Querido y remoto maestro Sábato

Por Luis Carlos Muñoz Sarmiento*
Bogotá, 24 junio 2011 – 14 junio 2019

Maestro: Hoy, cumple Usted cien años y aunque lamento no haber podido hasta ahora ir a visitarlo en Santos Lugares, donde vive desde 1945, quiero en todo caso celebrar su vida. Hoy cumple Usted cien años y creo que poco importa que el ser humano no pueda llegar a setecientos u ochocientos años para que de verdad pueda aprender algo o simplemente viva la vida. Hoy cumple Usted cien años y aunque lamento profundamente que no lo acompañen su señora Matilde Kusminsky Richter (fallecida el 30/sept/1998) ni su hijo Jorge Federico (muerto en un accidente automovilístico en 1995), celebro que Usted aún nos acompañe en el silencio de la distancia, sin olvidar la paradoja: lo lejano está cerca; lo cercano, lejos. Por ahora, en su centenario, solo le quiero recordar parte de lo que Usted me ha enseñado sin proponérselo, como es el objeto de la verdadera educación: enseñar a pensar, aprender a aprender y ayudar a vivir libremente y sin temores. No voy a decir contigo aprendí porque me suena a bolero y, en este contexto, cursi, pero, sobre todo, porque no tengo confianza con Usted. Lo que sí puedo decirle es que de Usted aprendí que uno debería tener derecho a matar a unos seis u ocho tipos que conoce (y esto ya no es un bolero), sin que esto constituya una apología del delito, máxime si se traduce esa cifra en políticos: aunque, con U... me conformo; a robar de vez en cuando a una de esas instituciones que solo les prestan dinero a los que en realidad no lo necesitan (como muestra Monsieur J.-P. Melville en Crónica negra); a entender que cuando haya una disputa entre la razón y el instinto hay que darle la razón al instinto. Que la lógica no les sirve ni a sus creadores: ni a Sócrates que inventó la Razón porque era un insensato, ni a Platón que repudió el arte porque era un poeta. Que no hay peor conservatismo que el del revolucionario triunfante… Que a los verdaderos creadores no los reconocen sus contemporáneos, sino la posteridad o al menos esa especie de posteridad contemporánea que es el extranjero. De Usted aprendí que habrá siempre un hombre tal que, aunque su casa se derrumbe, estará preocupado por el universo; habrá siempre una mujer tal que, aunque el universo se derrumbe, estará preocupada por su casa. Que uno no es tan canalla como para sentirse satisfecho de lo que ha escrito. Que nos prohíben los libros porque nos los recomiendan… (como también pensaba Zuleta de El Quijote en su bello ensayo Sobre la lectura) (1) por eso, ahora entiendo cuando decía de los suyos: “Yo no quiero obligar [a nadie] a leerlos, pero si quiere conocer la respuesta [sobre quién es Sábato] tendrá que hacerlo”. Que leer no es un pasatiempo; la lectura verdadera es una re-creación y es que el libro tiene una vida que en soledad le da su autor y otra que va naciendo en el encuentro con el alma solitaria del lector. Que el buen escritor expresa grandes cosas con pequeñas palabras, a la inversa del mal escritor, que dice cosas insignificantes con palabras grandiosas.


Que el hombre está perdiendo el diálogo con los demás y el reconocimiento del mundo que lo rodea cuando es allí donde se dan el encuentro, la posibilidad del amor, los gestos supremos de la vida. Que el único mundo que cuenta es éste de aquí: el único que nos hiere con el dolor y la desdicha, pero también el único que nos da la plenitud de la existencia, esta sangre, este fuego, este amor, esta espera de la muerte. Que la importancia de las culturas es innegable porque el conocimiento de otras culturas otorga la perspectiva necesaria para mirar desde otro lugar, para agregar otra dimensión y otra salida a la vida. Que el hombre, el alma del hombre, está suspendida entre el anhelo del Bien, esa nostalgia eterna de amor que llevamos, y la inclinación al Mal, que nos seduce y nos posee, muchas veces sin que ni siquiera hayamos comprendido el sufrimiento que nuestros actos pudieron haber provocado en los demás. Que habría que preguntarse en qué clase de sociedad vivimos, qué democracia tenemos donde los corruptos viven en la impunidad, y al hambre de los pueblos se la considera subversiva. Y desde luego, podríamos concluir con Saramago: “El poder real es económico, entonces no tiene ningún sentido hablar de democracia”. O con Borges: “La democracia es una superstición muy difundida; un abuso de la estadística”.

Que, al parecer, la dignidad de la vida humana no estaba prevista en el plan de globalización. Quizás porque, se agrega, la globalización en sí misma es una señora muy gorda y muy avara y muy déspota que no respeta al individuo ni la particularidad del ser humano. Que la esencia de la vida consiste en ser fiel a lo que uno cree su destino. Que el destino no es el que a uno le marcan, sino el que uno mismo fija con sus palabras y luego esculpe en el tiempo con sus actos… Como cuando Usted alguna vez le dijo a un payaso ruso, de apellido Kuklachov, que le gustaría encontrar un lugar en el mundo, donde poder llegar a los cien años… Con lo que, de paso, el concepto determinista del destino se vuelve bosta al lado del camino.

Aquí, maestro Sábato, confieso que en primera instancia me uní a lo que dijo de Perón: “El desconocido coronel Perón, cuya estrella empezaba a levantarse sobre el horizonte vio claro que había llegado para el país la era de las masas. Y tanto su aprendizaje en Italia, su natural tendencia al fascismo, su infalible olfato para la demagogia, su idoneidad para intuir y despertar las peores pasiones de la multitud, su propia experiencia de resentido social -hijo natural como era- y por lo tanto su comprensión y valoración del resentimiento como resorte primordial de un gran movimiento de masas, y finalmente su absoluta falta de escrúpulos; todo lo capacitaba para convertirse no solamente en el jefe de las multitudes argentinas sino también en su explotador”. Y digo en primera instancia porque, aunque no sea filo peronista, ahora que releo este texto me parece sesgado (“su natural tendencia al fascismo”), clasista, discriminador e incluso xenófobo (“su propia experiencia de resentido social —hijo natural como era—”) e injusto (“y su absoluta falta de escrúpulos”) incluso en contra de lo que aún piensan muchos argentinos sobre Perón y el peronismo, como escribe Giardinelli en Santo oficio de la memoria (2), cuando discuten la abuela Sebastiana y Magdalena: “Vos no te imaginás cómo se dividió el país en aquellos años. Incluso de ahí viene uno de los mitos sobre la maldición del peronismo, porque como la Argentina fue neutral durante la guerra eso fue mal visto por ingleses y [gringos] y por eso dijeron que el movimiento y el General eran fascistas. Lo cual siempre fue una infamia. Argentina fue neutral porque era lo que debía ser, y posiblemente eso expresaba al país verdadero, que como te digo estaba dividido. Pero no por la neutralidad del país el General fue nazi. Lo que pasaba era que no era aliadófilo, como se decía entonces. Y yo eso lo sé bien porque el 17 de octubre [1945, día de la movilización obrero/sindical que pedía la liberación del entonces coronel Perón y que terminó siendo Día de la Lealtad] estuve en la Plaza y vos sabés que yo acepto que digan todo lo que quieran pero a Perón y a Evita que no me los toquen, y menos que les digan fascistas.” (2000: 331) Aunque ya antes, sobre si el peronismo fue o no “una mierda”, en 63. Cuaderno de apuntes, de Pedro hablando con Ralph, éste afirma sobre los peronistas: “Ya entiendo […]. Se trata de condenados comunistas hijos de puta. No, le expliqué, [dice Pedro], son nacionalistas y procuran diferenciarse de los bloques de poder dominantes. Cantan: ‘Ni yanquis ni marxistas, peronistas’. ‘Patria sí, Colonia no’. Están lejos de todo sueño comunistoide, pero sienten un profundo resentimiento contra todo tipo de liberalismo político y económico. De ahí la proximidad con el fascismo. Ah, son bastardos nazis hijos de puta, dijo Ralph. No, volví a atajarlo, es verdad que para los que están en el pleistoceno de la política la equidistancia furiosa del comunismo y del liberalismo arroja fascismo larvario, cuando no desarrollado. Pero en el peronismo hubo componentes democratizadores muy importantes; significó una revolución social progresista en muchos sentidos. Lo que pasa es que para llegar a ser democrático el peronismo debió atravesar un largo proceso que le costó 40 años y aún no termina. No entiendo un carajo, dijo Ralph entonces, mirándome como yo miraría a un indonesio explicándome el fenómeno Sukarno. [Dictador indonesio que de 1965 a 66, mató un millón y medio de “comunistas”, como se ve en el documental, puesto en situación, The Act of Killing, de Joshua Oppenheimer (3), aunque Wikipedia cite apenas medio millón] Lo que yo quiero saber, exactamente, es: el peronismo ¿es una mierda o no es una mierda? No, no es una mierda, Ralph, le dije. Y se puso contento y sirvió otra cerveza y cambiamos de tema. [Lo que sigue, va en cursiva] (Debiste decirle, Pietro, que el peronismo introdujo una vocación de lo más loable por servir. Dados los contrastes sociales desgarrantes sobre todo en el interior del país, el peronismo atendió realmente las necesidades de los necesitados. Desarrollaron un trabajo social formidable, ésa es la verdad, y más allá de toda intención demagógica fueron un verdadero despertar de la conciencia popular. No por acusarlos de demagogos vamos a despreciar la gigantesca obra social que realizaron. Y no me salgas con que en la Argentina entonces había mucho dinero. Lo importante es que hicieron lo que hicieron. Obras son amores y por eso el peronismo fue más que un partido laborista a la europea. Fue sobre todo un movimiento social de base obrera y popular, posiblemente el más sólido de Latinoamérica. Nunca negó su origen clasista [aquí si tiene razón Sábato] y eso fue lo que produjo tanta rabia a la oligarquía. Lo que debiste decir es que al peronismo hay que comprenderlo en lugar de juzgarlo con prejuicios. […] En síntesis, Pietro, debiste decir que con sus límites y contradicciones el peronismo fue una revolución posible en la Argentina, una ruptura con el pasado colonial y el inicio de un proceso irreversible [bueno… hasta que llegó Macri] pero también impredecible [desde que llegó Macri]. De ahí, quizás, el arraigo y la vigencia del peronismo, al menos hasta que empezó a suicidarse a partir del 73, proceso que aún no ha terminado y que siempre amenaza terminar con el país.) (2000: 325/27)

Pero, a lo que no puedo unirme es a su encuentro con Videla aquel 19/mayo/1976, por el que Usted mereció el desprecio de muchos argentinos, sobre todo peronistas, no solo por lo ya citado en relación con Perón, a quien el mayor reto sobre la igualdad se lo planteó el boxeador Gatica, cuando al serle presentado le soltó sin anestesia: “General, dos potencias se saludan” y, por eso, frente a la natural prepotencia del milico (de todo milico), comenzó a forjarse un odio de esos que conviene no olvidar. Pero, también se hizo acreedor a las duras palabras de Osvaldo Bayer: “Ernesto Sábato y René Favaloro representan el sentir de la hipocresía argentina.” (4) Aunque me lacera creer eso, más me duele entender cómo un ser humano íntegro aceptó sentarse a conversar y a comer con otro que encarna lo peor de la condición humana. Bueno, errar es de bestias, podría decir Ud. de Videla, claro: y es cierto; pero errar así lo vuelve al menos incomprensible. Entonces, ¿en qué quedamos? Que es algo inaceptable en quien ha sido siempre, como el Che, acérrimo enemigo de la injusticia, cualquiera sea la forma en que ella se presente. Aunque para ser justos, recuerdo lo que decía sobre esta literatura de nuestro tiempo que no sostiene la descabellada idea de que los personajes no piensan, sino de que los hombres, en la ficción como en la realidad, no obedecen a las leyes de la lógica. Por eso, aunque no pretenda justificarlo, puedo entenderlo; pero, eso sí, no aceptarlo. Y eso que también comparto la visión de otro de sus admirados, Albert Camus, cuando pregunta en su novela La caída: “¿Cómo ser justo sin engendrar la injusticia?”

De Usted aprendí que los pesimistas no son de modo constante ni sistemático sin esperanza, sino que, fuera de optimistas bien informados, parecen dispuestos a renovar su esperanza a cada instante, aunque lo disimulen bajo su negra envoltura de amargados universales, en virtud de una suerte de pudor metafísico; como si el pesimismo, para mantenerse fuerte y siempre vigoroso, necesitase de vez en cuando un nuevo impulso producido por una nueva y brutal desilusión. Idea que una vez más coincide con otra de Saramago: “Los únicos interesados en cambiar al mundo son los pesimistas, porque los optimistas están encantados con lo que hay”. Basta mirar, aquí, al subpresidente, puesto en el poder por El Innombrable y por el software de la Fotocopiaduría, antes Registraduría, propiedad de LCSA: pero, antes por los gringos; a su MinInterior, cuestionada por sus vínculos evidentes con paramilitares pero que para la Justicia son invisibles; a su MinGuerra, porque matar con sevicia no tiene nada de Defensa, para quien “la mayoría de líderes sociales son criminales” y, lo peor, eso no genera “moción de censura”: y qué censura va a tener, diría un vallenato apologético, aun con una empresa de seguridad bajo el ministerio a su mando (5); a su admirado Maluma, que en buen portugués sería Mal de Una, hoy vendido como “Agente de cambio” y disculpen la pena ajena; todos ellos, sin reserva, encantados con lo (ruin) que hay... y optimistas de cara a la desvergüenza, a la corrupción y, cómo no, a sus propios bolsillos. Todos ellos, de cara al país, hipócritas, salvo en sus placeres: la causa de la infelicidad de los demás.

Por último, cómo no recordar lo que Usted señala al final de Abaddón: “Porque no hay una felicidad absoluta, pensaba. Apenas se nos da en fugaces y frágiles momentos; y el arte es una manera de eternizar (de querer eternizar) esos instantes de amor o de éxtasis; y porque todas nuestras esperanzas se convierten tarde o temprano en torpes realidades; porque todos somos frustrados de alguna manera, y si triunfamos en algo fracasamos en otra cosa, por ser la frustración el inevitable destino del ser que ha nacido para morir; y porque todos estamos solos o terminamos solos algún día: los amantes sin el amado, el padre sin sus hijos o los hijos sin sus padres, y el revolucionario puro ante la triste materialización de aquellos ideales que años atrás defendió con su sufrimiento en medio de atroces torturas; y porque toda la vida es un perpetuo desencuentro, y [a] alguien que encontramos en nuestro camino no lo queremos cuando él nos quiere, o lo queremos cuando él ya no nos quiere, o después de muerto, cuando nuestro amor es ya inútil; y porque nada de lo que fue vuelve a ser, y las cosas y los hombres y los niños no son lo que fueron un día, y nuestra casa de infancia ya no es más la que escondió nuestros tesoros y secretos, y el padre se muere sin habernos comunicado palabras tal vez fundamentales, y cuando lo entendemos ya no está más entre nosotros y no podemos curar sus antiguas tristezas y los viejos desencuentros; y porque el pueblo se ha transformado, y la escuela donde aprendimos a leer ya no tiene aquellas láminas que nos hacían soñar, y los circos han sido desplazados por la televisión, y no hay organitos, y la plaza de infancia es ridículamente pequeña cuando la volvemos a encontrar” (6). 

El 29/abril/2011 empecé este homenaje al querido y remoto maestro Ernesto Sábato. El escalofrío me sacudió, y ahora mucho más, cuando pensé, “¿será que, si escribo hoy sobre este Viejo, mañana se muere? Pues… ¡se murió mañana! El 30, en efecto. Hice la promesa de que, si se iba, ese día no hablaría. Estaba dispuesto a asumirla; no pude. Como no sé, por qué extraña razón, al empezar a escribir dicho texto sentí si no estaba participando al mismo tiempo de una involuntaria premonición. Pero, ¿por qué no pude permanecer en silencio aquel día 30/abril/2011? Primero, porque no esperaba su muerte. Segundo, porque aspiraba a que en efecto se cumpliera el deseo de Sábato de llegar a los cien años. Tercero, porque ese mismo día descubrí un texto del argentino Carlos Quintana (del cual le hablé a Joaquín Peña Gutiérrez, para que lo leyera… no sé si pudo, como yo no pude guardar silencio), en el que recoge lecturas y declaraciones del propio Sábato, que me dejó helado de estupefacción. ¿Por qué? Porque me mostraba la otra cara del maestro que conocía, que había leído, del que tanto aprendí: desde luego no, en este caso, por aquello de “la inclinación al Mal, que nos seduce y nos posee, muchas veces sin que ni siquiera hayamos comprendido el sufrimiento que nuestros actos pudieron haber provocado en los demás”. Y aunque desde luego no voy a abundar en detalles al respecto, ni voy a leer apartes del texto de Quintana, tampoco voy a cometer el error ni, mucho menos, a incurrir en la falta de ética en la que cayeron algunos viejos amigos de Felisberto Hernández al intentar escamotear que al final de su vida éste veía fantasmas comunistas, en cualquier recodo del Uruguay, para no echar sombras políticas sobre su memoria. En este caso, prefiero la elocuencia del silencio y que cada cual asuma la postura que con sus actos le provoque Sábato, no tanto por lo que oiga sobre él o le digan de él o lea de Carlos Quintana en El intelectual del oscurantismo. (7)

Notas:

(2) Giardinelli, Mempo. Santo oficio de la memoria. Planeta, Bs. Aires, 2000, 520 pp.: 331.
(6) Sábato, Ernesto. Narrativa completa, Seix Barral, Barcelona, 1982, 1.191 pp.: 1156-1157.

Bogotá, 24 junio 2011 – 21 junio 2019

*Luis Carlos Muñoz Sarmiento (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine y de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo, traductor y, por encima de todo, lector. Colaborador de El Magazín de EE, desde 2012. Corresponsal de la revista Matérika, Costa Rica. Su libro Ocho minutos y otros cuentos, Colección 50 libros de Cuento Colombiano Contemporáneo, fue lanzado en la XXX FILBO (Pijao Eds., 2017). Mención de Honor por su trabajo Martin Luther King: Todo cambio personal/interior hace progresar al mundo, en el XV Premio Int. de Ensayo Pensar a Contracorriente, La Habana, Cuba (2018). Invitado por UFES, Vitória, Brasil, al I Congreso Int. Literatura y Revolución – Los espectros de Marx y el realismo estético (6-7/dic/2018). Autor, traductor y coautor, con Luis Eustáquio Soares, en portal Rebelión. Desde el 23/mar/2018, columnista de EE.