El mundo desordenado, según el Council on Foreign Relations

Alfredo Jalife-Rahme
La Jornada [x]

    El presidente del muy influyente think tank Council on Foreign Relations (CFR) –que publica Foreign Affairs (nov/dic 2014)–, el israelí-estadunidense Richard Haass, acepta el desenredo del mundo desordenado.

Es mejor leer su ensayo al estilo desconstructivista del filósofo galo Jacques Derrida, cuando Richard Haass atribuye, aun en un escenario de óptimo desempeño de Estados Unidos, la mayor erosión del orden como consecuencia de una más amplia distribución del poder y una descentralización (sic) de la toma de decisiones, así como de la percepción sobre Estados Unidos y sus actos, por lo que la cuestión no es tanto saber si el mundo continuará desenmarañándose, sino qué tan rápido y tan lejos lo hará.
Aduce que el orden se ha desenredado debido a la confluencia de tres tendencias:
1) El poder en el mundo se ha difundido a un mayor número y rango de actores.
2) La disminución del respeto al modelo político y económico de Estados Unidos.
3) Las opciones específicas de la política de Estados Unidos, especialmente en el Medio Oriente, han provocado dudas sobre el juicio estadounidense y la confianza de las amenazas y promesas de Estados Unidos.
El resultado neto sería que mientras la fuerza absoluta (¡supersic!) de Estados Unidos sigue siendo considerable, su influencia ha disminuido.
¡Vaya paradoja: mientras Estados Unidos es supuestamente más poderoso que nunca, como sucedió en la breve cuan atípica fase unipolar, ahora es más débil en la fase multipolar!
Considera que una mayoría del público estadounidense ha incrementado su escepticismo en su involucramiento global, no se diga en su liderazgo, y juzga que el presidente debe persuadir a una sociedad estadounidense cansada de guerras de que el mundo es todavía importante.
Rememora que en Foreign Affairs se ha destacado el incremento de la disfuncionalidad (¡supersic!) política estadounidense, pero peca de hiperoptimista sobre la dramática mejoría de la seguridad energética de Estados Unidos, gracias a las revoluciones (sic) del petróleo y el gas. Se ha de referir al polémico fracking (fracturación hidráulica) del shale gas/petróleo (esquisto/lutita/grisú/pizarra), cuya extracción, a mi juicio, opera ya en la incertidumbre después del desplome abrupto de la cotización en los linderos de 70 dólares el barril y que, en caso de prolongarse, pondría en grave riesgo su presente –ya no se diga su futuro– revolucionario.
Confiesa que la presente turbulencia mundial no tiene solución alguna y que en el mejor de los casos sería solamente manejable (¡supersic!), mientras Estados Unidos necesita poner su casa doméstica en orden.
Pareciera que Richard Haass opta por la política de la putrefacción global, en la que Estados Unidos sacaría el mayor provecho, como si tal pudrimiento no fuera también interdependiente y Estados Unidos pudiese milagrosamente encapsularse.
Richard Haass anda más que extraviado cuando alucina que la economía global se ha estabilizado (¡supersic!) después de la crisis financiera. No se puede ser muy estricto con la debilidad conceptual financiera de Richard Haass, que no es su fuerte, como su supuesta solidez de diplomático de carrera.
Era inevitable la patológica rusofobia que prevalece en los circuitos académicos y en los multimedia sesgados de Estados Unidos cuando Richard Haass cataloga a Rusia como un oponente al orden (¡supersic!) internacional definido (sic) y conducido (sic) por Estados Unidos.
Ergo, al oponerse Rusia a la unipolaridad de Estados Unidos se derrumbaipso facto el orden teológico de los elegidos y su mesiánico neomonroísmo global salpicado con los mitos insustentables de su excepcionalismo intrínseco e indispensabilidad singular.
Pese a que reconoce que Occidente no mostró magnanimidad después de su triunfo en la guerra fría, elucubra en forma fatalista que de cualquier forma, la política rusa se hubiera desenvuelto como lo ha hecho.
En referencia al contencioso de Ucrania, propone la mezcla bizarra del clásico garrote y zanahoria mediante sanciones a Rusia, al mismo tiempo de ofrecerle una salida diplomática que incluya garantías (¡supersic!) de que Ucrania no sería miembro de la OTAN en un tiempo cercano ni concrete lazos exclusivos con la Unión Europea. No es nada impugnable esta salida diplomática, siempre y cuando Estados Unidos cese de abusar de su concomitante garrote militar.
Profiere una frase sensata, por realista, sobre la reducción de la dependencia energética de Europa a Rusia, que necesariamente tomará un largo (¡supersic!) tiempo. Ojalá lo entiendan nuestros amigos europeos para que no caigan en el espejismo del volátil Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones (TTIP, por sus siglas en inglés), que alucina el aprovisionamiento de shale gasestadunidense (¿norteamericano?) a precios menores que los de Rusia, lo cual, en la coyuntura presente, parece una quimera.
Exagera la entelequia irredentista de Norteamérica a punto de convertirse en un motor económico mundial con sus 470 millones de habitantes y su “emergente autosuficiencia energética (en referencia al fracking del shale gas)”.
Ni la burla perdona cuando define al México neoliberal itamita como más estable (¡supersic!) y exitoso (¡supersic!) de lejos (sic) de lo que fue hace una década. Aquí sucumbe a la vulgaridad propagandística del CFR, que pregona el regionalismo de Norteamérica, cuando el shale gas ha entrado a una crítica fase de incertidumbre sobre su futuro debido a su guerra con la OPEP.
Desecha el abordaje, que desprecia como convencional, que define ladinámica internacional como fruto de poderes en ascenso y descenso, que coloca el avance de China frente al declive de Estados Unidos, ya que exagera las vulnerabilidades de Estados Unidos y subestima las de China.
Promueve el fastidioso solipsismo estadunidense de que ningún país sobre la faz de la Tierra es capaz de igualar o desafiar (sic) su prominencia global.
Juzga que no existe una perspectiva significativa de guerra en el futuro cercano, cuando la interdependencia es real entre China y Estados Unidos.
Desprecia los recursos de soft power hard power de Rusia comolimitados y arguye que, salvo para los rusos étnicos, Moscú no constituye ningún atractivo para nadie cuando sus perturbaciones geopolíticaspermanecerán en la periferia de Europa sin alcanzar el núcleo continental.
Padece una perturbadora ciclopía daltónica cuando explaya la política de Estados Unidos en el Medio Oriente, que ni viene al caso refutar debido a su sesgo teológico consustancial, que oculta la clandestina posesión nuclear de Israel.
Richard Haass diagnostica apropiadamente el desorden, aunque su etiología no sea la correcta, ya que, más que Rusia, Estados Unidos desordenó su propio orden de la pax americana con su fallido ultrabelicismo en Medio Oriente.
No propone ningún nuevo orden mundial, ni siquiera el sicalíptico G-2 de Brzezinski ni el G-3 hierático de Kissinger.
Plantea un mayor desorden competitivo en el que alucina que Estados Unidos sacaría la máxima ventaja frente al resto de sus contendientes globales, que ostentan supuestamente vulnerabilidades incurables.
No proyecta sucedáneos de reordenamiento ni detecta los fractales civilizatorios de redención: los indelebles elementos de orden real dentro del caos.
Richard Haass parodia al decadente rey borbón galo Luis XV del siglo XVIII: ¡Después de Estados Unidos, el diluvio!
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