Verano de lecturas

 Nicolás Tereschuk*
Artepolitica


Justo aparecieron en nuestra mesa de trabajo (?) esta semana de enero dos textos de ex funcionarios del equipo económico que llevó adelante el Plan Austral durante el gobierno de Raúl Alfonsín. Me parece que sirven para pensar. Los paso a comentar muy por arriba.
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En 1975, Adolfo Canitrot publicó el paper “La experiencia populista de redistribución de ingresos” en la revista Desarrollo Económico. Dice Canitrot:


“En la experiencia histórica argentina hubo tres intentos expresos de modificar la distribución del ingreso en favor de los trabajadores mediante el aumento de salarios. Dos intentos corresponden al primer (1946-52) y tercer (1973 en adelante) gobiernos peronistas. Aunque en un contexto diferente, el gobierno radical (1963-66) aplicó al mismo fin idéntico instrumento”.

Llama “política populista” a una combinación de “ideología nacionalista” y “una política económica que satisfaga las aspiraciones de las mayorías populares”. Precisa: “como objetivo se propone mejorar las condiciones de vida de los sectores de medianos y bajos ingresos, aunque sin alterar fundamentalmente la estructura de propiedad y las relaciones económicas vigentes”.

Explica luego que “como es conocido, los intentos de redistribución de ingresos por vía del aumento de salarios, propios del populismo, fracasaron en cuanto se los pretendía perdurables”. “La redistribución se sostuvo uno o dos años, y luego retrocedió largamente, comida por la inflación o trastrocada abruptamente por la aplicación de políticas de signo contrario”.

Lo que busca determinar, entonces es “saber si el retroceso que siguió a las experiencias populistas de redistribución se debe a la acción deliberada de grupos de intereses que reaccionan ante la pérdida de sus prerrogativas económicas y de poder, tesis que favorecen tanto peronistas como radicales; o a las propias características de esas experiencias que engendran, al ponerse en marcha, los elementos objetivos que han de ponerles fin”. Canitrot, bueno es decirlo, se inclina por esta última visión.

El autor explica que “es evidente que el programa redistributivo exige una activa intervención estatal y una fuerte expansión del área económica bajo su control. Esto, por dos razones: 1) por la necesidad de inmovilizar en el país los recursos financieros de las grandes empresas, y 2) por la necesidad de llevar a cabo la reconversión de la estructura productiva y del empleo, desde las industrias de bienes de capital hacia las de consumo”.

“Sin embargo, el estado, como consecuencia del mismo programa redistributivo, se encuentra en una situación especialmente débil para afrontar esas tareas. En tanto, el sector público es proporcionalmente el mayor empleador de la economía, es también el principal afectado en el uso de log recursos por el incremento de los salarios. Enfrenta, pues, el problema de la considerable insuficiencia de los recursos de inversión de que dispone en relación a los que el programa exige. Y esta insuficiencia persistirá aun cuando vuelque hacia la producción de bienes de consumo los recursos financieros expropiados a las grandes empresas. La solución de este dilema es el aumento en la carga tributaria, cuyos efectos son una reducción adicional a la rentabilidad de las empresas privadas y, muy probablemente, una reducción de la capacidad de gasto de los asalariados. En este punto las exigencias del programa redistributivo entran en conflicto con sus propios objetivos. Es por esta razón que, aun salvando todas las restantes dificultades, el incremento salarial deba esperar a que, en una primera etapa, se lleve a cabo el proceso de reestructuración productiva”.

Al analizar el caso argentino en particular, explica:

“Lo observable en la experiencia argentina es que el incremento del salario real en la coyuntura, cuando ocurre, se debe esencialmente a la caída del valor relativo de estos tres precios -agropecuarios, tarifas públicas, alquileres- con respecto al salario. Los bienes y servicios que estos precios representan constituyen una parte muy importante de la canasta familiar. En consecuencia, la redistribución de ingresos de corto plazo hacia los asalariados es pagada por los productores agropecuarios, las empresas públicas y los rentistas de casas de alquiler. La redistribución no perdura, sin embargo. Como los precios de los restantes sectores de la economía continúan subiendo, la oferta de estas tres actividades se deteriora. La inversión se hace nula o negativa, surgen estrecheces, y finalmente una crisis que obliga a reconsiderar sus precios. Allí la redistribución de ingresos se esfuma. Se vuelve a la posición inicial con pérdida neta en el camino”.

Luego, Canitrot avanza con la explicación de un modelo que, según evalúa, capta los rasgos más significativos del caso argentino. Cuando llegamos a la síntesis final, el autor explica:

“A pesar de sus peculiaridades, la economía argentina impone a la redistribución progresiva del ingreso, concebida como política de ocupación y salarios, límites de vigencia generalizada en los países de mayor nivel de desarrollo: la restricción de comercio exterior y la necesidad de acumulación de capital. El conflicto entre distribución y acumulación o, en otras palabras, el conflicto entre salarios y beneficios, rige en situación de máximo empleo. Guando hay recursos y trabajadores ociosos, la expansión de la actividad económica puede hacerse favoreciendo tanto salarios como beneficios industriales. Es esta doble situación la que hace posible, y a la vez limita, la política populista”.


Y acá parece venir lo mejor:

La alianza política del populismo nace en la recesión y se propone un programa expansivo. Asalariados y burguesía industrial tienen entonces intereses complementarios, mientras los empresarios rurales quedan en la oposición. El éxito del programa destruye el elemento constitutivo de la alianza. Al aproximarse a pleno empleo, los intereses conflictivos reemplazan a los complementarios. El conflicto se hace muy intenso porque se desarrolla en medio de un contexto inflacionario explosivo, que es resultante de utilizar el incremento de salarios como instrumento de expansión de la demanda. En menor o mayor plazo la alianza se destruye, la burguesía industrial se inclina hacia una nueva alianza con la burguesía rural, el populismo termina enredado en sus propias contradicciones y un nuevo programa de orden y recesión emerge“.

“El análisis económico de los capítulos precedentes sugiere la posibilidad de elaborar una receta económica que evite el fenómeno de las fluctuaciones y de la inestabilidad política. Es concebible determinar un conjunto de precios relativos entre salarios, tasa de cambio y precios agropecuarios a industriales, que permitan un crecimiento continuo de empleo y salarios, en los valores máximos compatibles con la restricción de comercio exterior y las necesidades de acumulación de capital. Pero sería soberbia o inocencia del economista pensar que el desconocimiento de estos valores de equilibrio es la causa de la inestabilidad argentina y que su aplicación resuelve el problema. Para ello habría que suponer previamente que las varias clases sociales pueden converger a una propuesta común, ya sea por acuerdo, ya sea por imposición de una sobre las demás. En tanto eso no ocurra, las fluctuaciones económicas habrán de persistir. La inestabilidad es la expresión del conflicto de clases“.

“En la recurrencia de las fluctuaciones es clave el papel de la burguesía industrial. Para ella el proyecto populista es un programa en común con los asalariados basado en el incremento de salarios. Alternativamente, el proyecto de orden y recesión es un proyecto en común con la burguesía rural basado en el incremento de los precios agropecuarios. En ambos casos las ventajas que obtiene el empresariado urbano derivan como un reflejo de las que reciben otras clases. El proyecto propio de la burguesía industrial es el proyecto de la demanda autónoma: inversión, promoción de exportaciones, sustitución de importaciones. Este proyecto, salvo los pocos años del ministro Krieger Vasena, no logró vigencia en el país. Es la consecuencia de la debilidad política de la burguesía. Las empresas nacionales son débiles y las empresas fuertes en su mayor parte extranjeras. La burguesía nacional no ha podido construir un programa de integración con el sistema de grandes empresas multinacionales que sea, a la vez, económicamente rentable y políticamente aceptable. En ausencia de este programa se acopla a programas ajenos de distinto signo. En esas condiciones, de capitalistas débiles y sindicatos fuertes, el capitalismo argentino es, por necesidad, una experiencia tortuosa y contradictoria“.

Y el final, bueno, ahí te lo dejo:

La alternativa a un programa de la burguesía es, naturalmente, un programa de la clase asalariada. La redistribución de ingresos al estilopopulista es una experiencia destinada a la frustración. Es claro que un proyecto que se la proponga con carácter de permanencia requiere un grado importante de control sobre la demanda autónoma, en especial sobre el proceso de formación de capital. Esto significa sustituir el populismo por un proyecto reformista o socialista. Pero éste, reconozcámoslo, es otro cantar“.
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El otro texto es una entrevista a Roberto Frenkel que, luego de anunciado el Plan Austral en 1985 le hacen Felipe Solá y Enrique Martínez, publicada en la Revista Unidos.


Así, tras conocerse el plan cuyo objetivo declarado es, señala Frenkel, “parar la inflación de la forma más neutral posible, en términos de la distribución de ingresos y de la riqueza” e “implementar esto con apoyo de la población”, el economista explica:

“La idea básica es que no se puede dar clase de macroeconomía y hacer política económica al mismo tiempo. Una cosa es la academia y otra la política. Todo este grupo viene enseñando que la moneda no causa inflación, que la inflación responde a otro mecanismo, etc. Hace siete u ocho años que lidiamos con estos problemas, que hacemos la crítica del monetarismo. Esto lo hemos discutido mucho dentro del equipo. Pero en el país hace siete años que, por diferentes razones, se le dice a la gente que el problema de la inflación es por la emisión monetaria y ahora esto lo repiten desde el PO y el MAS hasta la Unión Industrial, pasando por la Iglesia y la CGT. Se ha constituido un sentido común monetarista. Con esto tienen que ver los partidos políticos, que tienen un debate económico primitivo”.
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“Las visiones macro son muy ideológicas, son muy de sentido común, muy poco perfectas. No pueden ser sutiles porque se trata de una especialidad profesional. Lo que queda en el gran público es lo que transmiten la prensa, los partidos políticos. Y esa visión es muy monetarista. Entonces, si bien por un lado este plan les da la información microeconómica necesaria, para que no tengan expectativas de aumentos de costos, no se puede desatender la credibilidad. En un sentido más político no se puede dejar el flanco que implica no decir qué va a pasar con la oferta monetaria porque esa política no duraría dos días”.
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“El compromiso de emisión cero quiere ser un solemne compromiso. Si no fuera entendido así, muchos irían a mirar todos los días la base monetaria que obviamente sería un día distinta del otro, como un saldo de caja que tiene positivos y negativos para que el promedio dé cero. ¿Cómo hacemos para explicar que ésa no es la causa en un país con el grado de perversión del debate económico que tiene éste? No se puede. Hay que ser tan simple como la crítica de la derecha. Machinea no puede dar clases de macroeconomía en el Congreso para que le crean, no puede ir con sutilezas a Guelar, Alsogaray, etcétera, porque ninguno de ellos está interesado en hacer un debate profundo sobre estas cosas. Prima la retórica. Y la mala fe. Porque no puede ser que un diputado peronista sostenga el argumento de que se ha obviado al Congreso al hacer la reforma monetaria, cuando los peronistas tenemos una tradición presidencialista, de supremacía del ejecutivo sobre el Congreso. Eso, en política, se llama oportunismo”.
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“Pero también están destruidos los partidos políticos, que tampoco tienen cuadros ejecutivos, cuadros para la empresa pública, cuadros del interés nacional. Va a costar mucho rehacerlos, porque en la empresa privada también existe esta carencia; el estancamiento del país la hizo ineficiente. La gran empresa futura, seguramente, se va a hacer con participación del Estado, simplemente porque ningún capital privado va a querer asumir solo los riesgos de la inversión. La participación del Estado en los servicios básicos, la energía, la siderurgia, no viene por la acción de un ideólogo estatista. Es por una demanda del sector privado que necesitaba socializar riesgos en un proceso de desarrollo que significa remar contra la corriente de la especialización internacional. Porque en la Argentina la industria se armó contra la corriente; el sistema financiero se armó contra la corriente. Entonces cuando aparecen las quejas, contra la participación de la banca oficial en el mercado, es porque se olvidan o no saben que la banca se creó como banca de servicios, para permitir transferencias de ingresos y acumulación de capital y ayudar a la empresa privada. ¿O para qué se creó el Banco Central? Para que los sectores agrarios mantuvieran un control sobre el tipo de cambio y evitaran la caída de sus ingresos derivada de importar la deflación internacional al mercado doméstico. Y así ocurrió en casi toda América Latina…”.
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“El problema de la recuperación de la tasa de inversión en la Argentina es más grande que el hecho de dar señales de que va a haber expansión, de que el mercado va a crecer vía la demanda. Keynes dice que la economía empieza a receder cuando los empresarios se ponen muy pesimistas y conservadores y toman decisiones que producen una profecía autocumplida. Es un juego en el que él crea las condiciones que justifican sus propias decisiones. Pero la sociedad da para producir más, es un desempeño involuntario. Hay recursos, ganas. ¿Cómo hacer, en ese caso, para que el empresario recupere sus expectativas positivas? Ese es el tema de Keynes. Hagamos entonces gasto público para que haya más actividad y el empresariado invierta. Pero acá el tema es más complejo. Ya no es suficiente una señal expansiva para que se recupere la tasa de inversión. Es necesaria la reformulación del pacto social argentino, explícita o implícitamente. El capitalismo es una flor frágil, decía alguien: es muy fácil producir la recesión y es muy difícil sacarlo de ella. Y eso con reglas de juego político estables; pero este país viene de diez años de carnicería, de voracidad ideológica, con tiempos políticos que no han cambiado…”.
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¿Conclusiones? Para el otoño, ponele.

*Nicolás Tereschuk. Politólogo (UBA), Maestría en Sociologìa Económica (IDAES-UNSAM). Me interesa la política y la forma en que la política moldea lo económico (¿o era al revés?).