No se precisa ser historiador para ver el parecido entre la controvertida ley y las leyes de nacionalidad de la Europa de la década de los 30 Los judíos deberían saber exactamente adónde lleva la ley “nación-Estado”

Daniel Blatman
Haaretz

Un buen número de Estados en el Siglo XX promulgaron, o trataron de promulgar, leyes de nacionalidad, mediante esfuerzos que comparten ciertas similitudes. Todos tuvieron lugar en países con por lo menos una minoría nacional (a veces más de una) que buscaba plena igualdad en el Estado o en un territorio que había llegado a formar parte del Estado y en el cual había vivido por generaciones.


Las leyes de nacionalidad fueron promulgadas en sociedades que se sentían amenazadas por las aspiraciones de integración y las demandas de igualdad de esas minorías, lo que condujo a regímenes que convirtieron la xenofobia en importantes tropos.

Leyes de nacionalidad fueron promulgadas en Estados que se basaban en una identidad étnica, definida en contraste con la identidad del otro, llevando a la persecución y la discriminación codificada contra minorías. Los judíos fueron las primeras víctimas de esos regímenes, en los que las fobias y las sospechas reemplazaron los principios del pluralismo social y político.

En 1937, el economista polaco Olgierd Górka escribió que el Estado polaco era un activo económico con el que sus dueños legales podían hacer lo que quisieran. Por lo tanto las decisiones sobre problemas nacionales eran similares a las tomadas por el propietario de una fábrica. El Estado pertenecía al grupo más grande que conformaba su esencia y espíritu, y que ejercía su propiedad – los polacos étnicos. El catolicismo polaco dio a los polacos el derecho a poseer el activo nacional conocido como Estado polaco.

Las explicaciones de su ley de nacional del miembro de la Knéset [parlamento israelí] Yariv Levin sugieren que sigue el camino de Górka. Según Levin, las expresiones judías del Estado reflejan el hecho de que Israel no es solo la nación-Estado de los judíos, sino también un Estado cuya parte vital es el judaísmo – una situación que es única en todo el mundo. Una situación única en el mundo democrático occidental, pero que tiene un precedente histórico en el intento de los polacos de crear un Estado que excluía a sus minorías de la sociedad nacional.

También Rumania –un Estado con muchas minorías, incluyendo una gran minoría judía– fue cautivado por un fervor de ser definido como la nación-Estado Rumania.

En un ensayo, el historiador nacional Constantin Giurescu escribió que la resurgente nación rumana debía asegurar el óptimo desarrollo del grupo más eminente de su población, los rumanos. La nación-Estado rumana debía fomentar al grupo étnico dominante, escribió, mientras las minorías constituían un “problema” que debían ser considerados como “grupos invitados” o grupos bajo la protección de los verdaderos ciudadanos. No especificó los derechos que serían otorgados a tales grupos.

La política de Rumania hacia las minorías quedó más clara después que Ion Antonescu llegó al poder. Durante la Segunda Guerra Mundial pasó del intento de una “limpieza étnica” de los búlgaros a la expulsión y aniquilamiento de judíos y roma, también conocidos como gitanos. Pero pocos creyeron que el debate sobre las leyes de nacionalidad en el período entre las guerras terminaría en un esfuerzo por resolver la cuestión de la nacionalidad mediante la purga de la nación de sus minorías.

La ley de nacionalidad propuesta no se refiere explícitamente a los derechos de minorías que viven en Israel y no garantiza explícitamente su igualdad de derechos. La versión propuesta por Levin (Likud) y la del miembro de la Knéset Ayelet Shaked (Habayit Hayehudi), y presumiblemente también la del primer ministro Benjamin Netanyahu, dicen que Israel será judío y democrático y garantiza, de manera general, la igualdad de derechos personales de cada ciudadano, de acuerdo con las leyes del Estado.

Pero junto a este homenaje verbal, la ley especifica que las minorías nacionales no tienen nada que decir respecto al carácter del Estado del cual supuestamente son ciudadanos con igualdad de derechos.

Las minorías no tienen derecho a ninguna expresión nacional en su propio país. Todos los símbolos obligatorios del Estado son judíos. Solo los judíos tienen derecho a inmigrar libremente y a recibir la ciudadanía. El Estado cultivará solo el patrimonio y las tradiciones judías; la ley judía ha de servir como inspiración para la legislación, etc.

No precisa ser historiador para ver el parecido entre la ley de nacionalidad israelí y las leyes de nacionalidad de hace 80 años. Delinea, de la misma manera, las fronteras entre el grupo de ciudadanos más importante, dominante, y el resto, que se convierten en cierto modo en invitados en su propio país – tolerados, por el momento.

En el margen nacionalista extremo de los promotores de la ley, ya se hacen esfuerzos por definir su objetivo final. Los seguidores del difunto rabino Meir Kahane y miembros de Lehava [organización israelí de extrema derecha que se opone al matrimonio entre mujeres judías y hombres no judíos, especialmente árabes. N.d.T.] no aceptarán fórmulas que especifiquen el carácter judíos de Israel y la reivindicación solo por judíos al privilegio nacional en el Estado. Su modelo para la ley de nacionalidad son las Leyes de Núremberg. Su objetivo principal es preservar la pureza racial judía y librar la guerra contra matrimonios o relaciones románticas entre judíos y miembros de grupos minoritarios.

El sitio en la red de Lehava señala: “El matrimonio mixto está prohibido según la voluntad de Dios, que dio severas advertencias en su Torá contra la mezcla de la semilla de Dios viviente con otras naciones y contra la pérdida de la calidad única del pueblo judío”.

No, dicen, esto no es racismo. El objetivo es solo proteger nuestra nación. En 1936, dos juristas nazis, Bernhard Lösener y Friedrich Knost, publicaron un libro sobre la cuestión judía en Alemania que habló de las Leyes de Núremberg. El propósito de esas leyes, escribieron, no era causar odio racial. Al contrario, era facilitar y regular a largo plazo la relación entre judíos y alemanes.

¿Qué podemos aprender de todos los esfuerzos por promulgar leyes de nacionalidad? Sobre todo que sabemos adónde pueden llevar. También sabemos que muchos de los individuos que establecieron los fundamentos ideológicos para semejante legislación o que la apoyaron nunca previeron que habían puesto en marcha un proceso cuyo fin no podían haber imaginado.

*El autor es profesor de historia de la era del Holocausto en la Universidad Hebrea de Jerusalén.

Traducción:  Germán Leyens (Rebelión)