La ineficacia del miedo

Héctor Eduardo Garófol
APAS

El autor analiza el diseño de las estrategias mediáticas para desestabilizar a Cristina Fernández. Advierte sobre las distancias entre experiencia colectiva y realidad virtual para explicar el fracaso de las campañas de desgaste.

Las megacorporaciones mediáticas han arrastrado a gran parte de la oposición política argentina a su campaña de desgaste sistemático de la credibilidad pública en el kirchnerismo. Además de todo el arsenal de estrategias de manipulación de la opinión pública, que utilizan siempre, están haciendo un uso extraordinariamente abusivo e ineficaz de la inoculación del miedo a todo lo que hizo, hace y hará el gobierno nacional, como método para llevar votos hacia futuros candidatos de la oposición en las elecciones de 2013. 

Insisten obsesionadamente con toda clase de imaginarias catástrofes que caerán sobre todos los argentinos, muchas de las cuales hace años que ya deberían haberse producido. Iba a ser un desastre la reestatización del sistema jubilatorio y la ANSES se iba a fundir en seis meses. Sin embargo, el sistema jubilatorio goza de buena salud y nuestros jubilados han estado en el centro de las preocupaciones de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández, como nunca desde 1983, con resultados más que evidentes y palpables. 

La economía argentina iba a fracasar en brevísimo plazo porque no respondía a los mandatos de los economistas neoliberales. Sin embargo, los índices de crecimiento macroeconómico han sido los más altos y duraderos de toda la historia argentina. La utilización de las reservas del Banco Central de la República Argentina para el pago de la deuda externa era una locura inaceptable que nos llevaría su vaciamiento e inmediatamente al infierno. Lejos de eso, hoy las reservas siguen siendo altísimas y el Fondo Monetario Internacional no tiene poder para imponernos las recetas económico financieras de los 90, las mismas que siguen aplicando contra toda evidencia y racionalidad sobre España, Grecia, Portugal, entre otros países en crisis. 

Está claro que los megamedios y la oposición vienen fracasando estrepitosamente con esa estrategia. A pesar de esto, persisten tercamente en el mismo camino. Hoy, además de la demonización del modelo y de algunos de sus funcionarios, arremeten ilegal, violenta, inmoral y salvajemente contra la imagen, el honor y la dignidad de la Presidenta de la Nación, tanto desde el punto de vista institucional como por su condición de mujer. 

Asimismo, la estrategia de demonización y pánico ha tomado como blanco principal de sus ataques a la agrupación política juvenil “La Cámpora”, para convertirla en la encarnación del mal absoluto. Se olvidan que la inauguración de la inseguridad en nuestro país vino de la mano del profundo proceso de despolitización juvenil implantado por el neoliberalismo de los 90. La participación política juvenil debería ser festejada con bombos y platillos porque le da sentido a la existencia de los jóvenes, genera proyectos de vida con sentido de la solidaridad y escalas de valores basadas en el respeto, la dignidad y el honor. 

Implica integración e inclusión social y sentido de pertenencia a colectivos humanos con ideales compartidos. La participación forma ciudadanos y ciudadanas activos y con la esperanza de construir un mundo mejor para la humanidad. 

Lejos estamos del paraíso terrenal, por supuesto. La vida de las personas, de las familias, de los pueblos, como la de los gobiernos, está matizada de modo irremediable por la falibilidad humana; lo cual significa que tanto nuestras propias vidas como cualquier gestión de gobierno se desarrollan con aciertos y con errores. Lo importante, en definitiva, es el balance. 

En este sentido, el 54 por ciento de los votos obtenido por nuestra Presidenta implica que las grandes mayorías populares han hecho una evaluación positiva de la administración kirchnerista; es decir, han percibido, por experiencia propia, los logros y conquistas que se han alcanzado desde 2003 hasta el presente. Existe la certeza colectiva de que se han hecho muchas cosas bien, en lo político, en lo económico, en lo social, en lo educativo y en lo cultural.

La estrategia de inocular el miedo y el pánico en un pueblo que ha resultado beneficiado por la gestión política del oficialismo se estrella contra una realidad difícil de extirpar del corazón de millones de argentinos y argentinas totalmente desamparados durante interminables años de democracia hipócrita. 

A pesar de todo lo dicho, se podría pensar que la estrategia de inoculación del miedo podría conmover las percepciones de, al menos, alguna parte de la ciudadanía, con lo cual las corporaciones mediáticas y la oposición lograrían limar el caudal electoral del kirchnerismo para el año próximo. Pero, cabe preguntarse: ¿Si no lo consiguieron en las últimas elecciones, por qué lo lograrían en las próximas? ¿Por qué la oposición y los medios no hacen pie en la opinión pública? ¿Por qué el miedo no logra horadar el crédito político a favor de Cristina Fernández de Kirchner y del proyecto nacional, popular y democrático?

No es sólo por un balance positivo de la gestión, sino también -y principalmente- por la existencia de otro miedo, un miedo impregnado de experiencia y de sabiduría, el miedo que los medios y la oposición no ven y que ellos mismos generan, el miedo más visceral de nuestro pueblo: el miedo a volver a los 90 y al 2001, a la precarización del trabajo, a la desocupación masiva, a las reprivatizaciones, a la desindustrialización, al corralito y al corralón, a una deuda externa impagable, a los blindajes, a los megacanjes, al desamparo social absoluto. Y allá, ahora, está Europa, para recordarnos diariamente cual es el camino que no debemos transitar.

Mientras la oposición no de muestras claras, contundentes y creíbles de que, con ellos, no regresaremos al infierno, todas sus estrategias estarán fatalmente destinadas al naufragio. 

(*) El autor es abogado, especialista en derecho a la información, docente e investigador de la Universidad Nacional de Cuyo