgatorio.

Frente a una orientación tan moderada de la oposición de izquierda que mantenía de manera permanente el interés de las masas por una acción política seguida y que, además, le impedía percibir las posibilidades de afrontamiento existente fuera de los períodos electorales, el poder gaullista no podía ser incitado a las concesiones y a las precauciones. Las promesas de asociación, de participación podían multiplicarse en el curso de los años pero no cambiaban nada la tendencia del régimen a tomar sus medidas con la mayor brutalidad si los sondajes de opinión no eran demasiado inquietantes. Puesto que los cuerpos intermediarios estaban desacreditados, no había necesidad de preocuparse de su opinión, no había necesidad de preocuparse de sus particularismos. Sin duda, en materia económica y social, el gobierno tomaba en cuenta a los indicadores que le proporcionaban la marcha de la economía, sin duda tomaba en cuenta en política exterior y europea las relaciones de fuerza, pero no estando obligado a buscar sino un consentimiento inarticulado, de superficie, no podía captar el alcance de los movimientos más profundos que se esbozaban en las diferentes capas de la sociedad. Su partido, la UNR, privado de concurrentes serios, habituados a ganar las elecciones gracias a la acción plebiscitaria del general De Gaulle, no podía serle desde ese punto de vista un gran recurso. Simple pandilla de prebenderos, formada en su mayor parte por analfabetos políticos, la UNR en realidad no era capaz de informar al poder y aun menos de defender de modo convincente los diferentes aspectos de la política del régimen después del fin de la guerra de Argelia. Se deducía que el poder podía proseguir su "concertación" con las potencias dominantes de la vida económica sin que ninguna confrontación pública viniera a instruirle de los limites sociales superados y de las repercusiones posibles. El elemento de racionalidad, el aguijón que procura al Estado capitalista una oposición vigorosa, había caído casi completamente, y devenía cada vez más difícil testar las aptitudes de los hombres a enfrentar situaciones difíciles o excepcionales. Por eso, a pesar de sus pretensiones a la previsión y a la prospectiva, el régimen gaullista ha sido en muchos dominios de la vida estatal un régimen de dejar pasar que se confiaba ampliamente en los automatismos burocráticos y toleraba las intrigas de la pandilla alrededor de las decisiones a tomar. Pero para introducir reformas, el poder no se desprendía de una serenidad, difícil de distinguir de la indiferencia. Así la reforma Fouchet de la enseñanza superior fue puesta en acción sin preparación suficiente y sin buscar hasta el final su objetivo inicial: la adaptación de la enseñanza a las necesidades de la industria capitalista. Así el subdesarrollo regional fue combatido por la creación de prefectos regionales y por concitaciones fiscales a la inversión, es decir, sin que sean afrontados seriamente los problemas de la infraestructura, de comunicaciones, de hábitat, etc. Se puede igualmente comprobar que los proyectos de asociación capital-trabajo (ensayo de creación de un "capitalismo popular") y los ensayos de racionalización de la estructura jurídica de las empresas (ley Capitant) no han conocido sino los comienzos de ejecución caracterizados por su diletantismo. Eso no tiene por otra parte nada de asombroso si se piensa que el autoritarismo gaullista, apoyándose cada vez más sobre las viejas estructuras burocráticas, no podía sino conformarse cada vez más a la rutina burocrática de origen napoleónico y respetar en el mundo industrial capitalista las viejas estructuras de dirección paralelas a las jerarquías burocráticas públicas. Desde ese punto de vista, el gaullismo, lejos de ser un factor de renovación para el capitalismo francés, es decir un factor de "americanización” ha reproducido sin cesar en su política económica y social aun cuando aparezca más sistemática, más coherente que la de la IV República, los arcaísmos del capitalismo francés. El poder gaullista ha favorecido la concentración, pero no tanto como el gobierno laborista de Wilson, ha utilizado los métodos de programación económica global heredadas de la IV República, pero sin audacia y sin imaginación frente a sus concurrentes europeos. A la cabeza de un sector económico público no desdeñable, ha administrado éste de manera perfectamente malthusiana, renunciando tanto a desnacionalizar ciertas empresas públicas como a desarrollar otras en los sectores en dificultad. En realidad, en un clima de expansión económica y de transformación de procesos de producción el gaullismo ha mantenido, es decir agravado como elemento de esclerosis del desarrollo capitalista, el viejo centralismo a la francesa, obtuso, sórdido y parasitario. Es decir que ha permitido que se superpongan a las contradicciones específicas del capitalismo monopolista más desarrollado, las contradicciones suscitadas por un centralismo burocrático vetusto, y que ha hecho más aguda la contradicción fundamental entre las relaciones de producción y las fuerzas productivas. La mezcla de arcaísmo y de modernismo que la caracterizaba y la caracteriza siempre no ha sido un factor de equilibrio; por el contrario ha sido un factor de desequilibrio pronunciado, a pesar de los cantores de la mesura francesa (valdría más decir mediocridad) frente a las exageraciones anglosajonas.

Bajo el régimen gaullista, en efecto, las fuerzas productivas esenciales, es decir los hombres integrados al proceso de producción no podían dejar de sentirse embromados de una manera o de otra. La apologética oficial les alababa los beneficios del crecimiento económico, la prosperidad de los franceses, pero se apercibían, sin tener necesidad por eso de ser expertos, que la expansión multiplicaba los desequilibrios regionales o sectoriales, que provocaba dificultades nuevas para la mayoría de la población. Así para sostener la expansión, siempre amenazada según la declaración de los ministros, pedía a una gran parte de los asalariados renunciar de antemano a una parte de lo que se le había prometido antes, es decir continuar estando mal alojados por un alquiler más elevado, de pagar más impuestos sobre las rentas, de vivir en ciudades cada vez más congestionadas. Que además, a partir de 1965, el pleno empleo de fuerza de trabajo -presentado desde hace años por los economistas como una cosa asegurada por el neocapitalismo- se vuelve, a pesar de la amplitud de la duración del trabajo en la mayoría de las industrias, cada vez más difícil de mantener. El espectro de la desocupación aparece de nuevo y amenaza particularmente a los trabajadores de edad madura, los jóvenes, las mujeres y, cosa nueva, los técnicos y los ingenieros. La fuerza de trabajo, el trabajo asalariado se sentía cada vez más tratado como instrumento de producción manipulable según la coyuntura por el patronato y el gobierno y no como la pareja del capital o consumidores soberanos. Esa percepción difusa no llegaba evidentemente hasta la comprensión del papel de fuerza productiva decisiva jugado por la fuerza de trabajo. Como Marx lo ha mostrado en las Grundisses "La asociación de trabajadores, la cooperación y la división del trabajo, esas condiciones fundamentales de la productividad del trabajo, aparecen como fuerzas productivas que determinan la intensidad y la extensión práctica del trabajo. Así, la fuerza colectiva y el carácter social del trabajo son la fuerza colectiva del capital. Lo mismo la ciencia, la división del trabajo y el cambio que implica esa división de tareas. Todos los poderes sociales de la producción son fuerzas productivas del capital y el mismo aparece, pues, como el sujeto de éstas".

Pero dos series de fenómenos acaban de producir el más profundo malestar de los trabajadores. En primer lugar la ineficacia relativa de la protesta política o sindical que hacía tanto más aparente la naturaleza represiva de la organización industrial capitalista y del sistema estatal que la cubre garantizando su seguridad. Podía resultar un sentimiento de impotencia y de resignación, pero también, en los jóvenes en particular, un fuerte sentimiento de rebeldía que no pedía sino exteriorizarse. En segundo lugar la transformación progresiva de la ciencia en fuerza productiva directa y, por consiguiente, su sumisión creciente a la dominación del capital, introducía elementos de crisis en la gestión capitalista. Los investigadores, los técnicos, los ingenieros, cada vez más desposeídos de los privilegios que podían ser los suyos hace algunos años (aunque sus ingresos siguieran siendo mucho mayores que los de los obreros especializados) y desprovisto la mayoría del tiempo de toda autoridad delegada por el patronato, han comenzado a poner en tela de juicio las cimas de esa jerarquía. En efecto, los criterios financieros de la gestión de empresas así como las relaciones de estas con la economía en su conjunto comenzaban a ser percibidos como irracionales por ese sector de trabajo asalariado que, potencialmente al menos estaba en condiciones de volver contra los capitalistas a los técnicos modernos de la producción. Además esa parte de la fuerza de trabajo que se había beneficiado de una formación intelectual, no dejaba de darse cuenta de que en el seno mismo del "comando" surgían divergencias serias entre los partidarios del autoritarismo tradicional y los partidarios de métodos más modernos de dirección. Si se agrega a esto el hecho de que en lo bajo de la jerarquía los jóvenes trabajadores salidos de la enseñanza profesional y técnica estaban también en posición de juzgar el carácter anticuado de la organización del trabajo y de la producción con relación a las posibilidades que eran capaces de descubrir, se tendrá una idea de la profundidad de la crisis que se preparaba en la gran industria capitalista. El propio malestar universitario reflejaba por otra parte ampliamente la crisis latente de la industria capitalista; la tentativa de crear fábricas de saber parcelario (la "multiversity" norteamericana) chocaba, como en las fábricas con las viejas jerarquías, con concurrencia con el mandarinato de origen napoleónico. También una crisis de la religión de la eficiencia capitalista, de su capacidad para resolver todos los problemas era sensible en gran parte del mundo de los trabajadores en las vísperas de los acontecimientos de mayo de 1968.

No faltaba en realidad sino un elemento catalizador para que la oposición más o menos pasiva se transformara en oposición activa. Pero, fue proporcionado por un nuevo tipo de politización que, al principio, podía parecer marginal y secundario: la politización operada por una nueva extrema izquierda. Esta se une sobre todo a propósito de la guerra del Vietnam, insuflando un nuevo vigor a corrientes oposicionales más o menos recientes, pero contrariamente a lo que muchos querían creer para tranquilizarse, la lucha por la solidaridad con el pueblo vietnamita no alejaba en no sé que exotismo fácil de los problemas propios a Francia o a Europa occidental. Hablando recientemente en la cámara de diputados italianos de la resistencia sin cesar más vigorosa del movimiento obrero italiano a la socialdemocratización preconizada por Pietro Nenni, Lelio Basso declaraba con razón: "Creo que en la raíz de ese fenómeno está la resistencia victoriosa del pueblo vietnamita que ha trastornado todos los cálculos de la racionalidad occidental y ha quebrado la pirámide jerárquica que tiene precisamente en su cima al imperialismo norteamericano. Que un pueblo de campesinos haya derrotado a la más grande potencia imperialista, que la voluntad inflexible de conservar su propia libertad haya dado cuenta de las armas más modernas, de las técnicas más avanzadas, de las calculadoras electrónicas, es un hecho revolucionario que ha puesto todo en discusión". Efectivamente, las tomas de posición a favor de una lucha consecuente al lado del pueblo vietnamita traducía una toma de conciencia, moral al principio, pero en seguida política, de la naturaleza del imperialismo, es decir del capitalismo occidental. A medida que progresaba la escalada norteamericana, la oposición a la agresión se endurecía y se volvía en realidad una oposición al conjunto del sistema económico y social que permitía tal asalto contra un pueblo consciente de sus intereses. Al mismo tiempo los triunfos del FNL revelaban la fragilidad o por lo menos la vulnerabilidad de las grandes metrópolis imperialistas y, por consiguiente, incitaban a todos aquellos que se sentían ligados a la lucha del pueblo vietnamita a buscar la caída de la coraza en el seno mismo de las "ciudadelas del bienestar". En resumen, el asunto de Vietnam era la ocasión de una percepción en gran parte renovada del marxismo, por el rechazo de sus formas más quietistas y más esclerosadas. Era por cierto fácil burlarse de las divisiones, o del irrealismo aparente de las organizaciones de esa nueva extrema izquierda, subrayar las bases sociales estrechas de su reclutamiento (estudiantes e intelectuales en gran mayoría, algunos trabajadores asalariados en minoría), pero algunos hechos deberían haber hecho reflexionar: a parir de fines de 1966 el Comité Vietnam Nacional (reagrupando militantes del PSU de la JCR, de los comunistas opositores, etc.) y un poco después los comités Vietnam de Base bajo influencia maoísta consiguieron animar un trabajo de masa contra la agresión norteamericana, y, hecho capital, a retomar el hábito, de las manifestaciones callejeras (ver la manifestación CVN-UNEF, del 21 de febrero de 1968) a una extrema izquierda que había perdido el hábito desde el fin de la guerra de Argelia. Se trataba sin duda de la acción de minorías, pero de minorías suficientemente fuertes como para impulsar a la CGT y al PCF a seguir en parte su ejemplo. ¿No es significativo que la CGT haya organizado por primera vez desde hacía muchos años una manifestación de masas para el 19 de mayo de 19687?

Hace falta ver además que ese compromiso por el Vietnam -tomado como el centro de contradicciones mundiales y como revelador de la naturaleza verdadera del capitalismo- conducía a muchos militantes a ver con una mirada nueva la realidad social con la cual estaban confrontados, es decir a criticar su propia práctica política para darle más dinamismo. Eso explica que esfuerzos de renovación teórica impulsados en particular hacia el problema de la estrategia revolucionaria en los países capitalistas avanzados, hayan comenzado a tener sus frutos. La evolución del PSU muy largo tiempo tentado por una alianza privilegiada con la social-democracia, es decir, por una integración a la FGDS simbolizaba bien ese cambio de clima. En junio de 1967, en su congreso nacional, rechazaba toda asociación con la FGDS, algunos meses más tarde en marzo de 1968 en un consejo nacional consagrado a las luchas sociales, situaba Lo esencial de su acción en un cuadro extraparlamentario. Había por lo tanto, en la víspera de la explosión estudiantil de Nanterre y de la Sorbona, un conjunto de corrientes políticas relativamente implantadas, susceptibles de proporcionar un mínimum de encuadramiento ideológico y político. En otros términos, gracias a la UNEF, al SNE Superior, al PSU y a los grupos revolucionarios ahora interdictos, los estudiantes tuvieron la posibilidad de formular su rebelión en términos políticos y de llevar a toda la sociedad la crítica que hacían de su situación de estudiantes. El pasaje brusco de muchos estudiantes de la apatía más oscura a la búsqueda de una salida revolucionaria no habría sido pensable sin la intervención permanente de ese sector de la extrema izquierda. Tenía evidentemente posiciones muy diversas, orientaciones a veces divergentes en Lo que se ha llamado el movimiento de mayo, yendo de un obrerismo primario a la exaltación sin matiz del papel de la juventud. Pero se ha reflexionado lo suficiente en el hecho de que, a pesar de todas esas fallas, de que a pesar de la acción inevitable en semejantes circunstancias, de elementos dudosos, el movimiento en su conjunto, ha cometido muy pocos errores. Ha comprendido claramente desde el 11 de mayo y sobre todo después del 13 de mayo, que la cuestión del régimen y del poder se había planteado. No solamente ha buscado la unión entre obreros y estudiantes, sino que se ha preocupado muy rápidamente de politizar la huelga, de amplificarla por comités de barrio y de fábrica. Ha intentado paralizar el poder y embotar sus reacciones. Después del 30 de mayo cuando la ofensiva burguesa se precisó, hizo todo para defender a los trabajadores que no querían terminar la huelga sin haber obtenido satisfacción para algunas de sus reivindicaciones más importantes. Por otra parte, en su gran masa, al comienzo del mes de junio, se ha dado cuenta muy rápidamente de que las manifestaciones de calle masivas habían agotado sus efectos políticos positivos y que era necesario pasar a otra fase de la acción (consolidación de lazos establecidos entre estudiantes y trabajadores, consolidación de comités de barrio y de comités de base en las fábricas ).
No obstante, es evidente, al mismo tiempo, que las organizaciones que han constituido el ala conductora del movimiento de mayo, si ellas no han cometido los errores aventureros que los "teóricos' del PCF les imputan, no han podido asumir verdaderamente el papel de dirección de la acción política de masa. Han podido en cierta medida canalizar y organizar las manifestaciones callejeras, oponerse a las voces de orden erróneas (¡Vamos a tomar el Elíseo! ), pero en ningún caso han podido controlar y dirigir el proceso político entre el 14 y el 30 de mayo. La progresión del movimiento de masa se ha operado muy ampliamente de manera espontánea por la entrada sucesiva de nuevas capas en la huelga y por la degradación consecutiva de las posiciones de poder, sin que la conciencia de los trabajadores en lucha llegara hasta una comprensión global del movimiento y de sus implicaciones. Por cierto, sería falso creer que, en el curso de la huelga, no haya surgido en la gran masa la idea de que había que "cambiar las cosas". Un testigo insospechable de "izquierdismo", Aimé Halbecher, secretario general del sindicato CGT Renault, dice a ese respecto: "Sé que en una buena parte de los trabajadores, los más conscientes, había la idea de que se podía ir mucho más lejos.

Tenían una confianza muy grande en la salida y a partir de ahí, en un cambio de poder, en la instauración de un gobierno popular, porque presentaban reivindicaciones que efectivamente, ponían en tela de juicio la naturaleza del poder". Aun si se admire que todas las empresas no se encontraban al nivel de Renault Billancourt (había también otras más avanzadas), estamos en todo caso obligados a comprobar que después del rechazo de los acuerdos de Grenelle, la mayoría de los trabajadores esperaban, más o menos confusamente, un cambio de régimen. El problema es, por cierto, que no sabían muy bien cómo debería hacerse ese cambio. La aspiración del poder seguía siendo en suma inarticulado, oscilando entre una concepción vagamente legalista y una concepción sumaria de una toma de poder extralegal; lo que no excluía en ciertos trabajadores la segunda intención de que, si no había cambio de régimen, sería siempre posible mejorar un poco su situación. Todo eso pesaba sobre la clase obrera, disminuyendo su espíritu ofensivo, manteniéndola en un estado de incertidumbre perjudicial a sus capacidades de reacción política frente al acontecimiento. Es muy probable que sin el contraataque gaullista del 30 de mayo la radicalización de los trabajadores hubiera proseguido y que la superación de las organizaciones sindicales se hubiera vuelto una realidad. Pero, precisamente, ese peligro es una de las razones que ha impulsado al general de Gaulle a elegir ese momento para ofrecer por las elecciones una puerta de salida honorable al PCF y a la FGDS.

Frente a esa espontaneidad indecisa de las masas, cuyo punto de partida había sido algún tiempo después del 13 de mayo, la idea totalmente elemental de que el retroceso del poder daba al fin la ocasión de comenzar una lucha más eficaz que las jornadas nacionales de acción o las huelgas parciales, la nueva extrema-izquierda de mayo de 1968 no pudo forjar los instrumento de iluminación de la realidad, de fusión entre Lo espontáneo y la conciencia política necesaria que habría permitido impulsar el movimiento de masa más lejos en su afrontamiento con el poder. Si hacemos abstracción de su debilidad numérica y de su composición social, la debilidad de esa nueva extrema izquierda -hay que reconocerla- ha sido esencialmente de orden político. Ha dudado en la cuestión del poder entre una interpretación simplista de voces de orden como "el poder está en la calle", la búsqueda de un Kerenski (por ejemplo Cohn Bendit diciendo que podía servir Mitterand) y la tentativa de instaurar poderes de hecho (en las empresas, en escala local y regional) opuestas al Estado capitalista (doble poder). No podemos decir tampoco que haya sabido plantear sin equívoco el problema de la violencia, dudando ahí también entre la subestimación de manifestaciones callejeras, como medio de disolución del aparato represivo y de la sobrestimación de posibilidades del poder gaullista. En ese dominio la falta más grave se debe, sin embargo, a la insuficiencia del esclarecimiento político del problema, es decir a la insuficiencia de la denuncia de la violencia permanente ejercida en la sociedad capitalista sobre todos los explotados. Por ahí, la legitimidad de la auto-defensa de los estudiantes y de los obreros y sobre todo la legitimidad y la necesidad de la organización sistemática a escala nacional de esa auto-defensa, se esfumó a los ojos de numerosos militantes. Comprendemos así que los problemas tácticos del empleo de la fuerza, de su gradación en función de la evolución de relaciones políticas en el cuadro de una estrategia ofensiva (hacia la toma del poder) hayan sido ampliamente ignoradas en provecho de una suerte de religión de la provocación simbólica (extensión abusiva a toda la sociedad de una táctica eficaz sobre todo en el mundo universitario). Si queremos ser del todo justos, habría que hacer naturalmente las distinciones entre las diferentes organizaciones a propósito de esas cuestiones de orientación, habiendo unas por cierto, probado más sentido político que otras, pero lo que nos interesa aquí, es la resultante global de su acción sobre el grado de politización de masas estudiantiles y obreras. Ella no ha sido por cierto negativa: a través de los volantes, los comunicados, los diarios, los mitines de las organizaciones, alguna vez aun a través de reuniones de prensa no obstante deformantes, cientos de miles de trabajadores y de estudiantes han recuperado tradiciones revolucionarias olvidadas, han recibido instrumentos intelectuales para analizar su propia experiencia en el curso de los meses de mayo y junio, pero es preciso cuidarse de creer que desde ahora se ha formado una vanguardia segura de sí misma, coherente en sus juicios y la formulación de sus objetivos. No se trata aun sino de un principio, que refleja tanto el carácter inacabado, interrumpido, del proceso revolucionario de mayo de 1968, como el carácter embrionario, incompleto, contradictorio de la dirección política que ha tratado de hacer frente a los acontecimientos. La Revolución abortada de mayo de 1968 muy profunda por sus implicaciones en el inconsciente colectivo de las masas, por las energías que ha liberado en numerosas capas de la sociedad, por la ruptura que ha suscitado en las nuevas y viejas estructuras jerárquicas, ha sido en definitiva marcada por una suerte de raquitismo político tanto al nivel de la base activa como al nivel de su cumbre. Eso no le quita nada de su carácter ejemplar, de su importancia como punto de referencia para la actividad política futura, pero hay que cuidarse de idealizar todos sus rasgos y de hacer un modelo para reproducir fielmente. Del mismo modo que la Revolución de 1917 (febrero y octubre) no ha sido una repetición de la Revolución de 1905, la Revolución socialista en Francia no puede ser una repetición de mayo de 1968. Una progresión política o más exactamente una ruptura con las prácticas políticas de las diferentes organizaciones es necesaria a fin de que las condiciones del éxito se reunirán. Es indispensable en particular que la recepción más o menos instintiva de las corrientes marxistas opositoras, por los estudiantes, por los técnicos, por los jóvenes obreros se transforme en una asimilación creadora del marxismo (lo que presupone una clarificación ideológica bastante rápida en el movimiento de mayo). A ese respecto, es capital que las posiciones teóricas y políticas de corriente revolucionaria que está a punto de desprenderse en Francia, no permanezcan en el estadio de la critica abstracta general, del PCF (revisionismo, socialdemocratización), sino que sean tales que corroan cotidianamente el conservatismo del aparato del PCF y su insuficiencia sobre la masa.

Por eso es importante, sino decisivo captar toda la dimensión de los problemas planteados por el comunismo francés en toda su especificidad, es decir sin contentarse con definirlo como estalinista, sino tomando en cuenta modalidades de su construcción y de su inserción en el contexto político y social francés. El PCF contrariamente a los partidos hermanos de Alemania o de Italia, no ha tenido que afrontar situaciones revolucionarias o contrarrevolucionarias en el curso de sus primeros años de existencia. Mayoritario en el seno del movimiento obrero, cuando la escisión de Tours, devino poco a poco minoritario a causa de su incapacidad en dar pruebas de iniciativa en los primeros años de la primera posguerra. Su dirección hasta 1928, representaba una versión apenas remozada de la dirección del partido socialista de antes de 1914, tanto en su ideología como en sus métodos de organización. No imaginaba una práctica política sensiblemente diferente de la de la mayoría de sus miembros (de L.O. Frossard a Marcel Cachin) en el curso de los primeros años del siglo: acción esencialmente parlamentaria y electoral, aunque fuera acompañada de discursos inflamados sobre la Revolución de octubre o de denuncias extremadamente violentas del orden social defendido por la III República. El ala izquierda del partido, más proletario en su composición y sobre todo más próximo efectivamente a una orientación auténticamente revolucionaria, no tenía peso suficiente por sí misma para imponerse. Tenía que llamar constantemente a la dirección de la Internacional comunista a fin de defender sus posiciones a la cabeza del partido. Eso es lo que explica que haya devenido mucho antes y mucho más completamente que en Alemania y en Italia es decir desde 1924, dependiente de la dirección soviética de la Internacional comunista. La izquierda, en realidad, se hizo intérprete sin originalidad de la política definida por las fracciones dominantes del PCUS. No poseyendo las tradiciones políticas originales de las corrientes dirigentes del PC Alemán (de Brandler a Ruth Fischer) o del PC italiano (de Bordiga a Gramsci), sino algunas reminiscencias del anarcosindicalismo como único bagaje teórico, sólo ofreció una resistencia muy limitada a la penetración de la concepción muy torcida por los asuntos rusos, de Zinoviev, después de Stalin. La lucha de clases en Francia no era ya observada sino a través de anteojos fabricados en Moscú. Entre 1927 y 1930 por ejemplo, la política del PCF fue ampliamente polarizada alrededor de un hipotético peligro de guerra entre los principales países capitalistas y la URSS. La represión se abatió pesadamente sobre el partido acentuando aun un poco más el aislamiento que le daba el carácter abstracto, desprendido de la realidad social de sus voces de orden, y lo hacía por consiguiente aun más dependiente de la ayuda política de la Internacional (prestigio, reputación revolucionaria de la URSS ). En esas condiciones, era casi imposible que el partido se revelara capaz de resolver los problemas fundamentales de entonces: lograr una política de frente único para ganar amplias masas a las concepciones comunistas, definir una estrategia para la toma de poder. Podía cuanto mucho tratar de sacar el mejor partido de la orientación decidida por el Komitern. Después que las prácticas más absurdas y nefastas, tales como huelgas y manifestaciones decididas arbitrariamente fueron abandonadas (condenación del grupo Barbé-Celor con el acuerdo del comité ejecutivo de la Internacional en 1930), el PCF recuperó un cierto equilibrio bajo la dirección de Thorez por una línea a dos puntas: por una parte una extrema atención sobre las reivindicaciones inmediatas de los obreros y de los medios populares (salarios, partidas para los desocupados, paga a los soldados) que, permitía en particular a los sindicalistas de la CGTU conservar un mínimum de ligazón con las masas, por otra parte una denuncia ritual y mágica del social-fascismo de la SFIO presentada como el principal, sino como el único obstáculo ante la Revolución proletaria que debía proporcionar a los militantes la explicación de la inmovilidad relativa del partido a pesar de su activismo desbordante[1].

Esa mezcla de economismo y de política-ficción no impulsaba naturalmente a la investigación teórica, al análisis en profundidad de la sociedad capitalista francesa o a la puesta en tela de juicio de la hegemonía intelectual y política de la burguesía: tenía más bien por resultado parar el proceso de politización de los miembros del partido, disgregados por el primer paso que los había hecho adherir, desviándolos hacia una visión empobrecida, dicotómica de la acción a emprender: por una parte la pequeña cohorte de los buenos, pertenecientes a la organización y predestinada a representar a las masas, por otra, la vasta categoría de los "obstáculos" que se exorciza. El espíritu revolucionario de los militantes, su sacrificio innegable a la causa comunista se transformaba así en una especia de atentismo mesiánico, en un espíritu de disciplina incondicional. Los caminos del porvenir eran oscuros, lo esencial era seguir sin raciocinios inoportunos a los dirigentes confirmados por toda la Internacional.

Aparentemente las cosas habrían debido cambiar con el pacto de unidad con la SFIO en 1934 -que devino inevitablemente después de la catástrofe de 1933 en Alemania y la ascensión del fascismo en Francia, Efectivamente el PCF abandona muchas de sus posiciones más sectarias (teoría del social fascismo, rechazo del frente único en la cumbre, etc. ) y aun hizo enormes concesiones políticas (bajo el impulso de Stalin ) con relación a sus posiciones afirmadas a comienzos de 1984. En 1935 aceptaba la defensa nacional de la patria socialista e intentaba con éxito aliarse con los radicales y los socialistas en el seno de la Reunión popular donde jugó un papel muy moderador con relación a ciertos socialistas, partidarios de reformas radicales. Yendo a decir verdad, más allá de todo lo que podían esperar los observadores que lo veían unido a una política "responsable", hizo todo para limitar los efectos del movimiento de masas de junio de 1936 y para que se terminaran las huelgas con ocupación de fábricas. A Marceau Pivert, miembro de la dirección del partido socialista que afirmaba en vista de la fuerza manifestada por la clase obrera que "Todo era posible", Maurice Thorez replicaba[2]: "Si el fin ahora es obtener satisfacción para las reivindaciones de carácter económico elevando al mismo tiempo progresivamente el movimiento de masas en su conciencia y en su organización, entonces hace falta saber terminar cuando su satisfacción ha sido obtenida. Hace falta también saber consentir al compromiso si todas las reivindicaciones no han sido aun aceptadas, pero si se ha obtenido la victoria sobre las más esenciales y las más importantes de las reivindicaciones... No debemos arriesgar que se disloque la cohesión de masas, la cohesión del Frente popular. No debemos permitir que se pueda aislar a la clase obrera". Y si el PCF no participaba en el gobierno de León Blum, no hay que atribuir esa abstención sino a una voluntad sistemática de criticar a sus aliados para aprovecharse de sus dificultades. En un informe presentado el 25 de mayo de 1936 en Ivry frente al comité central de su partido, Thorez puso a ese respecto los puntos sobre las íes para mostrar bien que no perseguiría objetivos demasiado avanzados: "Cuando dijimos: frente único a cualquier precio, sabíamos que esa era la condición para obtener una modificación de la relación de fuerzas en Francia a beneficio de la clase obrera y de las fuerzas de la democracia. La presencia de comunistas en el gobierno, en las condiciones actuales no puede ser sino pretexto para la perturbación, para la campaña de pánico". En agosto y setiembre de 1936, en tanto que las dificultades aumentaban tanto para la coalición del frente popular como en el seno de esa coalición, el PCF, por la voz de Maurice Thorez proponía la transformación del Frente Popular en un frente más amplio, el frente francés.

Entre los numerosos textos citemos este extracto de un discurso pronunciado el 2 de setiembre de 1936[3]: "Lo que es verdad es que nos rehusamos, sobre todo considerando el horror de los acontecimientos de España, a aceptar la perspectiva de los dos bloques arrojados irreductiblemente uno contra el otro y culminando en una guerra civil, en condiciones que serían para nuestro país aun más tremendas, no teniendo otra razón que las amenazas de Hitler. Lo que es verdad es que estimamos que se puede y que se debe aun ganar hombres para la causa de la libertad y de la paz, pues en fin ¿cuántas voces han obtenido los partidos del frente popular en las últimas elecciones? Un poco más de cinco millones. ¿Y cuántas voces para las agrupaciones adversarias del frente popular? Un poco menos de cinco millones. Yo, comunista, creen que digo que esos cinco millones son todos fascistas, traidores al país; ¿Quieren que en presencia de esos cinco millones donde se cuentan en mayoría los obreros y campesinos, abandonemos la política de unidad que honra a nuestro Partido comunista? Nosotros que hemos luchado por la unidad entre socialistas y comunistas, que hemos luchado por la unión con los radicales, los republicanos, los demócratas, ustedes quieren que digamos: ‘Se acabó este camino de la unión’".

Era difícil para un partido como el PCF poner en práctica una política más directamente destinada a ablandar a la burguesía francesa y limitar la acción de la clase obrera. Pero no faltaron hombres políticos en la extrema izquierda como en la derecha para apreciarla en su justa medida; ella no fue vivida como tal (tentativa de arreglo oportunista con las democracias occidentales) por la inmensa mayoría de los militantes y de los cuadros comunistas -y naturalmente aun menos por los electores del partido-. Aun aceptando una política que se distinguía bastante mal de la política reformista tradicional, la dirección del partido no la presentaba y no la concebía según los cánones del reformismo tradicional. Además de que la defensa de las reivindicaciones económicas era popularizada en oposición a las reformas de estructura y como única política realista con relación a la búsqueda ilusoria del ordenamiento de la organización económica de la Francia de entonces, la dirección del partido se cuidaba de afirmar a sus militantes que el afrontamiento del período del frente popular no era un afrontamiento para la toma del poder por la clase obrera, pero que la idea de la lucha revolucionaria no estaba abandonada. Simplemente una etapa imprevista, la etapa de la lucha contra el fascismo y para la consolidación de la democracia burguesa se insertaba antes que la etapa de la lucha por el socialismo. Así se encontraban conciliados una práctica oportunista y un revolucionarismo dogmático destinado a preservar la cohesión interna de la organización y la continuidad de su grupo dirigente. El "previo" antifascista venía de algún modo a reemplazar "el obstáculo" social-demócrata para justificar el hecho de que el PCF no se fijaba como objetivo la toma del poder, aun pretendiendo monopolizar el espíritu revolucionario.

En el curso del período de la Resistencia, se vuelve a encontrar el mismo tipo de esquema explicativo: el PCF es un partido revolucionario pero hay que reconquistar la independencia del país, perseguir a los colaboracionistas, organizar la democracia política antes de soñar con el socialismo. No obstante el episodio del tripartismo después de la liberación contradice aparentemente esta concepción, puesto que los comunistas participaron en el poder y fueron con sus aliados socialista y MRP los artesanos de un cierto número de reformas (nacionalizaciones, estatuto de la función pública, etc. ) al mismo tiempo que, en el plano teórico, llegaban a definir la colaboración gubernamental con una fracción de la clase dominante como el alba de una "democracia nueva" trascendiendo la democracia burguesa y el Estado capitalista. Pero, mirándolo de más cerca, nos apercibimos que si la diferencia entre "democracia nueva" y democracia no era muy clara y si la frontera entre esas dos formas de sociedad estaban bastante mal trazadas, los dirigentes comunistas rechazaban más allá del presente inmediato la lucha por la realización de la democracia socialista. Podían por consiguiente alegar tareas aun no cumplidas para mantener la necesidad del "partido marxista-leninista" y de ese modo mantener una distinción con la ideología social-demócrata (blumista por ejemplo ). La partida de los comunistas del gobierno de 1947 sella muy rápidamente la suerte de las elucubraciones sobre la "democracia nueva" sin, no obstante, provocar una revisión del concepto de combate político que tenían los principales dirigentes del PCF. A lo largo del período llamado de la guerra fría el objetivo fijado no fue otro que la reconquista de la independencia nacional contra el imperialismo norteamericano y sus vasallos franceses. Por esto habla que buscar la alianza de los "burgueses patriotas" y de todas las capas opuestas a la vasallización por el capital norteamericano. Por supuesto una tal orientación no podía ser revolucionaria, aunque condujera a veces a afrontamientos severos con el poder (en 1952 por ejemplo) y a empresas más o menos aventureras.

Después del XX Congreso del PC de la URSS y sobre todo después del advenimiento del gaullismo en 1958, otra orientación se impuso poco a poco. Según esto, se trata de abatir el poder de los monopolios y de instaurar una democracia verdadera que no será aun la democracia socialista pero le abría el camino. La temática es pues muy vecina de la de los años 1945-1946; pero desarrollada en un contexto diferente, marcado en particular por una evolución pronunciada de la social-democracia hacia la derecha, ella concede al nuevo clima post-staliniano la pluralidad de partidos para el pasaje al socialismo bien fundado de reformas de estructura y la vía parlamentaria hacia el socialismo. No obstante, de ahí a concluir que el PCF ha devenido simplemente un partido social-demócrata, hay un paso que no hay que franquear. El PCF se pretende siempre el partido de la clase obrera, el para sí de la clase en sí; pretende siempre el papel dirigente en el movimiento obrero en tanto que desprendimiento del ejército internacional que esté considerado constituyente del "campo socialista". En efecto, los lazos que lo ligan a los países no-capitalistas de Europa, cualquiera que sean por otra parte las dificultades internas de éstos, garantizan en apariencia proponerse efectivamente la búsqueda de un régimen económico y social diferente. No hay que hablar más de modelo "sin variante" a proporcionar a aquellos que siguen su orientación, pero por lo menos de "experiencias" que, aunque sean imperfectas a primera vista, indican al menos que puede existir un sistema social diferente del sistema capitalista. Con relación
a la social-democracia que no tiene otras referencias que la Escandinavia el PCF tiene así la facultad de esperar transformaciones mucho más radicales, mucho más completas del orden social existente. Por cierto la superioridad del "campo socialista" está sujeto a caución. No es ciertamente ya militar (si lo ha sido algunas veces ), no es tampoco evidente en el plano económico (si se trata de superar el nivel de vida de las principales potencias occidentales por cabeza de habitante) pero parece evidente en cuanto al modo de organización social (producir para el provecho no es ya el primer imperativo). Así Waldeck-Rochet puede definir a "un revolucionario en nuestra época" mostrando que el PCF no reduce su actividad a la búsqueda de la reintegración del PCF en la vida política francesa más rutinaria (bajo la V República), sino que encara al mismo tiempo un más allá plausible del capitalismo, aunque esté más allá no parece apenas accesible en un porvenir inmediato. Por abstracto que sea en el espíritu de la mayoría de los militantes, tiene por lo menos el aspecto concreto e irrefutable de lo que existe ya sobre el mismo continente. Es decir que el partido puede siempre jugar sobre la acción razonable en el presente y en el futuro cualitativamente diferente ( revolucionario ) aunque muy hipotético.

Si se hace por consiguiente el balance de la politización aportada por el PCF a las masas populares francesas, es forzoso comprobar que sólo ha sido parcial, es decir ambigua. Ha desarrollado, por cierto la conciencia de oposiciones de clase, de la heterogeneidad de modos de vida y de valores propios a la vida cotidiana, de la distancia entre las clases superiores e inferiores de la sociedad. Pero no ha elevado sus oposiciones al nivel en que revelen las contradicciones irreducibles entre dos modos de producción diferentes, entre dos políticas inconciliables e inconmensurables. Gracias al PCF, el socialismo ha devenido la esperanza de millones de hombres en nuestro país (progreso decisivo con relación a la primera preguerra), lamentablemente, no ha devenido una tarea delimitada, ubicada que se asume en función de antagonismos presentes, sino cuanto más una suerte de proyección en el futuro de soluciones que no se osa elaborar o preconizar concretamente con una precisión o una claridad suficientes en medio de las dificultades suscitadas por el capitalismo. En realidad, la clase obrera francesa no fue habituada por el PCF a razonar en términos de relaciones de fuerza real: había siempre una etapa preparatoria a alguna cosa, que evitaba impulsar hasta el final los afrontamientos de clase, que permitían cerrar los ojos sobre los propósitos que podían alimentar las diferentes fracciones de la clase dominante. Las reacciones de la pequeña burguesía, de las clases medias eran o bien idealizadas (es decir concebidas como muy próximas a las de las masas populares), o bien al contrario descriptas en términos muy pesimistas (nada de extremismo bajo pena de arrojarlos en brazos del fascismo) en función no de la dinámica de relaciones entre las clases, sino en función de relaciones parlamentarias o diplomáticas efímeras. 

Resultaba que los trabajadores no podían así adquirir el hábito de valuar, sanamente a sus aliados y a sus adversarios. En ese dominio, las declaraciones inflamadas de las que los partidos franceses de notables han sido siempre pródigos, tomaban más importancia que los actos (el análisis del partido radical como partido progresista en la época del frente popular). Las relaciones de fuerza no eran apreciadas en su realidad evolutiva, sino en una perspectiva estática, un poco como si la fluidez de posiciones adquiridas no fuera la regla hasta la victoria definitiva. En realidad, los trabajadores franceses no fueron preparados para luchar por lo esencial, es decir, por el poder. El partido que los representaba tendía por el contrario a ponerlos en estado de tutela ideológica y política, a hacerse delegar por ellos la dura tarea del afrontamiento con la burguesía. De esa manera se instauró entre el partido y la clase relaciones muy alejadas de las relaciones previstas por Marx entre una vanguardia revolucionaria y una masa cada vez más consciente de las dificultades a superar para abatir la explotación capitalista. El partido se hundía en maniobras de la cumbre y las manipulaciones burocráticas en tanto que las masas no salían sino a medias e intermitentemente de la pasividad que le imponía el sistema capitalista. En ese contexto, considerado naturalmente como normal por los dirigentes comunistas, toda irrupción de masas en la escena política fuera de las formas "probadas" de movilización no podían y no pueden aparecer sino como irracional o bien aun no podían y no pueden sino ser el fruto de maniobras oscuras. A pesar de su carácter ridículo, la teoría del complot gaullista-izquierdista, desarrollado por Waldeck-Rochet en su análisis del movimiento de mayo, estaba totalmente en la lógica de ese modo de pensar y de actuar. 

Este análisis no absuelve por supuesto al PCF, pero muestra que el proceso de social-democratización que sufre desde hace años no es ni simple ni rectilíneo. Para conservar su posición de partido dominante en el movimiento obrero francés adquirido históricamente contra la social-democracia clásica, debe mantener un mínimum de originalidad con relación a sus aliados, de ahí la definición perpetuamente recomenzada de una ortodoxia "revolucionaria". Para conservar la confianza de sus cuadros, de sus militantes, de sus simpatizantes, que en su mayoría no están aun reconciliados con la idea de un simple mejoramiento del capitalismo, les hace continuar polemizando contra el reformismo. Eso implica que para obtener su "reintegración en la vida política francesa" (es decir su aceptación por la burguesía), es preciso admitir que está tironeado, descuartizado, entre las concesiones a hacer para probar su buena voluntad a los "demócratas y otros republicanos" y las concesiones a no hacer para conservar sus lazos con el sector anticapitalista de la opinión. La contradicción que aún es sólo punzante, puede a la larga devenir insoportable, es verosímil entonces que la mayoría de los dirigentes comunistas caerá del mal lado; pero su existencia misma permite a las fuerzas revolucionarias reactuar e intervenir para transformar la social-democratización lenta en serie ininterrumpida de crisis. Pero ¡atención! Si hay una cosa importante que este capta también, es que no se trata de tomar como modelo tal o cual período pasado dei comunismo francés: con Stalin o bajo Thorez antes de 1956. La matriz de los errores y de las faltas del PCF reside en las relaciones que comienza a mantener con las masas y con la actividad política en el curso mismo de su período de formación y de ruptura con las concepciones del socialismo francés de 1905-1914. La critica del PCF no puede pues ser sino una verdadera reconstrucción de la política del movimiento obrero francés al mismo tiempo que una redefinición de relaciones entre vanguardia política y masas. 

Volveremos por ahí a las continuaciones posibles del movimiento de mayo de 1968, a la renovación que es susceptible de producir en el seno del movimiento obrero francés. Si se puede resumir el problema en una fórmula, digamos que se trata de saber si, a partir del nivel de lucha alcanzado en mayo-junio, se crearán poco a poco verdaderas fuerzas productoras revolucionarias no integrables por la sociedad capitalista. Reproduciéndose en tanto que sistema, el sistema capitalista reproduce al mismo tiempo los hombres en tanto que soportes de relaciones. de producción, es decir en tanto individuos disociados por una socialización sumisa a los imperativos de la acumulación del capital. Así, vendiendo el uso de su fuerza de trabajo a los funcionarios del capital, los asalariados se someten individualmente al despotismo capitalista y por ello abandonan su fuerza colectiva (la cooperación, los conocimientos tecnológicos, etc.), a los dirigentes de las empresas. Sin duda está justificado decir que esos soportes oscilantes, la servidumbre bajo el capital (la esclavitud asalariada decía Marx) no es jamás permanente y totalmente aceptada por los explotados que le resisten de maneras muy diversas (desde la rebelión individual hasta la lucha sindical más elemental). Pero esa resistencia, en la medida en que ella no libera las fuerzas colectivas de los trabajadores de la sumisión al capital, no les da verdaderamente la posesión, no hace sino impulsar el sistema en su conjunto hacia un nuevo punto de equilibrio. En otros términos, la contradicción entre relaciones de producción y fuerzas productivas se manifiesta como un conjunto de datos que coexisten más o menos bien, pero forman parte de la normalidad. Para que esa contradicción sea llevada a su punto de incandescencia, hace falta que la resistencia de los obreros, de los técnicos, de los ingenieros a la explotación capitalista ataque a los centros de gravedad del sistema social y en particular la sus sub-sistemas políticos, indispensable para reproducir la impotencia, la atomización y la disociación de los individuos que componen la clase dominada. Para devenir un factor activo de desintegración de la sociedad capitalista, las fuerzas productivas deben en realidad ser agentes conscientes de no-reproducción y no lo pueden ser sino liberándose del automatismo tecnológico donde se quiere encerrarlos. Eso quiere decir que, contrariamente a ciertas concepciones sumarias de la autogestión (es decir de la co-gestión) la lucha por la recuperación de la fuerza colectiva de los trabajadores no puede permanecer encerrada en la empresa, que tiene necesidad tanto del esclarecimiento de la teoría científica como del cuestionamiento por la política de la hegemonía cultural de la burguesía. Entre la lucha económica y la lucha política del movimiento obrero, no debe haber separación fetichista, sino complementación y reciprocidad entre masas y vanguardia política. Sin esas ligazones íntimas (la política es una concentración de la economía ya decía Lenin) no hay progresión de la teoría revolucionaria, ni tampoco práctica revolucionaria, por consiguiente no hay proceso; de liberación de fuerzas productivas, es decir de organización del proletariado moderno. 

Esa concepción de la práctica revolucionaria permite descartar lo que se puede llamar la política del ciudadano (la política de la soberanía popular imaginaria) tanto como el chato tradeunionismo a la Bergeron, pero ella tiene una implicación aun más decisiva. La crisis revolucionaria no es un fenómeno que se espera, no es de origen esencialmente económico, es mucho más la traducción de una ramificación de las relaciones sociales de producción preparadas por una usura de la hegemonía política y cultural cubriendo el sistema que hace cada vez más difícil la reproducción de ese sistema en su conjunto. Esa crisis puede por lo tanto ser producida conscientemente, buscada conscientemente por la acción conjunta de masas y de la vanguardia política con miras a disocian el bloque en el poder y sus aliados. Por eso, seguramente, la lucha reivindicadora y sobre toda la lucha de los trabajadores por el control de elementos de relación de trabajo en las empresas (contratos, licencias, organización del trabajo, formas de salario) son capitales -hacen fracasar la política económica del capital y del poder, por lo tanto la política capitalista- pero a condición de que esas luchas, por modestas que parezcan ser al comienzo, sean concebidas como parte integrante de la lucha global por el poder y a condición de que cada éxito sea explotado. Del mismo modo las voces de orden de reformas de estructura anticapitalista deben ser comprendidas no como voces de orden correspondientes a una sucesión de etapas en la transformación gradual del capitalismo, sino como otros tantos temas realistas de movilización política que preparan las masas al comprender la necesidad de la lucha por el poder. Se trata de una estrategia o destrucción de la hegemonía burguesa y construcción de la fuerza colectiva proletaria que van juntas. 

En ese espíritu, la respuesta a la pregunta. ¿Qué hacer ahora? es muy simple en su principio, aunque complicada en sus modalidades de aplicación. Es preciso que el régimen gaullista que más que nunca es incapaz de organizar una vida política seria, diferenciada, o de nuclear alianzas estables con corrientes políticas estructuradas, hace falta que ese régimen se rompa los dientes sobre su represión y su participación. Si fracasa sobre esas dos fases de su política entrará de nuevo en crisis. El combate puede ser largo y difícil -el problema ahora no es fijar plazos- pero si es concebido como un combate por el poder, puede ser ganado dando a luz reagrupaciones políticas necesarias en el movimiento obrero francés.


* Este texto fue  incluido en: El mayo francés de 1968 (selección de textos). Publicado en Buenos Aires en mayo de 1988 por la Editorial Antídoto.

Notas:

[1]  Ver al respecto el Libro II, tomo II de las Obras de Maurice Thorez (junio 1981-febrero 1932).

[2] Ver el Libro Ill del tomo XII de las Obras de Maurice Thorez (mayo-octubre de 1936, pág. 48).

[3] Ídem, pág. 196.

El Mayo de 1968 en Francia*

Preguntas de Rosa Marqués, respuestas de Francois Chesnais


1. ¿Qué fue Mayo del 68 en Francia? ¿Qué fuerzas estuvieron involucradas? ¿Las reivindicaciones y luchas de los estudiantes encontraron eco y apoyo en otros segmentos de la población? ¿Qué consecuencias tuvo ello para el desenlace de la lucha?

Es interesante que me plantees la cuestión de esta manera, poniendo el foco en los estudiantes y preguntándome sobre el apoyo que habrían recibido de otros sectores de la población. Este es el modo en que Mayo del 68 fue percibido en el extranjero y como después fue progresivamente presentado en Francia, para ocultar una Huelga General incomparable, en la que participaron 9 o 10 millones de trabajadores, con la ocupación de muchas fábricas. Las manifestaciones estudiantiles en el Barrio Latino, la batalla con la policía el 8 mayo (la noche de las barricadas), el retroceso del gobierno Pompidou reabriendo la Sorbona el 10 mayo y la manifestación de 1 millón de personas contra las violencias policiales del 13 mayo fueron el detonador, el acontecimiento que los obreros inconscientemente esperaban. Algo muy importante que la masa de los obreros tenía en común con los estudiantes era la edad, la juventud, con todo lo que ella implica de sentimientos de rebelión y de energía. Así puede comprenderse mejor que los jóvenes obreros se pusieran en movimiento. Fue lo que ocurrió desde el 14 mayo en Nantes donde los 2800 trabajadores de la fábrica aeronáutica Sud-Aviatión votan la huelga por tiempo indefinido y llaman a que todo el sector aeronáutico se sume. La bandera roja fue izada en la fábrica. El movimiento se extendió inmediatamente al sector automotriz: el 15 mayo entra huelga la fábrica Renault de Flins, luego el 17 mayo Renault Cléon. El 16 mayo, son los 60,000 obreros de Renault Billancourt, fábrica símbolo de la clase obrera francesa desde 1936, los que se suman y ocupan la fábrica.

2. ¿Eran novedosos los planteos de mayo del 68? ¿De qué manera influenciaron el pensamiento marxista y la construcción de nuevas pautas de lucha? Algunos consideran que las reivindicaciones tendieron a fragmentarse ¿qué opinas sobre esto?

En Renault las reivindicaciones eran: ningún salario inferior a los 1000 francos por mes, 40 horas pagadas como 48, jubilación a los 60 años, ampliación de las libertades sindicales, contratos de trabajo de tiempo ilimitado asegurando la estabilidad del empleo. Con especificidades en cada industria o sector, estas reivindicaciones fueron defendidas por toda la clase obrera. La huelga duró casi un mes y se terminó el 11 junio con la muerte de tres obreros de la fábrica Peugeot de Sochaux. Las reivindicaciones obreras no modificaron al pensamiento marxista, en tanto las mismas eran una versión ajustada a los sesenta de reivindicaciones iniciales para un proceso transitorio. Eran familiares para militantes que conocían el Programa de transición. Las reivindicaciones no fueron satisfechas. Para que lo fuesen habría sido necesario, como hicieron las pequeñas organizaciones trotskistas dentro con su limitada influencia, defender la necesidad de levantar un Comité central de la Huelga General y plantear frente al gobierno De Gaulle-Pompidou una situación de poder dual. El Partido Comunista Francés combatió contra esto con una energía tanto mayor cuanto que, en el mismo momento, el estalinismo estaba en peligro en Checoslovaquia.

3. ¿Por qué razón las manifestaciones se extendieron a varias partes del mundo, tanto en países centrales como dependientes, pero también en aquellos que estaban bajo el socialismo llamado real? ¿Las manifestaciones de hace 50 años abrieron una nueva etapa en las lucha populares?

Por el lado de los estudiantes los militantes de las pequeñas organizaciones, tanto trotskistas como maoístas, se habían formado en la lucha anticolonial (en Argelia) y anti imperialista (Vietnam, Cuba, las guerrillas en América del Sur). La masa de los estudiantes estaba movida por una necesidad muy fuerte de quebrar los moldes familiares y sociales burgueses tradicionales, sobre todo a nivel de los comportamientos sexuales. Luego en las asambleas generales del gran anfiteatro de la Sorbona ellos "reinventaron el mundo", retomando el filón utópico de los pensadores franceses del siglo XIX. Las organizaciones que más reclutaron en el medio estudiantil fueron las que estaban más adaptadas a este espíritu de liberación individual.

Pasando al nivel internacional pero siempre refiriéndonos a los estudiantes es importante subrayar que el movimiento de los estudiantes norteamericanos, estadounidenses, habíaprecedido al movimiento francés tanto a nivel de la liberación de las costumbres como del combate contra el Estado en torno al problema de la guerra de Vietnam (ver en http://www.persee.fr/doc/mat_0769-3206_1988_num_11_403819 un artículo muy bueno sobre los Estados Unidos). En París fue muy importante la figura del Che Guevara. El comienzo del movimiento estudiantil alemán del que Rudy Dutschke fue el militante más conocido era también muy anterior a mayo de 1968. El único país de Europa occidental en el que se produjo una unificación entre los obreros y los estudiantes fue Italia durante "el otoño caliente" de 1969 en Turín, Milán y Génova. En el este, en Checoslovaquia, del lado de los jóvenes que en ese mismo momento luchaba contra el estalinismo y la dominación de la URSS (la primavera de Praga) lo que ocurría en Francia fue recibido como un aliento, pero fue visto desde el lado del estalinismo y de los gobiernos occidentales como una amenaza de un contagio que atravesara la cortina de hierro. Los años 1968 -1969 hubieran podido ser los de un sacudón revolucionario internacional. Pero el estalinismo era todavía lo suficientemente fuerte como para impedirlo, de modo tal que hoy de aquellos años no queda nada, salvo el recuerdo del pasaje obligado que no se produjo ni en Francia ni en Turín ni en Milán a la construcción de órganos de doble poder. Todos los parámetros económicos y políticos mundiales son hoy radicalmente distintos.


* Artículo enviado por el autor. Traducción para Herramienta  de Aldo Casas.