El regreso del General Perón

Por Agenda de Reflexión

20 de junio de 1973, el acto original paradigmático de una década

El definitivo regreso del General Perón a la Argentina el 20 de junio de 1973 dio origen a un acontecimiento que por su magnitud, trascendencia, resultado y derivaciones posteriores, lo proyecta como uno de los hechos más significativos de “la década del 70”. Más aún, ese acto sellará el paradigma del futuro nacional, a modo de una fotografía de cómo se desenvolvería la historia durante los siguientes diez años.



Desde el día anterior al previsto para el Retorno, la movilización popular programada comenzó a trasladarse al lugar elegido para la recepción, acampando en las proximidades del palco montado para la ocasión. Desde el interior del país, esta movilización comenzó varios días antes, confluyendo a través de varios miles de micros y cientos de frecuencias especiales de convoyes ferroviarios que arribaron a las terminales de Retiro, Constitución y Federico Lacroze. Así, infinidad de caravanas fueron arribando a partir del atardecer del día anterior desde distintos lugares del país, alcanzando su mayor afluencia en las primeras horas del 20 de junio. La zona seleccionada estaba comprendida por el cruce de la Autopista Gral. Riccheri y la Ruta Provincial 205, habiéndose ubicado el palco oficial sobre el puente del citado cruce.

Los contingentes demostraban, a pesar de las horas pasadas para algunos y de los días para otros en el viaje, una gran algarabía a lo largo del trayecto, con cantos de estribillos y canciones acompañadas por bocinas, bombos y cornetas, desplegando banderas y carteles. Desde la General Paz y sobre todo después del Puente 12, avanzaban sobre la Autopista Riccheri verdaderos “ríos humanos” portando enormes estandartes. A medida que se avanzaba hacia el palco, la marcha se hacía cada vez más lenta, pudiéndose apreciar una masa humana compacta en las inmediaciones del puente sobre el Río Matanza, en las cercanías de Ciudad Evita.

Más de tres millones de personas, la mayor concentración humana que se había visto hasta entonces en toda la historia argentina, querían participar de la fiesta.

Pero la fiesta no pudo ser. Ya desde la madrugada se habían sucedido incidentes violentos, incluso armados, si bien menores. Según la lógica de la época, muchos creían que la concentración de Ezeiza desequilibraría, ante los ojos de Perón, la pugna que los enfrentaba. Cuando el General observara la capacidad de movilización de “la Jotapé”, que había forzado al régimen castrense a conceder elecciones, se pronunciaría en su favor y le haría un lugar a su lado en la conducción. Por su parte, los sectores antagónicos a las “formaciones especiales” participaban de la misma lógica y sacaban conclusiones equivalentes y encontradas. Lo cierto es que cuando intentó ingresar por la parte de atrás del palco la columna Sur de la Jotapé se produjo un terrible tiroteo entre ésta y los custodios del palco, causando gran cantidad de muertos y heridos. Fue un verdadero combate, con una organización detallada y un visible despliegue de armamentos poderosos, frente a una multitud que, sin entender lo que ocurría, pugnaba atónita para ponerse a resguardo del caos.

Debido a esto, y siguiendo los sabios consejos del vicepresidente Vicente Solano Lima desde el lugar de los incidentes al presidente Héctor Cámpora a bordo del avión con Perón, éste se vio obligado a aterrizar en el aeropuerto militar de Morón.

Así, a través de posiciones extremas e intolerantes, unos pocos lograron frustrar el sueño de todos, y evitaron alcanzar ese maravilloso contacto profético que Perón siempre tuvo con su pueblo reunido.

Durante los siguientes diez años, como decíamos, esa foto paradigmática de la realidad (incluyendo el tiroteo entre los intolerantes, la ausencia física de Perón, la triste atonía popular y el país sumergido en el caos) iba a presidir la escena política argentina.

Desde Morón por radio y televisión Perón anunciaría un mensaje para el día siguiente diciendo: “No sé por qué, pero por cierto destino he llegado hoy a Buenos Aires después de dieciocho años de extrañamiento con la intención de dar un simbólico abrazo desde lo más profundo de mi corazón al pueblo argentino, y un sinnúmero de circunstancias me lo han impedido. (…) Hoy 20 de junio es el día más corto del año. Hemos hecho el viaje normalmente, pero hemos llegado un poco tarde…”.

Tres millones de argentinos regresaron entonces –regresamos- caminando cabizbajos, confundidos y dolidos por la Autopista Riccheri con una terrible espina clavada en el corazón.

Al día siguiente, 21 de junio de 1973, por la Cadena nacional desde la Quinta de Olivos, el Teniente General Juan Domingo Perón emitió el siguiente mensaje, el cual podría servir, o mejor debería servir hoy de inspiración fundacional para los próximos diez años:

Deseo comenzar estas palabras con un sa­ludo muy afectuoso al pueblo argentino. Llego del otro extremo del mundo con el corazón abierto a una sensibilidad patriótica que sólo la larga ausencia y la distancia pueden avivar hasta su punto más alto. Por eso, al hablar a los ar­gentinos lo hago con el alma a flor de labio y deseo que me escuchen también con el mismo estado de ánimo.

Llego casi desencarnado. Nada puede per­turbar mi espíritu porque retorno sin rencores ni pasiones, como no sea la pasión que animó toda mi vida: servir lealmente a la patria. (…). La situación del país es de tal gravedad que nadie puede pensar en una reconstrucción en la ­que no debe participar y colaborar. Este proble­ma, como ya lo he dicho muchas veces, o lo arreglamos entre todos los argentinos o no lo arregla nadie. Por eso, deseo hacer un llamado a todos, al fin y al cabo hermanos, para que comencemos a ponernos de acuerdo. (…).

Tenemos una revolución que realizar, pero para que ella sea válida ha de ser de construcción pacífica y sin que cueste la vida de un solo argentino. No estamos en condiciones de seguir destruyendo frente a un destino preñado de acechanzas y peligros. Es preciso volver a lo que en su hora fue el apotegma de nuestra creación: “de casa al trabajo y del trabajo a casa”. Sólo el trabajo podrá redimirnos de los desatinos pasados.

Ordenemos primero nuestras cabezas y nuestros espíritus. Reorganicemos al país y dentro de él al Estado que preconcebidamente se ha pretendido destruir y que debemos aspirar a que sea lo mejor que tengamos para corresponder a un pueblo que ha demostrado ser maravilloso. Para ello elijamos los mejores hombres, provengan de donde provinieren, acopiemos la mayor cantidad de materia gris, todo juzgado por sus genuinos valores en plenitud y no por subalternos intereses políticos, influencias personales o bastardas concupiscencias.

Cada argentino ha de recibir una misión en este esfuerzo de conjunto. Esa misión será sagrada para cada uno, y su importancia estará más que nada en su cumplimiento. En situaciones como la que vivimos, todo puede tener influencia decisiva, y así como los cargos honran al ciudadano, éste también debe ennoblecer los cargos.

Si en las Fuerzas Armadas de la República cada ciudadano, de general a soldado, está dispuesto a morir tanto en defensa de la soberanía nacional como del orden constitucional establecido, tarde o temprano han de integrarse al pueblo, que ha de esperarlas con los brazos abiertos, como se espera a un hermano que retorna al hogar solidario de los argentinos.

Necesitarnos una paz constructiva sin la cual podemos sucumbir como nación. Que cada argentino sepa defender esa paz salvadora por todos los medios, y si alguno pretendiera alterarla con cualquier pretexto, que se le opongan millones de pechos y se alcen millones de brazos para sustentarla con los medios que sean. Sólo así podremos cumplir nuestro destino.
Hay que volver al orden legal y constitucional como única garantía de libertad y justicia. En la función pública no ha de haber cotos cerrados de ninguna clase y el que acepte la responsabilidad ha de exigir la autoridad que necesita para defenderla dignamente. Cuando el deber está de por medio, los hombres no cuentan sino en la medida en que sirvan mejor a ese deber. La responsabilidad no puede ser patrimonio de los amanuenses.

Cada argentino, piense como piense y sienta como sienta, tiene el inalienable derecho a vivir en seguridad y pacíficamente. El gobierno tiene la insoslayable obligación de asegurarlo. Quien altere este principio de la convivencia, sea de un lado o de otro, será el enemigo común que debemos combatir sin tregua, porque no ha de poderse hacer nada en la anarquía que la debilidad provoca, o en la lucha que la intolerancia desata.

Conozco perfectamente lo que está ocurriendo el país. Los que crean lo contrario se equivocan. Estamos viviendo las consecuencias de una postguerra civil que, aunque desarrollada embozadamente, no por eso ha dejado de existir. A ello se le suma las perversas intenciones de los factores ocultos que, desde la sombra, trabajan sin cesar tras designios no por inconfesables menos reales. Nadie puede pretender que todo esto cese de la noche a la mañana, pero todos tenemos el deber ineludible de enfrentar activamente a esos enemigos, si no queremos perecer en el infortunio de nuestra desaprensión o incapacidad culposa. (…).

Es preciso llegar así, y cuanto antes, a una sola clase de argentinos: los que luchan por la salvación de la patria, gravemente comprometida en su destino por los enemigos de afuera y de adentro. Los peronistas tenemos que retornar a la conducción de nuestro movimiento. Ponerlo en marcha y neutralizar a los que pretenden deformarlo desde abajo o desde arriba. Nosotros somos justicialistas. Levantamos una bandera tan distante de uno como de otro de los im­perialismos dominantes. No creo que haya un argentino que no sepa lo que ello significa. No hay nuevos rótulos que califiquen a nuestra doc­trina ni a nuestra ideología: Somos lo que las Veinte Verdades Peronistas dicen. No es gritando la vida por Perón que se hace patria, sino manteniendo el credo por el cual luchamos.

Los viejos peronistas lo sabemos. Tampoco lo ignoran nuestros muchachos que levantan nuestras banderas revolucionarias. Los que pretextan lo inconfesable, aunque cubran sus falsos designios con gritos engañosos, o se empeñen en peleas descabelladas, no pueden engañar a nadie. (…). Nadie puede ya escapar a la tremenda experiencia que los años y el dolor y los sacrificios han grabado a fuego en nuestras almas y para siempre.

Tenemos un país que a pesar de todo no han podido destruir, rico en hombres y rico en bienes. Vamos a ordenar el Estado y todo lo que de él dependa que pueda haber sufrido depreciaciones y olvidos. Esa será la principal tarea de mi gobierno. El resto lo hará el pueblo argentino, que en los años que corren ha demostrado una madurez y una capacidad superior a toda ponderación. En el final de este camino está la Argentina potencia, plena de prosperidad, con habitantes que puedan gozar del más alto “standard” de vida, que la tenemos en germen y que sólo debemos realizarla. Yo quiero ofrecer mis últimos años de vida en un logro que es toda mi ambición; sólo necesito que los argentinos lo crean y me ayuden a cumplirla.

La inoperancia, en los momentos que tenemos que vivir, es un crimen de lesa patria. Los que estamos en el país tenemos el deber de producir, por lo menos, lo que consumimos. Esta no es hora de vagos ni de inoperantes. Los científicos, los técnicos, los artesanos y los obreros que estén fuera del país deben retornar a él a fin de ayudarnos en la reconstrucción que estamos planificando y que hemos de poner en ejecución en el menor plazo.

Finalmente, deseo exhortar a todos mis compañeros peronistas para que, obrando con la mayor grandeza, echen a la espalda los malos recuerdos y se dediquen a pensar en el futuro y en la grandeza de la patria, que bien puede estar desde ahora en nuestras propias manos y en nuestro propio esfuerzo.

A los que fueron nuestros adversarios, que acepten la soberanía del pueblo, que es la verdadera soberanía cuando se quiere alejar el fantasma de los vasallajes foráneos, siempre más indignos y costosos.

A los enemigos, embozados, encubiertos o disimulados, les aconsejo que cesen en sus intentos, porque cuando los pueblos agotan su paciencia suelen hacer tronar el escarmiento.
Dios nos ayude, si somos capaces de ayudar a Dios. La oportunidad suele pasar muy ligero. ¡Guay de los que carecen de sensibilidad e imaginación para percibirla!

20 de junio de 1820: “Ay, patria mía…”

“Ay, patria mía…” fue la expresión de Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano y González, o como él firmaba siempre Manuel Belgrano, al expirar a las 7 de la mañana de aquel 20 de junio de 1820. Y mientras así dejaba la tierra, por singular coincidencia, en el país hacía su entrada ese mismo día la fatídica anarquía. El torbellino político absorbía la atención de la ciudad, y los hombres ignoraron, en “el día de los tres gobernadores”, que se había extinguido el más puro de los hombres de Mayo: de los ocho periódicos que ya existían en su época, sólo uno dio la noticia de su muerte, “El despertador teofilantrópico” de fray Francisco Castañeda.

Difíciles tiempos fueron aquellos sin duda. También lo son los de ahora. Cambiaron las circunstancias y los protagonistas; pero lo cierto es que la patria, hoy igual que ayer, reclama a todos sus hijos coraje para enfrentar con singular fortaleza la fenomenal crisis y la anarquía que, como en 1820, a todos afecta.

Nacido en buena posición familiar, culto, refinado, sociable, inteligente, abogado entendido en política y economía que aprendió en las Universidades de Salamanca, Madrid y Valladolid. Que pudo hacerse de una posición social y económica sólida como su padre. Sin embargo, vistió uniforme de soldado sin serlo y basó toda su vida en la filosofía de la pobreza de san Francisco. No fue monje como el santo de Asís, y sin embargo pidió ser enterrado amortajado por un puñado de parientes y de amigos con el hábito de los dominicos, a la entrada de la Iglesia de Santo Domingo, sin pompa ni boato, tal como vivió. Cuenta un amigo que en vida “siempre se hallaba en la mayor escasez, así es que muchas veces me mandó pedir 100 o 200 pesos para poder comer. A veces dormía en el suelo si hacía falta. ¡Lo he visto tres o cuatro veces en diferentes épocas con las botas viejas remendadas!”. (En el Monumento a la Bandera de Rosario, una estatua del prócer sentado lo muestra vestido de civil, pero con esas mismas viejas botas militares remendadas).

Si nos quejamos que nuestros hijos no encuentran “referentes dignos de ser imitados” para que sus almas vuelvan a encontrar el maravilloso sentimiento del patriotismo, sepamos mostrar en el General Belgrano, contemporáneo de una “capa dirigente” desquiciada como la nuestra, a un arquetipo de nuestra gloriosa nacionalidad.

Hoy como ayer, los dirigentes se roban hasta los dientes…

(Investigación periodística de Cristina Teruel ). Si la muerte de Belgrano estuvo rodeada del más imperdonable olvido de la sociedad, tan solo rodeado de pocos pero fieles amigos, lo que sucedió ochenta años después en la exhumación de sus restos para colocarlos en el Mausoleo que hoy se erige en la Iglesia de Santo Domingo, estuvo rodeado de actitudes ignominiosas. ¡Que sino glorioso y trágico el de Manuel Belgrano!

La tarde del 4 de septiembre de 1902 en la opulenta Buenos Aires de entonces había mucho ajetreo en el atrio de la Iglesia de Santo Domingo. Estaba listo el Mausoleo construido por suscripción popular, destinado a guardar definitivamente los restos de Manuel Belgrano, que en primera instancia fuera sepultado en el atrio de esa misma Iglesia. La exhumación de los restos estuvo rodeada de uno de los tantos escándalos a que nos tienen acostumbrados nuestros dirigentes y funcionarios… habidos y por haber.

No queremos detallar las peripecias de la exhumación porque no dejaría de ser un poco escabrosa para algunas almas sensibles, aunque confesamos que leer los detalles nos conmueve por quién fue Belgrano. Relataremos la anécdota específica que hace que dicha exhumación pasara por lo ridículo, y tal vez por lo “cholulo”. Pero sobre todo por la actitud vergonzante de los intervinientes, que no hace otra cosa que convertir a quienes lo protagonizaron en ¡dignos precursores de la capa dirigente actual!

El diario La Nación publicó el hecho de la exhumación y finalizaba el artículo con esta frase: “Se han encontrado en relativo buen estado algunos dientes…”. Esta frase desataría un escándalo inmediato. Por su parte, el diario La Prensa transcribe el mismo día la noticia de tal forma que provoca alarma en la población: “…así se denuncia que dos piezas dentales fueron ‘repartidas’ entre el Ministro del Interior y el Ministro de Guerra”. Citamos la última
frase de La Prensa, que no deja de sonar algo irónica por ser justamente competidor de La Nación: “¡Que devuelvan esos dientes al patriota que menos comió en su gloriosa vida con
los dineros de la nación!”.

Pero, ¿qué había sucedido? El 6 de septiembre en La Prensa se publicó una carta del Prior del Convento de Santo Domingo bajo el título: “Las razones del despojo”. En la carta el Prior explica que el Ministro del Interior Dr. Joaquín V. González se “llevó un diente” del creador de la bandera para mostrárselo a varios amigos, pero que luego lo devolvió al Convento de Santo Domingo. En cuanto al otro diente del prócer, en otra carta a La Prensa firmada por fray Modesto Becco, éste informó que el Ministro de Guerra se lo había llevado para mostrárselo al General Bartolomé Mitre (dueño del diario La Nación y escritor de una biografía de Belgrano).Y aseguraba que el diente ya había sido restituido al conjunto de los restos mortales de nuestro héroe.

Como se ve, una capa dirigente frívola y cholula no es exclusiva de nuestra época. La sufrieron también espíritus superiores como el General Belgrano a comienzos del siglo XIX, como asimismo “el granero del mundo”, la séptima potencia mundial del nacimiento del siglo XX. Hoy como ayer, en medio de la misma anarquía, podemos repetir con el prócer “ay, patria mía…”.

La historia no deja de ser patéticamente ridícula… pero lo malo del caso de los dientes de Belgrano es que sucedió, es un hecho histórico que quedó documentado en los dos periódicos más importantes, y los protagonistas no lo negaron. Y pensamos que a no ser por escándalo que produjo la noticia hoy el Mausoleo tendría… dos dientes menos.

¿Y qué escándalo habrá que publicar hoy para que devuelvan las manos de Perón?


(Monumento ecuestre en memoria del General Manuel Belgrano ubicado en la Plaza de Mayo de la Ciudad de Buenos Aires. Aparece serio, desde la vereda de enfrente, con la vista siempre fija en nuestros gobernantes de la Casa Rosada)

Canción a la Bandera

Un águila guerrera levanta vuelo en el Colón

Alta en el cielo un águila guerrera,
audaz se eleva en vuelo triunfal,
azul un ala del color del cielo,
azul un ala del color del mar.
Así en la alta aurora irradial,
punta de flecha el áureo rostro imita
y forma estela al purpurado cuello,
el ala es paño, el águila es bandera.
Es la bandera de la patria mía
del sol nacida que me ha dado Dios;
es la bandera de la patria mía,
del sol nacida, que me ha dado Dios.

Aurora es, tal vez, la más conocida y entonada de las canciones dedicadas a la Bandera. Sin embargo pocos son los que saben el verdadero origen de estos versos.

En 1908, el gobierno nacional encargó una ópera dedicada a exaltar los valores patrios de una joven y pujante nación. La responsabilidad de crear la partitura recayó sobre el músico ítalo-argentino Héctor Panizza, quien basó el argumento sobre un libreto creado en colaboración por Héctor Cipriano Quesada y Luigi Illica. Este último, creador de los libretos de óperas tales como Tosca, Madame Butterfly, La Bohème, Manon Lescaut y Andrea Chenier, entre otras.

De este encargo nació Aurora, una ópera de estilo italiano estrenada el 5 de septiembre de 1908, el mismo año en que se inauguró el actual edificio del Teatro Colón. Como era costumbre en aquellos años, el libreto de la “ópera nacional” estaba íntegramente escrito en italiano. Los hechos transcurren en Córdoba durante las guerras de la Independencia y narra la historia de un patriota de nombre Mariano que se enamora de Aurora, la hija de un jefe del ejército realista. Siguiendo una tradición de larga data en el mundo operístico, la pieza tomó el nombre de su protagonista femenino.

La noche del estreno el público quedó tan bien impresionado con “La canción a la Bandera” que obligó al tenor Amadeo Bassi a repetir el aria, un hecho pocas veces repetido en los noventa años de vida del Primer Coliseo argentino. Aurora se convirtió rápidamente en la más popular de las óperas argentinas. Sin embargo, el hecho de que estuviera en italiano inhibía la posibilidad de que “La canción a la Bandera” fuera conocida por un público masivo. Así fue que en 1945 Josué Quesada se encargó de transcribir al castellano lo que su padre había hecho en la lengua del Dante. Junto con Angel Petitta, tradujeron el libreto y dejaron inmortalizados los versos que todos conocemos.

Esta versión remozada de la ópera se estrenó en la función oficial de gala del 9 de julio de 1945, con la presencia del presidente Farrell y del coronel Perón. Tal y como sucedió en el estreno de la versión italiana, el público ovacionó el aria dedicada al pabellón nacional. Fue en ese mismo año que por Decreto del Poder Ejecutivo, fue incluida dentro del conjunto de canciones patrias. Y a partir de ese momento “La canción a la Bandera”, o simplemente “Aurora”, es entonada en actos oficiales y escolares al izar y arriar la enseña patria, y se convirtió así en la compañía musical de uno de nuestros símbolos nacionales.

En 1999 el brillante tenor rosarino Darío Volonté volvió a conmover al público del Colón hasta conseguir el “bis” del aria tan famosa. Significativamente, Volonté es un sobreviviente del hundimiento del Crucero ARA General Belgrano en las frías aguas del Atlántico Sur, durante la guerra de Malvinas.