¿Crisis de la globalización o del neoliberalismo?


Aldo Ferrer
Diario BAE

Los interminables problemas en que se debaten actualmente las economías industriales del Atlántico Norte y sus repercusiones sobre el sistema global, no reflejan una crisis de la globalización. Ésta es una consecuencia inexorable del avance de la ciencia y la tecnología que profundiza las relaciones entre los países a través del comercio, las inversiones y la formación de cadenas transnacionales de valor. Este proceso tiene lugar en el marco de la revolución de las técnicas de la información y la comunicación, que conforman un sistema de alcance planetario.

La crisis es del neoliberalismo y de su incapacidad de interpretar la realidad y promover el crecimiento de los países y la economía mundial. Todo el cuerpo teórico elaborado para exaltar las virtudes de la desregulación de la economía y la subordinación del Estado a las decisiones del mercado se ha desplomado ante las evidencias de la realidad.

Sin embargo, el relato neoliberal y el Estado neoliberal continúan imperando en el antiguo núcleo hegemónico de la economía mundial. Dentro de las antiguas economías industriales, el comercio exterior, la actividad financiera y las inversiones en el exterior de sus mayores corporaciones, tienen una importancia relativa mucho mayor que en el pasado. El proceso de acumulación y distribución de la riqueza y el ingreso está estrechamente asociado a las cadenas transnacionales de valor y a la especulación financiera. En este escenario, al interior de las sociedades y la política de las antiguas economías industriales, los intereses transnacionales han ganado una influencia decisiva, sostienen el paradigma neoliberal y configuran el Estado neoliberal.

La crisis actual es reconocida como la más profunda desde la debacle de la década del ’30. En aquel entonces, se derrumbó la organización de la economía mundial y colapsó el paradigma ortodoxo. En la actualidad, no sucede una cosa ni la otra. ¿Por qué? Por un conjunto de razones que incluyen los diferentes alcances de la crisis en ambas épocas y la mayor gravitación de los intereses transnacionales dentro de la economía contemporánea.

En la década del ’30, los gobiernos de las mayores economías, siguieron políticas de “sálvese quien pueda”, abandonaron el patrón oro y el régimen multilateral de comercio y pagos, cerraron sus mercados y entraron en cesación de pagos o reestructuraron sus deudas. Simultáneamente, el paradigma ortodoxo fue sustituido por el planteo de Keynes y la responsabilidad de las políticas públicas para administrar los mercados y sostener la producción y el empleo.

La Segunda Guerra Mundial amplió la intervención del Estado. A su término y hasta principios de la década del ’70, bajo la hegemonía norteamericana, se estableció el nuevo régimen económico mundial, en torno de las instituciones de Bretton Woods y el GATT. En ese escenario tuvo lugar el “período dorado de la posguerra”, en el cual, el Estado y las políticas públicas conservaron una presencia decisiva en la evolución de la demanda agregada, la producción, el empleo y la distribución del ingreso.

En la actualidad, el orden mundial no se ha derrumbado ni, presumiblemente, lo hará, pese a la magnitud y prolongación de los desequilibrios y el deterioro económico y social, por tres razones principales. La primera, porque el Estado en las economías avanzadas del Atlántico Norte, aún bajo la hegemonía de un régimen neoliberal, conserva una participación elevada en la formación de la demanda agregada y está dispuesto a rescatar a las entidades financieras “muy grandes para quebrar”. Es la paradoja que el neoliberalismo sobrevive precisamente por la presencia de su enemigo público número uno, el Estado.

La segunda razón radica en la profundidad de la interdependencia de las mayores economías del mundo, incluyendo las grandes naciones emergentes de Asia, inexistente en la década del ’30. Hoy son inconcebibles las políticas de “sálvese quien pueda”. Todos los principales protagonistas del orden mundial quieren evitar su derrumbe.

La tercera radica en la dispersión del poder. En los años ’30, las antiguas economías industriales del Atlántico Norte representaban 2/3 de la economía mundial y eran el centro organizador del sistema. En la actualidad, China y otras naciones emergentes de Asia y del resto del mundo, han ganado peso relativo en el sistema global. Representan alrededor del 50% del PBI mundial y son las economías de más rápido crecimiento y ritmo de transformación. En consecuencia, los problemas del viejo centro no arrastran al conjunto del sistema y, su impotencia para organizar el orden global, es reemplazada por la autonomía de los Estados nacionales de las naciones emergentes.

En resumen, en la actualidad, la crisis tiene un piso, determinado por la presencia del Estado, la interdependencia y la dispersión del poder, que evita el derrumbe y desorganización del sistema y contribuye a la sobrevivencia del neoliberalismo y el Estado neoliberal en el Atlántico Norte y en países periféricos del resto del mundo.