Los colimbas que fueron a la Plaza a luchar por Perón

Por Claudio Savoia
para diario Clarín
Publicado el 16 de junio de 2006

"Lo primero que vi fue a un tipo al que le habían volado los genitales y pedía que lo mataran". "Una cupé Ford en llamas, dos troles incendiados y un tiroteo infernal en la Plaza Colón." "Sobre la calle Huergo, una ametralladora antiaérea tirándole con todo a los aviones, y uno al que le dieron y cayó en el río." "Veinte camiones de cerveza Quilmes, de los que bajaban hombres enardecidos que gritaban "la vida por Perón". Las imágenes, intactas, vuelven a agitar las pupilas de sus dueños, un puñado de abuelos simpáticos que hace cincuenta años hacían la colimba en el Regimiento Motorizado de Buenos Aires, un cuerpo militar que dependía del presidente Perón y que fue el primero en llegar a la Plaza de Mayo para defender a su gobierno.

Raúl Moreno, Domingo Mastroianni, Luis Conzani, Juan Marciafava, Jacinto Berardi, José Riva y Alfredo Vila todavía se siguen viendo, espoleados por quien entonces era su jefe y hoy su amigo, el ex sargento Alberto Rábanos. Entre ellos hay mecánicos, comerciantes, directores de televisión, buscavidas y prósperos empresarios; hay peronistas irredentos y conservadores de paladar negro que podrían recitar el gabinete de Agustín Justo con la fluidez con que un cura reza el rosario. Aquel lluvioso y helado 16 de junio los soldados tenían 20 años, el sargento 26. Y todos recuerdan la misma secuencia: la cola para ir a almorzar, las campanadas que empezaron a doblar frenéticas, la orden de ponerse el uniforme de combate, los camiones que arrancaron sin que nadie supiera hacia dónde o para qué.

"Llegamos a la Aduana a eso de las 13:10, y estaban cayendo las primeras bombas. En un rato vi cualquier cantidad de muertos", revive Rábanos. "A eso de las cuatro en el ministerio de Marina sacaron una bandera blanca, pero cuando vieron que había obreros con palos empezaron a tirar de vuelta: tenían pánico de ser linchados. Después se volvieron a rendir. Y a eso de las siete escuchamos un tiro: se había suicidado el contralmirante Benjamín Gargiulo. Yo lo vi, tirado en su despacho con el revólver en la mano derecha y un rosario con la foto de sus hijos en la izquierda."

Raúl Moreno recuerda el silbar de los tiros: "¡Nos salvaron los palos borrachos de la plazoleta!" Los disparos también llegaban desde el ministerio de Asuntos Técnicos, que funcionaba en el edificio de 25 de Mayo y Rivadavia en el que hoy está la SIDE. José "Gugui" Riva no lo olvidará: "Cuando estaba por entrar a la Casa Rosada me cerraron la puerta. Bajo los tiros corrí por Balcarce, me metí en un zaguán que estaba lleno de gente y con la bayoneta rompí todas las luces para que los pilotos de los aviones no nos vieran, mirá que estupidez. ¡Y la gente me aplaudía!" 

Al caer la tarde la revuelta había fracasado. "Entramos a Marina pateando puertas y tirando ráfagas de ametralladora", recuerda Alfredo Vila. Junto a sus compañeros esa noche vio vibrar como espectros las llamas que incendiaban la Curia y mordisqueó los sandwiches que les llevaban los vecinos peronistas. Gugui Riva menea la cabeza: "Nuestros recuerdos deberían servir para que jamás vuelva a derramarse sangre argentina a manos de otros argentinos. Si no, no tienen sentido". Tienen, Alfredo. Tienen.