Argentina: manipulación de una tragedia

Por José Steinsleger
para La Jornada (México)
Publicado el 1 de agosto de 2012

     A 18 años del atentado dinamitero que demolió la sede de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA, Buenos Aires, 18/7/94, 85 muertos, 300 heridos), las investigaciones de la justicia son igualmente demoledoras: cero resultados. Nada por aquí, nada por allá, lo más probable es quequién sabe (consultar antecedentes en mi artículo ¿Terrorismo israelí en Buenos Aires?La Jornada, 6 y 13/9/06)[Notas que adjuntamos al píe de la presente].
Desde el primer instante, Israel y Estados Unidos acusaron a Irán del acto terrorista. Sin embargo, y a pesar de las presiones de ambos países, la causa permanece abierta y todo parece indicar que será difícil cerrarla con impunidad similar a la aplicada en el caso de la voladura de la embajada de Israel en la capital argentina (17/3/92, 29 muertos, 242 heridos).
En 2003, el presidente Néstor Kirchner calificó de vergüenza nacional la investigación judicial del caso. Y un año después, el Tribunal Oral de la Corte emitió un decreto sobre las responsabilidades materiales y/o encubridoras del Estado.
Entre los imputados por la justicia destacan el ex presidente Carlos Menem y Rubén Beraja (ex titular de la AMIA que purgó dos años de prisión por quiebra fraudulenta del banco Mayo), el ex juez general de la causa Juan José Galeano, algunos jueces y fiscales, y varios agentes de la Secretaría de Inteligencia de Estado (SIDE), acusados de desviar la investigación.
En enero de 2005, cuando el grupo de presión American Jewish Committee (AJC) se entrevistó con Kirchner, la causa entró en una zona de tiniebla. Dos meses más tarde, frente a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA, Kirchner reconoció la responsabilidad del Estado. Se trabajó para que las pruebas desaparezcan, dijo. Pero el nuevo fiscal general, Alberto Nisman, fue muy bien recibido por el AJC, Israel, la AMIA y la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA).
Retomando el cuestionado expediente del destituido juez Galeano (o sea la pista iraní del coche bomba conducido por un chofer suicida libanés que para el Mossad era militante de Hezbolá), Nisman solicitó a Irán la extradición de seis funcionarios, y a Interpol la orden para detenerlos (el ex presidente Akbar Hashemi Rafsanjani, entre ellos).
El gobierno de Teherán respondió: muy bien… ¿dónde están las pruebas? En tanto que Interpol ya había sufrido el bochorno de la detención en Londres de Hadi Soleimanpour, ex embajador de Irán en Argentina, a quien Scotland Yard detuvo y liberó por falta de pruebas.
A inicios de diciembre de 2008, el AJC (cabe recordar que este grupo de lobistas impuso a Irán las sanciones diplomáticas y financieras en el Consejo de Seguridad de la ONU), regresó a Buenos Aires y se entrevistó con la presidenta Cristina Fernández. Y en julio de 2009, el canciller nazisionista de Israel, Avigdor Lieberman, también se hizo presente para participar en el acto conmemorativo del atentado.
Cuando en su discurso frente a la Asamblea General de la ONU (21/9/11), la presidenta Fernández volvió a solicitar la colaboración de Irán con la justicia argentina, un ex legislador y diplomático de Menem (devenido en secretario de relaciones exteriores de un partido de oposición), Diego Guelar, publicó un artículo en el que recomienda la ruptura lisa y llana de toda relación diplomática o comerciales con Irán.
Inquietudes, en suma, que embargan a la comunidad judía argentina. En el acto conmemorativo del pasado 18 de julio, el único orador fue Guillermo Borger, presidente de la AMIA. En tanto, agrupaciones como Memoria Activa, Familiares, o APEMIA (Por el Esclarecimiento de la Masacre Impune) realizaron sus homenajes con críticas a los dirigentes de la AMIA y la DAIA.
Borger aclaró que el acto no era político. Pero como la presidenta se excusó de participar por su viaje a Bolivia, repudió que el gobierno de La Paz haya recibido con honores al ministro de Seguridad de Irán, reclamado por la justicia argentina. Y con malicia, añadió: Nos sorprende y ofende que algunos defiendan a Irán.
El veto a los familiares de las víctimas en la lista de oradores no fue casual. En el discurso del año pasado habían menudeado las condenas contra el comisario JorgeFino Palacios (ex jefe de la Unidad Antiterrorista de la Policía Federal, actualmente procesado por desvío de la causa), a quien el derechista Mauricio Macri, jefe de la ciudad, pretendía nombrarlo jefe de la policía metropolitana. En julio de 2011, Macri reconoció que la designación de Fino Palacios fue “…por recomendación expresa de la CIA y el Mossad”.
En la opinión pública argentina crece la sensación de que Washington y Tel Aviv han convertido la causa AMIA en un instrumento más en su lucha contra los estados terroristas. Si la Corte declara que no habrá impunidad, el juez Nisman comenta quela gente (sic) ya sabe que pasó con el atentado, o que “… sólo depende de la comunidad internacional, que le debe exigir a Irán…”, etcétera (Télam, 21/6/09).
Resumiendo: si el Estado argentino carga claramente contra Irán, Israel y Estados Unidos lo liberarán de sus responsabilidades criminales y encubridoras. Porque Irán es culpable… ¿verdad?
¿Terrorismo israelí en Buenos Aires I?
     En Argentina vive una de las comunidades judías más importantes del mundo. La tercera, después de Estados Unidos y Francia. No todos los judíos argentinos son creyentes, y tampoco resultan ni más ni menos tolerantes que el resto de la población. Pero casi todos sienten tanto o más orgullo de su argentinidad que Jorge Luis Borges, aquel híper-argentino que detestaba ser argentino.
     Sin los aportes de la cultura judía, Argentina sería un país menos rico y comprensible. Pensadores y empresarios, artistas y poetas, sindicalistas y revolucionarios, académicos y científicos de origen judío forjaron el "ser nacional" de los argentinos, cabalmente entendido. Es decir, fusionado con el de los pueblos nativos y el de los europeos que a finales del siglo XIX arribaron al río de la Plata.
     El grueso de los inmigrantes europeos en Argentina guardaba ideales progresistas. Los judíos no fueron excepción. Quienes fundaron la Chevra Kedusha Ashkenazi (1894, embrión de la Asociación Mutual Israelita Argentina, AMIA) eran mayoritariamente judíos anarquistas y socialistas que en Europa luchaban contra las tiranías.
    Por gravitación natural o determinismo clasista, aquellas ideologías emancipadoras chocaron con los sacerdotes de la "hispanidad", el "racismo científico", el clericalismo hostil a "bolcheviques, liberales, ateos y masones", y esa perla funesta de los "valores de Occidente", el antisemitismo doctrinario (antijudaísmo) cocinado en Inglaterra, Francia y Alemania.
 Pese a ello, en 1935 se creó la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA). En 1940 fue posible constituir la Vaad Hajinuj (red de escuelas judías) y luego, durante el primer gobierno de Juan Domingo Perón (1946-1952), se inauguró la AMIA (1949). Institución de referencia socio-cultural de la comunidad judía argentina (kheilá), la AMIA presta servicios sociales, organiza planes comunitarios, sepelios, posee una enorme biblioteca, archivos de la inmigración desde 1907 y bolsa de trabajo, no sólo limitada a los integrantes de la comunidad.
Ningún investigador o ciudadano argentino (judío o no, reaccionario o progresista) desconoce hoy el apoyo que Perón brindó a la DAIA y a la AMIA. En cuanto al manoseado "fascismo" de Perón, toda inquietud debería cruzarse con su antimperialismo distante de Washington y Moscú, política precursora del Movimiento de Países No Alineados (Bandung, 1955).
Así, mientras sólo algunos trostkistas argentinos conseguían interpretar el peronismo con lucidez, liberales, socialistas, cívico-radicales, conservadores y comunistas consultaban el Libro azul del Departamento de Estado (1945): Perón "fascista". No dejaba de de ser curioso, entonces, que al empezar la guerra fría el nacionalismo de Perón (y no el comunismo) representaba el enemigo de Estados Unidos en Argentina.
Es verdad que en aquella época (y cuando la tragedia de la "solución final" era poco conocida) arribaron al país cientos de criminales de guerra nazis. Sin embargo, mientras los nazis entraban con pasaportes falsos vendidos por algunos funcionarios de la derecha peronista (y Washington los contrataba en su "lucha contra el comunismo"), decenas de miles de judíos se establecían cobijados por la Constitución peronista que, por primera vez, condenaba toda discriminación racial (1949).
Perón fue de los primeros "caudillos" (¿demagogos premodernos?, ¡ejem..!) que en los años de posguerra, y a despecho de Washington, estableció sólidos lazos con la Unión Soviética y reconoció la creación del Estado de Israel. Un hombre clave de esta historia fue uno de los más cercanos a Perón: el judío polaco José Ber Gelbard, primer presidente de la Confederación General Económica (CGE, 1950) y ministro de Economía del tercer gobierno peronista (1973).
En tanto, y conforme el Estado de Israel libraba sus guerras contra los árabes a cuenta de los "valores occidentales" (y muy en particular la Guerra de los Seis Días, 1966), los judíos argentinos revisaron enfoques e ideales. Algunos optaron por Caín, otros por Abel, muchos se fueron a Israel y una nueva generación se incorporó a las distintas organizaciones populares y revolucionarias de la época, dando la sangre y la vida por su patria real.
La DAIA se alineó con la gran burguesía argentina y el imperio. Y en la AMIA, los judíos de izquierda empezaron a ser mal vistos. Si en los regímenes militares posteriores al derrocamiento de Perón (1955) un judío marchaba a prisión, era torturado, desaparecido o asesinado, la DAIA guardaba silencio. Pero si una sinagoga, un periódico o una institución judía era agredida por bandas de extrema derecha, la DAIA ponía el grito en el cielo, o financiaba desplegados de prensa contra el "antisemitismo".
En los años del genocidio militar (1976-1983) y después, muchos judíos acudieron a la DAIA y la AMIA en busca de ayuda, justicia, solidaridad. Entonces, rabinos y dirigentes como Rubén Ezrah Beraja, especializados en machacar con los "4000 años de persecución", los consolaban diciendo: "¿Para qué remover el pasado?"
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¿Terrorismo israelí en Buenos Aires II?

Los argentinos conocieron el lado tenebroso del poder global con varios años de antelación al 11 de septiembre de 2001, cuando el presidente Carlos Menem festejaba el ingreso del país al "primer mundo" y las "relaciones carnales" con Washington anunciaban lo mejor. Entonces las calles de Buenos Aires trepidaron en dos ocasiones.
Los atentados a la embajada de Israel (17 de marzo de 1992) y al edificio de la Asociación Mutual Israelita (AMIA, 18 de julio de 1994) dejaron un total de 114 muertos y más de medio centenar de heridos (29/242 y 85/300, respectivamente). El ataque a la legación extranjera quedó en agua de borrajas. Pero el perpetrado contra la institución argentina indignó al conjunto de la sociedad.
A 14 y 12 años de los hechos, lo único claro es cuándo y dónde. Sin embargo, los "quién", "por qué" y "para qué" subyacen en una maraña de investigaciones judiciales y de "inteligencia", condenas, versiones, pistas, conjeturas, absoluciones, nuevas y más pistas. Maquiavelo, Kafka y John Le Carré llorarían de impotencia.
Los primeros informes técnicos de la policía federal y el Colegio de Ingenieros de Buenos Aires dictaminaron: "implosión". Los "expertos" de Israel y Estados Unidos impusieron lo suyo: "explosión". Una implosión requiere de ciertos cuidados y planificación y a los terroristas les encanta explotarse... ¿verdad? Y si los objetivos eran "judíos" los terroristas "eran árabes de Hezbolá con ojos desorbitados y pagados por Irán"... ¿verdad? Vamos a comerciales.
Un jefe de los "servicios" de Menem: Hugo Anzorreguy, titular de la Secretaría de Informaciones del Estado (SIDE).
Un juez omnipotente: Juan José Galeano.
Primeros culpables: Carlos Teilleldín y un grupo de policías de moral dudosa.
Una prueba irrefutable: el motor numerado del coche bomba que "vio" una sola testigo, mas no sus acompañantes. Enfermera de la policía federal, Anzorreguy se encargó de atender a la "testigo", María Nicolasa Romero.
Un agente iraní que desde Suiza giraba dinero a Buenos Aires a través de bancos de Ciudad del Este (Paraguay, "triple frontera", donde hay "células dormidas de Al Qaeda y Hezbolá"... ¿verdad?).
Testigos de "identidad reservada" como el policía Julio Simón.
Un representante moral de la "sociedad civil": Rubén Ezrah Beraja, titular de la AMIA.
Finalmente...
El juez Galeano fue destituido y perdió los fueros por las irregularidades cometidas en el caso. Entre éstas, ciertas negociaciones con un falso fiscal israelí, Eldad Gaffner, denunciado inclusive por el periódico argentino Nueva Sión, ligado a los neoconservadores de Estados Unidos.
Anzorreguy admitió ante la justicia que por decisión "del entonces presidente" entregó 400 mil dólares a Telleldín, para que admitiese haber armado el "coche-bomba" y acusara a los policías del atentado. Tras ocho años en prisión, todos fueron absueltos.
Los restos del motor del "coche bomba" que nunca existió fueron milagrosamente encontrados por el general del Mossad Zeev Livne, jefe de la brigada de rescate israelí. No obstante, el agente de la FBI Charles Hunter contradijo a Livne: "fue implosión".
Menem desvió la "pista siria" hacia la "pista iraní" sugerida por los gringos y el Mossad y, en el otro patín, por sus intereses con el "clan Yoma" (al que pertenece Zulema, su ex esposa).
En Suiza, la justicia concluyó que en lo relativo a los grupos terroristas de la "triple frontera", el agente iraní era un mitómano.
Julio Simón, alias turco Julián (el testigo de "identidad reservada"), colaborador de Galeano y nazi confeso, fue condenado a 24 años de prisión por crímenes cometidos en los años de la dictadura.
Rubén Ezrah Beraja pasó dos años en prisión acusado de "asociación ilícita" por la quiebra del Banco Mayo, causa que le llevó a pedir la "protección" de Menem impidiéndole atender el dolor y la indignación de los familiares de la AMIA.
En marzo de 2005, ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA, el gobierno de Néstor Kirchner reconoció la responsabilidad del Estado por "encubrimiento y degnegación de justicia" en el caso AMIA. En ceremonia celebrada en la Casa Rosada (presidencial), Kirchner dijo: "Se ha trabajado para que las pruebas desaparezcan".
Pero en enero pasado, tras el encuentro de Kirchner con los miembros del American Jewish Comitee (influyente lobby sionista Estados Unidos), el nuevo fiscal de la causa, Alberto Nissman, retomó la hipótesis del chofer suicida. Maquiavelo, Kafka y Le Carré enloquecieron. Según Nissman, el suicida se llama Ibrahim Hussein Berro, militante de Hezbolla, muerto en combate contra Israel en 1989 y (oh, oh), con ayuda de Anzorreguy reconocido por la enfermera Romero en 1994...
En suma, la única voz autorizada para entender el caso AMIA sería la del jurista italiano Cesare Bonesana, marqués de Beccaria (1738-1794): "La mejor manera de desviar una investigación penal es procesar a alguien que no puede tener nada que ver y la mejor manera de consagrar la impunidad de los verdaderos culpables, es condenarlo". Irán es culpable... ¿verdad?

Fuente: jornada.com.mx

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