Grabado en video: Lo que los israelíes piensan realmente de los estadounidenses

Justin Raimondo
ICH/Antiwar


En 2001, Bibi Netanyahu hizo una visita de condolencias a un grupo de colonos israelíes en la aldea de Ofra, viudas cuyos esposos habían muerto en la Intifada: la conversación grabada en video acaba de ser filtrada y transmitida por el Canal 10 de Israel, y es todo un éxito.

En una parte, Bibi dice a las viudas que los palestinos “piensan que nos forzarán”, pero no se preocupen, señoras, Bibi tiene un plan:
“Golpearlos. No solo un golpe, sino golpes que sean tan dolorosos que el precio sea más de lo soportable. Ahora el precio no es demasiado alto para que lo soporten. Un gran ataque contra la Autoridad Palestina. Llevarlos al punto de temer que todo se esté derrumbando…”

Mujer: “Espere un momento, pero entonces el mundo dirá ‘¿cómo es posible que estén conquistando de nuevo?”

Netanyahu: “El mundo no dirá nada. El mundo dirá que nos estamos defendiendo”.

Mujer: “¿No tiene miedo al mundo, Bibi?”

Netanyahu: “Especialmente en la actualidad, con EE.UU. Sé lo que es EE.UU., es algo fácil de mover. Mover en la dirección correcta”.
Un niño habla, y con una elocuencia sorprendente, afirma: “Dicen que están a favor de nosotros, pero, es como…”

Sí, incluso los niños son pequeños ideólogos. Hoy ese niño es un adolescente al borde de la edad adulta, y probablemente un ferviente partidario del gobierno ultraderechista de Israel, dirigido por Bibi, quien entonces, lo tranquilizó rápidamente: “No se pondrán en nuestro camino”. El niño, partidario de la línea dura que era y sin duda sigue siendo, pareció tener dudas: “Por otra parte”, lanzó el chico, “si nosotros hacemos algo, ellos…”
Entonces Bibi realmente se dejó ir:
“Supongamos, entonces, que digan algo. ¡Pues lo dijeron! ¡Lo dijeron! Un 80% de los estadounidenses nos apoya. Es absurdo. Tenemos ese tipo de apoyo… Mira. Ese gobierno [Clinton] era extremadamente pro palestino. Yo no temí maniobrar entonces. No tuve miedo de chocar con Clinton”.
Por supuesto no lo tuvo, porque sabía que ganaría, con los republicanos en el Congreso aprobando resoluciones que apoyaban incondicionalmente a los israelíes y AIPAC y el resto del lobby apostándolo todo para movilizar a su quinta columna contra Oslo y la idea misma de un acercamiento. Oslo era una daga en la garganta del movimiento Likud de la línea dura, que abraza explícitamente la idea bastante demencial de un “Gran Israel”, y no había modo de que Netanyahu o su partido pudieran aceptarlo sin traicionar lo que eran y lo que son. Por lo tanto, cuando una de las mujeres denunció los Acuerdos como “un desastre”, Bibi estuvo de acuerdo con ella, y reclama el “mérito” de haberlos castrado:
“¿Qué fueron los Acuerdos de Oslo? Con respecto a los Acuerdos de Oslo, firmados por la Knéset, me preguntaron antes de las elecciones: “¿Actuará según ellos? Y yo respondí: ‘sí, dependiendo de la reciprocidad y limitando las retiradas’. ‘¿Pero cómo se propone limitar las retiradas?’ Daré una interpretación a los Acuerdos que posibilite que detenga este galope hacia las líneas del 67 [armisticio]. ¿Cómo lo hicimos?”
Fue fácil: los Acuerdos tenían un agujero lo bastante grande para atravesarlos con un tanque de las FDI [ejército israelí], sentando como premisa la entrega de “tierra por paz” con la condición de que la tierra en cuestión no incluyera ni colonias ni instalaciones militares, como Netanyahu explicó a sus fervorosos seguidores:
“Nadie dijo lo que definía las instalaciones militares. Instalaciones militares definidas, dije, eran zonas de seguridad. En lo que a mí se refiere, el Valle del Jordán es una instalación militar definida.

Mujer: “Correcto” [ríe]…

Netanyahu: “… ¿Cómo se puede saber? ¿Cómo se puede saber?”
A continuación Bibi alardea de cómo se enfrentó a Clinton, insistiendo en que serían los israelíes, y nadie más, quienes definirían dónde se encontraba y qué era una “instalación militar”. Cuando EE.UU. puso obstáculos, Bibi se negó a firmar el Acuerdo de Hebrón, interrumpiendo de plano el proceso de paz: “¿Por qué es importante? Porque en ese momento detuve efectivamente el Acuerdo de Oslo.”
No obstante el colono reacciona, interrumpiendo el arrebato autolaudatorio de Bibi al recordarle Hebrón, y otras concesiones encarnadas en el Acuerdo. La respuesta de Netanyahu resume la posición actual de su gobierno. Cita a su padre (“No exactamente una paloma, como dicen”) quien le aconsejó:
“Sería mejor dar el dos por ciento que el cien por cien. Y esa es la alternativa en ese caso. Diste dos por ciento y de esa manera detuviste la retirada. En lugar de cien por ciento. El truco es no estar presente y quebrarse. El truco es estar presente y pagar un precio mínimo”.
Esto retrata el estado actual del diálogo político en el Estado judío: el debate es entre los que quieren el 98% y los que exigen el 100%. (La única diferencia actualmente, a diferencia de 2001, es que estos últimos parecen dominar la situación: véase el ascenso de Avigdor Lieberman y su partido de dementes, que son el equivalente israelí de al Qaida.)
Lo interesante –y embarazoso– respecto a esta filtración no es la “revelación” de que el sector de los incondicionales en EE.UU. ejerce una influencia decisiva en los responsables políticos estadounidenses: ¿quién no lo sabe? El lobby de Israel alardea constantemente de que lo hace, mientras críticas del servilismo estadounidense ante Tel Aviv lo condenan abiertamente. Lo que no sabíamos, sin embargo, es la medida del desprecio que sienten los israelíes por este hecho: “Es absurdo”, afirma Bibi, y la colona, riendo, está de acuerdo. Ella, al ser una ardiente nacionalista, no puede concebir un gobierno que coloque los intereses de otra nación por sobre la suya. Tal vez Bibi tiene una idea mejor de cómo sacaron los israelíes sacaron ese conejo del sombrero del Tío Sam, pero emocionalmente es obvio que él, también, piensa que la debilidad de los estadounidenses es incomprensible.

Después de todo, es extraño cuando se piensa en eso: ¿Por qué el imperio más poderoso que ha conocido el mundo –una nación que gasta más en su establishment militar que todas las demás naciones el mundo junras– se humilla ante un país que apenas tiene el tamaño de Delaware? ¿Cómo es posible que todo intento de sanar esa ruptura en nuestro blindaje de la seguridad nacional y en nuestros intereses en la región –la llaga supurante de la cuestión palestina– haya terminado en un fracaso extremo, debido enteramente –como alardea Bibi– a los esfuerzos de los israelíes para sabotearlo? ¿Cómo puede el primer ministro de un pequeñísimo país, casi enteramente dependiente de la generosidad estadounidense, enfrentarse al Emperador del Mundo y ganar?

La respuesta es que el imperialismo de EE.UU. ha creado una hegemonía global bastante diferente de los imperios del pasado: los británicos, los franceses, los romanos, los macedonios, en la medida en que es posible saberlo, plantaron su bandera en suelos extranjeros para gloria y en nombre de la nación. Es decir, fueron nacionalistas, aunque del tipo peligroso que mira hacia afuera (al contrario de la variedad introspectiva, contemplativa, que existió en EE.UU. hasta principios del siglo pasado, comúnmente ridiculizada por nuestras elites como “aislacionista”.)

Nosotros, por otra parte, tenemos un concepto diferente. De ninguna manera reconocemos jamás que somos ciertamente un imperio, excepto cuando alguien trata de provocarnos (o a menos que sea extranjero). Suponemos que somos diferentes de todos los demás, porque, ya veis, EE.UU. –tanto según los conservadores como los liberales– es una nación que no se basa en un sentido de lugar, sino en una idea abstracta. Para los neoconservadores, es la idea de la meritocracia (que, imaginan, los hace superiores), para los liberales es “igualdad” (que, imaginan, los hace superiores).

Lo que tienen en común, a pesar de sus diferencias superficiales, es su insistencia en desviarse del concepto tradicional de nación y, en su lugar, evocar un constructo ideológico para colocarlo en su lugar, tal como los jacobinos destruyeron los artefactos religiosos de París y erigieron en su lugar una estatua a la Diosa de la Razón. Miles de vidas se sacrificaron en ese sangriento altar antes que se acabara. Tal como cientos de miles de vidas se han ofrecido al dios estadounidense de la “democracia” con el paso de los años.
Sin embargo, esa democracia que pretendemos practicar es nuestro talón de Aquiles, el medio por el cual un enemigo mucho más débil puede fácilmente manipular e incluso debilitarnos fatalmente desde lejos, sin ninguna demostración de fuerza, excepto en lo político. Y esa fuerza no tiene que derivar del apoyo de la mayoría estadounidense. A la mayor parte le importa un bledo todo lo relacionado con la política exterior; esta indiferencia permite que una extraña coalición de neoconservadores pro israelíes, “liberales” del partido demócrata deudores de donantes pro israelíes y fanáticos “sionistas” cristianos, domine el debate, capture la opinión de la elite, y coloque la política de EE.UU. en un sentido que Bibi admite que es “absurdo”.

Lo que subraya este enigma es la verdad del principio "pauliano-paleoconservador" (de Ron Paul, N. de E.), repetido muchas veces de formas diferentes en este espacio, de que no se pueden tener al mismo tiempo  una república y un imperio: una cosa u otra. Esto vale no solo porque los imperios defienden y extienden constantemente sus fronteras, y están en un estado de constante guerra, que requiere una autoridad centralizada y la consolidación del poder estatal, sino también debido a la peculiar vulnerabilidad de las instituciones democráticas ante la subversión extranjera. Un EE.UU. que se negara por principio a interferir en los asuntos de otras naciones tendría poco o nada que temer de los lobistas extranjeros y los quintacolumnistas: por otra parte, un imperio “democrático” en el cual el imperio está sometido a todo tipo de presiones políticas, incluyendo la necesidad de obtener cantidades obscenas de dinero solo para conservar su trono, es ciertamente “algo que se puede mover fácilmente”, como dijo Bibi.

Tomemos, por ejemplo, este nuevo “Comité de Emergencia por Israel”, presidido por Bill Kristol, el cristiano chiflado Gary Bauer y Rachel Abrams, esposa del influyente neoconservador Elliott Abrams, que publica anuncios en Pensilvania contra el demócrata Joe Sestak. El crimen de Sestak: insuficiente servilismo hacia el lobby. Como dijo un artículo en Politico:
“El nuevo comité se negó a revelar su financiamiento –porque por ser una organización 501(c)4 de defensa, no tiene obligación de hacerlo– pero dijo que había reunido lo suficiente para publicar su primer anuncio, a partir de esta semana, en Fox y CNN y durante un partido de los Filadelfia Phillies. El anuncio ataca a Sestak por firmar una carta criticando el bloqueo israelí sobre Gaza, por no firmar un manifiesto del AIPAC que defiende a israel y por aparecer como recolector de fondos para el Consejo de Relaciones Estadounidenses Islámicas, al que describe como una “organización anti-Israel que el FBI calificó de ‘grupo de fachada de Hamás’”.
Por supuesto el nuevo comité se negó a revelar su financiamiento por el simple motivo de que una buena parte del dinero que alimenta el lobby pro Israel en este país proviene del extranjero. Así fue en los primeros días de AIPAC y su predecesor, como ha subrayado la invaluable investigación de Grant Smith, y cabe poca duda de que esta tradición sigue hasta nuestros días a través de grupos como la Fundación por la Defensa de Democracias, JINSA, y los Amigos de las FDI”, estadounidenses que tienen vínculos abiertos con el Ministerio de Exteriores israelí y la dirigencia de las FDI. Ostensiblemente, los grupos “estadounidenses” que subvencionan colonias israelíes en Cisjordania gozan de un estatus exento de impuestos, mientras grupos pro palestinos que tratan de operar de la misma manera se clausuran y se encarcela a sus partidarios acusándolos de apoyar el “terrorismo”. De los miles de millones de dólares que enviamos cada año ede “ayuda” al Estado judío, una parte significativa vuelve al país en forma de propaganda pro Israel.

Legalmente, el “Comité de Emergencia” no tiene que revelar su financiamiento, pero en todo caso debería hacerlo. Es decir, a menos que no le importe dar la impresión de que Israel interviene directamente en elecciones estadounidense. O quizá sea esto lo que se proponen.
David Frum calificó jovialmente al comité de “El nuevo descarado lobby de Israel”. Tan descarado como la posición anti-EE.UU. y el desdén categórico con respecto a Washington expresado en ese franco video de Netanyahu. Es como si estuvieran diciendo a este gobierno: “¡Intenten perseguirnos si se atreven!”

Justin Raimondo es director de of Antiwar.com. También es autor de An Enemy of the State: The Life of Murray N. Rothbard (Prometheus Books, 2000), Reclaiming the American Right: The Lost Legacy of the Conservative Movement (ISI, 2008), y Into the Bosnian Quagmire: The Case Against U.S. Intervention in the Balkans (1996). Además es editor y colaborador de The American Conservative, socio sénior del Randolph Bourne Institute y experto adjunto del Ludwig von Mises Institute. Escribe frecuentemente para Chronicles: A Magazine of American Culture.