OPEP, precios, otras sacudidas

Jorge Eduardo Navarrete
La Jornada [x]

Si uno se atiene a las crónicas, no exigió largo tiempo de deliberación a los ministros de la OPEP convenir en que –tras por lo menos un semestre de inestabilidad a la baja y algunas semanas de caídas bruscas y continuadas de los precios internacionales del crudo– la cuota de producción del cártel debía ser mantenida en 30 millones de barriles diarios, fijada hace cinco años. Ante una situación en extremo complicada, como la que enfrenta el mercado petrolero mundial, optar por la inacción puede ser una estrategia prudente. Este enfoque fue sugerido, enfáticamente, por los ministros de los países petroleros del golfo Pérsico, encabezados por el saudita Ali al-Naimi. Al llegar a la breve sesión formal, en la mañana del jueves 27 de noviembre, ya todo estaba decidido. Las consultas y los forcejeos, con participación de cuando menos dos exportadores ajenos a la OPEP, tuvieron lugar días antes, en Viena y otras ciudades. Como tantas veces ha ocurrido, parecen haberse enfrentado los petroestados del Golfo, con vastas reservas de crudo y de divisas, con algunos otros exportadores, carentes más de las segundas que de las primeras y ansiosos de mayores ingresos. En la semana transcurrida desde la reunión se acentuó la caída de los precios (aunque hubo algún repunte); se enfrenta, en general, mayor incertidumbre, y han sido muy variadas las reacciones ante lo que casi todo mundo presumía que iba a ocurrir.


La explicación más difundida de la decisión de Viena es la que alude a la intención, expresada sobre todo por al-Naimi, de forzar la salida del mercado de la oferta estadunidense de shale oil, el crudo ligero extraído de formaciones de lutitas. El rápido incremento de estos abastos en los últimos años –que Scotiabank estima en 1.5 millones de barriles diarios sobre los volúmenes de 2013 y que contrasta con un aumento de sólo 660 mil b/d en el consumo mundial– ha provocado la desestabilización del mercado petrolero internacional. El auge del shale oil ha dado lugar a la reducción de las importaciones por Estados Unidos y, si se retira la prohibición de exportar, lo pondrá en competencia con el petróleo convencional en los mercados mundiales. También ha sido responsable, en parte importante, del exceso de oferta que, a su vez, se encuentra tras la caída de los precios. A pesar de haber sido muy repetida, la anterior no parece una explicación del todo verosímil.

Retirar del mercado la producción de petróleo de esquistos y otros crudos no convencionales supondría un periodo prolongado de precios por debajo, quizá, de los 40 dólares por barril. Aunque las informaciones distan de ser precisas, se ha señalado que la gama de precios que, de mantenerse por varios años, forzaría a los productores estadunidenses de shale oil a salir del mercado es muy amplia: de los 35 a los 70 dólares por barril. Además, dada la variabilidad y dinámica de los costos de producción, así como de tamaño de las empresas productoras, es peligroso generalizar: algunos productores de shale oil podrían operar con precios medios del orden de 40 dólares, en tanto que otros requieren mínimos de 60 a 70 dólares.

Con el tiempo, sigue abatiéndose el costo de producción, por la mayor eficiencia de las tecnologías de perforación horizontal y fracturación hidraúlica ( fracking) y el aumento de rendimiento de los campos. Si no se atiende a los impactos ambientales negativos, la experiencia de Estados Unidos muestra que la explotación del petróleo y gas de lutitas ha sido un éxito técnico y económico. De hecho, las consecuencias negativas de más largo alcance del auge de la producción de hidrocarburos no convencionales –y ahora, de la reducción de los precios– se hallan, sobre todo, en el costo ambiental de diferir la transición hacia las energías libres de carbono.

Son más vulnerables, desde luego, los nuevos proyectos para elevar la producción de shale oil y desarrollarla en otras zonas, México o Rumania, por ejemplo. Precios del orden de 65 a 70 dólares quizá los desalienten y provoquen su aplazamiento o cancelación. Con todo, el efecto inmediato de estas acciones sobre los precios del mercado sería imperceptible. Además, con esos niveles de precios no serían sólo los productores de shale oil los que se verían en posición insostenible.

Aun cuando se sabe que la cuota global está siendo excedida entre 10 y 20 por ciento, la principal dificultad de haber acordado una reducción habría sido cómo distribuirla. Más allá de Arabia Saudita y algún otro país del golfo Pérsico, ninguno más puede darse el lujo de aceptar una reducción de volumen exportado, cuya compensación vía precios más altos sería incierta y remota.

La información sobre la consulta informal entre los ministros de Arabia Saudita, Venezuela, México y Rusia, días antes de la reunión de Viena, fue muy escueta. Un comunicado de prensa de la Secretaría de Energía de México (el 103, del 25 de noviembre) la caracteriza como oportunidad de intercambio de información y señala que, tras su encuentro, los ministros acordaron llevar a cabo un constante monitoreo de los mercados internacionales y reunirse nuevamente en febrero de 2015. De los cuatro, quizá el ministro venezolano fue el único en abogar por una menor producción, aunque no de la propia. Por razones distintas, ni el ruso ni el mexicano estarían dispuestos a limitar la extracción. Quizá este último ilustró a sus colegas sobre las expectativas oficiales de aumento de la producción petrolera de México, incluyendo hidrocarburos no convencionales, como resultado de la desnacionalización de la industria.

También se ha prestado atención a algunas de las repercusiones más amplias: la precipitada devaluación de algunas monedas, entre ellas el rublo y, en menor medida, el real y el peso mexicano; las bruscas fluctuaciones de las cotizaciones en bolsa de empresas petroleras, de servicios energéticos y bancos e instituciones financieras estrechamente asociadas al petróleo, entre ellas algunos bancos regionales de Estados Unidos financiadores de la producción de shale oil, y, sin agotar la lista, la cancelación de algunos grandes proyectos de infraestructura, en especial la del llamado gran gasoducto del sur que llevaría gas natural ruso a Europa, a través del Mar Negro, hacia Turquía y los Balcanes, aunque ésta no fue ajena a las tensiones geopolíticas alrededor de Ucrania.

A una semana de la reunión de Viena, sería imprudente afirmar cuánto bajarán los precios, por cuánto tiempo se mantendrán deprimidos y cuáles serán las consecuencias de largo plazo sobre el mercado petrolero y la economía mundial.