A propósito de Victoria Baratta y la “desmitificación” del rol británico en la Guerra de la Triple Alianza

Por Esteban Chiaradía y Franco Lucietto
para Agencia Paco Urondo
publicado el 19 de marzo de 2019


 La profesionalización de la labor del historiador lleva muchas veces a la tentación de sentirse un descollante “refutador de leyendas”, encontrando “teorías conspirativas” sobre temas que más bien pueden ser interpretados como puertas entreabiertas a nuevas indagaciones. Pero muchas veces la novedad desmitificadora suele ser añeja, y de efectividad tan deslumbrante y efímera como la aurora boreal. Tal es el caso de la negación de la implicancia británica en la Guerra de la Triple Alianza contra Paraguay (1864-1870), que tuvo un nuevo intento en una nota de Victoria Baratta por Perfil en la edición del 23 de febrero del corriente (Ver al píe de la presente).

En dicha nota, a la “versión conspirativa” de la guerra en la pluma del revisionismo se contrapuso la producción académica reciente ligada a los documentos. Sin embargo, el “revisionismo” (término amplio para un diverso arco de historiadores que tienen en común interpretaciones heterodoxas de la versión oficial de la historia) significó un salto cualitativo en la producción historiográfica, rompiendo con los abúlicos textos de exaltación heroica, detalles castrenses y pormenores diplomáticos propios de la historiografía liberal de la primera mitad del siglo XX. Algunos de estos “revisionistas” realizaron una primera aproximación a los elementos de las formaciones socio-económicas de las naciones beligerantes y a la integración regional en un mercado mundial en momentos de una globalización capitalista planetaria, destacándose la obra de León Pomer. Ya no la explicación patológica del “tirano loco”; se proponen líneas interpretativas para que futuros historiadores puedan profundizar. 

Sin embargo, dictadura mediante, la profesionalización de la disciplina condujo a descartar todo aquello que olía a revisionismo. La “nueva” historiografía a la que hace mención Baratta padece de ese resentimiento atávico. Hay mucho manejo de documentos, pero el análisis crítico está teñido por la subjetividad propia del investigador. Los documentos económicos y diplomáticos pueden decirnos mucho en el marco de su mundo, pero no son los únicos elementos de la realidad. Si consideramos el “libre mercado” como un funcionamiento natural, tan natural como respirar, nuestra evaluación de las fuentes dirá ciertas cosas. Si nos ubicamos en otra concepción de la economía, lo que señalan dichas fuentes ya no es tan contundente.

Pasando a los planteos de la nota de la colega Baratta, se señala en la misma que Paraguay recurrió a técnicos y maquinarias británicos para su proyecto de modernización, haciendo énfasis en los sistémicos inconvenientes técnicos y la insignificante escala, destacando que el personal y la tecnología resultaron inadecuados. También se indica que Paraguay fortaleció su producción algodonera para vender a Inglaterra, pero que ésta se proveyó mayormente con algodón egipcio. Finalmente, se destaca que al iniciarse la guerra Gran Bretaña tenía rotas sus relaciones diplomáticas con Brasil. Con todo esto, y recostándose en un núcleo de autores (al que hay que sumar a Francisco Doratioto, no mencionado pero aludidos sus planteos), Baratta presenta una serie de supuestos que demostrarían la “inocencia” británica, clamando por no buscar un “chivo expiatorio” (clamor semejante al del historiador británico Leslie Bethell). 

No se aclara en la nota aludida que el gobierno paraguayo adquirió maquinarias y contrató particulares británicos (y también de otras nacionalidades, con formación técnica y humanística) sin generar deuda externa, financiado todo esto a través de recursos genuinos producto de la administración inteligente del comercio exterior.  Esto contrasta con otros países de la región, cuyos proyectos de modernización fueron la mayoría de las veces impulsados y dirigidos por empresas extranjeras que hipotecaron el futuro de estas jóvenes repúblicas. Por otra parte, ¿dónde conseguir la mejor tecnología de la época? ¿En la Etiopía de Teodoro II? Comprarles a los ingleses no prueba nada del asunto en cuestión, más allá de ser un artificio discursivo de baja estofa. 

Pareciera ser que la exportación de productos de origen agrícola, como forma de generar los recursos disponibles para la modernización, impediría cualquier programa de desarrollo. Pero se trata de un razonamiento propio de quienes profesan la inmutabilidad de la división internacional del trabajo y las ventajas comparativas. Tanto la metamorfosis de las bases económicas agrarias por una de tipo manufacturera, como la escala de la producción descansan en última instancia en poder solucionar las múltiples complicaciones que siempre rodean a las iniciativas científicas y técnicas. En todo caso, poder sortearlas confirma el manejo de las capacidades y el conocimiento en la materia. Por lo tanto, la ambición por dominar saberes científicos y técnicos, al igual que la capacidad de generar soluciones innovadoras, es condición necesaria para pensar en términos de escala junto con el mercado. Londres, al financiarle a Argentina y Brasil alrededor de un 20% de los esfuerzos de una guerra prolongada y negar al Paraguay empréstitos para su tendido férreo hacia Bolivia, resume en términos fácticos las coordenadas de su participación, más allá de aspectos formales  o señales diplomáticas. Lo cual resulta coherente, en un contexto donde las burguesías argentina y brasilera aspiran a consolidar sus Estados nacionales pacificando las múltiples agitaciones internas, lo que implica transitivamente consolidar la hegemonía sobre aquellos mercados en asociación con los intereses ingleses y destruir al Paraguay como un posible foco de desestabilización y modelo viable para los opositores al régimen de Buenos Aires y Río de Janeiro, las grandes cabeceras subimperiales.

Respecto al algodón egipcio, es cierto que Inglaterra se abasteció allí en grandes cantidades. Pero se trata de un algodón de fibra larga que la tecnología de Lancashire pudo procesar de manera adecuada y eficiente recién a fines del siglo XIX. Los gobernantes egipcios se beneficiaron del alza de precios mediante una explotación extensiva financiada con prestamistas locales, fracasando los intentos de una producción intensiva con inversiones británicas hasta el establecimiento del protectorado inglés en Egipto (1882). Por otra parte, la construcción del canal de Suez (1859-1869) implicó una fuerte disputa por la mano de obra de los campos de algodón. Entonces, la “coartada egipcia” no explica el supuesto desinterés británico por materias primas sudamericanas, más bien lo contrario. La Manchester Cotton Supply Association (la corporación de proveedores de la industria algodonera) presionaba en vano a Egipto para que aceptara capitales al mismo tiempo que encargaba al cónsul Thomas Hutchinson y al comerciante Michael Mulhall explorar las posibilidades algodoneras del litoral argentino y el Paraguay. Y estos agentes imperiales destacaron la capacidad productiva paraguaya, al tiempo que señalaron un obstáculo para los intereses británicos: el proteccionismo fomentado por los López, obstáculo que sería removido de raíz por la guerra que se avecinaba. 

Respecto a la formalidad de la ruptura diplomática británico-brasileña con motivo de un naufragio y unos marineros borrachos, esto no fue obstáculo para que Edward Thornton y otros agentes entretejieran los intereses de la “pérfida Albión” con los poderes regionales, ni para que los capitalistas ingleses siguieran con sus negocios asociados a figuras locales. El movimiento real de la historia hizo caso omiso a estos enojos dinásticos. En el campamento aliado frente a Uruguayana, las formalidades de una diplomacia aún ligada a los códigos de etiqueta se resolvieron sin pena ni gloria para ajustarla a los menos escrupulosos tiempos de los negocios, la política y la guerra. 

Con estas breves líneas queremos destacar la complejidad de los análisis que se abren a partir de las ya clásicas elaboraciones revisionistas, a la par que denunciar una actitud típica de ciertos historiadores académicos consistente en recurrir a una caricaturización de los planteos heterodoxos. Así, se pone a todos los “revisionistas” en una misma bolsa y se reduce sus aportes a ideas toscas. Lógicamente, ante este mecanismo simplificador, las evidencias que sostengan la postura cuestionada son irreales: sólo la foto de la reina Victoria liderando a sus tropas en Curupayty sería una prueba categórica. Nadie plantea eso. En vez de intentar ridiculizarlos –como hicieron los viejos historiadores liberales-, la “nueva” historiografía debería aceptar el desafío de los planteos revisionistas como agenda de investigación, como nuevos interrogantes. ¿Cuando hablamos de Inglaterra nos referimos a la reina y el parlamento, a la administración colonial del dilatado imperio, a los capitalistas británicos y sus socios nativos, a una ideología compartida con las elites nativas o a una compleja y variable articulación de todos estos elementos? ¿El modelo paraguayo lo caracterizamos a partir de su núcleo modernizador, de su peculiar estructura agraria, o la combinación de ambos? ¿La tenaz resistencia paraguaya a lo largo de la guerra se explica en base al desarrollo del Estado, a la defensa campesina de la tierra, al hecho de ser la única sociedad cohesionada en una nacionalidad en la región o a la fantasía del “temor al tirano”? Preocupaciones similares motivan un esfuerzo colectivo de algunos historiadores, y hace unos años pudimos compartir las mismas con uno de los historiadores académicos argentinos de mayor prestigio interesado en esta guerra, el fallecido Juan Carlos Garavaglia. 

La historia la hacen los historiadores, dice en su nota Baratta. No compartimos este apotegma. La historia la hacen colectivos humanos (pueblos, clases y organizaciones en la que se inscriben sujetos particulares) y también la escriben, siendo los historiadores (profesionales o no) quienes reflejan estas construcciones y sus luchas. La “nueva” historiografía que se pretenda aséptica no es más que la hipocresía de postular una verdad y un método que todo lo critica menos sus propios condicionantes políticos, sociales, económicos e ideológicos. Una serie de dispositivos académicos con financiamiento público y privado en un campo científico sujeto a férreas normas corporativas (como aquellas que denunciara Pierre Bourdieu) no son garantes de la “objetividad” sino más bien, muchas veces, una atrofia profesionalizante que obtura una compresión poliédrica, rica y compleja de la historia. Denunciar teorías conspirativas para exaltar ¿nuevos? productos de la maquinaria corporativa académica puede esconder una voluntad de clausura y la incapacidad de apropiarse de viejos planteos para ensanchar el horizonte con nuevas preguntas.

* Los autores son docentes e investigadores, Instituto Interdisciplinario de Estudios e Investigaciones sobre América Latina (INDEAL / FFyL-UBA) y Universidad de los Trabajadores IMPA.


***

El mito de Londres como cuarto aliado de la Guerra del Paraguay

Por María Victoria Baratta* 
para Perfil
publicado el 23 de febrero de 2019 

Un acontecimiento de gran importancia histórica explicado a través del accionar de un grupo poderoso, secreto y malintencionado. Las teorías conspirativas son tentadoras, a veces irresistibles. Ofrecen certezas y la representación de un mundo dividido entre los otros “malos” y nosotros los “buenos”. Por si fuera poco obsequian al lector la sensación de formar parte de una elite iluminada, más iluminada que los propios conspiradores. Pero la historia, como la vida misma, se rige en gran parte por la contingencia, por lo inesperado. Hay un número casi infinito de consecuencias imprevistas posibles que escapan al control de los actores, que no son dioses, sino humanos. La Guerra del Paraguay o Guerra de la Triple Alianza (1864-1870) tiene su interpretación conspirativa que podría resumirse en que se trató de una contienda orquestada por el Imperio Británico para destruir el desarrollo económico de un Paraguay, que hasta entonces era considerado como una potencia. Los aliados, Brasil, Argentina y Uruguay, aparecen como títeres del imperio. Esta versión ha sido desarrollada hace ya varias décadas por autores inscriptos dentro de la corriente conocida como revisionismo histórico, y continúa hasta hoy repitiéndose en libros, discursos políticos y redes sociales. Podría decirse que se trata de la interpretación dominante sobre esta guerra en Argentina. Una visión que sin embargo, ha sido desestimada por numerosos académicos en los últimos años, quienes han ofrecido una lectura más atenta de las mismas fuentes y el cotejo de nuevos documentos. El mito de Paraguay potencia autosuficiente. Carlos Antonio López gobernó Paraguay por 20 años hasta su muerte en 1862. Durante su gobierno se produjo una apertura de la economía que incluyó la contratación de más de doscientos técnicos británicos y la adquisición de maquinaria también británica. En su artículo Estado e industrialización: dos hipótesis y la evidencia sobre Paraguay, 1852-1870, el historiador Mario Pastore demostró que la política económica del gobierno de López apuntó a ampliar la capacidad agroexportadora. Esto permitió el desarrollo de una incipiente industria bélica y mejoras en transportes y vías de comunicación. Una fundición de hierro, un arsenal, un astillero, fortificaciones, mejoras en el puerto, el telégrafo, y el ferrocarril fueron los proyectos destacados. López realizó un intento frustrado de recurrir al crédito externo. La fundición no pudo superar problemas técnicos y la producción no fue suficiente para construir rieles. El astillero se dedicó principalmente a remodelación. El ferrocarril no llegó a los 150 km originales proyectados. Aunque las exportaciones paraguayas se sextuplicaron durante la década de 1850 continuaron siendo pequeñas en comparación a las de Argentina. En su libro Gran Bretaña y la Guerra de la Triple Alianza Juan Carlos Herken Krauer y María Isabel Giménez concluyeron que no era posible sostener que se había tratado de un desarrollo autónomo cuando la tecnología y el capital humano eran importados y cuando para esa importación se utilizaban los ingresos provenientes de la agroexportación. Las técnicas utilizadas en Paraguay no eran las más modernas disponibles, ni el personal contratado fue el mejor calificado. En La Guerra de la Triple Alianza. Tres modelos explicativos, Diego Abente Brun demostró que las capacidades regionales de poder (exportaciones más importaciones e ingresos del gobierno) de Brasil eran mayores que las de Argentina, Uruguay y Paraguay juntas. Brasil concentraba aproximadamente el 60% de esas capacidades que se incrementan aún más si se consideraba su poder militar. Era sin dudas la potencia regional. En 1862 asumió Francisco Solano López. Algunos historiadores revisionistas sostuvieron que la guerra se hizo para obligar a Paraguay a proveer de algodón a Gran Bretaña. Pero fue el propio López quien buscó aumentar el cultivo de algodón para satisfacer la demanda británica, complicada por la guerra civil norteamericana, su principal proveedor. Un año antes del inicio de la guerra una pequeña parte de la producción de algodón paraguaya fue enviada a Inglaterra con buenos resultados. La Guerra de la Triple Alianza comenzó cuando la guerra civil en Estados Unidos ya había terminado y Gran Bretaña ya había encontrado alternativas que podían satisfacer mejor su demanda, por ejemplo en Egipto. El modelo de crecimiento económico paraguayo no resultaba antagónico con los intereses comerciales de las potencias europeas. Paraguay cumplía perfectamente su rol de productor de materias primas. Según Josefina Plá, las manufacturas británicas eran aproximadamente un 75% de las importaciones. Las intrigas diplomáticas. Aunque las relaciones entre el Imperio Británico y Paraguay nunca habían sido cordiales, las presiones por la libertad de comercio y navegación que habían llevado adelante Francia y Gran Bretaña desde la época del rosismo fueron fundamentales para la exportación de los productos paraguayos. El ministro plenipotenciario paraguayo Cándido Bareiro manifestó al comienzo de la guerra que el libre comercio era la política compartida por Paraguay y Gran Bretaña. La mayor parte de los representantes británicos no tenía una opinión favorable sobre los López, a quienes consideraban gobernantes autoritarios. Paraguay había solucionado una disputa por los intereses de un comerciante británico, pero Gran Bretaña había decidido reducir el status de sus relaciones diplomáticas al no nombrar otro cónsul en Asunción y entablar su relación diplomática a través de su enviado en Buenos Aires. Esta situación encendió las alertas de los amantes de las teorías conspirativas, que sin embargo, desestimaron que la misma Gran Bretaña hubiera decidido cortar sus relaciones diplomáticas con Brasil, una medida mucho más abrupta que dejaba en evidencia un conflicto de intereses muy importante con quien sería uno de los aliados. El representante británico en Buenos Aires, Edward Thornton, era muy crítico del gobierno de López y es señalado como el gran instigador de la contienda a partir del acuerdo de Puntas del Rosario de 1863. Lo cierto es que, sin los sucesos posteriores como la invasión brasileña, y sin la toma del buque Marqués de Olinda por parte de Paraguay, ese acuerdo hubiera sido solo otro tratado de paz de los varios que se produjeron durante todo el siglo en la región. Otra “prueba” que se toma es la del propio Thornton, que en sus memorias escribió que Puntas del Rosario había sido el antecedente de la Triple Alianza, lo que constituye una explicación teleológica y que en sí misma no prueba nada. La corona británica tampoco obligó a López a tomar el buque brasileño. ¿Thornton pudo convencer a Bartolomé Mitre de la conveniencia de la alianza? Aun cuando hubiera sucedido así, eso no implica que la guerra la haya llevado adelante Gran Bretaña. Eso es subestimar y soslayar motivaciones de los actores locales y sobrestimar en cambio, el poder y la opinión de un diplomático. La gestión de Thornton ante el bloqueo brasileño del río Paraguay fue nula y por lo tanto perjudicó los intereses paraguayos. Pero su mayor preocupación fue la suerte de los ciudadanos británicos retenidos en Paraguay, muchos de ellos técnicos que López necesitaba para la guerra. Gran Bretaña no tomó ninguna acción bélica para interceder por esos ciudadanos, como no dudó en hacer en otros puntos del planeta donde sus intereses se veían afectados. Más adelante otro representante británico propuso una mediación de paz que fracasó. El negocio de la guerra. En 1865 López solicitó un préstamo por 5 millones de libras para construir un ferrocarril a Bolivia. Le fue denegado porque era un monto inédito y que tendría pocas posibilidades de ser devuelto. Los empréstitos que tomaron Argentina y Brasil con Gran Bretaña antes y después de la guerra fueron similares o incluso superiores a los tomados durante la contienda. En sus trabajos sobre la historia de la deuda externa en América Latina Carlos Marichal calculó que los empréstitos extranjeros, principalmente británicos, representaron solo un 15% y 20% del total de los gastos de Brasil y Argentina durante la guerra. La política de neutralidad fue violada por el comercio de armas, pero no solo por Gran Bretaña sino también por Francia y Bélgica y así como la guerra es buena para vender armas es mala para vender otro tipo de productos. El potencial bélico de Paraguay se había desarrollado en gran medida gracias a insumos y técnicos británicos y no por ello se postuló que Gran Bretaña fue la aliada oculta de Paraguay para hacer de la guerra un plan de negocios. Por otra parte si se observan las cifras de la etapa posterior a la guerra, Paraguay quedó marginado de los flujos de capitales extranjeros. Las inversiones británicas en Paraguay para 1880 no superaban el millón y medio de libras lo que representaba menos del 1% del total de inversiones británicas en América Latina. En su reciente libro sobre la historia de las relaciones entre Gran Bretaña y Paraguay, Herib Caballero Campos sostuvo que la etapa de conexiones más estrechas entre ambos fue la anterior y no la posterior a la guerra. Gran Bretaña tenía injerencia en la región como en el resto del mundo, pero su rol no fue determinante en esta contienda. No explica por sí mismo el inicio de la guerra ni su desarrollo. Cuando nos referimos a Gran Bretaña tampoco podemos asumir un ente monolítico sino que el Estado y grupos de poder privados como los bancos, la prensa y los comerciantes e incluso los mismos diplomáticos que en principio cumplían una función pública, actuaron de maneras diversas, no siempre coordinadas y muchas veces contradictorias. Sostener que Gran Bretaña no llevó adelante la Guerra de la Triple Alianza y que Paraguay no era una potencia no implica apoyar a los aliados ni desconocer el efecto destructivo que tuvo la contienda sobre la economía y sociedad paraguayas. La guerra del Paraguay tuvo su origen en la disputa por la consolidación de los estados nacionales de la región. No fue la única contienda surgida a partir de conflictos territoriales, vías de acceso y recursos de la historia, por el contrario se trata de causas relativamente comunes. El efecto de guerra total sobre Paraguay sí fue excepcional, pero no precisa tampoco explicaciones conspirativas. Las guerras pueden durar más de lo previsto, las epidemias multiplican muertes, la obstinación de los gobernantes no colabora. La versión de la Gran Bretaña instigadora de la guerra conserva en Argentina una fuerza inusitada, que no tiene ni siquiera en el país que resultó vencido, Paraguay. Aunque proclama una superioridad moral, se trata de una versión que funciona como chivo expiatorio, que no asume que la guerra fue parte de la historia del país. No se trata de una historia escrita por los ganadores de la guerra como se suele denunciar. La historia no la escriben los que ganan, la escriben, la escribimos, los historiadores. La nacionalidad de los historiadores es un factor que no tiene por qué determinar el análisis, pero por si a algún lector le resulta relevante, la mayoría de los autores citados en esta nota son de Paraguay. Secretismo El tratado de la Triple Alianza tuvo carácter secreto. Establecía que la guerra no terminaría hasta derribar al gobierno de López y estipulaba las condiciones para repartir el territorio paraguayo entre los aliados. Fue la diplomacia británica la que decidió divulgarlo en 1866 en la prensa europea y provocó un escándalo en contra de la actitud aliada. Aunque algunos autores han querido interpretar una manipulación en esta acción, lo cierto es que la publicación volvió muy impopular la contienda de los aliados. Los opositores argentinos celebraron esta acción de la diplomacia británica. Cuando figuras como Alberdi o el caudillo Felipe Varela hablaban de enfrentarse al Imperio no se referían al británico. sino a Brasil. 


*Investigadora del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani” (UBA-Conicet). Anticipo de su libro sobre la guerra que saldrá en abril editado por SB Editorial. (Fuente www.perfil.com). 

El periodismo profesional es costoso y por eso debemos defender nuestra propiedad intelectual. Robar nuestro contenido es un delito, para compartir nuestras notas por favor utilizar los botones de "share" o directamente comparta la URL. Por cualquier duda por favor escribir a perfilcom@perfil.com