El 19 de julio de 2016 muere Carlos Gorostiza

Por Pagina 12
Notas publicadas el 20 de julio de 2016 a raíz del fallecimiento del gran dramaturgo argentino



Una mente abierta que no se detenía en el pasado


Por Paula Sabatés

Autor de El puente y El acompañamiento, entre otros clásicos de la escena local, fue también uno de los impulsores de Teatro Abierto durante la dictadura. Se destacó además en su rol de gestor cultural, como funcionario del gobierno de Alfonsín.

Carlos Gorostiza dijo una vez una linda verdad: que vivir en la actualidad, a uno indefectiblemente lo hace joven, por más edad que tenga. “¿Qué es la juventud? Si la sangre anda bien, importa que la cabeza de uno esté ubicada en el hoy”, aseguraba en una entrevista hace un año. No hablaba de él, pero podría haberlo hecho. Porque el dramaturgo, director de teatro, actor y escritor que falleció ayer a los 96 años se mantuvo siempre en pie con ese espíritu: desde que inauguró una nueva etapa en la tradición del teatro argentino, con su primer gran estreno teatral a sus veintes, hasta sus últimos días, en los que brindó acompañamiento a un elenco de jóvenes artistas a los que legó su última obra. Querido y respetado en el ambiente cultural, “Goro” será velado hoy desde las 8 hasta las 11 en el Teatro Nacional Cervantes (TNC), institución que hace dos semanas iba a rendirle un homenaje, que a último momento debió ser suspendido por sus problemas de salud.

Tanto honor hizo a esa reflexión, que ayer el Cervantes –que además ha sido el escenario de algunas de sus piezas más reconocidas y uno de sus lugares más queridos– difundió una carta de despedida que decía: “Quién podía adivinar que había cumplido sus 96 años en junio pasado. A menos que él mismo lo dijera con indisimulado orgullo, nadie lo creía. Con tan elegante porte, su cara fresca, su mirada y sus palabras seductoras: hablara de lo que hablara cautivaba siempre a su interlocutor. Activo, de lucidez extraordinaria, una mente abierta que no se detenía en el pasado”.

Nacido en Buenos Aires el 7 de junio de 1920, hijo de una familia de ascendencia vasca, Gorostiza no sólo fue y será una de las glorias de la literatura dramática nacional sino también un activo luchador por los derechos y la promoción cultural. Además de su aporte artístico, el intelectual tuvo el mérito de ser uno de los impulsores del sacudón político-cultural que significó para la sociedad argentina el ciclo Teatro Abierto (el mito, incluso, dice que la idea del movimiento surgió en el living de su casa), además de un importante gestor cultural, ya que después de esa experiencia se convirtió en el secretario de Cultura del retorno a la democracia, cargo que desempeñó durante los primeros años del gobierno radical de Raúl Alfonsín.

Ya fuera por el contenido de sus obras o textos literarios –todos de una profunda conexión con la energía social– como por sus actos y movimientos en lo político, Gorostiza integró además la larga lista negra de artistas que la última dictadura cívico militar confeccionó para prohibir su permanencia en la actividad pública por tener “antecedentes marxistas”. En las actas secretas, que el gobierno anterior entregó por primera vez el año pasado a Argentores, el autor figuraba como uno de los 27 socios de esa sociedad que también estuvieron inhabilitados para recibir apoyo del Estado y tener participación en la promoción cultural. Pero tan ignorantes fueron los militares, que en la lista del ´79 Gorostiza aparece con la profesión de “escenógrafo”, agregándose “escritor y docente” en el catálogo de un año más tarde.

En 1949, seis años después de debutar con una obra para títeres, Gorostiza estrenó su primera gran pieza teatral: El puente. Considerada una de las precursoras de la corriente moderna de la dramaturgia argentina, la pieza estrenada en el desaparecido Teatro La Máscraa cosechó una gran repercusión y una adaptación cinematográfica un tiempo después. En una entrevista con Página/12, el dramaturgo confesó alguna vez que la fama que le produjo esa obra lo “mareó” y que en un reportaje en el que le preguntaron sobre la tradición del teatro argentino, dijo que ésta no existía. “Tenía 28 abriles y creía que estaba inventando todo de la nada, hasta que razoné y supe que sí, que había hitos, y en ellos estaban Armando Discépolo, Roberto Arlt, Samuel Eichelbaum...”. También en diálogo con este diario, y en referencia a esa obra, aseguró que “preferiría que en lugar de ver esta obra como un homenaje a algo que se estrenó hace cincuenta años, (los jóvenes de hoy) la tomaran como parte de esa tradición que tiene hitos tan alejados unos de otros que no se reconocen como propios”, como le pasó a él.

Después de esa pieza llegaron otras, todas con una reflexión y claridad notables sobre el hecho social. En 1954 estrenó con dirección de Armando Discépolo su obra El Juicio en el TNC, donde montó cuatro años más tarde El pan de la locura, otro de sus clásicos, esta vez de su propia dirección. Por esa obra, también en 1958, ganó el primero de muchos reconocimientos: el Primer Premio Municipal de Teatro. Luego de eso montó casi una obra por año: Los prójimos, en el ´66, ¿A qué jugamos?, en el ´68 y El lugar, en el ´70, entre otras joyas de la dramaturgia nacional.

En 1981, y ya como parte de la primera edición de Teatro Abierto, Gorostiza estrenó El acompañamiento, posiblemente por su valor político su obra más trascendental. Como la que se presentaron con ella en aquel ciclo, la pieza tocó un tema ausente por aquella época: el de la libertad. A través de la historia de Tuco, el personaje central, su obsesión por cantar en televisión, y la visita de su amigo, que llega para rescatarlo de la locura en la que se ve inmerso, el autor despliega una profunda crítica a la realidad social y los valores que se ponen en juego a la hora de tomar una decisión.

Además de un gran dramaturgo, Gorostiza fue también autor de novelas: Los cuartos oscuros (1976); Cuerpos presentes (1981), El basural (1988), La buena gente (2002) y La tierra inquieta (2008) forman parte de su obra literaria, que fue traducida en varios países y a varios idiomas, como el inglés, portugués, francés, italiano, alemán, finlandés y ruso, lo que le valió innumerables distinciones a nivel interncional.

Algo en broma, algo en serio, el autor dijo una vez que Federico García Lorca lo plagió. “Federico escribió que el teatro que no recoge el latido social, el latido histórico, el drama de sus gentes y el color genuino de su paisaje y de su espíritu no tiene derecho a llamarse teatro, sino sala de juego o sitio para hacer esa horrible cosa que se llama ‘matar el tiempo’. Es exactamente lo que pienso yo.”

Con ese mismo espíritu, y activo hasta el final, el año pasado, a poco de cumplir 95, estrenó su última pieza, en un momento en el que la cartelera porteña ya albergada otros tres de sus textos. Se trata de Distracciones, que sigue en cartel, y que el dramaturgo cedió a la directora Mariana Giovine y su elenco de actores sub 35 tras verlos interpretar otra obra suya en versión clown. El propio autor definió esta pieza como una “necesaria defensa de una juventud distraída y una tácita acusación, también necesaria, contra nosotros, los grandes”.


En uno de sus últimos reportajes con este diario, Gorostiza dijo que tenía la impresión de que “a los seres humanos nos cuesta cambiar”. “Acostumbro hacer un chiste –que en realidad no es chiste– sobre la marcha del ser humano y de las sociedades. Y digo que ese caminar, a veces tambaleante, en el que adelantamos primero una pierna y luego la otra para no perder el equilibrio, nos va llevando siempre adelante. Esto, a pesar de algunas detenciones, vacilaciones y resbalones. Así lo demuestra la historia con mayúscula”. En su caso fue real. Desde su primera hasta su última obra hubo algo que fue igual: su obsesión por retratar aquel espíritu de libertad, compromiso y “juventud” propios del hombre que habita su actualidad.

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La juventud constante


  Por Juano Villafañe *


Carlos Gorostiza tenía una sensibilidad especial y una calidad humana extraordinaria. Siempre decía que estaba agradecido a la vida y recordaba justamente con mucho placer haber comenzado su trayectoria artística en su juventud haciendo títeres y escribiendo poesía. Le encantaba la magia del juego con los muñecos, las imágenes móviles. Escribió obras para títeres que quedarán registradas en su primer libro: La clave encantada, del año 1943. La vitalidad y su generosa mirada sobre el mundo será el destino del joven que se reconoce en los jóvenes, y muy particularmente en los sectores humildes que no tienen trabajo, como ocurre con su obra El puente. En su juventud se identifica con sus pares generacionales. Esa vitalidad le permitirá también encontrar una nueva dramaturgia y reconocer el nuevo hacer poético-artístico que producía de alguna forma la realidad urbana vinculada a las culturas de las clases medias en ascenso, asociadas al fenómeno de la clase obrera como contraste. Su vitalidad estuvo también presente para enfrentar la dictadura cívico-militar con Teatro Abierto y para su trabajo en la gestión cultural. Pero en estas breves líneas quiero insistir con el sentido que tenían para él mismo la vitalidad y la juventud como estado permanente. No es casual que haya editado últimamente su poemario De guerras y de amores donde se remite justamente a su propia juventud como una historia circular que se repitió como forma de vida hasta sus últimos días. Recuerdo muy bien que me pidió insistentemente un poema que mi padre le dedicó en una cena de amigos sobre el estado de la juventud constante, una forma de estar que Gorostiza nos demostró también que era posible desde sus primeros juegos con la magia de los títeres hasta sus últimos días. Siempre estuvo agradecido con la vida. Tengo en mi casa ese poema enmarcado dedicado a Carlos Gorostiza sobre “la juventud constante”.



* Poeta y director artístico del Centro Cultural de la Cooperación.

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Intensidades de una existencia creadora

  Por Jorge Dubatti *

Conocí a Carlos Gorostiza a comienzos de los ochenta y tuve la alegría, el honor de tratarlo todos estos años. Carlos y Teresa confiaron en mí para editar la versión española de El puente que adaptó Antonio Buero Vallejo y el franquismo prohibió. Me confiaron también sus “anteúltimos” textos, Vuelo a Capistrano y El aire del río, “anteúltimos” porque Carlos siempre estaba escribiendo una nueva obra. Tuve la dicha de presentarlo y entrevistarlo en su conferencia magistral en Tecnópolis en 2014, en el Encuentro Federal de la Palabra, con sus plenos 94 años. Para mí es un orgullo haberlo impulsado a publicar sus poemas juveniles, De guerras y de amores 1939-1944, que Carlos me leyó en las tardes de trabajo. Admiré siempre su fuerza creadora, la intensidad y calidad de su existencia artística. Gorostiza era muchos Gorostizas. El genial dramaturgo de El puente, El acompañamiento, Los hermanos queridos, El patio de atrás. El director de sus propias obras y de otros autores: La fiaca de Talesnik, de La Nona de Tito Cossa, y muchas piezas de Armand Salacrou, Ben Jonson, Luigi Pirandello, Rodolfo Usigli, Clifford Odetts, Isaac Chocrón, Max Frisch, Molière, Bertolt Brecht. El narrador de Cuerpos presentes, Vuelan las palomas, La tierra inquieta. El deportista (fútbol, atletismo), el titiritero, el actor. Pero además el gestor y el político, uno de los impulsores de Teatro Abierto ‘81 y secretario de Cultura de la Nación en el primer gobierno de la democracia recuperada. Sus memorias, El merodeador enmascarado (2004), son una radiografía de la Argentina del siglo XX, con los trazos de Juan Domingo Perón, Fidel Castro, Gabriel García Márquez. En una de nuestras conversaciones me dijo: “Mi tendencia es la preocupación por el fondo, por los contenidos, por los conceptos que hacen a un teatro social, a la reflexión sobre la realidad inmediata. Veo la realidad, el mundo a mi alrededor, y me duele. El gran tema de mi teatro es el de la responsabilidad del hombre por el otro hombre”. Un teatro hecho de pasión y energía social.

* Doctor en Historia y Teoría de las Artes. Investigador, crítico y docente.

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Otras voces

- Agustín Alezzo (director y maestro de actores): “Gorostiza ha sido un autor fundamental dentro de nuestra dramaturgia. No solamente un autor, también un director. Ha puesto en escena muchas obras, no sólo suyas, sino de otros. Ha sido secretario de Cultura, durante la época de Alfonsín. Tuve mucho contacto con él, a través del tiempo, en muchas ocasiones. Estrené su penúltima obra, Vuelo a Capistrano (2011). Antes, había dirigido El pan de la locura en televisión. Cuando él era secretario de Cultura, inició un ciclo de teatro argentino en ATC y me llamó para pedirme que lo iniciara con su obra, en el ‘86. Después, cuando estuve al frente del Conservatorio, él estaba de profesor. Así que los contactos han sido infinitos. Lo conocí en el ‘59. Era un hombre de una gran inteligencia. Muy refinado, muy perceptivo. Le he tenido un verdadero aprecio. Hemos perdido a alguien realmente importante. Hasta último momento estuvo activo y permanentemente despierto, atento a todo lo que pasaba”.

- Norberto Gonzalo (actor y director): “Obviamente, Gorostiza significa muchas cosas para cualquier teatrista o laburante de la cultura. En mi caso, tuve la suerte, el honor de compartir una de sus grandes obras, Los hermanos queridos, que se transformó en un éxito de público y de crítica, en La Máscara. Esta sala lleva su nombre en homenaje a La Máscara en la que él estrenó El puente. Más allá de lo previsible, la noticia conmociona. Estamos muy mal. Es una pérdida en lo humano, lo personal, lo creativo. La dramaturgia pierde a uno de sus grandes tipos. Afortunadamente ha dejado el testimonio de lo que nos expresó durante toda la vida. Estoy conmocionado, lo estamos todos los que tuvimos la suerte de conocerlo, sus amigos y admiradores. Más que nunca, todo lo que podamos hacer en La Máscara va a ser en homenaje a Carlitos”.

- Manuel Iedvabni (director): “El aire del río fue una de las últimas obras que escribió, para el San Martín. La hicimos en Casacuberta. Trabajaban (Alejandro) Awada, (Ingrid) Pelicori y Pompeyo Audivert. Tengo un recuerdo magnífico. La obra transcurría durante 200 años. Empezaba con una especie de castellano que suponíamos bastante españolizado. Cien años después, pasábamos al italiano con la inmigración, y la obra terminaba más o menos para la última dictadura militar. Así que, afuera, sonaban los ruidos de Policía, y mientras se iba desarrollando un romance en el tiempo. Era una obra bien interesante, la aprovechamos, la disfrutamos mucho con los actores y tuvimos la suerte de tener la sala casi siempre llena. Gorostiza fue uno de los grandes del teatro independiente y más tarde del teatro en general. Fue un argentino medular. Captó lo que significa el aire del Río de la Plata: qué significamos nosotros en este contexto histórico. Y qué significaba el teatro. Así que, por un lado, obviamente estoy conmovido por su pérdida. Por el otro, ya no se escapa la enorme significación que tuvo desde El puente para acá, todo lo que escribió. Destaco especialmente la obra que me tocó dirigir porque era excelente. Tomaba 200 años, era un juego en el tiempo que nos pinta muchísimo. Nos pinta los últimos 200 años de nuestra nacionalidad”.

- Roberto Perinelli (dramaturgo): “Se fue un ejemplo, un referente, siempre plantado en la trinchera que el teatro independiente construyó hace mucho para pelear cuando hacía falta. En 1981 fue necesario mostrar los puños y Goro, tal cual lo llamamos, fue uno de los que estuvo al frente de ese Teatro Abierto histórico. Antes y después de eso siguió elaborando una obra notable, más de treinta piezas con un inicio brillante, El puente, hoy un clásico indiscutible. ¿En qué lugar del podio lo ponemos? La historia dirá, pero seguro que el sitio que le va a corresponder va a quedar muy cerca de Florencio y de don Armando”.

- Griselda Gambaro (escritora y dramaturga): “Es una persona que quería mucho, aunque nunca tuve una amistad estrecha. Uno lo quería por determinadas actitudes, sus obras, su modo de ser, que aunaba cierto estado risueño con un juicio muy profundo sobre las cosas y los seres. El pan de la locura y El puente me marcaron. Ver esos estrenos fue descubrir el teatro argentino. También me marcó El acompañamiento, escrita para Teatro Abierto, que se siguió dando muchísimo después. Siempre lo seguí a la distancia, salvo por algún encuentro circunstancial. Recuerdo un viaje en avión en el que charlamos mucho, yendo a Estados Unidos; otra vez lo encontré por casualidad en París, con su señora, estaban caminando por la calle. Es un hombre que tuvo una buena vida. Con los dolores que nos afectan a todos. Pero cumplida en la obra y en los gestos”.

Producción: María Daniela Yaccar.