Los Mitre

Por Aurelio Argañaraz
publicado el 26 de setiembre de 2013

La reciente reivindicación, por parte de “La Nación”, de la mal llamada “Revolución Libertadora” es un motivo para hacer la recapitulación de la trayectoria de una familia, cuyos privilegios de casta quedaron fijados por una vieja expresión de raigambre criolla: “hijo´e Mitre”. Mientras la posesión de riqueza fue personificada por el apellido Anchorena, la condición de intocable señaló al clan del  General Mitre, máxima figura de la burguesía comercial que, asociada al capital inglés y el núcleo terrateniente del litoral pampeano, tiranizaría al país en el ciclo iniciado con la batalla de Pavón y la capitulación de Urquiza. En nuestros días, con el multimedio Clarín transformado en blanco de la militancia popular –lo que sería justo si se toma el caso como prueba particular de la perversión  de un sistema– ocurre a menudo que logra difuminarse la presencia de un diario siempre dirigido por Bartolomé Mitre, ya que la estirpe subraya simbólicamente, reeditando el nombre que la llevó a las cimas de la argentina oligárquica, la voluntad de perpetuación de una clase social que domina  al país desde hace ya doscientos años y se caracteriza por ser el único actor de la historia nacional con plena conciencia de sus intereses globales (1).

Esa clase construyó su dominio a sangre y fuego, diezmando a sus contradictores, en el país criollo de las guerras civiles del siglo XIX y lo consolidó creando una corriente historiográfica y una cultura satélite, destinadas a justificar su relación subordinada con el Imperio Británico y con Europa, en la condición agroexportadora que le reservaban los centros del poder mundial.


 Y nadie, como Mitre, el fundador de “La Nación”, sintetizó mejor ese destino, que nos ató al carro de la pérfida Albión. En tanto genocida –es lamentable que lo ignoren o subestimen su importancia los organismos y las figuras que nos honraron con las batallas por los Derechos Humanos– el General Mitre es el Videla del siglo XIX; cosa que sufrieron las provincias del interior (2) y con ensañamiento feroz el Paraguay hermano, en la devastadora guerra de la Triple Alianza, al cabo de la cual sólo habían sobrevivido mujeres y niños. Al mismo tiempo, superaba a Videla, sin duda, en la capacidad para distorsionar el sentido de sus actos y la condición misma de sus enemigos políticos, como lo prueba al instruir a su colaborador Sarmiento (en ese momento su Director de Guerra, en la lucha contra la Rioja) con clarísima precisión: “…no quiero dar a ninguna operación sobre La Rioja el carácter de guerra civil. Mi idea se resume en dos palabras: quiero hacer en La Rioja una guerra de policía. La Rioja es una cueva de ladrones, que amenaza a los vecinos y donde no hay gobierno que haga ni la policía de la provincia. Declarando ladrones a los montoneros, sin hacerles el honor de considerarlos como partidarios políticos, ni elevar sus depredaciones al rango de reacción, lo que hay que hacer es muy sencillo…(2)” ¿No está anticipada allí, en esa carta, la línea editorial que ha distinguido desde su fundación al diario oligárquico, esa “tribuna de doctrina” pomposa, hueca y rancia? ¿No podría preverse, si lo ignoráramos, qué actitud tomaría el pasquín mitrista al rememorar la tragedia (para el país, no para ellos) del golpe del 55, 150 años más tarde?

En el 80 roquista (3), con asombrosa precocidad antiperonista, los mitristas inauguraron el estigma de “descamisados”, para subrayar la pobreza de los soldados provincianos que les arrancaron, con  la conducción de Roca, la posesión del Puerto y la Aduana porteños, federalizando al fin la ciudad rebelde, ajena al propósito de la unidad nacional latinoamericana y aun a la conformación de un estado moderno y territorialmente integrado (4). Con el Chacho “ladrones”, “descamisados” en el 80, “chusma” radical al atreverse a pelear por el sufragio libre, “aluvión zoológico” encandilado por un “tirano” en 1945, ése será el pueblo argentino para la familia Mitre, sin excepciones. Lejano a su culto por las “instituciones inglesas” (¡quien pudiera tener una Cámara de los Lores, elevando a las cimas las fiestas anuales de la Sociedad Rural!); en las antípodas, por bárbaro, de su gusto por “lo francés”, visualizado como modelo de parasitismo y “buen gusto”, caprichosamente despojado de los extravíos plebeyos afectos a la guillotina y otras prácticas sacrílegas. Sin la menor duda, ésa no era la Francia amada. El ideal de la casta cuyo paladín ha sido (aún lo es, sin el brillo dorado de los tiempos del Centenario) el diario mitrista, es más bien esa nobleza parisina que retrató Balzac, decadente, vacía, entretenida en la pompa, la intriga y el despilfarro y separada por un abismo del trabajo y la producción, a menos que se trate de asegurar sus rentas. A la “aristocracia criolla”, con su genealogía de cuento, se la ve desfilar en los avisos fúnebres (toda familia tradicional digna del nombre avisa en “La Nación”) y las notas sociales, que son una buena fuente de información, para curiosos: vemos allí despedir a próceres que se destacaron sólo como amantes del turf o a señoras “gordas” (Landrú) que gastaron su vida en “recibir cortésmente a relaciones y amigos y en diversas obras de caridad pública”, presentados como modelos de una existencia ejemplar. Sin que falten, naturalmente, nombres más conspicuos de la misma clase, como el muy conocido de Martínez de Hoz o el Bartolomé Mitre que oportunamente festejó, con Videla y la plana mayor de “Clarín”, sus socios, la fraudulenta apropiación de Papel Prensa; patriótico suceso nacido para respaldar la gran empresa que llevan a cabo esas “tribunas de doctrina” que, con un olímpico olvido de los servicios prestados por ese perro fiel, cuando daban cuenta de la muerte del represor, optaron por titular   en sus primeras planas  “Murió Videla, el dictador sangriento”.    

Notas:

(1) La burguesía industrial es inhábil para crear una visión del país acorde a sus intereses generales; las clases medias, como es habitual, oscilan y orbitan entre las opciones planteadas por las fuerzas sociales más consistentes; la clase obrera, por su parte, sólo ha logrado, hasta el momento, ser un factor de poder en la defensa global del interés nacional y la “columna vertebral” del movimiento nacional, sin elevarse a su potencial capacidad de liderazgo del bloque mayoritario de los sectores que padecen (objetivamente) la opresión imperialista y el parasitismo oligárquico.  
(2) Que los adversarios porteños de esa política no se salvaron de esa represión, lo dice Sarmiento, con impudicia, en una carta a Domingo de Oro, su amigo: “Nuestra base de operaciones ha sido la audacia y el terror, que empleados hábilmente, han dado este resultado admirable e inesperado… (se refiere a un triunfo electoral fraudulento, en las elecciones porteñas de 1857)…algunas bandas de soldados armados recorrían de noche las calles de la ciudad, acuchillando y persiguiendo a los mazorqueros…en fin, fue tal el terror que sembramos en esta gente, con estos y otros medios, que el día 29 triunfamos sin oposición”. La carta, interceptada por Urquiza, se publicó en Paraná.
(3) Una reflexión sobre el roquismo excede totalmente los límites de la nota. Por lo tanto, sólo cabe decir que juzgar a la generación del 80 y a Roca, por su final integración a los cuadros oligárquicos, es tan desacertado como creer que el peronismo puede ser apreciado por la obra del menemismo, sin ver que se trata de una negación del primero, parida por un proceso degenerativo complejo.  
(4) Es conocida la frase sarmientina: “el mal que aqueja a la República Argentina es la extensión”, lo que no implica que se reitere inadvertidamente este despropósito con cierta versión  –es llamativo el hecho de que sus autores “omitan” a Mitre en su crítica– hoy difundida que, con el propósito de reivindicar a los pueblos originarios y lamentar su tragedia, parece ignorar que si la “Conquista del Desierto” no se consumaba, no gobernarían el suelo patagónico los pueblos nativos. Otros países tendrían la posesión de la Patagonia argentina; en el mejor de los casos sería chilena, pero más probablemente un dominio inglés o francés, como lo prueban datos históricos inocultables. Valga, como ejemplo, que la misión anglicana y los pobladores originarios de Tierra del Fuego hablaron inglés hasta 1884 y se relacionaban comercial y culturalmente con la población inglesa de las Islas Malvinas; situación que se modificó en el año citado, con la llegada a isla de una misión argentina, enviada por el primer gobierno del General Roca.